viernes, 3 de junio de 2011

Mujeres de Negro - Parte III

Yo, él y las tres de negro

Soy Sonia, y desde hoy soy viuda. En realidad mi viudez tiene más de dos años. Creo que empezó el día que a Enrique le diagnosticaron un cáncer. El no me lo dijo, pero me llamó el médico de la familia, y comentó que le había dado la noticia y que había desaparecido. Aunque para mi Enrique estaba desaparecido mucho antes de que le encontraran el cáncer.
Para mi, Enrique se terminó cuando él dejó de sentir. No es que no sintiera amor, no sentía nada, Era una planta muerta. Dejaron de importarle su trabajo, sus hobbies, sus amigos, sus gustos. Cuando nos conocimos estudiaba abogacía, y tenía tantos planes, tantas ganas de cambiar el mundo, tantas ganas de hacer cosas. Pero el tiempo, las cosas pre-establecidas, las instituciones, la burocracia, los políticos y en definitiva las personas, lo empezaron a minar. Cada día un poquito más. Todos los días le iban sacando un pedacito de su espíritu de guerrero, hasta que un día no quedó nada. Y con el tiempo dejó de interesarle hasta el automovilismo que era lo único que además de sus ganas de cambiar al mundo, lo apasionaba. La música también lo apasionaba, pero había dejado de tocar el piano hacía años, y solo era un mero oyente de melodías.

Y cuando perdió la pasión, también me perdió. Yo lo amaba porque era un hombre apasionado en el sentido más amplio de la palabra. Cuando perdió su pasión yo me fui también. Me empecé a interesar en el arte, que era una pasión mía dejada de lado en la adolescencia, porque del arte no se come, empecé a pintar, y a exponer, y cada vez me fui alejando un poquito más. Vivíamos juntos, pero dejamos de ser pareja. Un día no quise compartir más mi cama con él, y de a poco empecé a amoblar el dormitorio que era de los varones y cuando estuvo todo pronto me mudé. Ninguno de los dos tocó el tema.
Habíamos tenido un matrimonio muy, pero muy apasionado, pero cuando él se empezó a secar, a aceptar cosas inaceptables, a defender casos indefendibles, a hacer la vista gorda en cosas importantes, yo dejé de reconocerlo. No era la persona que yo había elegido. Era otro. Traté de plantearlo en varias ocasiones, pero siempre tenía un “solo es hasta que me instale yo solo”, “solo es hasta que los chicos terminen sus estudios”, y una larga serie de etcéteras. Eso sí, teníamos una agitadísima vida social, conciertos, galas en la ópera, ballet, vernissages, avant-prémier, casamientos, cumpleaños de quince, velorios, cenas de camaradería, cenas con amigos, reuniones con los rotarios, presentaciones de libros, bautismos, y hasta primeras comuniones. Todo un combo de salidas para olvidar que erámos como marionetas bailando al son de un titiritero. Creo que no había un solo día en que no tuviésemos al menos un compromiso social. Un sábado llegamos a tener un bautismo en la mañana, y dos casamientos, uno en un haras al medio día, y el otro en una bodega sobre las 8 de la noche. Yo estaba más que repodrida con tanta salida, pero él insistía que eran compromisos importantes. Creo que cuando se enteró que estaba enfermo empezó a beber más de la cuenta. Yo seguía pintando, exponiendo y conociendo gente. Supongo que él también. Creo que mi pintura cambió, para mejor. Y él cada vez se parecía más al retrato de Dorian Gray.

Y un buen día de mañana, se sintió mal, llamamos a la emergencia, vino la ambulancia y lo llevó al sanatorio. Y ahí se terminó todo. Vino una túnica blanca totalmente anónima para decir que había sufrido un paro cardio-respiratorio y que a pesar de que intentaron reanimarlo, no había respondido. Creo que ese momento sentí lástima. No se si lástima o dolor, o una mezcla de las dos cosas. Lástima por él, por mi, por lo pudo haber sido mejor. Pero ya no estaba. Y no le había dicho adiós. Ni siquiera nos despedimos.
Les avisé a los chicos que estaban estudiando en España y EE.UU. y acordamos de velarlo cuando ellos llegaran.
Llegó el día y si bien detesto vestirme de negro, decidí que después de todo el tailleur negro era en verdad muy elegante, aunque la falda era rabona, pero las medias negras podían disimular un poco.
Nunca me gustaron los velorios de cuerpo presente, pero mis cuñados insistieron, y yo no quise contrariarlos. Siempre pensé que a las personas hay que recordarlas riendo felices, y no tiesas y con un color grisáceo en un cajón forrado de raso blanco capitoneado.

Sobre media tarde, y cuando ya había llegado todo el mundo, sus amigos y empleados del estudio, los vejestorios de los rotarios, sus conocidos del automovilismo, sus amigos políticos, los colegas y toda la familia, incluyendo los chicos que habían llegado a mediodía y estaban molidos del viaje, se hizo un silencio en la sala. Yo miré y vi en la puerta a tres mujeres vestidas de negro. Era casi totalmente previsible quienes eran. Podría haber pensado que papelón, pero no. Dentro de todo fue un toque bizarro y gracioso. Como una especie de mezcla de sainete con tragicomedia. Y yo siempre cultivé el humor negro. Después del shock inicial se sintió como una suerte de expresión de sorpresa, y después un silencio sepulcral. Además estaban las rosas amarillas con la leyenda: “Gracias por los favores recibidos”, firmada por Silvia, Ana y Stella.

