tag:blogger.com,1999:blog-90245728832355990382024-03-12T22:21:01.984-07:00Historias e HistorietasHistorias de vidas.
Cuentos, opiniones, sentires.Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.comBlogger46125tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-16999348099806325992014-07-25T15:11:00.001-07:002014-07-25T15:11:27.543-07:00Gioacchino Rossini - La gazza ladra - Overture<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="344" src="//www.youtube.com/embed/3MRvDGd02mA" width="459"></iframe>Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-80014005100026931472014-07-15T17:50:00.001-07:002014-07-15T17:50:58.675-07:00Andan fumados de Fernández Mas<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="344" src="//www.youtube.com/embed/wo9X8H6k96c" width="459"></iframe>Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-32340809720966471002014-06-09T12:11:00.001-07:002014-06-09T12:11:14.140-07:00Mujica segun Tanco<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="270" src="//www.youtube.com/embed/p6ILFkBbZ5E" width="480"></iframe>Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-29292174276364555492014-04-30T17:13:00.001-07:002014-04-30T17:13:05.494-07:00Bryan Adams - (Everything I Do) I Do It For You, LIVE - SPECIAL EDIT<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="270" src="//www.youtube.com/embed/vFD2gu007dc" width="480"></iframe>Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-38931027196346130162014-04-30T17:07:00.001-07:002014-04-30T17:07:47.369-07:00The Police - Every Breath You Take<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="344" src="//www.youtube.com/embed/OMOGaugKpzs" width="459"></iframe>Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-47518819127639358522014-02-21T14:52:00.001-08:002014-02-21T14:52:03.215-08:00The Beatles-Hey Jude<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="344" src="//www.youtube.com/embed/eDdI7GhZSQA" width="459"></iframe>Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-89661251315542291002014-01-16T15:33:00.001-08:002014-01-16T15:33:50.961-08:00John Lennon - stand by me<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="344" src="//www.youtube.com/embed/_tv-R8JN7Go" width="459"></iframe>Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-61800268165589705122013-11-25T17:55:00.001-08:002013-11-25T17:55:23.707-08:00Relaciones de colores
El matrimonio de Marta era incoloro, y ella adoraba el color, así que su balcón, su único territorio privado era una especie de invernadero. Cultivaba plantas de interior y de exterior y trataba de conseguir un color uniforme cada año.
El año en que cultivó todas las flores rojas fue cuando quedó embarazada. Si bien no era muy coherente el rojo con el embarazo, ella atribuyó la pasión al sentimiento que tenía por la criatura en camino, así que había rosas, claveles, yerberas y alegrías rojas como la sangre.
Cuando nació aquel muchachito tan débil, -había pesado 2,100 kilogramos-, su jardín se volvió blanco, y continuó blanco hasta que el chiquilín fue dado de alto tres años después.
Recién ahí Marta pudo pensar en colores. Le encantaban los naranjas, rosados, amarillos, todo lo que implicara color le gustaba, y con un bebé sanito empezó a pensar en el azul. Así que su período azul coincidió con el de Picasso. Rodrigo era un muñequito pelirrrojo con unos increibles ojos verdes. Marta pensaba en su próximo período verde cuando los problemas con Rodri empezaron.
El día que los peces rojos aparecieron flotando en la pecera, Marta no pensó en Rodri, aunque él estaba junto a la pecera culpando a la gata. La gata nunca se había acercado a los peces, y si lo hubiese hecho, los habría sacado de la pecera y se los hubiese comido. Gatúbela era totalmente predecible. No había sido ella. Marta estuvo mucho tiempo pensando en el asunto y su conclusión no fue muy halagueña cuando al oler el agua de la pecera, hasta las algas se habían decolorado y el olor a hipoclorito era tan intenso que hasta sus ojos se hubiesen decolorado.
A partir de ahí empezó a estudiar a Rodri. Un día lo encontró en la cocina tratando de convencer a Gatúbela de que entrara al microondas. Cuando Rodri se dió cuenta de que lo estaban mirando, intentó disimular, pero Marta ya sabía.
Gatúbela era muy rápida y Marta se dio cuenta de que cuando Rodri estaba cerca, ella desaparecía. Como estaba castrada, Marta tampoco temía por su descendencia, pero estaban Pancrasio el cocker spaniel y los loros Agustín y Coca, De a poco Marta empezó a ver sus jardines amarillos, el color del peligro que representaban para sus mascotas.
