viernes, 11 de marzo de 2011

Asignatura Pendiente

Asignatura pendiente

El centro comercial había quedado en penumbras.
Yo, siempre buscando comprar porquerías que no necesito –según el tacaño de mi marido- que además no pagaba él, pero que no comía huevos por no tirar la cáscara.
Yo cargando con mi cartera que pesaba casi 2 toneladas, la agenda y tres bolsas del super, porque siempre hago esa gansada, voy a comprar solo un desodorante, y salgo con papas, tomates, naranjas, litros de leche y cargando todo como una mula. No una mula de las que cargan droga y después cobran. No, de las otras. De las que cargan para la despensa para que después coman otros que ni siquiera se mueven de frente al televisor.
Yo no aprendo más. Siempre cargando bolsas, y hoy me entretuve demasiado mirando los yogures, y además no compré ninguno, y ahora cuando salgo está todo oscuro y no se donde diablos está la salida. En este centro cuando cierran clausuran algunas puertas, pero como tengo tanta suerte, estoy segura que cuando llegue a mi salida la deben de haber clausurado y debo de salir por la otra que es exactamente a 360º grados como decía aquel milico. No, 360º era exactamente el mismo lugar, a 180º de donde estoy ahora. Que yo sepa no hay restricciones de la compañía de energía eléctrica, pero estos deben ser como mi marido, devotos de la virgen Del Codo. Amarretes perdidos. No se ve ni lo que se conversa, y estos pasillos están tan oscuros que tengo miedo de caerme con todo el bolserío. Ni quiero ni pensar caerme y que me tengan que venir a auxiliar como si fuera una de esas viejas chotas que se caen y desparraman todo el bolserío y que horror, las benditas naranjas que pesan más de los dos kilos que compré rueden por todos lados y yo corriendo las naranjas para no perder ni una sola. Que desastre. Ahora pienso que todo lo que compré, con excepción de los dos litros de leche, rueda. Si me llego a dar un porrazo con estas bolsas, las naranjas se van a desparramar por un lado, los tomates por otro y ni hablar de las papas. Más vale que no me caiga, porque si me llego a caer no voy a levantar absolutamente nada, y cuando llegue a mi casa le voy a dar una buena patada en el culo a mi marido, por no ir él a hacer los mandados, ya que está jubilado y está todo el día mirando porquerías. Está tan tarado que ahora ve un programa argentino tan horroroso que son personas que se encierran en una casa y se van echando mutuamente. El gran hermano o cuñado, o algo similar. Si no es eso ahora mira novelas o informativos mientras chupa cerveza. Yo sigo trabajando solamente para no tener que estar todo el día en casa con él. A esta altura estoy podrida de mi trabajito en el B.P.S. atendiendo público que a veces no sabe ni lo que está pidiendo. Si, es verdad que aquí las chiquilinas nuevas son medio perras, y cuando viene alguna persona mayor que hizo una cola de media hora en informes, después le dijeron que ahí no era, y deambula de mostrador en mostrador, al final antes de que las agarren estas perras y les pidan el certificado de vacuna antivariólica del suegro, las hago pasar a mi box y les explico en casi media hora que es lo que precisan traer. No si se tengo vocación de samaritana o pienso que si yo estuviera en la misma situación, me gustaría tener solo un un poquito de buena voluntad de la persona que me atienda. Sobretodo porque son personas mayores, algunas muy mayores, y algunas con pocas luces, o poca experiencia de lo que es lidiar en una oficina pública a determinada edad. Y ya están muy cansados.
Doy vuelta para bajar por la escalera porque trancaron la mecánica, y puteo interiormente. Bajar escaleras cargada de bolsas. Al pie del ascensor hay como cinco pibes que yo no se si son planchas, o dark o flogger, pero todos son de pelo oscuro, con los pelos lacios y con el mismo corte rebajado hacia el rostro. Me acuerdo del programa de Olmedo donde decía que a los enanos los tenía plantados en almacigos y me río. Uno de los pibes me mira y les dice a los otros, —Ah, la veterana viene divertida. Vamos a ver si nos dice que la divierte tanto. Yo los miro, no se desde donde, y pienso pucha carajo estos nabos deben de haberse fumado todo, y yo nunca ni siquiera un porrito.

El que parece que es el jefe de la bandita de inadaptados, con unas bermudas que le empiezan en la ingle, dos tatuajes que le comienzan en los hombros y le llegan hasta las muñecas, caravanitas brillantes en las dos orejas y varios piercings, uno que le atraviesa la ceja izquierda, otro a un costado de la nariz y los demás, según veo después en la lengua, se me para enfrente cortándome el paso. Los otros bobalicones parecidos que están atrás se ríen. Yo me caliento. Estos pendejos no me van a cortar el paso sin llevárselas de arriba. Miro al gordito con cara de estúpido que fue el primero en reirse, y sin mirar al jefe de los raros le digo:—No se de que te reís con esa cara de opa. Vos sos el gran candidato a cornudo. Y que hacen Uds. todos varones sin ninguna chiquilina?. ¿Están jugando al ludo?. Capaz que me fui de madre, se miran entre si. No saben lo que es el ludo. El jefe de los bandoleros, me dice con tono de matón, pero con vocesita que aún no le llegó el grave y conserva los agudos de niño: —Estás grande mamita, si no te mostrábamos a que estamos jugando. Yo los miro desde el más allá, sacudo la cabeza y les digo —Si no tienen un porro para convidar, ni siquiera me dirijan la palabra. Y los empujo para avanzar. Siento que uno grita, Mamacita vení y fumate un porrito con nosotros. Me doy vuelta y les digo, —Donde está el porro pregunto?. Uno me da algo que nunca había visto. Lo apreto y lo guardo en el bolsillo. —Mejor vayan a ver si consiguen alguna chiquilina. No puedo quedarme a fumar con Uds. porque estoy fichada. Todos me miran con admiración. Sigo caminando y me río sola. Abro el bolsillo y miro el contenido. Pienso en como voy a hacer para fumarme el porro con Esteban mirando a gran hermano. Por suerte me llega el fresco de la calle y encuentro las puertas corredizas. Llego con miedo al auto. Está tan oscuro que tengo miedo que algún otro loquito esté cerca y tenga que pegarle con las bolsas. No. No hay nadie.
Llego segura a mi casa. Esteban con un vaso de cerveza está mirando basketball. Cuando no es football, es basketball, o los programas de Sonsol Julio Ríos, Toto da Silveira, football alemán, automovilismo, tennis, telenovelas mejicanas o el gran hermano.
Pongo las bolsas sobre el mármol, abro la heladera para guardar todo y cuando me pregunta —Vieja, que vamos a cenar?, yo lo miro como quien mira a una mosca a la que está a punto de darle un golpe seco con el repasador, y le digo: —Si querés cenar andá a La Pasiva y comprate algo, pero andá ahora que están de rebajas.
El me conoce. Sabe que cuando hablo así es porque quiero que se vaya. Una o dos horas. Solo eso. Va al corredor, toma un saquito de punto y una gorra, me dice —Vuelvo en una hora, y sale a la calle.
Yo apago el televisor, me sirvo un whisky, prendo el audio y pongo a los Rolling Stones cantando Satisfaction, saco del bolsillo el porrito que me dieron los darks, me siento en el sillón del living, y sin lecciones previas me siento a disfrutar una de mis asignaturas pendientes.