Después la más carnosa de las tres, rubia piernuda, con los pelos frizados y lentes se acercó al cajón y besó a Enrique, y algo le susurró al oído. Desde donde yo me encontraba pude sentir aquel perfume dulce, muy dulce y amaderado. Yo lo llegué a usar hacía muchos años, pero era demasiado fuerte para usar de día y en media estación. ¿Cuál de las tres sería?. Decidí apostar a que era Silvia. Luego se acercó la segunda. Alta y grande también pero más disimulada. Con una elegancia muy sensual. Vi con curiosidad que le acariciaba las manos, los dedos y las muñecas. Supuse que era una caricia habitual entre ellos. Dudé sobre cual de las dos sería, si Ana o Stella, pero me arriesgué por Ana. La tercera demoró en acercarse. Al final lo hizo, pero antes me miró directamente a los ojos. Era distinta, más delicada, con un vestido negro cortísimo y unos tacos de 12 cms.. Le sonreí, y quedó medio en shock. Después me devolvió una intensa sonrisa, se acercó al cajón y lo miró un rato largo, y luego con su dedo índice recorrió su cara muy despacito, desde la frente hasta el mentón.
Las caras de los rotarios eran un poema. En realidad había mucha gente que estaba totalmente descolocada con aquella situación. Se me acercaron mis hijos, y me preguntaron quienes eran. Yo los miré, sonreí y les dije —Muchachos, ya somos todos grandes. Son amigas de papá que lo vinieron a despedir. Los tres se quedaron con la boca medio abierta. Yo realmente estaba disfrutando toda la situación.

Después me acerqué al terceto que estaba en un rincón, y les dije —Hola chicas, soy Sonia, y las besé a las tres. Estuve apostando a cual sería cada una, y veamos si no me equivoqué. Cuando se presentaron, Miss Piernas resultó ser Silvia, la del medio Ana, y la flacucha de las piernas largas del final Stella. Hasta en eso había embocado. Era toda una señal.
Supongo que ninguno de los presentes entendía nada de nada. Ni los colegas, ni los fanáticos de los fierros, ni los políticos, ni los amigos, ni los chupamedias de siempre.
Hasta las tres mujeres quedaron descolocadas.

Capaz que habían imaginado a una viuda matrona, vieja, arrugada, y que les iba a hacer el tal escandalete invitándolas a retirarse. Yo me quedé contenta de que por lo menos sus últimos años conviviendo con el cáncer estuvo acompañado. Chapeau Enrique.
Te lo merecías. Y entonces me acordé del poema de Amado Nervo:
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

Después que todo volvió a la normalidad, les dije, —Supongo que las flores amarillas las mandaron Uds.. Son mis preferidas. Y el mensaje, realmente inefable.

Después, como restándole importancia, comenté —El velorio es hasta las 20 horas, y se reabre mañana a las 9 de la mañana para ir al cementerio. Si no tienen nada mejor que hacer, podemos salir a tomar unas copas y despedir al Enrique como se merece.

Las grandota casi se ahoga tratando de tragarse la carcajada. Las otras dos me miraron perplejas, y a las 20 y 15 después de despedir y abrazar a todos y cada uno de los presentes, las cuatro mujeres de negro nos fuimos juntas taconeando fuerte.
Sonia y las tres mosqueteras.

Mujeres de Negro - Parte II

Yo y ellas tres

No se cuando empezó todo esto, o mejor dicho cuando terminó.
Creo que fue ese día en que me desperté, y cuando me quise incorporar para levantarme me sentí mal, me caí, y de ahí solo recuerdo las corridas en mi casa, y los gritos, y llamá al SEM, o al SUAT o a la UCM, alguien sabe de donde es socio papá, nadie sabe nada en esta casa. Y después vinieron los enfermeros y me pusieron una mascarilla, y yo no sentía las manos. Se que me pincharon el brazo y que sentía hormigueos en los pies, pero era como si no tuviera manos. Después todo pasó muy rápido. La ambulancia corría con la sirena prendida y yo veía las luces en el techo y después llegamos, y estaba en una camilla que circulaba por los corredores de mármol blanco muy lustroso y de nuevo las luces del techo de una sala donde hacía mucho frío y toda aquella gente vestida de blanco que hablaba despacito, y solo les veía los ojos atrás de un gorro y un tapabocas verde. Después hay un vacío. No me acuerdo de nada, y ahora que me despierto no reconozco donde estoy, pero tampoco me puedo parar para mirar. Estoy acostado boca arriba, pero no me puedo mover ni abrir los ojos.

Siento voces. Más que voces es un solo murmullo que no puedo distinguir, como si muchas personas hablaran pero desde lejos, y también siento un olor a flores que me está mareando un poco.