Cada vez que Rodri estaba cerca Marta mandaba a Pancrasio a pasear con los paseadores. Con los loros era más difícil. Aún así Marta trataba que sus años de color bordeaux, no lo afectaran, pero un día cualquiera Marta supo con exactitud que su hijo pelirrojo era un pichón de monstruo.
El día que Coca y Agustín desaparecieron, y Pancrasio se acercó a ella todo orinado y temblando fue cuando Marta se enteró qué estaba embarazada.
Marta había visto la película “El Resplandor” basada en la novela de Stephen King, y empezó a imaginar a Rodri, enloqueciendo encerrado en un apartamento sobre 18 de Julio. Habló del tema con su marido totalmente incoloro, pero él no había notado nada.
Al día siguiente Rodri se levantó y fue a desayunar con su madre.
Marta lo miró. Era un muñequito pelirrojo y con unos increíbles ojos verdes. Su bebé.
Recién cuando Rodri le preguntó cuando nacería su hermanito, Martha supo que si Rodri estaba ahí no habría ningún bebé. Marta no habia dicho nada de su embarazo y Rodri ya estaba enterado.
Marta le sirvió el desayuno. Tostadas con mermelada y manteca. Jugo de naranja, huevos revueltos, y panqueques.
Cuando Rodri le dijo que los pericos habían sido un estupendo desayuno fué cuando Marta supo que el café que le serviría a su hijo tendría un poco, pero la cantidad suficiente de cianuro.
Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-4783723885490305372013-11-25T09:20:00.002-08:002013-11-25T09:20:09.685-08:00La salud de los otros
Nunca, ni en mis más extraños pensamientos se me cruzó por la mente matar a alguien. Hasta que conocí a Gregorio. En realidad tampoco fue en ese momento. Fue mucho, muchísimo tiempo después que la rabia y la impotencia empezaran a darme ideas.
Todo empezó cinco años atrás cuando en un baile de facultad mi hija conoció al más encantador de los muchachos, como dirían mis padres al presentárselos unos meses después. Según mis amigas era el príncipe azul. Prolijo, impecable, educado, cariñoso, qué más se podría pedir. Creo que solo su madre lo conocía como realmente era, pero ella no me puso sobre aviso. Pienso que no fue por maldad, o por querer sacárselo de encima. Creo que pensó que él iba a cambiar, o que mi hija iba a hacer que cambiara, pero la gente así no cambia, y yo aunque nadie me hubiese pronosticado nada, tenía aquella sensación desagradable que hacía que cada vez que lo miraba se me cruzaban por la mente las frases “cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía, o nada puede ser tan bueno”
Gregorio pronto empezó a mostrar que además de ser un buen estudiante, y una buena compañía tenía celos enfermizos. Empezó muy suave, así que al principio fue casi imperceptible, además todo el mundo le decía a Valeria que lo hacía porque la estaba cuidando. Valeria se cuidó muy bien de que yo me enterara. Ella me conocía y sabía de lo que podía ser capaz.
Si bien nunca fui una persona violenta, tenía arrebatos de ira cuando veía alguna injusticia y actuaba en consecuencia. Nunca me consideré Dios, pero estaba convencida que a determinadas personas que andaban paseando sus maldades por este mundo, alguien debía frenarlas. Y yo era una voluntaria entusiasta.
Empezó todo en mi niñez con un abusador de gatos al que puse en su lugar con un brazo fracturado. Luego tuve otro episodio en el colegio con un ladroncito de cosas ajenas, al que también tuve que enseñarle a no tocar las cosas de los demás. Por lo menos las mías.
También en mi adolescencia me había enfrentado a un golpeador, y casi lo mato. Me pegó una sola vez, pero cuando me iba a asestar el segundo golpe, tomé el cenicero de cristal que estaba atrás mío y se lo estrellé en la cabeza. Afortunadamente intervino mi padre, el tipo quedó internado con conmoción cerebral a causa de un golpe al caerse y nunca más lo volví a ver. Después del evento mi padre me miró fijamente y me dijo que si bien entendía mi causa, no podía ser tan extremista. En aquel entonces papá tenía un taller mecánico, y para canalizar mis rabias interiores me llevó a trabajar con él y me enseñó todos los trucos del metier. Así que mis días y vacaciones las pasaba entre bujías, alternadores, distribuidores, frenos de disco, frenos de tambor, líquido de freno, transmisión y todo lo relativo a los automóviles.
Cuando Valeria y Gregorio se casaron no estuve de acuerdo de que se fuesen a vivir a Punta del Este, pero a él le había surgido una muy buena propuesta laboral, y Valeria que trabajaba en un banco podía pedir el traslado.
Los veía muy poco, porque solo venían una vez por mes, y las veces que yo intenté ir, siempre tenían algún programa, o se iban al Chuy, o tenían un casamiento, o saldrían a cenar con amigos. Igual hablaba casi todos los días con mi hija, pero de a poco empezó a sonar como apagada, pero si preguntaba nunca le pasaba nada. Estaba cansada, o con mucho trabajo, pero su voz había cambiado.
Fue por esos días en que me llamó muy entusiasmada diciéndome que estaba embarazada. A partir de esa noticia no hubo Cristo que me pudiera persuadir de no viajar a Punta del Este. Para evitar pretextos les dije que me quedaría en un hotel donde estaría más cómoda, pero quería estar con ella cuando se hiciese los análisis.
Cuando llegué estaba sola, su marido aún estaba trabajando, así que la invité a tomar el té en alguna coqueta confitería del centro de Maldonado. Estaba tan demacrada, y delgada que me preocupé mucho y le dije que un buen chocolate le iba a alegrar el corazón. Dudó un poco. No sabía que iba a pensar Gregorio si llegaba y ella no estaba en la casa. La tranquilicé diciéndole que yo lo llamaría. Así lo hice. Se mostró sorprendido que yo ya hubiese llegado y que me hospedara en un hotel, pero no puso inconvenientes a nuestra salida de mujeres.
Valeria se sentó y solo recién cuando nos trajeron las tazas de chocolate caliente, y la empleada se hubo retirado, me miró a los ojos. Estaba distinta, pero ya era una mujer.
-Hola mami, que suerte que llegaste. Estoy muy cansada con lo del embarazo, y me duermo en cualquier lado. Esta semana tengo varios exámenes pero igual podemos ir a almorzar.
-No Vale, iremos a almorzar pero te voy a acompañar a tu médico. Quiso protestar que no, que iba a ir con su marido, pero no le di oportunidad. Yo voy también hijita, estás muy delgada. Quiero conocer a tu ginecólogo, y me quedaré hasta que tengas los resultados.
Ni en mis más horribles pesadillas imaginé lo que me tocaría ver. Durante el primer control médico, cuando se tuvo que hacer el análisis de sangre, vi que dudaba, y que no quería que yo entrara en la sala. Como insistí no tuvo más remedio que sacarse el saquito que tenía puesto. Los moretones y golpes desde los hombros hasta las muñecas eran importantes. El practicante la miró y le preguntó si había tenido alguna caída. Ella no respondió. Tenía puestos sus ojos en mi cara. Cuando salimos de la sala le pedí que me acompañara al baño. Entramos, cerré la puerta y le pedí que se desvistiera. Ella sabía que era imposible negarse, así que volvió a sacarse el saco, y luego bajó el cierre de su vestido y lo dejó caer al piso. Todo su cuerpo estaba golpeado. Los hombros, espalda, pecho, estómago, muslos y hasta los glúteos tenían moretones y laceraciones importantes.
Traté de que no se me notara, pero una rabia enorme empezó a carcomerme por dentro. No podía ni siquiera creer que el mal nacido hijo de mil putas hubiese siquiera osado poner un dedo sobre mi hija, y no una, sino varias veces, y además tener la habilidad enfermiza de hacerle creer que él actuaba así por causa de ella. Era increíble que la culpable fuese la víctima del agresor.
-No es su culpa mami, es la mía, porque siempre me olvido de algo.
Casi le pego yo por la estúpida respuesta. No sé a que hija crié, pero no ciertamente a una que justifique a un golpeador. Todas y cada una de las excusas tontas que me dio fueron rebatidas. Solo le hice una pregunta: - ¿Vas a permitirle que también le pegue a tu bebé?
Ahí se derrumbó, y estuvo llorando cerca de una hora.
Cuando volvimos a la casa, ya mi yerno estaba ahí, aunque en el interin le había mandado diez mensajes de texto preguntándole donde estaba. No le permití responder.
Cuando lo miré a los ojos, supo con certeza que yo sabía. No lo dejé ni hablar. Le dije que lamentaba profundamente que mi hija se hubiese casado con un cobarde pegador de mujeres, y que también odiaba el hecho de que mi futuro nieto tuviera tal padre. Que iba a hacer la denuncia en la comisaría, y que esperaba por su bien que se tratara. Le prometí que si alguna vez volvía a tocar a mi hija, esa vez iba a ser la última.
Me miró guapeando, y fue ahí que vi cerca de la entrada, en el paragüero un hermoso bastón de su abuelo, con toda la empuñadura de bronce. Mirarlo, tenerlo en la mano y golpearlo en el medio de su estómago fue todo uno. Cuando estaba caído en el piso, lo volví a golpear, esta vez con el pié. Mi hija intentó detenerme. La tomé del brazo y la hice caminar hasta la comisaría más próxima.
Pasaron tres años, a Valeria le empecé a ver con regularidad. Si no venía ella -siempre sola- iba yo. Cuando nació Lucía todo hacía pensar que el pasado había quedado atrás. La niña crecía y se ponía cada vez más bonita. Venían ambas dos veces por mes a Montevideo, y yo viajaba los otros dos fines de semana. Nos veíamos las tres. Gregorio nunca era de la partida.
Un día cuando Lucía tenía algo más de dos años, se quiso quedar a dormir conmigo en el hotel. Cuando la desnudé para bañarla se tapó los golpes de las piernas. –Fue sin querer abu, yo estaba en la mesa y se me cayó un vaso al piso y papi se enojó. Hice como que aquello era algo sin importancia, y al rato cuando ya estaba tranquila jugando con sus muñecas, le pregunté si su mami también se portaba mal, y si su papi la rezongaba. Ahí dudó. Fue una décima de segundo. Era una niñita que no sabía si hablar o no.
Finalmente me dijo que era un secreto que tenía con su mami, y que nadie debía enterarse. Que su papi las quería mucho, pero a veces se ponía nervioso y no sabía bien que hacía.
Si bien algunas personas nunca cambian, quise darle una oportunidad, pero la rechazó. Empecé a visitar a Valeria regularmente, y conocer la rutina de sus vidas. También comencé a seguir a Gregorio. Descubrí muchas cosas que a Valeria no le hubiese gustado saber.
Gracias a Dios, cuando mi yerno sufrió el terrible accidente automovilístico iba solo en el auto. Según los expertos iba a alta velocidad y le fallaron los frenos
Valeria lo lloró, pero no demasiado ni por mucho tiempo, y cuando conoció a Fernando supe que finalmente iba a ser feliz, ya que Lucía lo adoraba. Durante mucho tiempo mi hija me miraba con una pregunta en sus ojos, pero nunca la hizo.
Yo por mi parte, fui al cementerio a los tres años de la muerte de Gregorio. Fue realmente una tragedia que un hombre tan joven perdiera la vida, pero yo soy una persona honorable. Siempre cumplo mis promesas.
Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-102755755835660332013-11-25T09:17:00.002-08:002013-11-25T09:17:25.075-08:00Cuentos para no dormir la siesta
Nunca me gustaron los cuentos de hadas. Ninguno. Así que mi infancia transcurrió sin todas esas fantasías del mal con final feliz, sin ogros, madrastras o patos feos. Nada de eso formó parte de mi mundo. Cuando llegué a la adolescencia, en mis estudios de literatura inglesa, tuve que leer varios títulos, entre ellos, El prisionero de Zenda, y El flautista de Hamelin. Este último me impresionó mucho. Era la avaricia llevada al extremo y castigada. Nada de finales felices.
Tal vez fue porque había leído el cuento la semana que visité a la abuela, aquel personaje oscuro y lejano con el que nunca había tenido mucho contacto. Cuando me dijo que tenía un secreto para contarme tuve un raro presentimiento.
La abuela vivía sola en aquel caserón enorme, con patios, sótanos y altillos, y cuando entraba me imaginaba estar entrando a alguna de esas casas embrujadas de las películas de terror. La abuela estaba sentada junto al aljibe, y me hizo una seña de que me acercara. Se levantó, bajó la roldana, y cuando subió el balde, en lugar del agua que yo esperaba encontrar, había por lo menos como cincuenta ratas o ratones y mineros, que se revolvían dentro del balde tratando de salir del encierro. La abuela volvió a bajar el balde con su carga, sonrió, con picardía y dijo:
-Son montones, capaz que miles los que viven en este aljibe. Yo hace años que los conozco, ya han pasado varias generaciones. Se reproducen muy rápido. Los alimento todos los días. Viste que preciosos son?
Yo no pude ni responderle. El asco me invadió y traté que no se notara. Miré sus manos huesudas, que me parecieron garras en ese momento, y me acordé de otro dibujo animado, el de la bruja Agatha y su nieta Alicia. La abuela era igual a Agatha, con sus ropas negras, manos como garras, mentón afilado y aquellos ojitos negros tras los cristales montados en su nariz puntiaguda. Cuando pude sobreponerme al asco, le pregunté con qué los alimentaba. Creo que la respuesta fue la gota que desbordó el vaso. Me dijo, mirándome fijamente a los ojos, como quien cuenta un secreto, que ponía trampas para palomas, pero a veces -casi siempre- caían gorriones, torcazas, benteveos, horneros y hasta ratoneras. Los dejaba morir en la trampa, y después los tiraba dentro del aljibe. También me dijo que el día que los alimentaba se sentía desde el borde del aljibe la excitación de los roedores. Mi nausea empezó a crecer de forma proporcional al asco y rabia que me daba que alimentara ratas con pájaros. Le dije que tenía que ir al baño. Imaginé aquellos pobres pájaros en la trampa, y a ella esperando y mirándolos aletear hasta su último aliento para tirarlos al aljibe.
Entré, cerré la puerta y vomité hasta las entrañas.
Demoré dos semanas en regresar a visitar a la abuela. No se si tenía algo en mente. Creo que no. Solo le pedí a Dios que no insistiera en mostrarme los ratones, pero ese día Dios no estaba escuchándome.
Miré a la abuela, e interiormente desee que nunca más tocara el tema, pero ella estaba convencida que yo adoraba su secreto del aljibe, así que me dijo, -Vení nena que quiero que veas algo. Con un gesto rápido tiró el balde dentro del aljibe.
Lo sentí tocar fondo. Se escuchó un revuelo tremendo, y ruidos cuando empezó a subir la roldana. Supe que no lo iba a soportar. Creo que fue en ese mismo instante que me acordé de otro cuento, no tan famoso, el de Hansel y Gretel, y cuando ví a Agatha mirar con amor hacía el fondo del aljibe, no tuve más remedio que empujarla.
No gritó. Capaz que esa era su intención, que yo terminara con su miserable vida criando ratones. O tal vez fuera mi destino el salvarla de su triste final.
Sentí el golpe al caer y pensé que los ratones iban a tener alimento por lo menos para dos semanas más.Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-18260351273377872212013-11-25T09:14:00.002-08:002013-11-25T09:14:55.833-08:00Allá lejos y hace tiempo
Soy una persona grande. Sé que mi cabeza está bastante bien, aunque a veces me olvido que conté algo y lo vuelvo a contar y mis hijos se fastidian. La gente joven tiene poca paciencia con los viejos. Trato de mantener la mente ocupada o por lo menos lejos de los problemas. No miro más dramas por televisión. A veces sueño con mi padre que murió hace casi cincuenta años. Nunca sueño con mi madre. Ella también murió hace mucho, pero su alzheimer fue tan devastador que no quiero acordarme. Tuve muchos hijos. Hoy algunos están mejor que otros, unos son más débiles, otros más fuertes, pero todos buenas personas. Fue difícil criarlos en esa época. Cada día cuando uno no llegaba me ponía nerviosa. La época negra de este bendito país los agarró en distintas etapas de su vida. Unos en el liceo, otros en la universidad y los menores en el colegio. Siempre me preocuparon los grandes. Nunca sabía a qué hora llegaban, o si se quedaban a estudiar en el centro, donde siempre había alguna manifestación. Tenía terror cada vez que veía pasar aquellas chanchitas azules, que circulaban muy despacio. A los veinte años todos creemos que podemos salvar el mundo, pensamos que somos una suerte de Robinjud, hasta que un día te cae la ficha y te das cuenta que apenas podés salvarte vos. No fue el caso de los tupas. Nunca fueron robinjudes, aunque a alguno pueda haberles parecido. Tuve un yerno que estuvo adentro. Nunca quiso hablar del tema. Solo una vez que estaba muy tomado, se puso a llorar y dijo solamente algo como que todo había sido un caos, sin orden, sin organización, y que la ambición de poder hizo lo demás. Demasiados caciques. Todos querían ser los dueños del circo. Cero ideología, una revolucioncita copiada de los cubanos y un grupo de loquitos jugando a los reivindicadores. Todo un desatino que terminó injustamente con muchas vidas. Y después quisieron echarle el muerto de la derrota a otro. Cuando la lucha estaba perdida de antemano. Me acuerdo de esto porque me encanta leer, y cuando alguien escribe bien, es gratificante leerlo, así que supe del escándalo del momento, pedí que me compraran el diario, leí las cartas, y me vino una avalancha de recuerdos. En realidad si fue traidor o no a quien le importa. No a mi. Supongo que pudo haber tenido dos motivos para escribir cuarenta años después, uno es no caer en el olvido. Todos queremos que nos recuerden. Otro justificar que lo hizo por amor. Recuerdo ahora una película inglesa que se llamaba Por la patria. Qué cantidad de atrocidades se pueden cometer invocando el nombre de la patria. Ahora en esta habitación en que estoy desde hace más de dos años sin poder moverme si no me ayudan, recibiendo las pocas visitas de las personas que de a ratos o de a meses se acuerdan de que todavía estoy aquí, habiendo enterrado a mi hijo mayor de un maldito cáncer, me acuerdo de mi pequeña traición. Quedé viuda a los cincuenta y ocho. Mi marido sufrio un infarto delante mío y cuando vino la coronaria ya se había ido. Tenía solo sesenta y seis años pero había sido el hombre de mi vida, salvo por aquella única vez. El viajaba mucho, sobre todo al interior, aunque a veces también viajaba a San Pablo y a Buenos Aires. En esas ocasiones siempre lo acompañaba. Pero hubo una vez que tuvo que quedarse cinco días en Tacuarembó. No soy la heroína de Los puentes de Madisson, pero tuve una historia de tres días con Felipe, mi compañero de facultad de tantos años que había enviudado hacía dos. Nos encontramos en el centro, me invitó un café que duró cuatro horas. Nunca hubiese pensado que tratando de consolarlo terminaría en la cama con él tres días seguidos. Es gracioso los recuerdos que nos traen las cartas que leemos en los diarios. A mi jamás se me hubiera ocurrido contar mi affaire con Felipe, ni por no caer en el olvido ni por amor. Tan solo sucedió. No se lo dije a nadie. No estoy orgullosa de lo que pasó pero tampoco me arrepiento. Acostada en una habitación de una casa de salud, casi inmóvil lo único que a veces me quita el sueño, es pensar si mañana estaré viva. Ya cumplí los noventa y a veces tengo miedo de dormirme y no despertar. Ya no temo que me asalten en la calle porque hace años que no salgo. Tampoco me preocupo de pagar cuentas porque mis hijos lo hacen por mi. A veces pienso que quizás para ellos soy una vieja de mierda que no se muere nunca, pero en esas ocasiones sacudo fuerte la cabeza para olvidarme rápido como de esa época maldita que todos vivimos. Creo que como dice el refrán muerto el perro se acabó la rabia. Por eso cuando todos estos viejos rabiosos se mueran, los que persiguieron y los perseguidos estaremos en paz. ¿Estaremos?Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-71462698052667381342013-11-25T09:10:00.002-08:002013-11-25T09:10:36.582-08:00Pandora
Me acaban de llamar del edificio del Cordón donde vive mi madre. Parece que se cayó. Parece que vino el SUAT o cualquiera sea la emergencia que tiene y se la llevó a la mutualista. Parece que está quebrada. Parece que se acordó que tiene una hija.
Cuando yo tendría alrededor de doce años, no podía soportar la extraña relación de mis padres. Siempre peleando. En realidad era mi madre la que peleaba. Tampoco peleaba. Tenía sus interminables monólogos. Sus letanías cotidianas.
Yo llegué bastante tarde al hogar, cuando casi no me esperaban. Tuvieron doce años de peleas, y en el año número trece, cuando nadie esperaba nada, caí yo como una paracaidista. Yo no pedí venir, pero evidentemente ellos me llamaron de donde quiera que yo me encontrara, y aterricé en aquel hogar de dos seres tan distintos como complejos.
Los primeros años no fueron tan malos. Había mamá, papá, abuelas y algún tío o primo no tan cercano, pero que daba un poco de respiro a ser hija única.
El calvario empezó después, cuando yo tendría ocho o nueve. Tal vez había empezado antes, pero yo estaba muy ocupada con crecer o jugar o ser feliz que no lo registré.
Un día cuando llegué del colegio mi madre estaba totalmente fuera de sí y hablaba sola, o le hablaba a un retrato de ella y mi padre en algún lugar del mundo.
Estúpida y cien veces estúpida por confiar en vos, pedazo de mierda, o vos te crees que soy estúpida. Ya se que tenés otra mina. Hace años que lo sé, pero igual pensé que algún día te ibas a dar cuenta.
Así siguió el monólogo como dos horas. Yo me quedé quietita en la cocina hasta que se calmó un poco, y ahí hice ruidos como que había llegado.
A partir de ahí todos los días o día por medio tenía aquella puesta en escena. Yo llegaba del colegio y mi madre puteaba a la foto de mi padre. Más o menos repetía el mismo repertorio, palabra más insulto menos o viceversa.
Esto más o menos duró cuatro o cinco años.
Una vez sola se lo comenté a mi padre, pero la respuesta que me dio me descolocó. Eso la hace feliz. Es su mundo. Ella no tiene otro mundo que yo, y entonces se le queja a mi foto. Si yo estuviera aquí y le contestara, empezarían las peleas y ella no podría enfrentar su frustración. Así es mejor para todos. Pero no te preocupes. Ella igual nos quiere mucho.
Nunca supe si mi madre sabía que yo estaba dos horas esperando que ella terminara su mónologo de insultos diarios, quietita en la cocina.
El tema fue que me sucedió lo que a cualquier otra mujercita en la adolescencia. Tuve mi primer período. No le dije nada a mi madre, pero ella de alguna forma se enteró. Entonces su monólogo iba dirigido a mi padre y a mi. A mi padre por haberla embarazado, y a mi porque algún desgraciado me iba a embarazar y que iba a ser de ella. Quien la iba a cuidar, y bla bla bla.
La perorata era diaria, y yo seguía esperando quietita en la cocina, hasta que el voltaje del monólogo bajase, y entonces hacía algún ruido anunciando mi presencia.
Hasta que un día cualquiera, capaz que porque mis hormonas estaban en su punto más alto, decidí hacer lo que en definitiva iba a modificar el destino de todos. Decidí seguir a papá.
Claro que papá tenía otra casa. Claro que tenía otra mujer que lo esperaba. Claro que tenía alguien más que lo besaba cuando llegaba.
Al día siguiente al volver del colegio no quise escuchar el monólogo. Me paré en el living y le dije a mamá que papá tenía otra mujer que vivía en una casita en Malvín, en la calle Orinoco. Le di la dirección completa.
Ahí fue el comienzo del fin. Mamá me echó de casa. Que yo era una mocosa atrevida, que era Pandora, que había abierto la puerta del mal para separarla de su marido, que yo era una celosa de porquería, que debía tener algún macho calentándome la cabeza, que los dos estaban tan bien antes de que yo llegara, que antes su marido era de ella sola y que no precisaba testigos que juzgaran su vida, y la lista siguió hasta límites imposibles de entender en una relación madre hija.
Afortunadamente mi abuela paterna me cobijó en su casa.
Estuve ahí doce años.
Después me fui a vivir sola. A papá lo seguí viendo. El estuvo siempre, me vió cada fin de clases desde que me fui de su casa hasta que me recibí. Estuvo conmigo cada Navidad y cada cumpleaños. Me llamaba por teléfono, y hasta me llegó a alquilar un apartamento cuando me fui de lo de la abuela, tras su muerte. En todos esos años, yo pensaba que iba a volver a mi casa, pero mamá nunca preguntó por mi.
Dos veces le pregunté a papá si mamá no hablaba de mi o si no le preguntaba. El no quería mentirme, pero tampoco quería decepcionarme. