lunes, 21 de noviembre de 2011

Cosas de niños

—Todos los viejos tienen las manos parecidas, dijo Elena.

Yo la miré y no entendí a que se refería.

Ella agregó, —Si, no te fijaste, todos los viejos tienen las manos huesudas y con manchas marrones. Siempre que veo viejos les miro las manos para poder recordar a mi abuela cuando me acariciaba el pelo. Extraño eso. Algunas veces tengo ganas de pedirle a alguna vieja que me acaricie el pelo, pero va a pensar que estoy loca.

Cuando Elena se fue, todo un torbellino de recuerdos me golpeó como si hubiera chocado contra un muro. El abuelo Alejandro tenía las manos huesudas y con dedos largos. En aquella época, cuando me hacía las trenzas, o las colas de caballo prolijísimias, sin ningún pelito fuera de lugar, nunca temblaban. Empezaron a temblar después, cuando aquel maldito Parkinson hacía que cuando sostenía el diario le bailotearan las letras de lo que leía.

Tenía una práctica enorme para peinarme aquellos pelos largos hasta la cintura, sin jamás tirarme, y creo que todavía no habían inventado la crema de enjuague. Super prolijo para revisarnos las manos, las orejas y detrás de las orejas. Pasaba revista de si nos habíamos bañado, y cepillado los dientes. También era muy severo con los uniformes, con los zapatos lustrados y con los cuellos y puños de las camisas bien blancos. Las manos del abuelo eran las primeras que veía en la mañana al levantarme, y las últimas al arroparme para dormir.

Las manos también pellizcaban bajo la mesa cuando nos reíamos en en el almuerzo o cuando demorábamos horas con la sopa. Ya me parecía a Mafalda en aquella época. Detestaba la sopa y la podía tener servida horas. La miraba como si mirándola se fuera a terminar sin haberla probado. No había caso. La que odiaba más era la de verduras, con todas aquellas cosas flotando. Yo empezaba a poner trozitos de puerro, apio, zapallo y lo que tuviera aquella nefasta sopa en los bordes del plato hondo, y trataba de cargar en la cuchara solamente aquel líquido turbio e intomable. Por suerte, una de mis hermanas era como Pocha Morfoni, y cuando el abuelo estaba distraído se comía todo lo que yo dejaba. Cuando el abuelo estaba atento, volvía al plato todas aquellas verduras que yo muy metódicamente acomodaba en los bordes. Creo que el abuelo se hacía el distraído. El sabía que yo nunca me podría haber comido aquellas verduritas en un abrir y cerrar de ojos, se hacía el distraído y debía reirse por las trampitas de las nietas. La abuela decía, ojalá que cuando tengas hijos te salgan tan macacos como vos, así vas a ver que trabajo que dan los niños cuando no quieren comer. Todo transitaba sobre ruedas hasta el momento en que el abuelo se enfermó.

La abuela dejó de venir porque se quedaba en su casa a atender al abuelo, y nosotros íbamos los sábados a almorzar. Nos obligaban a dormir la siesta, y yo siempre me escapaba. Nunca pude dormir la siesta, y menos escuchar los ronquidos del abuelo.

Mi pelo empezó a ser el tema recurrente de conversación de mi madre quien no había heredado el don de la paciencia que tenía el abuelo, y día tras día rezongaba con que el pelo se enredaba, que el pelo estaba muy largo, que ella no tenía tiempo de sentarse a hacerme las trenzas, que nunca quedaba prolija, y toda una sarta de idioteces. Tenía una distinta para cada día, aunque a veces repetía la canterola de la semana anterior. Y como tanta letanía tenía algún motivo, un día me llevó a la peluquería para solucionar el problema de raíz.

Con el correr de los días mi rabia se fue disipando, y cuando ya estaba casi resignada a mi nueva imagen, apareció en el barrio la gordita antipática que era prima de una de mis amigas, y tenía un pelo largo que le llegaba más allá de la cintura.

La gordita siempre había sido muy envidiosa, pero aquel día estaba haciendo el papel del hada malvada solo porque mi pelo rubio era más largo y más lindo que el de ella, así que solo por hacer daño me dijo –Así que te cortaron el pelo. Acusé el golpe pero no dije nada. Más tarde, ya de noche estábamos haciendo una fogata, y empecé a quemar un pedazo de madera. No creo que en ese momento tuviera alguna mala idea en mente, pero la estúpida vaca gorda volvió a hacer otro comentario acerca de mi corte de pelo. Cuando vi que la punta de mi madera estaba al rojo vivo, la saqué y descuidadamente la apoyé en el hombro de la gordita, como quien marca ganado. Los gritos por la brasa que había saltado y le había quemado el hombro fueron terribles. Nunca supo que había sido yo, pero tampoco nunca más volvió a molestarme.

Con el tiempo mi pelo fue acariciado por otras manos, por las manos de otros hombres, que se metían en la melena y la tiraban hacia atrás como hacía el abuelo, o simplemente se acurrucaban en la nuca, o acariciaban el cabello detrás de las orejas, y yo me dejaba acariciar como una gata mimosa.

Hoy cuando Elena hizo el comentario de las manos de los viejos, creo que por primera vez me di cuenta que la rabia inmensa y la agresión a la gorda no habían sido por el corte de pelo. Era algo mucho más íntimo e intenso. Era saber que las manos huesudas y de dedos largos del abuelo Alejandro ya no volverían a tocarme.

sábado, 6 de agosto de 2011

Gestos corporales

Sin querer me acordé de Sabina, porque el portazo de Adriana sonó como un signo de interrogación. Marta levantó la vista del papel que estaba leyendo y miró la puerta. Después me miró a mi y muy teatralmente como le gusta a ella, arqueó un ceja en señal de pregunta. Solo una. No se si era su don natural poder arquear una sola ceja, o si lo había estado ensayando durante años, cuando le había dado por ingresar al teatro.Yo decidí no responder a las señas corporales, por perfectas que fueran. Si quería preguntar algo que lo hiciera. Ya me tenían medio hartas Adriana con los portazos y Martha con los arqueamientos de cejas. Ni que decir de mamá con sus razonamientos, que se parecían más bien a un tratado sobre la cría y apareamiento del ornitorrinco en cautiverio. Media hora más tarde volvió a entrar Adri como un perro miedoso, con la cola entre las patas. Vino directamente hacia mi, y me dijo:
—Vos debés haber disfrutado cuando el estúpido de Rodolfo dijo lo que dijo. Debe de haber sido una perla más para tu corona.
Yo me miré las uñas, y no quise contestarle, pero Martha, que siempre está metiendo cizaña, esta vez estaba de mi lado, y le dijo, —¿Y se puede saber que dijo el estúpido de Rodolfo?. Porque los que dicen las estupideces siempre son los demás, pero vos en vez de mandarlos a la mierda, siempre venís aquí a buscar culpables.
—No es así, dijo Adri. Rodolfo es un estúpido, pero esta, y me miró de reojo, le debe de haber dado motivos. Y después pone cara de santita.
.—¿Y?. El estúpido de Rodolfo hace un comentario desafortunado, y estúpido, porque no puede sustraerse a su esencia, y vos culpás a tu hermana?.
Adriana me miró con rabia, miró también a Martha, y le dijo —Vos siempre estás defendiendo lo indefendible. Mamá que estaba leyendo en el living, se acercó a nosotras y dijo, —Bueno Adrianita, no le vas a hacer caso de las gansadas que dice tu novio, si todos sabemos que es de medio pelo para abajo, un terraja total como dice tu hermano Germán. La cara de Adriana era un poema. Yo recién entonces salí de mi letargo, me paré y me dirigí a la cocina. Voy a hacerme un cafecito, dije, alguien quiere que le haga algo?.
Mamá dijo —Prepará té para todas.
Martha se sentó en el sofá del estar, abrió la cartera y sacó el paquete de cigarrillos. Mamá empezó con sus ufffffffffff, dejá esa porquería, nos vas a envenenar a todos. Martha se levantó, abrió la puerta de la terraza, y volvió a entrar. Prendió su cigarrillo y exhaló el humo muy despacito por la boca.
Yo miraba -como hago siempre con mi cara de ambiguedad- mientras ponía el agua a hervir, y abría la lata del café.
Preparé las tazas para el té, cargué la cafetera con agua.
Adriana se acercó despacio y cuando estaba muy cerca de mí, me dijo en voz baja:
—Vos lo debés de estar disfrutando.
Yo la miré desde algún lugar que no era aquella cocina, y le dije:
—Yo disfruto de otras cosas, no de estos puteríos de familia. Si no te bancás las estupideces que dice tu novio, dale una buena patada en el culo, o hacé como dice Sabina, abandonalo como se abandonan los zapatos viejos.
—Pero él dijo que..
—Y a quien carajo le importa lo que dice Rodolfo, solo a vos. Así que si no te podés fumar las estupideces que dice, mandalo a la mierda. Haceme caso. No es para vos.
—Ah, como si vos supieras que es lo mejor para mi. Siempre quisiste estar por arriba mío. Siempre la señorita era la más linda, la más lista, la más buena, la señorita perfecta.
—Mirá Adrianita, la que siempre fue amante de las tablas es Marthita, así que no me vengas a hacer escenas de la pobre cenicienta con sus hermanas malvadas.
—Y por qué me meten a mi en este entierro- dice Martha. Adriana no está del todo equivocada, vos qué sabés si ese estúpido no es para ella, justo vos, la preferida…

—A ver si se dejan de cotorrear las tres, tercia mamá. Aquí siempre fueron todas iguales…

Adriana empieza a aplaudir, —Gracias madre por tu discurso de las democracias, pero vos, y nadie mejor que vos sabe de los privilegios que tenía la señorita, hasta aquel penoso episodio del liceo… hasta eso le pasaron por alto.

—A ver si se dejan de decir estupideces, les digo a todas, no se si lo dice Sabina pero yo me hago cargo de todo lo que hice y dije en el pasado. Absolutamente de todo, hasta cuando tuve que acompañar a Adriana a… —Callate dice Martha, siempre la hiciste sufrir, y no te vengas a embanderar con la única vez que la acompañaste cuando… —¿Qué está pasando aquí? A donde te acompañó tu hermana Adriana?, pregunta mamá.Yo me doy cuenta que dije una estupidez, y le digo —Son cosas de nosotras mami. Cosas de hermanas. Nos salva el chillido de la caldera indicando que el agua estaba hirviendo.El té fue un intermedio.Pero algo más que la lata de café se había destapado.

Cuando estoy llevando las tazas a la pileta, Martha vuelve a encender un cigarrillo, mamá repite su perorata de que te estás matando y nos estás matando a todos, Adriana se me acerca y dice—Espero que no vuelvas a mencionar que me acompañaste a vos sabés donde, porque no lo podría soportar, hace años que quiero olvidarme de eso, y justo hoy lo traés… —Perdoname, cuando me siento perseguida, siempre tiro mierda. Pero no puedo soportar a esta altura del partido, cuando todas somos unas veteranas, que me vuelvan a decir que hace veintidós años tres minutos y cincuenta y seis segundos, le clavé una aguja a la desgraciada de Martha. Sí carajo, se la clavé, porque la muy atorranta me había leído la carta que le había escrito a Agustín, y después fue y la escribió en el pizarrón, y me hizo ganarme el odio de todos, incluso de Agustín, cuando en realidad, yo le escribí la carta en un momento de rabia, pero nunca se la iba a entregar entendés. Como cuando una habla sola, con el espejo, podés putear a voluntad, pero después la gente civilizada se queda en el molde. Pero ella hizo que me odiara medio colegio.

—¡Pero se la clavaste en una vena!!! —Sí, en aquella época todavía no sabía bien diferenciar venas de arterias. Mi idea original era otra. —Estás cada vez más loca, me dice. —Si estar cada vez más loca es haberme aguantado los celos de todas ustedes durante todos estos años, si estoy loca, pero no fui yo quien participó activamente de la caza de brujas que vos sabés como terminó.
—No quiero que toques ese tema. Ya sabés como nos afecta a mamá, y a nosotras…
—¿De que estás hablando?, dice mamá que su sordera es parecida a las lágrimas del cocodrilo.
—No hay peor sordo que el que no quiere oir, yo soy la mala de la película, pero para mí Uds. son las tres brujas de la historia, aunque después vengan y recen el rosario y treinta y cinco padrenuestros y veinte avemarías y sesenta y cuatro gloria a dios y también el kyrie eleison. Todavía me acuerdo de las clases de latín, lengua muerta, como esta maldita familia.

—No, nena, vos estás equivocada, o agrandando las cosas. Lo que pasó no fue culpa de nadie. Nosotras no provocamos que Carmen hiciera lo que hizo. Fue un accidente. —No nos podés culpar a nosotras, dice Martha aplastando el pucho de su cigarro en la planta de potus. Mamá la ve, saca el pucho de la maceta y lo tira en la bolsa de nylon donde guardan toda la basura. —Cada cual sabe lo que hizo. Yo no soy ninguna santa, pero todas saben que en la caza de brujas de Carmen, solo estuvieron ustedes tres, así que o terminamos esta conversación hoy y para siempre, incluyendo al estúpido de Rodolfo, o empezamos un nuevo juego de ajedrez. Yo elijo las negras.

viernes, 3 de junio de 2011

Mujeres de Negro - Parte III

Yo, él y las tres de negro

Soy Sonia, y desde hoy soy viuda. En realidad mi viudez tiene más de dos años. Creo que empezó el día que a Enrique le diagnosticaron un cáncer. El no me lo dijo, pero me llamó el médico de la familia, y comentó que le había dado la noticia y que había desaparecido. Aunque para mi Enrique estaba desaparecido mucho antes de que le encontraran el cáncer.
Para mi, Enrique se terminó cuando él dejó de sentir. No es que no sintiera amor, no sentía nada, Era una planta muerta. Dejaron de importarle su trabajo, sus hobbies, sus amigos, sus gustos. Cuando nos conocimos estudiaba abogacía, y tenía tantos planes, tantas ganas de cambiar el mundo, tantas ganas de hacer cosas. Pero el tiempo, las cosas pre-establecidas, las instituciones, la burocracia, los políticos y en definitiva las personas, lo empezaron a minar. Cada día un poquito más. Todos los días le iban sacando un pedacito de su espíritu de guerrero, hasta que un día no quedó nada. Y con el tiempo dejó de interesarle hasta el automovilismo que era lo único que además de sus ganas de cambiar al mundo, lo apasionaba. La música también lo apasionaba, pero había dejado de tocar el piano hacía años, y solo era un mero oyente de melodías.

Y cuando perdió la pasión, también me perdió. Yo lo amaba porque era un hombre apasionado en el sentido más amplio de la palabra. Cuando perdió su pasión yo me fui también. Me empecé a interesar en el arte, que era una pasión mía dejada de lado en la adolescencia, porque del arte no se come, empecé a pintar, y a exponer, y cada vez me fui alejando un poquito más. Vivíamos juntos, pero dejamos de ser pareja. Un día no quise compartir más mi cama con él, y de a poco empecé a amoblar el dormitorio que era de los varones y cuando estuvo todo pronto me mudé. Ninguno de los dos tocó el tema.
Habíamos tenido un matrimonio muy, pero muy apasionado, pero cuando él se empezó a secar, a aceptar cosas inaceptables, a defender casos indefendibles, a hacer la vista gorda en cosas importantes, yo dejé de reconocerlo. No era la persona que yo había elegido. Era otro. Traté de plantearlo en varias ocasiones, pero siempre tenía un “solo es hasta que me instale yo solo”, “solo es hasta que los chicos terminen sus estudios”, y una larga serie de etcéteras. Eso sí, teníamos una agitadísima vida social, conciertos, galas en la ópera, ballet, vernissages, avant-prémier, casamientos, cumpleaños de quince, velorios, cenas de camaradería, cenas con amigos, reuniones con los rotarios, presentaciones de libros, bautismos, y hasta primeras comuniones. Todo un combo de salidas para olvidar que erámos como marionetas bailando al son de un titiritero. Creo que no había un solo día en que no tuviésemos al menos un compromiso social. Un sábado llegamos a tener un bautismo en la mañana, y dos casamientos, uno en un haras al medio día, y el otro en una bodega sobre las 8 de la noche. Yo estaba más que repodrida con tanta salida, pero él insistía que eran compromisos importantes. Creo que cuando se enteró que estaba enfermo empezó a beber más de la cuenta. Yo seguía pintando, exponiendo y conociendo gente. Supongo que él también. Creo que mi pintura cambió, para mejor. Y él cada vez se parecía más al retrato de Dorian Gray.

Y un buen día de mañana, se sintió mal, llamamos a la emergencia, vino la ambulancia y lo llevó al sanatorio. Y ahí se terminó todo. Vino una túnica blanca totalmente anónima para decir que había sufrido un paro cardio-respiratorio y que a pesar de que intentaron reanimarlo, no había respondido. Creo que ese momento sentí lástima. No se si lástima o dolor, o una mezcla de las dos cosas. Lástima por él, por mi, por lo pudo haber sido mejor. Pero ya no estaba. Y no le había dicho adiós. Ni siquiera nos despedimos.
Les avisé a los chicos que estaban estudiando en España y EE.UU. y acordamos de velarlo cuando ellos llegaran.
Llegó el día y si bien detesto vestirme de negro, decidí que después de todo el tailleur negro era en verdad muy elegante, aunque la falda era rabona, pero las medias negras podían disimular un poco.
Nunca me gustaron los velorios de cuerpo presente, pero mis cuñados insistieron, y yo no quise contrariarlos. Siempre pensé que a las personas hay que recordarlas riendo felices, y no tiesas y con un color grisáceo en un cajón forrado de raso blanco capitoneado.

Sobre media tarde, y cuando ya había llegado todo el mundo, sus amigos y empleados del estudio, los vejestorios de los rotarios, sus conocidos del automovilismo, sus amigos políticos, los colegas y toda la familia, incluyendo los chicos que habían llegado a mediodía y estaban molidos del viaje, se hizo un silencio en la sala. Yo miré y vi en la puerta a tres mujeres vestidas de negro. Era casi totalmente previsible quienes eran. Podría haber pensado que papelón, pero no. Dentro de todo fue un toque bizarro y gracioso. Como una especie de mezcla de sainete con tragicomedia. Y yo siempre cultivé el humor negro. Después del shock inicial se sintió como una suerte de expresión de sorpresa, y después un silencio sepulcral. Además estaban las rosas amarillas con la leyenda: “Gracias por los favores recibidos”, firmada por Silvia, Ana y Stella.

Después la más carnosa de las tres, rubia piernuda, con los pelos frizados y lentes se acercó al cajón y besó a Enrique, y algo le susurró al oído. Desde donde yo me encontraba pude sentir aquel perfume dulce, muy dulce y amaderado. Yo lo llegué a usar hacía muchos años, pero era demasiado fuerte para usar de día y en media estación. ¿Cuál de las tres sería?. Decidí apostar a que era Silvia. Luego se acercó la segunda. Alta y grande también pero más disimulada. Con una elegancia muy sensual. Vi con curiosidad que le acariciaba las manos, los dedos y las muñecas. Supuse que era una caricia habitual entre ellos. Dudé sobre cual de las dos sería, si Ana o Stella, pero me arriesgué por Ana. La tercera demoró en acercarse. Al final lo hizo, pero antes me miró directamente a los ojos. Era distinta, más delicada, con un vestido negro cortísimo y unos tacos de 12 cms.. Le sonreí, y quedó medio en shock. Después me devolvió una intensa sonrisa, se acercó al cajón y lo miró un rato largo, y luego con su dedo índice recorrió su cara muy despacito, desde la frente hasta el mentón.
Las caras de los rotarios eran un poema. En realidad había mucha gente que estaba totalmente descolocada con aquella situación. Se me acercaron mis hijos, y me preguntaron quienes eran. Yo los miré, sonreí y les dije —Muchachos, ya somos todos grandes. Son amigas de papá que lo vinieron a despedir. Los tres se quedaron con la boca medio abierta. Yo realmente estaba disfrutando toda la situación.

Después me acerqué al terceto que estaba en un rincón, y les dije —Hola chicas, soy Sonia, y las besé a las tres. Estuve apostando a cual sería cada una, y veamos si no me equivoqué. Cuando se presentaron, Miss Piernas resultó ser Silvia, la del medio Ana, y la flacucha de las piernas largas del final Stella. Hasta en eso había embocado. Era toda una señal.
Supongo que ninguno de los presentes entendía nada de nada. Ni los colegas, ni los fanáticos de los fierros, ni los políticos, ni los amigos, ni los chupamedias de siempre.
Hasta las tres mujeres quedaron descolocadas.

Capaz que habían imaginado a una viuda matrona, vieja, arrugada, y que les iba a hacer el tal escandalete invitándolas a retirarse. Yo me quedé contenta de que por lo menos sus últimos años conviviendo con el cáncer estuvo acompañado. Chapeau Enrique.
Te lo merecías. Y entonces me acordé del poema de Amado Nervo:
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

Después que todo volvió a la normalidad, les dije, —Supongo que las flores amarillas las mandaron Uds.. Son mis preferidas. Y el mensaje, realmente inefable.

Después, como restándole importancia, comenté —El velorio es hasta las 20 horas, y se reabre mañana a las 9 de la mañana para ir al cementerio. Si no tienen nada mejor que hacer, podemos salir a tomar unas copas y despedir al Enrique como se merece.

Las grandota casi se ahoga tratando de tragarse la carcajada. Las otras dos me miraron perplejas, y a las 20 y 15 después de despedir y abrazar a todos y cada uno de los presentes, las cuatro mujeres de negro nos fuimos juntas taconeando fuerte.
Sonia y las tres mosqueteras.

Mujeres de Negro - Parte II

Yo y ellas tres

No se cuando empezó todo esto, o mejor dicho cuando terminó.
Creo que fue ese día en que me desperté, y cuando me quise incorporar para levantarme me sentí mal, me caí, y de ahí solo recuerdo las corridas en mi casa, y los gritos, y llamá al SEM, o al SUAT o a la UCM, alguien sabe de donde es socio papá, nadie sabe nada en esta casa. Y después vinieron los enfermeros y me pusieron una mascarilla, y yo no sentía las manos. Se que me pincharon el brazo y que sentía hormigueos en los pies, pero era como si no tuviera manos. Después todo pasó muy rápido. La ambulancia corría con la sirena prendida y yo veía las luces en el techo y después llegamos, y estaba en una camilla que circulaba por los corredores de mármol blanco muy lustroso y de nuevo las luces del techo de una sala donde hacía mucho frío y toda aquella gente vestida de blanco que hablaba despacito, y solo les veía los ojos atrás de un gorro y un tapabocas verde. Después hay un vacío. No me acuerdo de nada, y ahora que me despierto no reconozco donde estoy, pero tampoco me puedo parar para mirar. Estoy acostado boca arriba, pero no me puedo mover ni abrir los ojos.

Siento voces. Más que voces es un solo murmullo que no puedo distinguir, como si muchas personas hablaran pero desde lejos, y también siento un olor a flores que me está mareando un poco.

De pronto el murmullo se apaga, y siento una exclamación como de sorpresa. Después solo el silencio. Un rato después el olor de flores se desdibuja, queda pálido ante un perfume que reconocería desde el mismísimo infierno. Es el perfume de Silvia. Pero no puede ser que Silvia esté aquí. ¿Cómo podría?. Y entonces siento el perfume más fuerte, y alguien que se inclina sobre mi, me besa en la mejilla y me dice al oído –“Pensar que el viernes pasado estabas enterito y mirate ahora”. No se que está pasando. Silvia no puede estar en el sanatorio. Debo de estar soñando. Conocí a Silvia hace algunos años. Fue en una fiesta, y era una rubia con un físico imponente. Con los lentes podría haber pasado por una intelectual. Pero se sacaba los lentes y su verdadera personalidad le afloraba. ¿Por qué me involucré con Silvia?. Soy completamente consciente que fui yo quien la buscó. Pero tuvo que ver con algo que me había pasado esa tarde. Yo estaba en una cita con mi médico de cabecera, y ahí mismo y sin anestesia me dio la noticia. —Enrique, tenés un cáncer de colon de rápida evolución. No vas a tener dolores, no te voy a hacer pasar por una operación dolorosísima, porque no tiene sentido, pero empezá a disfrutar de la vida, trabajá menos y divertite más. No quise saber más. Salí del consultorio como corrido por el diablo, y esa misma noche conocí a Silvia. Me gustó que me toreara, porque tuvo más encanto. Me desafió a que consiguiera su teléfono y lo conseguí. Después empezamos a vernos. Siempre supe que Silvia no me quería, pero en definitiva yo era feliz las veces que estaba con ella. Una felicidad corta y efímera, pero felicidad al fin. Silvia me hacía sentir vivo cuando estaba con ella, y para mi era suficiente.

Siento que la persona que está sobre mi se levanta y se aleja. No puedo verla, pero el perfume se va alejando, y vuelvo a marearme con las flores. Es ahí que siento otra presencia. Se que es Ana porque solo ella me acariciaba las manos, los dedos y las muñecas de ese modo. Pero no puede ser. Ana no puede estar aquí. Ana no sabe de Silvia. Ana siempre fue tan… Solo me sale la palabra eficiente, pero ella era mucho más que eficiente. Creo que Ana estuvo enamorada de mi por algún tiempo. No mucho. Supongo que solo hasta conocerme. Pero era una morocha tan veladamente sensual, y cuando venía a mi oficina con aquellos trajes sastre que eran lo anti femeninos, a ella le quedaban como a otra mujer un pantalón blanco transparente y ajustado. Usaba camisas blancas abiertas los primeros tres botones, y yo no podía sacarle los ojos a como alargaba su cuello, a su mentón muy firme, y sus piernas siempre enfundadas en finísimas medias transparentes. Era la antítesis de Silvia. Silvia era la voluptuosidad en su máxima expresión. Ana en cambio era algo totalmente velado. Yo la iba a visitar al banco donde ella trabajaba, y a veces venía ella a mi oficina. Era una excelente profesional, y nunca entreveró lo laboral con lo demás. Un día en mi oficina, no pude aguantar más y me le acerqué por detrás y empecé a besarle y a mordisquearle el cuello, y la oreja. Nunca jamás hubiese imaginado que era de una personalidad tan avasalladora. Tan callada como se mostraba, era una mina increíble en la cama. También con ella supe que no duraría demasiado. Aunque creo que durante un tiempo largo me quiso o por lo menos sintió algo más que el sexo. Estoy casi seguro. Aunque con las mujeres nunca se sabe.
Pero no me arrepiento de ninguno de los momentos que pasé con ella.
Las manos que acariciaban las mías se soltaron como palomas. Después nada.


Creo que cuando mi médico me dio la noticia, me empecé a replantear todo lo que había sido mi vida. Mi matrimonio era una especie de planta, un árbol que se había secado hacía años, y ninguno de los dos quiso verlo, asumirlo, o solucionarlo.
Ni siquiera tenía las raíces podridas. Solo estaba seco y muerto. Erámos únicamente buenos compañeros de vida. Teníamos una vida social agitada. Los tres hijos estaban desperdigados estudiando, dos en España, y el menor en EE.UU. No sé si extrañaban mucho. No llamaban casi nunca. A veces estaban en el chat, y otras veces contaban algo por mail, pero ya no eran niños. Ya hacían su vidas, y nos necesitan poco y nada. Más bien solo pedían dinero cuando les hacía falta, pero solo eso. Tampoco yo estaba muy seguro de extrañarlos.

Mi trabajo que me había apasionado durante años, había dejado de interesarme hacía mucho. Cuando uno es joven se cree Robin Hood y cree que puede cambiar al mundo. Con los años te das cuenta que a Robin Hood lo bajaron de un hondazo, y que la burocracia, la mediocridad y la corrupción son moneda corriente en esta profesión. Y en las demás no debe de ser muy diferente. Y después, un buen día te das cuenta que todo deja de importarte, y que sos un eslabón más de una cadena que no funciona. Un engranaje que no sirve dentro de un mecanismo enfermo.
Todo pasa tan rápido. Era un niño tímido callado y que no tenía demasiados amigos. Hoy soy casi un viejo, y tampoco tengo demasiados amigos. Muchos conocidos, pero amigos, pocos, poquísimos.
Nunca fui un deportista, no me interesaba el football ni el box, ni el básquet, ni el ciclismo. Si me gustaban los fierros, y el automovilismo. Pero a determinada edad todo eso queda atrás, y con suerte te queda sobre la biblioteca alguna copa ganada en algún rally y nada más. Me insistieron en que me metiera en política, pero ya había visto suficiente, como para querer involucrarme en esa otra clase de mugre.

Quiero acordarme que más me gustaba. ¿Que disfrutaba yo de la vida?. Creo que en una época el buen cine, y los libros me atraparon. Pero también quedó atrás.
Lo que sigue maravillándome en el tiempo es la música, con Mozart, Vivaldi, Bach Tchaikowsky, Bethoven y tantos otros. Es poco si uno considera toda una vida. Demasiado poco. Será por eso que empecé a abusar del alcohol. Para no pensar que poco de todo me queda a esta altura. Estoy totalmente arrepentido de no haber fumado nunca un porro. Ni siquiera uno. Si pudiera volver atrás, creo que averiguaría donde conseguirlos, y por lo menos probaría. Ahora me queda solo un poco de música, el alcohol y los recuerdos.

Y ahí fueron que aparecieron Silvia y Ana. No antes. Aparecieron porque yo necesitaba respuestas y porque quería sentirme vivo hasta final.

Ahora me acuerdo de Stella. Creo que desde el inicio la subestimé. Yo ya venía tan cascoteado, con tanta nada en mi vida, que cuando alguien me recomendó para que le tramitara el divorcio, creo que ni siquiera me interesó el caso y lo fui llevando con desidia, sin responsabilidad, sin defender a mi cliente. Era un caso más entre tantos, para que yo siguiera manteniendo aquel estudio caro con alfombras rojas y cuadros de abogados viejos en las paredes.

Así que cuando la cité en un boliche para hablarle de las pretenciones económicas del atorrante del ex marido, un bueno para nada, que no tenía mejor idea que reclamarle la mitad de la herencia personal, ahí fue cuando realmente la conocí.
Me miró con aquellos ojos que tenían tanta vida, rabia y asco contenidos, que hacía que despidieran llamas. Me tiró los papeles en la cara. Era la verdadera estampa de la fierecilla no domada. Qué vida que tenía aquella mujer. Creo que en ese momento supe que necesitaba tenerla. Necesitaba absorber la vitalidad que ella tenía. Quería contagiarme nuevamente de esa pasión en todo lo que hacía. Le prometí un imposible. Pero logré el imposible previo pago de algunos dinerillos al mafioso ex marido. Tenía todavía alguna carta en la manga sobre lo inescrupuloso de Horacio y las matufias escondidas, así que no me salió tan caro. El tipo no lo valía. Ella sí.
Con el testimonio enrollado en una cinta, le mandé un enorme ramo de flores amarillas. Me llamó para agradecer, y la invité a cenar.
Terminamos enredados en una cama redonda donde casi me infarto. La vitalidad y la pasión de Stella eran obviamente para alguien más joven. Igual la seguí viendo. Necesitaba absorber toda esa pasión. Ver si yo podía ser así de nuevo. Como antes.

No se que pensarán ellas, pero creo que lo único que me hizo durar estos años fue la pasión que puse en cada una. Creo que se complementaban las tres, una tenía la voluptuosidad, la otra el misterio y Stella la pasión en todo lo que hacía. Creo que en el fondo ninguna me va a extrañar, pero yo las voy a extrañar a las tres. Solo haberlas conocido hizo que el tramo final valiera la pena de ser vivido.

Otra vez siento con una suave ráfaga de olor de rosas amarillas. Siempre me gustó regalar rosas amarillas. Siento un dedo que recorre mi rostro como solía hacer Stella. ¿Será ella?. Todo esto es tan increíble.

Un rato más tarde escuché una voz desconocida, y el chirrido de algo que se cerraba.
Después todo fue silencio y oscuridad.

Mujeres de Negro

Cuando me avisaron, no sentí nada. Ni alegría, ni alivio, ni rabia. Nada. Hacía poco que me había enterado que yo no era la única “otra”. Parecía que el caballero gustaba de los harenes, así que éramos tres, “las otras”. Una especie de menage a trois. Por supuesto que era casado. A mi realmente que fuera casado no me preocupaba para nada. Es más, siempre los buscaba casados. Con los solteros o divorciados de determinada edad no se llega a buen puerto. Con los casados tampoco, pero joden menos porque tienen que marcar tarjeta en otra casa. Los solteros cincuentones son irrecuperables, y yo a esta altura no estoy para hacerle terapia a nadie, y los divorciados siempre tienen problemas de ex mujeres, hijos adolescentes, hijos grandes, nietos y hasta ex perros y ex gatos y ex suegras, y aún así te quieren controlar. No, definitivamente los casados joden pero menos.
Las otras dos no eran amigas mías pero las había visto en algún que otro evento, así que solo por divertirme decidí llamarlas y citarlas en un boliche a tomar una copa.
Eso si, les pedí que vinieran vestidas de negro.
Supongo que aceptaron un poco por curiosidad, y otro poco por morbosidad, porque creo que las dos sabían del terceto.
Nos encontramos en un restaurant coquetón de Punta Gorda, que tenía una barra para tragos.
Yo llegué quince minutos antes de la hora, solo para verlas llegar, pero Ana me ganó de mano, y ya estaba sentada en la barra cuando yo llegué. Ana es alta, morocha con rulos, de tez oscura y si bien no es fisicoculturista, tiene como se dice vulgarmente, un buen lomo, aunque con unos kilos de más a mi parecer. Yo no soy esmirriada, pero soy más bien menuda y de cabello castaño, largo y lacio, cutis muy blanco y piernas largas. Siempre uso tacos lo que hace que parezca mucho más alta de lo que soy.
Nos saludamos con un beso, y decidimos esperar a que llegara Silvia para hacer el pedido.
Cuando vimos que había pasado más de media hora, llamamos al mozo y pedimos dos daiquiris. Cuando los estaba sirviendo llegó Silvia., y pidió al mozo que le sirviera lo mismo que a nosotras. Nos saludó y se sacó la chaqueta de cuero. Silvia es rubia, con el pelo frizado, pantorrillas gruesas y manos grandes. Tiene cara de intelectual, pero queda solo ahí. De intelectual ni la primer letra. Silvia es una mujerona, y con la falda negra muy corta cuando se cruzó de piernas fue casi un atentado violento al pudor. Había una mesa con dos tipos que nos debían de haber fichado desde que llegó Ana, y se empezaron a poner medio pesados.
Las tres configurábamos la trilogía de viudas negras. Ana con una robe manteau negra exquisita y yo con mi vestidito negro, corto, muy corto, las medias negras y los tacos aguja de 10 cm., era como para que a los tipos de la mesa cercana se le salieran los ojos de las órbitas. Pero hoy no era día de levante. Era día de velorio.
Cuando estuvieron servidos los tres daiquiris, las miré a las dos, y les hice la propuesta, aunque supongo que algo se debían haber de imaginado, cuando sugerí que vinieran de negro. Las carcajadas de Silvia retumbaron en el local.
—Vos estás loca Stella. Como se te ocurre que vayamos juntas al velorio de Enrique. Debe de estar toda la familia. Sería un papelón.
—Papelón por qué. Papelonero él en todo caso, y no te hagas la gata Flora. No hubieses venido de negro, porque vos sabías que mi idea era esa. Ir al velorio, y después irnos de copas de verdad, y despedir al difunto como se debe. Creo que Enriquito se merece esta última despedida. Y a vos que te parece Ana?.
—Estoy totalmente de acuerdo de despedirlo en triunvirato y de cuerpo presente, dijo Ana. ¿Alguna sabe de que murió?. No le habrá dado un patatus estando en la cama?
—Creo que de un infarto, dijo Silvia. Yo lo vi el viernes pasado y estaba enterito.
Nos reímos las tres por lo de enterito.
—Uds. se conocían entre Uds. pregunto, y agrego, sabían que también estaba yo?
—A mi no me importaba que tuviera otras mujeres, dice Silvia. De hecho prefería que tuviera otra mujer o mujeres para que me dejara tranquila. Yo ya tuve dos maridos, y ahora solo quiero amantes que no me compliquen la vida. Supe de Ana hace un año, y de ti me enteré hace poco porque los vi juntos entrando tu sabés donde.
—Ah, le digo, y que hacías tu por ahí, estabas trabajando de pistera, o ibas a lo mismo que nosotros?.
—Muñeca, me dice Silvia, yo nunca le prometí fidelidad a Enrique. Nunca salí a publicarlo en el diario, ni se lo dije, pero él era solo un compañero de cama que además se estaba volviendo un adulto mayor. O sea que sexualmente estaba entrando en la tercera edad.
Las carcajadas de las tres resonaron en el salón, y varios ojos se volvieron hacia nosotras.
—Bueno, antes de ir al velorio me gustaría saber algo más de ustedes, como lo conocieron, si tenemos algo en común, en fin saber como este hombre estaba vinculado a tres mujeres tan diferentes, por lo menos físicamente.
—Yo lo conocí en una fiesta, comienza Silvia. Estaba en una barra de amigas, y sentí su mirada varias veces. Me miraba las piernas, el escote, me sonrió desde su lugar, levantó su copa como para brindar, en fin, toda una serie de zalamerías típicas de un jovato putañero. Pero en determinado momento se me acercó, y directamente me dijo —Si no me das tu teléfono, le digo a mi mujer que me estás acosando. Yo lo miré un rato largo, le sonreí y le dije —Mal papel harías diciéndole esa estupidez a tu mujer, y además no todo es tan fácil en la vida. Si querés mi teléfono, lo menos que podés hacer es el esfuerzo de conseguirlo tu solo. Me levanté y me mandé mudar. A los tres días llegó a mi estudio un enorme ramo de rosas amarillas, con una tarjeta. Solo decía: Me tomé el trabajo. A partir de ahí, lo de siempre. Salimos a tomar algo, terminamos en la cama, y ninguno de los dos, pidió o prometió nada. Eso es todo. No lo deseaba la muerte, pero tampoco me afecta demasiado. Ya fue.
Ana me mira, y dice —Conmigo fue totalmente distinto. Creo que en el fondo yo me enamoré de él. Nunca le pregunté que sentía, porque no me importaba. Yo disfrutaba de su compañía y supongo que él de la mía. Hubo una época en que nos veíamos casi todos los días. Yo trabajo de contadora-auditora en un banco privado, y lo conocí ahí. El tenía un importante estudio jurídico que trabajaba con el banco, y cuando se le pidió el balance anual, lo cité para pedirle algunos detalles, porque había cosas medio turbias. Por supuesto que el préstamo que pedía no se le otorgó porque el balance no era sólido, pero nos vimos varias veces, en el banco y en su empresa, y un día estábamos en su oficina, yo sentada revisando unos papeles, y él se me acercó por detrás y me empezó a lamer la oreja derecha. Bueno, ahí me olvidé de mi marido, de mis hijos, hasta del apellido. Creo que fui discreta, nunca dejé que nadie se enterara. Es raro, pero creo que no lo voy a extrañar, ni como amante, ni como cliente, ni siquiera como ser humano.
Me mira a los ojos, y me dice: —Y por casa como andamos. Como lo conociste vos Stella?
Yo demoro en contestar. Después me envuelvo en el tiempo como en una sábana sudorosa, y empiezo mi relato. —Todas las cosas pasan porque tienen que pasar, y esta fue una más. Yo salía de un divorcio terrible, con tremendos puteríos. Ya saben como es esto. Los divorcios son fáciles cuando no hay plata de por medio. Cuando esto sucede se complica todo. Bueno, yo no sabía a que abogado ir, así que cuando una amiga me recomendó el estudio de Enrique, llamé hice una cita y me recibió muy cordialmente.
Nunca jamás se me hubiera pasado por la cabeza llegar a entreverarme con él, no es que no fuera un hombre atractivo, solo que yo lo veía como un señor mayor, un abogado serio. Ni siquiera lo veía medianamente atractivo- Además no estaba entre mis planes mediatos o inmediatos llegar a compartir la cama con alguien, tan rápido. Pero bueno. El divorcio se complicó. Mi ex me empezó a reclamar cada vez más cosas, y yo no estaba de acuerdo. Un día Enrique me citó en un boliche para decirme lo último que había solicitado el hijo de puta de mi ex marido. Me había citado ahí porque pensó que si me enteraba en su estudio hubiese hecho el tal escándalo dado lo absurdo de los reclamaciones de Horacio. Ahora visto desde otra óptica, capaz que el viejo putañero ya me tenía en la mira. Las reclamaciones eran tan absurdas, que le tiré los papeles en la cara, y le dije que si así iban a estar las cosas seguiría casada pero le haría una denuncia por violencia doméstica, para que se fuera a vivir otro lugar. Enrique me dijo si estaba loca. Yo le dije que no, que si yo estaba pagando un estudio tan caro para tener que enterarme de las pretenciones ridículas del estúpido de mi ex marido, entonces hubiera sido mejor envenenarlo lentamente con matahormigas, ahorrarme los honorarios del estudio y la partición de los bienes. Enrique me miró despacio, sonrió apenas, y me dijo, no te preocupes nena, solo te estaba evaluando. Te prometo que esto termina en una semana máximo y que no vas a perder nada de tus bienes personales.
Por supuesto que cumplió con lo prometido. Se repartieron unicamente los bienes gananciales. La tenencia de los chicos se hizo sin mayores dramas. Lo único que quería Horacio era una especie de dote de mi herencia familiar, y yo me había puesto en mis trece que la herencia de mis padres nunca la iba a tocar.
No sé si Enrique me estaba evaluando, o solo si quería ganar más dinero, o si pensó que estaba tratando con alguna tilinga de plata que no tenía una clara idea de las leyes. Porque evidentemente para hacer que Horacio aflojara en una semana le tuvo que costar dinero. En un año no, porque era herencia personal y no bienes gananciales, pero Enrique había prometido en una semana. Hasta ahí todo normal. Ni siquiera lo había mirado como hombre, solo como un abogado un tanto inescrupuloso. Pero cuando me llegó un ramo de rosas amarillas con la sentencia de divorcio anudada, lo llamé para agradecerle. Salimos a cenar, compartimos intimidades y de ahí a la cama fue solo un paso. Era un veterano que estaba bien para su edad, pero yo había conocido hombres más jóvenes, y que duraban más. Nada para comentar, pero a veces la soledad te hace hacer estupideces. Completamente segura de que no lo voy a extrañar.

Un minuto de silencio se hizo entre las tres, y decidimos dedicárselo. Después brindamos por las cosas en común y acordamos terminar nuestras copas y dirigirnos a la sala velatoria. En mi cartera había puesto un rosario negro para la misse en scene, y les sugerí a mis compañeras de velorio de enviar un enorme ramo de rosas amarillas, con la leyenda “Gracias por los favores recibidos”.

PANCHO

Me llamo Pancho, tengo cinco años, el pelo rubio y soy adoptado.
Creo que tengo una vida feliz, aunque mis hermanos que son mucho más grandes que yo, a veces me fastidian mucho.
Mi hermano que es fanático del football, a veces cuando vienen sus amigos me llama y me disfraza con la camiseta de Nacional. Yo no estoy muy seguro de que me guste ser de Nacional, pero como soy más chico y no puedo decir nada lo dejo. La otra, mi hermana Vivi, me pasa besuqueando, y siempre quiere tenerme a upa, aunque yo a veces me enojo. Cuando yo me enojo, ella me dice: —Pero miren, llegó el hombre de la casa. Yo no entiendo lo que dice, pero me parece que me toma el pelo. En verano, me pone una capa roja, y un gorro de papá Noel, y llama a sus amigas para sacarse fotos conmigo. Esther es la señora que viene dos veces por semana, y a veces le da lástima y me lleva a pasear, porque los demás siempre están ocupados. Mi mamá es buena, pero trabaja todo el día. Ella les dice a mis hermanos, —A ver si sacan a pasear a Pancho, pero siempre tienen que estudiar o hacer pavadas, como estar todo el día tirados en la cama escuchando música. A mi me gusta la música, y cuando mi hermano se pone a escuchar, yo me siento cerquita de él. Entonces el me dice —Vení Panchito, y me sube a la cama y me acaricia.
Mi hermana Vivi, me compra siempre capas para la lluvia. Mamá dice que no puedo mojarme porque ya tuve una infección en los oídos, así que tengo que salir con esas capas horrorosas. También está Martín, que es un loro barranquero muy tonto, que aprendió a gritar mi nombre, y se pasa gritando Panchooooo. Un día que gritaba mucho, tiré la jaula al piso, y se le salieron algunas plumas. Ahora se queda en el molde como dice Vivi.
La que me quiere más es mi mamá, pero trabaja todo el día. Pero me lleva al doctor, me da los remedios, me da de comer, y los fines de semana cuando está lindo me lleva para afuera. Mis hermanos ni locos van, porque dicen que allá afuera se aburren. Son tan bobos. Como se van a aburrir si el jardín es precioso. Hay pasto por todos lados, y pájaros y árboles. A mi mamá no le gusta que yo corra a los horneros, pero yo no los lastimo, solo los corro para jugar. Yo tengo como cinco amigos y amigas que apenas llego vienen corriendo a saludarme, y además mamá me lleva a la playa y yo corro, y corro y nunca me canso. Mamá siempre me dice, —Pancho no te me salgás de la vista, porque yo corro y corro, y ella tiene miedo de que me pierda. Cuando los niños se pierden en la playa todos aplauden, para ver si lo encuentran. Al que no quiero mucho es a Javier, el amigo de mi mamá. Antes era bueno conmigo, pero parece que empezó a no ver muy bien, y entonces se la agarra conmigo, y cuando mami no está mirando me da la tal patada, yo lloro, y mamá no sabe nunca que me pasa. Yo oí algo como que tiene una ceguera progresiva, y él se enoja por eso y da puñetazos sobre la mesa. De la rabia debe ser, pero yo no quiero que me de patadas. La semana pasada sentí que me iban a llevar a una escuela especial para que lo ayudara. A mi no me importa ayudarlo, pero si me llega a dar otra patada, le voy a gritar que él no es mi padre, y que nadie me puede pegar. Creo que a mi mamá le da lástima que Javier no vea, pero ella no sabe que me pega. Si supiera creo que le pegaría, porque mi mamá nos cuida a todos.






Mamá a veces se sienta en el sillón y no dice nada, pero yo sé que está triste. Yo me quedo quietito a su lado, y a veces ella me mira y me dice —Que muñeco precioso que sos Pancho, te voy a dar un premio por portarte tan bien. Y me trae unas galletitas muy ricas.

Esta escuela especial no es fea, pero todos los demás vienen hace años, y tienen la misma edad que yo, así que me da vergüenza, porque ellos ya saben cosas que yo recién estoy aprendiendo.

Ahora me hacen salir a caminar con Javier por la calle. El no me pasea, yo tengo que caminar con él para que se acostumbre, pero cada día tiene peor humor y yo no tengo la culpa. Y además nunca me habla. La otra vez solo me dijo, —a ver si caminás, estúpido. A mi me da lástima que se le esté apagando toda la luz como oí que le decía a alguien, pero se está volviendo malo. Consiguió algo como lo que usan los que montan a los caballos para que se apuren, y me pega con eso. Yo ya estoy muy cansado.

La otra noche se pudrió todo, como dicen mis hermanos. Javier estaba más malhumorado que nunca, y cuando estábamos por cruzar, el me pegó fuerte con ese latiguito que había conseguido. Yo me di vuelta, salté y se lo saqué, él se cayó y se golpeó la nuca contra el cordón de la vereda y no se movía. Yo quise gritarle —Vos no sos mi padre para pegarme, pero solo, me salió un Guau, probé de nuevo y solo salían Guau, y otro Guau, y otro más, y entonces sentí gritar a un vecino,
—A ver si hacen callar a ese perro de mierda.

Los mentirosos

TODO ESCRITOR que crea es un mentiroso; la literatura es mentira, pero de esa mentira sale una recreación de la realidad; recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación.
Juan Rulfo


Los mentirosos

Estoy en mi casa haciendo garabatos con los números que manejo todos los días. Me tuve que traer trabajo porque la yegua de Alicia pidió dos días justo cuando hay que presentar el informe, las proyecciones de venta para el próximo año y todo el maldito balance, para que el banco le dé el préstamo a uno de los mayores clientes del estudio. Me tengo que clavar dos días con esta porquería de trabajo, justo que mañana es el cumpleaños de mamá. Veo como por el lateral del escritorio sube una hormiga cargando una miguita del merengue que se me cayó ayer. La miguita que carga es casi más grande que ella, pero como no debe de estar afiliada a ningún plenario, no creo que haya reinvindicaciones sindicales para ella. -¿Que será, obrera, soldado, niñera?. No se que le voy a comprar a mamá si tengo que quedarme encerrada con este trabajo. Vuelvo cansada a la casita de mis viejos, cada cosa es un recuerdo que se agita en mi memoria. Antes nos juntábamos todos y le hacíamos un buen regalo, pero ahora con las luchas intestinas, nadie se encargó de nada, así que cada uno regalará de acuerdo a su bolsillo o a lo quieran gastar, ya que hay varios devotos de la virgen del codo. Solo una madre nos perdona en esta vida, es la única verdad, es mentira lo demás.
Guillermo, mi media naranja mecánica, es el tercer año que da excusas, y supongo que este año hará lo mismo. La hormiga continúa su ascenso, y ahora se topa con otra que va en sentido contrario. Se reconocen, y cada cual sigue su propio camino. No he logrado avanzar nada con esta proyección y con el cuadro de amortizaciones, así que me voy al living a servirme algo que tomar. Mozo, sirva otra copa. Cuando estoy saliendo con el vaso con el líquido dorado, siento la llave en la cerradura, y entra Guillermo. Siempre tengo la secreta esperanza de que me salude, o que diga algo, cualquier cosa agradable. Si supieras que aún dentro de mi alma, conservo aquel cariño que tuve para ti, quien sabe si supieras... Mira solo al vaso y dice:
-Espero que sea el primero. No lo miro ni le contesto, solo le pregunto: -¿Qué excusa le doy a mi madre mañana?. El responde: —La de todos los años, como siempre.
Vuelvo a mi escritorio, apoyo el vaso y busco a la hormiga. Allá va afanosa con su carga. ¿Donde estará su hormiguero?. Ojalá se muriera mañana, pienso. Creo que ni me daría cuenta. Para mi es como un muerto que camina. Sus ojos se cerraron, y el mundo sigue andando. Tendría que comprarme algo negro para el velorio. Capaz que en Sara hay alguna liquidación. A veces desearía tener algo de ilusión, pero ya no es posible. Ni siquiera la venden en la feria. Creo que podría ir al shopping antes de ir a lo de mamá y comprarle alguna blusa vistosa, o una chalina. No le puedo comprar todos los años discos de tango para que siga viviendo en el pasado. Ya sé, no me digás, tenés razón, la vida es una herida absurda. Para esta pobre hormiga no se si será una vida absurda o una vida aburrida. Creo que su organigrama es similar al de las abejas. Solo tiene sexo la reina. Así que esta pobre está predestinada a cargar migas de lo que sea de por vida, sin ninguna alegría extra. ¿Habrá hormigas como Guillermo?. ¿Tendrán las hormigas zánganos, o solo serán las abejas?. Creo que el cognac me empezó a hacer efecto. ¿Me estaré volviendo alcohólica?. La curda que al final, termine la función bajándole el telón al corazón. Es difícil soportar esta vida sin alcohol, o sin amigos, o sin otra expectativa. Mario no es una expectativa, es solo una necesidad física, fuera de eso no existe. También podría comprarle un teléfono. No se por qué es tan fanática de los teléfonos, del tipo que sean. ¿Será por el tema de la incomunicación? Ahora suena el mío y al otro lado de la línea está Adriana mi hermana menor. -Hola Nena, como andás?, a que hora vas mañana a lo de mamá?. —No sé, por qué?, le pregunto. No, dice, lo que pasa es que voy a decir que voy contigo porque no quiero que Pablo me lleve. —Bueno. decí que vas conmigo entonces, calculo que voy a ir sobre las 8 y media o nueve. ¿Ya compraste algo?. -No, me dice, pero mañana le compro cualquier pavadita de camino. Aquí está una de las devotas de la virgen. La hormiga se detiene como desorientada. Mira a derecha e izquierda, y como si reconociera nuevamente el camino, retoma la subida. Creo que este balance lo voy a tener que cerrar a dedo porque no me da nada con nada. No sé cuando, en qué maldito momento la relación con Guillermo se fue al carajo. Tal vez fue el síndrome del nido vacío. Pero creo que no. No tuvo que ver con eso. Fuimos separándonos cada día un poquito más, hasta que terminamos siendo dos personas solas y cínicas. Mentira, mentira, yo quise decirle, las horas que pasan ya no vuelven más. La hormiga se detiene otra vez. Capaz que no recuerda donde tiene que ir. Bueno, está como yo. Ya no recuerdo la época en que sentía. No solo amor, sino amor, odio, rabia, alegría, cualquier sentimiento, bueno o malo. Como me gustaba reírme. Podía reírme por horas. También me encantaba mi trabajo, y era realmente buena en lo que hacía. Disfrutaba de que mis informes fueran tan buenos y solicitados. Eterna y vieja juventud que me ha dejado acobardado como pájaro sin luz.
Se me instaló el cinismo en la cara como máscara de carnaval y ya no sé como sacarlo. Vuelve a sonar el teléfono, y esta vez antes de atender, vuelvo a cargar mi vaso. Es mamá. Eran cinco hermanos, ella era una santa, eran cinco besos que cada mañana. -Nena, como estás, a que hora vas a venir mañana?. No sé mamá, por qué? -Bueno, yo pensaba si podrías traer una botella de whisky, porque como van a venir algunos hombres... Ok, mamá, te llevo una botella, pero conseguí hielo, porque no voy a salir como el año pasado a buscar hielo a las 11 de la noche. Bueno, no te preocupes, consigo hielo, decime Guillermo va a venir mañana?. No, mamá le digo Guillermo está en Buenos Aires, y vuelve el domingo. -Ah, que lástima, el año pasado tampoco pudo venir, mandale saludos. -Si mami. Pobre mamá, piensa que el whisky es solo para hombres, capaz que le vuelvo a comprar un disco de tango para que siga viviendo en alguna época en que fue feliz. Si yo tuviera el corazón, el corazón que dí, si yo pudiera como ayer, amar sin presentir.
La hormiga está ahora en el tramo final. No veo ningún hormiguero, pero a algún lado va. Por el otro extremo veo venir otra, así que deben de estar cerca de su casa, no como yo que cada vez estoy más lejos. Voy a terminar este informe a como dé lugar y si alguien lo objeta que se remangue y lo haga. Llegó, ya la veo entrar en la esquina superior de la pared. Que vida aburrida, dejará la miga y volverá a salir a buscar otra. Podría aliviarla de su vida miserable y aplastarla con el dedo, pero hoy me siento magnánima y le perdono la vida.
Miro el cognac, y le digo, no al cognac, sino al retrato de nosotros dos que está sobre el escritorio, muy sonrientes en Paris, foto de una vida anterior, muy anterior, hoy vas a entrar en mi pasado, en el pasado de mi vida, tan grande ha sido nuestro amor y sin embargo hoy, mirá lo que quedó.
Mañana será otro día, pienso, otro día de mierda y voy a servirme mi tercer copa.

domingo, 15 de mayo de 2011

Visiones

Cuando Claudia compró la casa nunca pensó que terminaría haciendo lo que siempre reprochaba de los demás. Tampoco pensó que después de tantos años se volvería a encontrar con Mariana.
Su infancia en Durazno había sido terrible. En pueblo chico todos sabían de todos y no podía salir porque todos los vecinos estaban siempre detrás de las ventanas. Hasta su propia madre estaba en forma permanente en la ventana. Si cocinaba, veía un ángulo de la calle principal con la esquina. Si se sentaba a tomar mate en la puerta, la visibilidad era más amplia. Si estaba en el dormitorio tenía la visión de la calle de atrás. Hasta en el baño había una ventanita que daba al callejón. Claudia odiaba todo esto, porque cuando entraba ya su madre la recriminaba porque la vecina que vivía enfrente al colegio le había dicho que había estado conversando con un muchacho en la esquina del colegio. Si salía con amigas, siempre había alguna chismosa por la calle, o en la confitería, o atrás de alguna ventana dispuesta a llamar a su madre y ponerla al tanto. Tremendo lío se le armó cuando alguna de las corujas la vió fumando y fue con el chisme. Gracias a Dios a los 13 la mandaron a Montevideo. El lugar era horrible, pero por lo menos no había ventanas. Solo monjas que parecían de clausura y otras veinte chiquilinas todas del interior, y todas pupilas. La única distinta era Mariana. Ella no era del interior, era solamente medio pupila, no le gustaba ir con el uniforme aquel con las polleronas, y siempre iba con una pollera azul más corta de lo que las monjas permitían. Siempre tenía líos porque era muy contestadora. Claudia se sentía hipnotizada por Mariana, y a su vez Mariana empezó a confiar en Claudia, que era su única casi amiga. También había una monjita muy joven, que hablaba mucho con Mariana. Le decía “la rebelde sin causa”, y Mariana la llamaba “la novicia rebelde”. Las demás no le dirigían la palabra salvo para hacerle alguna recriminación.
—En este colegio de porquería me siento como en otra banda de sonido. Yo estoy en FM y todos los demás están sintonizados en AM. No puedo entender a toda esa sarta de comesantas, que se levantan rezan, se bañan, van a clases y rezan entre clase y clase, rezan antes de almorzar, rezan antes de acostarte, y me miran como si yo fuese de otro planeta. Se horrorizan porque me gustan las uñas pintadas, porque me gusta usar rimel y labiales y porque fumo a escondidas. No puedo hablar de nada con ellas. Por suerte yo me voy todas las tardes, pero estas ratas de biblioteca se quedan todo el día, tienen que dormir aquí y además tienen misa todas las tardes. Capaz que hasta les hacen dar gracias por no tener que convivir conmigo por las noches, y terminó la frase con una gran carcajada.
—Bueno, Mariana no es para tanto. A mi también me paspan. Pero yo estoy más acostumbrada. Me hacen acordar a Durazno y las mujeres en las ventanas. Aunque estas no están atrás de las ventanas, son las mismas caras, pero no tienen marcos de madera alrededor. Pero están siempre observando y cuchicheando unas con otras, y secreteando.

Así pasaron dos años. Mariana era rebelde pero casi siempre con causa y las monjas no podían reprocharle nada pues su escolaridad era impecable. No le gustaban las imposiciones, así que si bien sabía que tenía que ir con el uniforme completo, no transaba en el largo de las polleras. Las usaba del largo que ella considerada “potable”. Siempre usaba aquella palabra. También cuando alguna de las “comesantas” como las llamaba se ponían bravas usaba la palabra “infumable”. De a poco Mariana logró que a Claudia la dejaran salir algún fin de semana juntas. Solo de tarde y había que volver antes de las diez de la noche, pero Claudia descubrió otro mundo. El cine, los muchachos, ir a peinarse a una peluquería, maquillarse, usar medias de seda, usar zapatos de taco, fumar, y tomarse de vez en cuando algún cocktail. Nunca más tomó mate, pero le empezaron a gustar las polleras cortas como las de Mariana y pintarse las uñas, hasta las de los pies. También Mariana la llevó a una depiladora, y a un salón de belleza donde entró como una niña de quince y salió como una princesita de quince. Claudia estaba fascinada. No así las monjas. Llamaron a sus padres quienes cuando la vieron con aquel corte de pelo rebajado, las polleras cortas y las uñas pintadas pusieron el grito en el cielo. Las cosas se resolvieron de una manera absolutamente predecible. Suspendieron las salidas semanales de Claudia, separaron a las muchachas cada una en un grupo diferente, y a fin de año le pidieron a los padres de Mariana que la sacaran del colegio. Si bien sus calificaciones eran excelentes, ella no era para ese colegio. Los padres de Mariana que eran amplios como su hija, no tuvieron ningún inconveniente en cambiarla de colegio, no sin antes recordarles a las monjas que si la Iglesia Católica no se acompasaba al tiempo, con el tiempo la gente se iba a ir alejando.
Mariana ni siquiera pudo despedirse de Claudia. Solo la monjita joven la fue a despedir, Mariana la abrazó y le dijo al oído: —Cuando quieras pasar de monjita encerrada a mujer liberada, llamame. La monjita sonrió con tristeza, y la abrazó fuerte.


Después de la ida de Mariana, Claudia se encerró en si misma. Ya no formaba parte del grupo de las del interior, y se empezó a sentir como se había sentido Mariana. Sintonizando otra estación. Cuando salió del colegio no tenía ni una sola amiga, nadie a quien abrazar y decir hasta pronto. La universidad no fue mejor. Sus estudios iban bien, pero se sentía sola. No quería volver a Durazno porque allí ya no había nadie. Y las pocas relaciones con hombres no prosperaron. Ella estaba muy encerrada en si misma.

Los años fueron pasando. Para unos muy rápido, para otros más lentos, pero veinte años después Claudia se encontró abriendo cajas y cajones en la casa que había comprado.
Había sido una mudanza terrible, ya que tuvo que desprenderse de muchísimas cosas de la casa de Durazno. Muchas las regaló, otras las mandó a remate y algunas otras se las trajo con ella para su casa nueva en Montevideo. Los padres de Claudia dejaron la casa de Durazno armada para Claudia y su hermano, y se fueron a vivir a Salto con otro matrimonio de amigos. El hermano de Claudia se casó y se fue a vivir con su mujer a Paysandú, y no quiso nada de la casa de Durazno. Así que Claudia desarmó la casa, la vendió sin ningún remordimiento, y se compró en Montevideo, cerca del Parque Rodó con tantas ventanas como las que tenía en la otra.

Claudia nunca se había casado, y su vida, casi sin proponérselo empezó a parecerse a la de su madre. Se sentaba a tomar café en el porche y miraba la gente pasar. Sabía quien era quien en su cuadra y en la de enfrente, y ya casi distinguía las figuras de las otras dos cuadras. Le gustaba sobretodo ver aquellos dos niños gemelos que salían de una casa que estaba en diagonal con su casa. Nunca veía quien los despedía, porque la camioneta que los venía a buscar siempre interrumpía la visión. No sabía si era un hombre o una mujer quien los despedía a las 8 de la mañana y los recibía a las 5 de la tarde. Tampoco sabía quien vivía, porque sobre las 9 de la mañana salía un auto y lo volvía ver entrar sobre las 7 de la tarde. Posiblemente a los niños los recibiera alguna niñera, y después sus padres llegaran sobre las 7. También los mandados los hacían en auto así que tampoco podía ver quien entraba o salía de esa casa. Claudia conocía la vida de todos y cada uno de sus vecinos, aunque los gemelos eran sus favoritos. Se había convertido en una mujer solitaria y avinagrada. No le gustaba salir de su casa, así que ponía inyectables, tomaba la presión y hacía algún que otro quehacer en el ramo médico ya que se había recibido de instrumentista. Ejerció poco. No pudo resistir la presión y los llamados de madrugada ni las guardias de 48 horas. Tambien daba clases para preparación de exámenes de enfermería, pero su vida no existía. Ella vivía a través de la vida de los demás. Una tarde se animó y antes de que llegara la camioneta, salió de su casa y se encaminó hasta la casa de la esquina. Cuando llegó la camioneta los gemelos corrieron a subirse. Al arrancar logró ver a una mujer rubia que saludaba con un brazo en alto. Claudia se sobresaltó. Los años pasan para todos, pero esa era Mariana, estaba segura. La mujer miró en su dirección y la vio, y dijo en una especie de pregunta —¿Claudia?. Claudia se acercó despacio, y cuando estaba a diez metros dijo —¿Sos vos Mariana?. Ambas corrieron y se abrazaron durante largo rato. Claudia empezó a llorar. —Nunca pude decirte adiós. El día que te vinieron a buscar nos dejaron encerradas en un salón. Nunca me recuperé de eso. ¿Cómo estás tu?.
Mariana la separó, le sonrió y le dijo, —que casualidad verte. Pensé en nosotras mucho tiempo. ¿Vivís cerca?
Claudia se rió y le mostró su casa. La expresión de Mariana cambió. —¿Qué pasa, preguntó Claudia?.
—Nada especial, respondió Mariana. Solo que cada vez que paso por esa casa con tantas ventanas, y veo siempre una silueta tras las ventanas, me acuerdo de lo que decías de las mujeres atrás de las ventanas, “mujeres con marcos de madera alrededor”. —¿Vivís sola?, —¿Sos vos la silueta que veo detrás de la ventana?.
Claudia le sonrió y le dijo.—Si, soy yo. Vení una de estas tardes por casa y hablamos. Me muero por hablar contigo.
Al día siguiente se reunieron en la casa de Claudia.
Claudia resumió su vida en seis frases. —Muchas veces te eché la culpa. Me mostraste una visión distinta del mundo y después me dejaste sola. Más tarde me di cuenta que yo no había tenido el suficiente valor para seguir adelante. Cuando a vos te echaron o te invitaron a irte, yo me quedé tan sola como los hongos que crecen en alguna planta, y después mueren. Nunca pude recuperarme. Ni siquiera después que mis padres se fueron. Mi suerte ya estaba echada.
Mariana la abrazó. —Capaz que no pusiste mucho empeño. A mi tampoco me fue demasiado bien, y lo único que tengo son mis muñequitos. Pero me alcanza y sobra.
Claudia la miró y sin poder comprenderlo le preguntó: ¿Te quedaste viuda?.
Mariana, le sonrió desde algún lugar de la estratófera, y le dijo, –-—No, me topé con un violento, y casi no salgo viva.
Claudia, la miró como la miraba cuando tenía trece años, y Mariana sonrió. Sabía que quería saber, quería aprender.
Mariana, le tomó la mano, y le dijo: —Yo siempre fui muy gallita, y supongo que eso me trajo muchos, muchísimos problemas, pero al final, me salvó la vida, y le salvó la vida a Nicolás y Matías, mis muñecos.
Cuando conocí a Joaquín era un muchacho muy agradable, tus padres lo hubieran aprobado. Era de buena familia, buen mozo, trabajador y muy amable. Eso era solo la fachada. Era un celoso patológico. Me empezó a celar a partir de la luna de miel, de otra forma nunca me hubiera casado con él. Si tenía las faldas cortas, si las tenía largas, si me maquillaba, si no me maquillaba, si salía con el pelo suelto, si salía con el pelo atado, todo era motivo de problemas. Me arruinó cuanta fiesta tuve, si estaba escotada era lo mismo que si estaba vestida de monja. Si me miraba un tipo ya era un conflicto, así que te imaginarás que vivía de conflicto en conflicto. Hasta que quedé embarazada. Nunca supe como estos chiquilines nacieron bien. Me mortificó durante todo el embarazo. Por supuesto que eran suyos, pero era un enfermo.
Claudia la mira, y no puede creer lo que escucha. —Contame como eso de que ser gallita te salvó la vida.
—Bueno no fue eso exactamente, sino donde me hallaba en ese momento. También tuvo que ver eso. Los mellizos estaban ese día en el corralito jugando y tenían diez meses, y yo estaba en la cocina haciéndoles el puré de zapallo, papa y zanahoria, cuando entró Joaquín. No se que raye tenía en su cabeza, pero empezó con que aquellos bastardos le estaban arruinando la vida, y que yo no me iba a salvar. Que él no quería ser el hazmereir del barrio, y que el ser madre no me iba a salvar. Gracias a Dios que estaba en la cocina, y no en el living. Si hubiera estado en el living me hubiera dado la tal paliza, y yo posiblemente después lo hubiese matado, de una forma o de otra, pero lo hubiera matado, con un cuchillo, mientras dormía, con veneno o con un martillazo en la cabeza. Pero estaba segura que lo hubiera matado antes de que él tocara a mis hijos. Tenía esa obsesión con los gemelos. Pero Dios aprieta pero no ahorca, así que me encontró en la cocina. Cuando me tiró el primer golpe, miré alrededor y vi solita, ahí mirándome la cuchilla de cocina. La agarré y le tiré un cuchillazo en el antebrazo. Cuando se vió el tajo y empezó a sangrar, se puso como loco. Los gemelos empezaron a llorar. Me dijo —No vas a ser capaz. Yo le contesté —Solo probame. Me llegás a tirar otro golpe, y te mato. Como había estudiado medicina, sabía exactamente que cuchillada podía matarlo. Hice varias denuncias, pero sobre todo por mis hijos. Llamé a sus padres y les dije que ellos serían responsables si a mis hijos les pasaba algo. Supongo que eso surtió efecto. Lo internaron en una clínica y ahora está en pareja con alguna pobre mujer. Nunca le reclamé pensión alguna, para no darle ningún motivo adicional, pero eso sí tiene la visita prohibida. Los gemelos creen que su padre está muerto. Yo por las dudas siempre estoy en guardia. Con los locos nunca se sabe. Y tu vida como fue?
Claudia, la mira y vuelve a aparecer su mirada incrédula y de admiración.
Bueno después que te fuiste, ya nada volvió a ser igual. Salí de aquel maldito colegio sin ninguna amiga, terminé la universidad y mis relaciones con los hombres nunca llegaron a buen puerto. Una vez me embaracé y el muy estúpido me insultó y me dijo que no le importaba ni aunque fuese él el padre. Así que yo muy en contra de mis principios decidí interrumpir aquella gestación. Nadie debía de transmitir los genes de aquel mal bicho. Cuando al tiempo volvió con el caballo cansado a conocer a su hijo, le dije que lo había soñado. Que yo jamás me hubiese embarazado de un tipo enfermo como él. Se derrumbó, pero se lo merecía. Creo que eso te lo debo. Yo jamás hubiese dicho eso, pero el tipo se había hecho acreedor. Supongo que estoy reviviendo mi infancia, pero por lo menos no atormento a ningún adolescente. Aunque a veces pienso que estoy reviviendo mi pasado. A veces detrás de la ventana, estoy segura que veo a mi hermano volver del colegio en bicicleta y a mi madre mirándolo detrás de las cortinas de voile del living. Otras veces me veo a mi misma volver a Durazno a vaciar la casa de mis padres.
Pero la mayoría de las veces cuando miro el vidrio de mi ventana, me veo con quince años, un corte de pelo modernísimo, las uñas y los labios pintados y los ojos soñadores, soñando un futuro feliz que nunca llegó.

jueves, 14 de abril de 2011

Voces

Nunca supe que te pasó. Te fuiste en algún momento, y yo no me di cuenta. Capaz que estaba muy ocupado con el trabajo, o mis hijos, pero ese día, el del final supe que ya te habías ido hacía muchísimo tiempo. Bueno, ahora de viejo me entero que las mujeres son así. El día que te dejan, o te lo dicen, es porque hace años que para ellas está terminado.. Perdoname, no me di cuenta. Tantas veces repasé el final y hasta el día de hoy que han pasado varios años, te sigo extrañando. Extraño el como me peleabas, como me rebatías todo lo que decía, como me mirabas y yo sabía aunque no me lo dijeras me estabas mandando a la mierda. Pucha, que mujer guerrera resultaste. Supongo que fue eso mismo lo que me atrajo.

A veces desearía no haberte conocido. Lo único que me atrajo de ti fue que me hiciste reir. Era lo único que me hacía falta. Siempre que hablaba con mis compañeros de trabajo, les decía que unicamente volvería a salir con un hombre que me hiciera reir y que supiera cocinar. Vos no sabías cocinar, pero me hacías reir. Las dos virtudes juntas eran imposibles. Así que al fin pensé, algo es algo. Con tantos tarados que hay por ahí. Con simplezas solamente, pero me hacías reir, y no eras feo. Debo admitir que en eso soy absolutamente inflexible. Si el hombre no me gusta fisicamente, no marcha. No hay tu tía ni mi tía, ni la tía de nadie. Si no me atrae fisicamente, está arruinado antes de empezar. Soy totalitaria y no me arrepiento.

Ahora mismo me acuerdo como nos conocimos. Fue en aquella fiesta que hicieron en tu trabajo. Yo era el asesor jurídico de la empresa, y cuando hicieron la fiesta de inauguración del nuevo local, te conocí. Eras la contadora de la firma y estabas como Peñarol en la decada del 60 o como Nacional en la del 70. El día que nos presentaron no me diste ni la hora, pero te hice reir un rato con mis vivencias en el exterior. Eras además el tipo de mujer que me gusta. Alta, delgada pero no tísica, y con una personalidad fuerte, fortísima. Capaz que me equivoqué en eso. Demasiado fuerte para mi, porque nunca pude soportar que una mujer fuera más fuerte que yo.

Supongo que el día que te conocí no me impresionaste abiertamente. Soy bichera consumada, así que me pareciste un pavo real tratando de conquistarme con su cola. Pero yo ya había conocido tantos pavos reales que francamente no me dio para darte ni la hora. Al final me hiciste reir con estupideces, pero lo lograste. Me hiciste reir. Un punto a tu favor. Evidentemente después te esforzaste un poco más. Pero había algo, no se si tu machismo o algo que estaba en algún lugar, que me crispaba. Te gustaba jugar al maestro de ceremonias, y coquetear socialmente con todas las veteranas que conocías. Siempre pensé que lo hacías para pincharme, o fastidiarme, pero nunca me molestó. Al contrario, me divertían aquellas actitudes tuyas de pavo real pavoneándose. Nunca conocí los celos.









Ahora que lo pienso, yo tenía mis propios traumas. Mi madre se había muerto cuando yo tenía 9 y siempre la culpé. Por irse antes de tiempo y por otras cosas, así que con las mujeres yo era muy hijo de puta. Mi primera mujer, y la madre de mis hijos era una loca de atar, celosa, muy competitiva y revanchista. Cuando me fui a la mierda con Madelón, se puso como loca. Un día me rayó todo el auto con un llavero. Cuando te lo conté, me dijiste jodete. Ella sabía que a vos solo te importaban dos cosas en la vida, la plata y el auto –como si fuera una prolongación de tu pene. Así que ya que no pudo cortártelo, te lo rayó todo. Chapeau por tu ex. Por lo menos no se reprimió y te castigó donde más te dolía. Cuando me dijiste eso, creo que comprendí que la había lastimado mucho. Me lo hiciste ver. Nunca le pedí perdón, pero está entre mis próximas acciones.

Así y todo, creo que te quise, por lo menos un poco. Cuando no estaba contigo y veía algo lindo, un paisaje, una pintura o una escultura, una puesta de sol o una película, te la contaba en mi mente para que no te la perdieras. Cuando vi “Perfume de Mujer” con Vittorio Gassman, y la remake americana con Al Pacino, pensé, cuando te vea te la voy a contar. Un deleite de placer. Cualquiera de las dos, la actuación de Gassman, extraordinaria, y la escena de Paccino bailando “Por una cabeza” y manejando ciego un Porsche o un Lamborghini, es de antología. Creo firmemente que uno tiene que disfrutar de los placeres de la vida, y para mi eso fue un plus. Un orgasmo de placer, sin sexo. Maravilloso.

Capaz que lo nuestro estaba destinado al fracaso, pero como nos divertíamos juntos. Esperaba ansioso todas las tardes cuando ambos salíamos del trabajo y volvíamos a casa, nos sentábamos a hablar, te sentabas en mis rodillas, me acariciabas el pelo, y te reías. Ahora aprendí que en realidad te estaba asfixiando con mis celos. No podía soportar que te mirara otro hombre. Me pesaban los años que teníamos de diferencia, me gustaba que fueras una mujer sexy y que usaras medias negras con esos bordes de encaje que se te pegaban a las piernas, pero odiaba que los hombres te miraran las piernas. Me encantaba tu risa pero odiaba que los hombres te miraran cuando te reías. Me gustaba que en las fiestas usaras vestidos escotados y pegados al cuerpo, y al mismo tiempo me moría de celos cuando te miraban. Si, ya se que te arruiné montones de fiestas, porque al llegar te hacía mil reproches. Fui siempre un estúpido. Me gustaba que los demás me envidiaran la mujer que tenía, pero creo que el temor a perderte hizo que me comportara con un imbécil. Que lástima.

Y un día cualquiera, supe bien que se había terminado. Tal vez fueron tus historias que siempre eran las mismas y ya no me hacían reir. Tal vez fueron tus mentiritas también estúpidas, y que yo hacía que me creía simplemente porque siempre fui muy cómoda y no quería invertir energía en una discusión. Tal vez fue tu ego fatalmente machista, donde además solo importaba la marca del auto y el saldo de la cuenta bancaria de las personas para considerarlas amigas. Tal vez fue que te perdí el respeto y alguien 12 años más joven, no que tu sino que yo, me devolvió la risa. Nunca te lo dije. Empezó y terminó porque yo le puse fin. No fue por herirte. Simplemente pasó y no me arrepiento.


Hoy se bien que fui yo quien lo arruinó. Mis hijos siempre me decían —Papá no la pierdas, porque solo ella puede aguantarte. Pero yo siempre fui un suicida. No se si fue por la culpa que yo le adjudiqué a mi madre, pero las mujeres siempre se iban y nos dejaban solos, entonces yo tenía que vengarme y tratarlas mal, o hacerlas sufrir, o mentirles, o lastimarlas. Pero contigo era distinto. Yo no podía ejercer presión económica, porque tu tenías tus ingresos, No podía celarte, porque tu eras lo suficientemente peleadora para mandarme a la mierda, yo no podía tener la situación bajo control, porque tu eras impredecible. Entré en un caos. No quería perderte, pero había comprado una rifa para perderte, y tenía todos los boletos.

Yo estoy bien. No te extraño, pero cada tanto reviso el obituario para ver si aparece tu nombre. Recuerdo que un día estábamos durmiendo, y yo me desperté a las tres de la mañana. No se si fue porque estabas roncando, o porque me había cansado que quisieras enseñarme a regar, a cocinar, o a darme clases de como manguerear el auto cuando lo estabas lavando. O todas las estupideces que decías. Así, que te dí el tal golpe en la espalda. Te pegué el tal golpe y me hice la dormida. Tampoco me arrepiento. No te deseo la muerte, solo el sufrimiento por arruinar lo único rescatable que tuviste en tu vida.Te vas a convertir en un viejo amargado, lleno de culpas y rencores, insufrible e inaguantable, y no quiero estar ahí para verlo.Como los versos de Idea Vilariño, “ya no será, no volveré a tocarte. No te veré morir”.

Hoy se que te perdí. Me dijiste que no podías resistir ni el sonido de mi voz.
Perdoname. Yo se que si estuviéramos frente a frente me mirarías con asco.
Y tendrías razón. Nunca conocí una mujer tan fuerte. Perdoname. No pude perdonar a mi madre, pero te pido que me perdones.

Nunca te voy a perdonar. Pudimos haber tenido una vida como la de pocos. Pero lo arruinaste. Y ni el mejor pegamento podría recomponer los pedazos rotos.
No, no te perdono.

viernes, 11 de marzo de 2011

Asignatura Pendiente

Asignatura pendiente

El centro comercial había quedado en penumbras.
Yo, siempre buscando comprar porquerías que no necesito –según el tacaño de mi marido- que además no pagaba él, pero que no comía huevos por no tirar la cáscara.
Yo cargando con mi cartera que pesaba casi 2 toneladas, la agenda y tres bolsas del super, porque siempre hago esa gansada, voy a comprar solo un desodorante, y salgo con papas, tomates, naranjas, litros de leche y cargando todo como una mula. No una mula de las que cargan droga y después cobran. No, de las otras. De las que cargan para la despensa para que después coman otros que ni siquiera se mueven de frente al televisor.
Yo no aprendo más. Siempre cargando bolsas, y hoy me entretuve demasiado mirando los yogures, y además no compré ninguno, y ahora cuando salgo está todo oscuro y no se donde diablos está la salida. En este centro cuando cierran clausuran algunas puertas, pero como tengo tanta suerte, estoy segura que cuando llegue a mi salida la deben de haber clausurado y debo de salir por la otra que es exactamente a 360º grados como decía aquel milico. No, 360º era exactamente el mismo lugar, a 180º de donde estoy ahora. Que yo sepa no hay restricciones de la compañía de energía eléctrica, pero estos deben ser como mi marido, devotos de la virgen Del Codo. Amarretes perdidos. No se ve ni lo que se conversa, y estos pasillos están tan oscuros que tengo miedo de caerme con todo el bolserío. Ni quiero ni pensar caerme y que me tengan que venir a auxiliar como si fuera una de esas viejas chotas que se caen y desparraman todo el bolserío y que horror, las benditas naranjas que pesan más de los dos kilos que compré rueden por todos lados y yo corriendo las naranjas para no perder ni una sola. Que desastre. Ahora pienso que todo lo que compré, con excepción de los dos litros de leche, rueda. Si me llego a dar un porrazo con estas bolsas, las naranjas se van a desparramar por un lado, los tomates por otro y ni hablar de las papas. Más vale que no me caiga, porque si me llego a caer no voy a levantar absolutamente nada, y cuando llegue a mi casa le voy a dar una buena patada en el culo a mi marido, por no ir él a hacer los mandados, ya que está jubilado y está todo el día mirando porquerías. Está tan tarado que ahora ve un programa argentino tan horroroso que son personas que se encierran en una casa y se van echando mutuamente. El gran hermano o cuñado, o algo similar. Si no es eso ahora mira novelas o informativos mientras chupa cerveza. Yo sigo trabajando solamente para no tener que estar todo el día en casa con él. A esta altura estoy podrida de mi trabajito en el B.P.S. atendiendo público que a veces no sabe ni lo que está pidiendo. Si, es verdad que aquí las chiquilinas nuevas son medio perras, y cuando viene alguna persona mayor que hizo una cola de media hora en informes, después le dijeron que ahí no era, y deambula de mostrador en mostrador, al final antes de que las agarren estas perras y les pidan el certificado de vacuna antivariólica del suegro, las hago pasar a mi box y les explico en casi media hora que es lo que precisan traer. No si se tengo vocación de samaritana o pienso que si yo estuviera en la misma situación, me gustaría tener solo un un poquito de buena voluntad de la persona que me atienda. Sobretodo porque son personas mayores, algunas muy mayores, y algunas con pocas luces, o poca experiencia de lo que es lidiar en una oficina pública a determinada edad. Y ya están muy cansados.
Doy vuelta para bajar por la escalera porque trancaron la mecánica, y puteo interiormente. Bajar escaleras cargada de bolsas. Al pie del ascensor hay como cinco pibes que yo no se si son planchas, o dark o flogger, pero todos son de pelo oscuro, con los pelos lacios y con el mismo corte rebajado hacia el rostro. Me acuerdo del programa de Olmedo donde decía que a los enanos los tenía plantados en almacigos y me río. Uno de los pibes me mira y les dice a los otros, —Ah, la veterana viene divertida. Vamos a ver si nos dice que la divierte tanto. Yo los miro, no se desde donde, y pienso pucha carajo estos nabos deben de haberse fumado todo, y yo nunca ni siquiera un porrito.

El que parece que es el jefe de la bandita de inadaptados, con unas bermudas que le empiezan en la ingle, dos tatuajes que le comienzan en los hombros y le llegan hasta las muñecas, caravanitas brillantes en las dos orejas y varios piercings, uno que le atraviesa la ceja izquierda, otro a un costado de la nariz y los demás, según veo después en la lengua, se me para enfrente cortándome el paso. Los otros bobalicones parecidos que están atrás se ríen. Yo me caliento. Estos pendejos no me van a cortar el paso sin llevárselas de arriba. Miro al gordito con cara de estúpido que fue el primero en reirse, y sin mirar al jefe de los raros le digo:—No se de que te reís con esa cara de opa. Vos sos el gran candidato a cornudo. Y que hacen Uds. todos varones sin ninguna chiquilina?. ¿Están jugando al ludo?. Capaz que me fui de madre, se miran entre si. No saben lo que es el ludo. El jefe de los bandoleros, me dice con tono de matón, pero con vocesita que aún no le llegó el grave y conserva los agudos de niño: —Estás grande mamita, si no te mostrábamos a que estamos jugando. Yo los miro desde el más allá, sacudo la cabeza y les digo —Si no tienen un porro para convidar, ni siquiera me dirijan la palabra. Y los empujo para avanzar. Siento que uno grita, Mamacita vení y fumate un porrito con nosotros. Me doy vuelta y les digo, —Donde está el porro pregunto?. Uno me da algo que nunca había visto. Lo apreto y lo guardo en el bolsillo. —Mejor vayan a ver si consiguen alguna chiquilina. No puedo quedarme a fumar con Uds. porque estoy fichada. Todos me miran con admiración. Sigo caminando y me río sola. Abro el bolsillo y miro el contenido. Pienso en como voy a hacer para fumarme el porro con Esteban mirando a gran hermano. Por suerte me llega el fresco de la calle y encuentro las puertas corredizas. Llego con miedo al auto. Está tan oscuro que tengo miedo que algún otro loquito esté cerca y tenga que pegarle con las bolsas. No. No hay nadie.
Llego segura a mi casa. Esteban con un vaso de cerveza está mirando basketball. Cuando no es football, es basketball, o los programas de Sonsol Julio Ríos, Toto da Silveira, football alemán, automovilismo, tennis, telenovelas mejicanas o el gran hermano.
Pongo las bolsas sobre el mármol, abro la heladera para guardar todo y cuando me pregunta —Vieja, que vamos a cenar?, yo lo miro como quien mira a una mosca a la que está a punto de darle un golpe seco con el repasador, y le digo: —Si querés cenar andá a La Pasiva y comprate algo, pero andá ahora que están de rebajas.
El me conoce. Sabe que cuando hablo así es porque quiero que se vaya. Una o dos horas. Solo eso. Va al corredor, toma un saquito de punto y una gorra, me dice —Vuelvo en una hora, y sale a la calle.
Yo apago el televisor, me sirvo un whisky, prendo el audio y pongo a los Rolling Stones cantando Satisfaction, saco del bolsillo el porrito que me dieron los darks, me siento en el sillón del living, y sin lecciones previas me siento a disfrutar una de mis asignaturas pendientes.