De pronto el murmullo se apaga, y siento una exclamación como de sorpresa. Después solo el silencio. Un rato después el olor de flores se desdibuja, queda pálido ante un perfume que reconocería desde el mismísimo infierno. Es el perfume de Silvia. Pero no puede ser que Silvia esté aquí. ¿Cómo podría?. Y entonces siento el perfume más fuerte, y alguien que se inclina sobre mi, me besa en la mejilla y me dice al oído –“Pensar que el viernes pasado estabas enterito y mirate ahora”. No se que está pasando. Silvia no puede estar en el sanatorio. Debo de estar soñando. Conocí a Silvia hace algunos años. Fue en una fiesta, y era una rubia con un físico imponente. Con los lentes podría haber pasado por una intelectual. Pero se sacaba los lentes y su verdadera personalidad le afloraba. ¿Por qué me involucré con Silvia?. Soy completamente consciente que fui yo quien la buscó. Pero tuvo que ver con algo que me había pasado esa tarde. Yo estaba en una cita con mi médico de cabecera, y ahí mismo y sin anestesia me dio la noticia. —Enrique, tenés un cáncer de colon de rápida evolución. No vas a tener dolores, no te voy a hacer pasar por una operación dolorosísima, porque no tiene sentido, pero empezá a disfrutar de la vida, trabajá menos y divertite más. No quise saber más. Salí del consultorio como corrido por el diablo, y esa misma noche conocí a Silvia. Me gustó que me toreara, porque tuvo más encanto. Me desafió a que consiguiera su teléfono y lo conseguí. Después empezamos a vernos. Siempre supe que Silvia no me quería, pero en definitiva yo era feliz las veces que estaba con ella. Una felicidad corta y efímera, pero felicidad al fin. Silvia me hacía sentir vivo cuando estaba con ella, y para mi era suficiente.

Siento que la persona que está sobre mi se levanta y se aleja. No puedo verla, pero el perfume se va alejando, y vuelvo a marearme con las flores. Es ahí que siento otra presencia. Se que es Ana porque solo ella me acariciaba las manos, los dedos y las muñecas de ese modo. Pero no puede ser. Ana no puede estar aquí. Ana no sabe de Silvia. Ana siempre fue tan… Solo me sale la palabra eficiente, pero ella era mucho más que eficiente. Creo que Ana estuvo enamorada de mi por algún tiempo. No mucho. Supongo que solo hasta conocerme. Pero era una morocha tan veladamente sensual, y cuando venía a mi oficina con aquellos trajes sastre que eran lo anti femeninos, a ella le quedaban como a otra mujer un pantalón blanco transparente y ajustado. Usaba camisas blancas abiertas los primeros tres botones, y yo no podía sacarle los ojos a como alargaba su cuello, a su mentón muy firme, y sus piernas siempre enfundadas en finísimas medias transparentes. Era la antítesis de Silvia. Silvia era la voluptuosidad en su máxima expresión. Ana en cambio era algo totalmente velado. Yo la iba a visitar al banco donde ella trabajaba, y a veces venía ella a mi oficina. Era una excelente profesional, y nunca entreveró lo laboral con lo demás. Un día en mi oficina, no pude aguantar más y me le acerqué por detrás y empecé a besarle y a mordisquearle el cuello, y la oreja. Nunca jamás hubiese imaginado que era de una personalidad tan avasalladora. Tan callada como se mostraba, era una mina increíble en la cama. También con ella supe que no duraría demasiado. Aunque creo que durante un tiempo largo me quiso o por lo menos sintió algo más que el sexo. Estoy casi seguro. Aunque con las mujeres nunca se sabe.
Pero no me arrepiento de ninguno de los momentos que pasé con ella.
Las manos que acariciaban las mías se soltaron como palomas. Después nada.


Creo que cuando mi médico me dio la noticia, me empecé a replantear todo lo que había sido mi vida. Mi matrimonio era una especie de planta, un árbol que se había secado hacía años, y ninguno de los dos quiso verlo, asumirlo, o solucionarlo.
Ni siquiera tenía las raíces podridas. Solo estaba seco y muerto. Erámos únicamente buenos compañeros de vida. Teníamos una vida social agitada. Los tres hijos estaban desperdigados estudiando, dos en España, y el menor en EE.UU. No sé si extrañaban mucho. No llamaban casi nunca. A veces estaban en el chat, y otras veces contaban algo por mail, pero ya no eran niños. Ya hacían su vidas, y nos necesitan poco y nada. Más bien solo pedían dinero cuando les hacía falta, pero solo eso. Tampoco yo estaba muy seguro de extrañarlos.

Mi trabajo que me había apasionado durante años, había dejado de interesarme hacía mucho. Cuando uno es joven se cree Robin Hood y cree que puede cambiar al mundo. Con los años te das cuenta que a Robin Hood lo bajaron de un hondazo, y que la burocracia, la mediocridad y la corrupción son moneda corriente en esta profesión. Y en las demás no debe de ser muy diferente. Y después, un buen día te das cuenta que todo deja de importarte, y que sos un eslabón más de una cadena que no funciona. Un engranaje que no sirve dentro de un mecanismo enfermo.
Todo pasa tan rápido. Era un niño tímido callado y que no tenía demasiados amigos. Hoy soy casi un viejo, y tampoco tengo demasiados amigos. Muchos conocidos, pero amigos, pocos, poquísimos.
Nunca fui un deportista, no me interesaba el football ni el box, ni el básquet, ni el ciclismo. Si me gustaban los fierros, y el automovilismo. Pero a determinada edad todo eso queda atrás, y con suerte te queda sobre la biblioteca alguna copa ganada en algún rally y nada más. Me insistieron en que me metiera en política, pero ya había visto suficiente, como para querer involucrarme en esa otra clase de mugre.

Quiero acordarme que más me gustaba. ¿Que disfrutaba yo de la vida?. Creo que en una época el buen cine, y los libros me atraparon. Pero también quedó atrás.
Lo que sigue maravillándome en el tiempo es la música, con Mozart, Vivaldi, Bach Tchaikowsky, Bethoven y tantos otros. Es poco si uno considera toda una vida. Demasiado poco. Será por eso que empecé a abusar del alcohol. Para no pensar que poco de todo me queda a esta altura. Estoy totalmente arrepentido de no haber fumado nunca un porro. Ni siquiera uno. Si pudiera volver atrás, creo que averiguaría donde conseguirlos, y por lo menos probaría. Ahora me queda solo un poco de música, el alcohol y los recuerdos.

Y ahí fueron que aparecieron Silvia y Ana. No antes. Aparecieron porque yo necesitaba respuestas y porque quería sentirme vivo hasta final.

Ahora me acuerdo de Stella. Creo que desde el inicio la subestimé. Yo ya venía tan cascoteado, con tanta nada en mi vida, que cuando alguien me recomendó para que le tramitara el divorcio, creo que ni siquiera me interesó el caso y lo fui llevando con desidia, sin responsabilidad, sin defender a mi cliente. Era un caso más entre tantos, para que yo siguiera manteniendo aquel estudio caro con alfombras rojas y cuadros de abogados viejos en las paredes.

Así que cuando la cité en un boliche para hablarle de las pretenciones económicas del atorrante del ex marido, un bueno para nada, que no tenía mejor idea que reclamarle la mitad de la herencia personal, ahí fue cuando realmente la conocí.
Me miró con aquellos ojos que tenían tanta vida, rabia y asco contenidos, que hacía que despidieran llamas. Me tiró los papeles en la cara. Era la verdadera estampa de la fierecilla no domada. Qué vida que tenía aquella mujer. Creo que en ese momento supe que necesitaba tenerla. Necesitaba absorber la vitalidad que ella tenía. Quería contagiarme nuevamente de esa pasión en todo lo que hacía. Le prometí un imposible. Pero logré el imposible previo pago de algunos dinerillos al mafioso ex marido. Tenía todavía alguna carta en la manga sobre lo inescrupuloso de Horacio y las matufias escondidas, así que no me salió tan caro. El tipo no lo valía. Ella sí.
Con el testimonio enrollado en una cinta, le mandé un enorme ramo de flores amarillas. Me llamó para agradecer, y la invité a cenar.
Terminamos enredados en una cama redonda donde casi me infarto. La vitalidad y la pasión de Stella eran obviamente para alguien más joven. Igual la seguí viendo. Necesitaba absorber toda esa pasión. Ver si yo podía ser así de nuevo. Como antes.

No se que pensarán ellas, pero creo que lo único que me hizo durar estos años fue la pasión que puse en cada una. Creo que se complementaban las tres, una tenía la voluptuosidad, la otra el misterio y Stella la pasión en todo lo que hacía. Creo que en el fondo ninguna me va a extrañar, pero yo las voy a extrañar a las tres. Solo haberlas conocido hizo que el tramo final valiera la pena de ser vivido.

Otra vez siento con una suave ráfaga de olor de rosas amarillas. Siempre me gustó regalar rosas amarillas. Siento un dedo que recorre mi rostro como solía hacer Stella. ¿Será ella?. Todo esto es tan increíble.

Un rato más tarde escuché una voz desconocida, y el chirrido de algo que se cerraba.
Después todo fue silencio y oscuridad.

Mujeres de Negro

Cuando me avisaron, no sentí nada. Ni alegría, ni alivio, ni rabia. Nada. Hacía poco que me había enterado que yo no era la única “otra”. Parecía que el caballero gustaba de los harenes, así que éramos tres, “las otras”. Una especie de menage a trois. Por supuesto que era casado. A mi realmente que fuera casado no me preocupaba para nada. Es más, siempre los buscaba casados. Con los solteros o divorciados de determinada edad no se llega a buen puerto. Con los casados tampoco, pero joden menos porque tienen que marcar tarjeta en otra casa. Los solteros cincuentones son irrecuperables, y yo a esta altura no estoy para hacerle terapia a nadie, y los divorciados siempre tienen problemas de ex mujeres, hijos adolescentes, hijos grandes, nietos y hasta ex perros y ex gatos y ex suegras, y aún así te quieren controlar. No, definitivamente los casados joden pero menos.
Las otras dos no eran amigas mías pero las había visto en algún que otro evento, así que solo por divertirme decidí llamarlas y citarlas en un boliche a tomar una copa.
Eso si, les pedí que vinieran vestidas de negro.
Supongo que aceptaron un poco por curiosidad, y otro poco por morbosidad, porque creo que las dos sabían del terceto.
Nos encontramos en un restaurant coquetón de Punta Gorda, que tenía una barra para tragos.
Yo llegué quince minutos antes de la hora, solo para verlas llegar, pero Ana me ganó de mano, y ya estaba sentada en la barra cuando yo llegué. Ana es alta, morocha con rulos, de tez oscura y si bien no es fisicoculturista, tiene como se dice vulgarmente, un buen lomo, aunque con unos kilos de más a mi parecer. Yo no soy esmirriada, pero soy más bien menuda y de cabello castaño, largo y lacio, cutis muy blanco y piernas largas. Siempre uso tacos lo que hace que parezca mucho más alta de lo que soy.
Nos saludamos con un beso, y decidimos esperar a que llegara Silvia para hacer el pedido.
Cuando vimos que había pasado más de media hora, llamamos al mozo y pedimos dos daiquiris. Cuando los estaba sirviendo llegó Silvia., y pidió al mozo que le sirviera lo mismo que a nosotras. Nos saludó y se sacó la chaqueta de cuero. Silvia es rubia, con el pelo frizado, pantorrillas gruesas y manos grandes. Tiene cara de intelectual, pero queda solo ahí. De intelectual ni la primer letra. Silvia es una mujerona, y con la falda negra muy corta cuando se cruzó de piernas fue casi un atentado violento al pudor. Había una mesa con dos tipos que nos debían de haber fichado desde que llegó Ana, y se empezaron a poner medio pesados.
Las tres configurábamos la trilogía de viudas negras. Ana con una robe manteau negra exquisita y yo con mi vestidito negro, corto, muy corto, las medias negras y los tacos aguja de 10 cm., era como para que a los tipos de la mesa cercana se le salieran los ojos de las órbitas. Pero hoy no era día de levante. Era día de velorio.
Cuando estuvieron servidos los tres daiquiris, las miré a las dos, y les hice la propuesta, aunque supongo que algo se debían haber de imaginado, cuando sugerí que vinieran de negro. Las carcajadas de Silvia retumbaron en el local.
—Vos estás loca Stella. Como se te ocurre que vayamos juntas al velorio de Enrique. Debe de estar toda la familia. Sería un papelón.
—Papelón por qué. Papelonero él en todo caso, y no te hagas la gata Flora. No hubieses venido de negro, porque vos sabías que mi idea era esa. Ir al velorio, y después irnos de copas de verdad, y despedir al difunto como se debe. Creo que Enriquito se merece esta última despedida. Y a vos que te parece Ana?.
—Estoy totalmente de acuerdo de despedirlo en triunvirato y de cuerpo presente, dijo Ana. ¿Alguna sabe de que murió?. No le habrá dado un patatus estando en la cama?
—Creo que de un infarto, dijo Silvia. Yo lo vi el viernes pasado y estaba enterito.
Nos reímos las tres por lo de enterito.
—Uds. se conocían entre Uds. pregunto, y agrego, sabían que también estaba yo?
—A mi no me importaba que tuviera otras mujeres, dice Silvia. De hecho prefería que tuviera otra mujer o mujeres para que me dejara tranquila. Yo ya tuve dos maridos, y ahora solo quiero amantes que no me compliquen la vida. Supe de Ana hace un año, y de ti me enteré hace poco porque los vi juntos entrando tu sabés donde.
—Ah, le digo, y que hacías tu por ahí, estabas trabajando de pistera, o ibas a lo mismo que nosotros?.
—Muñeca, me dice Silvia, yo nunca le prometí fidelidad a Enrique. Nunca salí a publicarlo en el diario, ni se lo dije, pero él era solo un compañero de cama que además se estaba volviendo un adulto mayor. O sea que sexualmente estaba entrando en la tercera edad.
Las carcajadas de las tres resonaron en el salón, y varios ojos se volvieron hacia nosotras.
—Bueno, antes de ir al velorio me gustaría saber algo más de ustedes, como lo conocieron, si tenemos algo en común, en fin saber como este hombre estaba vinculado a tres mujeres tan diferentes, por lo menos físicamente.
—Yo lo conocí en una fiesta, comienza Silvia. Estaba en una barra de amigas, y sentí su mirada varias veces. Me miraba las piernas, el escote, me sonrió desde su lugar, levantó su copa como para brindar, en fin, toda una serie de zalamerías típicas de un jovato putañero. Pero en determinado momento se me acercó, y directamente me dijo —Si no me das tu teléfono, le digo a mi mujer que me estás acosando. Yo lo miré un rato largo, le sonreí y le dije —Mal papel harías diciéndole esa estupidez a tu mujer, y además no todo es tan fácil en la vida. Si querés mi teléfono, lo menos que podés hacer es el esfuerzo de conseguirlo tu solo. Me levanté y me mandé mudar. A los tres días llegó a mi estudio un enorme ramo de rosas amarillas, con una tarjeta. Solo decía: Me tomé el trabajo. A partir de ahí, lo de siempre. Salimos a tomar algo, terminamos en la cama, y ninguno de los dos, pidió o prometió nada. Eso es todo. No lo deseaba la muerte, pero tampoco me afecta demasiado. Ya fue.
Ana me mira, y dice —Conmigo fue totalmente distinto. Creo que en el fondo yo me enamoré de él. Nunca le pregunté que sentía, porque no me importaba. Yo disfrutaba de su compañía y supongo que él de la mía. Hubo una época en que nos veíamos casi todos los días. Yo trabajo de contadora-auditora en un banco privado, y lo conocí ahí. El tenía un importante estudio jurídico que trabajaba con el banco, y cuando se le pidió el balance anual, lo cité para pedirle algunos detalles, porque había cosas medio turbias. Por supuesto que el préstamo que pedía no se le otorgó porque el balance no era sólido, pero nos vimos varias veces, en el banco y en su empresa, y un día estábamos en su oficina, yo sentada revisando unos papeles, y él se me acercó por detrás y me empezó a lamer la oreja derecha. Bueno, ahí me olvidé de mi marido, de mis hijos, hasta del apellido. Creo que fui discreta, nunca dejé que nadie se enterara. Es raro, pero creo que no lo voy a extrañar, ni como amante, ni como cliente, ni siquiera como ser humano.
Me mira a los ojos, y me dice: —Y por casa como andamos. Como lo conociste vos Stella?
Yo demoro en contestar. Después me envuelvo en el tiempo como en una sábana sudorosa, y empiezo mi relato. —Todas las cosas pasan porque tienen que pasar, y esta fue una más. Yo salía de un divorcio terrible, con tremendos puteríos. Ya saben como es esto. Los divorcios son fáciles cuando no hay plata de por medio. Cuando esto sucede se complica todo. Bueno, yo no sabía a que abogado ir, así que cuando una amiga me recomendó el estudio de Enrique, llamé hice una cita y me recibió muy cordialmente.
Nunca jamás se me hubiera pasado por la cabeza llegar a entreverarme con él, no es que no fuera un hombre atractivo, solo que yo lo veía como un señor mayor, un abogado serio. Ni siquiera lo veía medianamente atractivo- Además no estaba entre mis planes mediatos o inmediatos llegar a compartir la cama con alguien, tan rápido. Pero bueno. El divorcio se complicó. Mi ex me empezó a reclamar cada vez más cosas, y yo no estaba de acuerdo. Un día Enrique me citó en un boliche para decirme lo último que había solicitado el hijo de puta de mi ex marido. Me había citado ahí porque pensó que si me enteraba en su estudio hubiese hecho el tal escándalo dado lo absurdo de los reclamaciones de Horacio. Ahora visto desde otra óptica, capaz que el viejo putañero ya me tenía en la mira. Las reclamaciones eran tan absurdas, que le tiré los papeles en la cara, y le dije que si así iban a estar las cosas seguiría casada pero le haría una denuncia por violencia doméstica, para que se fuera a vivir otro lugar. Enrique me dijo si estaba loca. Yo le dije que no, que si yo estaba pagando un estudio tan caro para tener que enterarme de las pretenciones ridículas del estúpido de mi ex marido, entonces hubiera sido mejor envenenarlo lentamente con matahormigas, ahorrarme los honorarios del estudio y la partición de los bienes. Enrique me miró despacio, sonrió apenas, y me dijo, no te preocupes nena, solo te estaba evaluando. Te prometo que esto termina en una semana máximo y que no vas a perder nada de tus bienes personales.
Por supuesto que cumplió con lo prometido. Se repartieron unicamente los bienes gananciales. La tenencia de los chicos se hizo sin mayores dramas. Lo único que quería Horacio era una especie de dote de mi herencia familiar, y yo me había puesto en mis trece que la herencia de mis padres nunca la iba a tocar.
No sé si Enrique me estaba evaluando, o solo si quería ganar más dinero, o si pensó que estaba tratando con alguna tilinga de plata que no tenía una clara idea de las leyes. Porque evidentemente para hacer que Horacio aflojara en una semana le tuvo que costar dinero. En un año no, porque era herencia personal y no bienes gananciales, pero Enrique había prometido en una semana. Hasta ahí todo normal. Ni siquiera lo había mirado como hombre, solo como un abogado un tanto inescrupuloso. Pero cuando me llegó un ramo de rosas amarillas con la sentencia de divorcio anudada, lo llamé para agradecerle. Salimos a cenar, compartimos intimidades y de ahí a la cama fue solo un paso. Era un veterano que estaba bien para su edad, pero yo había conocido hombres más jóvenes, y que duraban más. Nada para comentar, pero a veces la soledad te hace hacer estupideces. Completamente segura de que no lo voy a extrañar.

Un minuto de silencio se hizo entre las tres, y decidimos dedicárselo. Después brindamos por las cosas en común y acordamos terminar nuestras copas y dirigirnos a la sala velatoria. En mi cartera había puesto un rosario negro para la misse en scene, y les sugerí a mis compañeras de velorio de enviar un enorme ramo de rosas amarillas, con la leyenda “Gracias por los favores recibidos”.

PANCHO

Me llamo Pancho, tengo cinco años, el pelo rubio y soy adoptado.
Creo que tengo una vida feliz, aunque mis hermanos que son mucho más grandes que yo, a veces me fastidian mucho.
Mi hermano que es fanático del football, a veces cuando vienen sus amigos me llama y me disfraza con la camiseta de Nacional. Yo no estoy muy seguro de que me guste ser de Nacional, pero como soy más chico y no puedo decir nada lo dejo. La otra, mi hermana Vivi, me pasa besuqueando, y siempre quiere tenerme a upa, aunque yo a veces me enojo. Cuando yo me enojo, ella me dice: —Pero miren, llegó el hombre de la casa. Yo no entiendo lo que dice, pero me parece que me toma el pelo. En verano, me pone una capa roja, y un gorro de papá Noel, y llama a sus amigas para sacarse fotos conmigo. Esther es la señora que viene dos veces por semana, y a veces le da lástima y me lleva a pasear, porque los demás siempre están ocupados. Mi mamá es buena, pero trabaja todo el día. Ella les dice a mis hermanos, —A ver si sacan a pasear a Pancho, pero siempre tienen que estudiar o hacer pavadas, como estar todo el día tirados en la cama escuchando música. A mi me gusta la música, y cuando mi hermano se pone a escuchar, yo me siento cerquita de él. Entonces el me dice —Vení Panchito, y me sube a la cama y me acaricia.
Mi hermana Vivi, me compra siempre capas para la lluvia. Mamá dice que no puedo mojarme porque ya tuve una infección en los oídos, así que tengo que salir con esas capas horrorosas. También está Martín, que es un loro barranquero muy tonto, que aprendió a gritar mi nombre, y se pasa gritando Panchooooo. Un día que gritaba mucho, tiré la jaula al piso, y se le salieron algunas plumas. Ahora se queda en el molde como dice Vivi.
La que me quiere más es mi mamá, pero trabaja todo el día. Pero me lleva al doctor, me da los remedios, me da de comer, y los fines de semana cuando está lindo me lleva para afuera. Mis hermanos ni locos van, porque dicen que allá afuera se aburren. Son tan bobos. Como se van a aburrir si el jardín es precioso. Hay pasto por todos lados, y pájaros y árboles. A mi mamá no le gusta que yo corra a los horneros, pero yo no los lastimo, solo los corro para jugar. Yo tengo como cinco amigos y amigas que apenas llego vienen corriendo a saludarme, y además mamá me lleva a la playa y yo corro, y corro y nunca me canso. Mamá siempre me dice, —Pancho no te me salgás de la vista, porque yo corro y corro, y ella tiene miedo de que me pierda. Cuando los niños se pierden en la playa todos aplauden, para ver si lo encuentran. Al que no quiero mucho es a Javier, el amigo de mi mamá. Antes era bueno conmigo, pero parece que empezó a no ver muy bien, y entonces se la agarra conmigo, y cuando mami no está mirando me da la tal patada, yo lloro, y mamá no sabe nunca que me pasa. Yo oí algo como que tiene una ceguera progresiva, y él se enoja por eso y da puñetazos sobre la mesa. De la rabia debe ser, pero yo no quiero que me de patadas. La semana pasada sentí que me iban a llevar a una escuela especial para que lo ayudara. A mi no me importa ayudarlo, pero si me llega a dar otra patada, le voy a gritar que él no es mi padre, y que nadie me puede pegar. Creo que a mi mamá le da lástima que Javier no vea, pero ella no sabe que me pega. Si supiera creo que le pegaría, porque mi mamá nos cuida a todos.






Mamá a veces se sienta en el sillón y no dice nada, pero yo sé que está triste. Yo me quedo quietito a su lado, y a veces ella me mira y me dice —Que muñeco precioso que sos Pancho, te voy a dar un premio por portarte tan bien. Y me trae unas galletitas muy ricas.

Esta escuela especial no es fea, pero todos los demás vienen hace años, y tienen la misma edad que yo, así que me da vergüenza, porque ellos ya saben cosas que yo recién estoy aprendiendo.

Ahora me hacen salir a caminar con Javier por la calle. El no me pasea, yo tengo que caminar con él para que se acostumbre, pero cada día tiene peor humor y yo no tengo la culpa. Y además nunca me habla. La otra vez solo me dijo, —a ver si caminás, estúpido. A mi me da lástima que se le esté apagando toda la luz como oí que le decía a alguien, pero se está volviendo malo. Consiguió algo como lo que usan los que montan a los caballos para que se apuren, y me pega con eso. Yo ya estoy muy cansado.

La otra noche se pudrió todo, como dicen mis hermanos. Javier estaba más malhumorado que nunca, y cuando estábamos por cruzar, el me pegó fuerte con ese latiguito que había conseguido. Yo me di vuelta, salté y se lo saqué, él se cayó y se golpeó la nuca contra el cordón de la vereda y no se movía. Yo quise gritarle —Vos no sos mi padre para pegarme, pero solo, me salió un Guau, probé de nuevo y solo salían Guau, y otro Guau, y otro más, y entonces sentí gritar a un vecino,
—A ver si hacen callar a ese perro de mierda.

Los mentirosos

TODO ESCRITOR que crea es un mentiroso; la literatura es mentira, pero de esa mentira sale una recreación de la realidad; recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación.
Juan Rulfo


Los mentirosos

Estoy en mi casa haciendo garabatos con los números que manejo todos los días. Me tuve que traer trabajo porque la yegua de Alicia pidió dos días justo cuando hay que presentar el informe, las proyecciones de venta para el próximo año y todo el maldito balance, para que el banco le dé el préstamo a uno de los mayores clientes del estudio. Me tengo que clavar dos días con esta porquería de trabajo, justo que mañana es el cumpleaños de mamá. Veo como por el lateral del escritorio sube una hormiga cargando una miguita del merengue que se me cayó ayer. La miguita que carga es casi más grande que ella, pero como no debe de estar afiliada a ningún plenario, no creo que haya reinvindicaciones sindicales para ella. -¿Que será, obrera, soldado, niñera?. No se que le voy a comprar a mamá si tengo que quedarme encerrada con este trabajo. Vuelvo cansada a la casita de mis viejos, cada cosa es un recuerdo que se agita en mi memoria. Antes nos juntábamos todos y le hacíamos un buen regalo, pero ahora con las luchas intestinas, nadie se encargó de nada, así que cada uno regalará de acuerdo a su bolsillo o a lo quieran gastar, ya que hay varios devotos de la virgen del codo. Solo una madre nos perdona en esta vida, es la única verdad, es mentira lo demás.
Guillermo, mi media naranja mecánica, es el tercer año que da excusas, y supongo que este año hará lo mismo. La hormiga continúa su ascenso, y ahora se topa con otra que va en sentido contrario. Se reconocen, y cada cual sigue su propio camino. No he logrado avanzar nada con esta proyección y con el cuadro de amortizaciones, así que me voy al living a servirme algo que tomar. Mozo, sirva otra copa. Cuando estoy saliendo con el vaso con el líquido dorado, siento la llave en la cerradura, y entra Guillermo. Siempre tengo la secreta esperanza de que me salude, o que diga algo, cualquier cosa agradable. Si supieras que aún dentro de mi alma, conservo aquel cariño que tuve para ti, quien sabe si supieras... Mira solo al vaso y dice:
-Espero que sea el primero. No lo miro ni le contesto, solo le pregunto: -¿Qué excusa le doy a mi madre mañana?. El responde: —La de todos los años, como siempre.
Vuelvo a mi escritorio, apoyo el vaso y busco a la hormiga. Allá va afanosa con su carga. ¿Donde estará su hormiguero?. Ojalá se muriera mañana, pienso. Creo que ni me daría cuenta. Para mi es como un muerto que camina. Sus ojos se cerraron, y el mundo sigue andando. Tendría que comprarme algo negro para el velorio. Capaz que en Sara hay alguna liquidación. A veces desearía tener algo de ilusión, pero ya no es posible. Ni siquiera la venden en la feria. Creo que podría ir al shopping antes de ir a lo de mamá y comprarle alguna blusa vistosa, o una chalina. No le puedo comprar todos los años discos de tango para que siga viviendo en el pasado. Ya sé, no me digás, tenés razón, la vida es una herida absurda. Para esta pobre hormiga no se si será una vida absurda o una vida aburrida. Creo que su organigrama es similar al de las abejas. Solo tiene sexo la reina. Así que esta pobre está predestinada a cargar migas de lo que sea de por vida, sin ninguna alegría extra. ¿Habrá hormigas como Guillermo?. ¿Tendrán las hormigas zánganos, o solo serán las abejas?. Creo que el cognac me empezó a hacer efecto. ¿Me estaré volviendo alcohólica?. La curda que al final, termine la función bajándole el telón al corazón. Es difícil soportar esta vida sin alcohol, o sin amigos, o sin otra expectativa. Mario no es una expectativa, es solo una necesidad física, fuera de eso no existe. También podría comprarle un teléfono. No se por qué es tan fanática de los teléfonos, del tipo que sean. ¿Será por el tema de la incomunicación? Ahora suena el mío y al otro lado de la línea está Adriana mi hermana menor. -Hola Nena, como andás?, a que hora vas mañana a lo de mamá?. —No sé, por qué?, le pregunto. No, dice, lo que pasa es que voy a decir que voy contigo porque no quiero que Pablo me lleve. —Bueno. decí que vas conmigo entonces, calculo que voy a ir sobre las 8 y media o nueve. ¿Ya compraste algo?. -No, me dice, pero mañana le compro cualquier pavadita de camino. Aquí está una de las devotas de la virgen. La hormiga se detiene como desorientada. Mira a derecha e izquierda, y como si reconociera nuevamente el camino, retoma la subida. Creo que este balance lo voy a tener que cerrar a dedo porque no me da nada con nada. No sé cuando, en qué maldito momento la relación con Guillermo se fue al carajo. Tal vez fue el síndrome del nido vacío. Pero creo que no. No tuvo que ver con eso. Fuimos separándonos cada día un poquito más, hasta que terminamos siendo dos personas solas y cínicas. Mentira, mentira, yo quise decirle, las horas que pasan ya no vuelven más. La hormiga se detiene otra vez. Capaz que no recuerda donde tiene que ir. Bueno, está como yo. Ya no recuerdo la época en que sentía. No solo amor, sino amor, odio, rabia, alegría, cualquier sentimiento, bueno o malo. Como me gustaba reírme. Podía reírme por horas. También me encantaba mi trabajo, y era realmente buena en lo que hacía. Disfrutaba de que mis informes fueran tan buenos y solicitados. Eterna y vieja juventud que me ha dejado acobardado como pájaro sin luz.
Se me instaló el cinismo en la cara como máscara de carnaval y ya no sé como sacarlo. Vuelve a sonar el teléfono, y esta vez antes de atender, vuelvo a cargar mi vaso. Es mamá. Eran cinco hermanos, ella era una santa, eran cinco besos que cada mañana. -Nena, como estás, a que hora vas a venir mañana?. No sé mamá, por qué? -Bueno, yo pensaba si podrías traer una botella de whisky, porque como van a venir algunos hombres... Ok, mamá, te llevo una botella, pero conseguí hielo, porque no voy a salir como el año pasado a buscar hielo a las 11 de la noche. Bueno, no te preocupes, consigo hielo, decime Guillermo va a venir mañana?. No, mamá le digo Guillermo está en Buenos Aires, y vuelve el domingo. -Ah, que lástima, el año pasado tampoco pudo venir, mandale saludos. -Si mami. Pobre mamá, piensa que el whisky es solo para hombres, capaz que le vuelvo a comprar un disco de tango para que siga viviendo en alguna época en que fue feliz. Si yo tuviera el corazón, el corazón que dí, si yo pudiera como ayer, amar sin presentir.
La hormiga está ahora en el tramo final. No veo ningún hormiguero, pero a algún lado va. Por el otro extremo veo venir otra, así que deben de estar cerca de su casa, no como yo que cada vez estoy más lejos. Voy a terminar este informe a como dé lugar y si alguien lo objeta que se remangue y lo haga. Llegó, ya la veo entrar en la esquina superior de la pared. Que vida aburrida, dejará la miga y volverá a salir a buscar otra. Podría aliviarla de su vida miserable y aplastarla con el dedo, pero hoy me siento magnánima y le perdono la vida.
Miro el cognac, y le digo, no al cognac, sino al retrato de nosotros dos que está sobre el escritorio, muy sonrientes en Paris, foto de una vida anterior, muy anterior, hoy vas a entrar en mi pasado, en el pasado de mi vida, tan grande ha sido nuestro amor y sin embargo hoy, mirá lo que quedó.
Mañana será otro día, pienso, otro día de mierda y voy a servirme mi tercer copa.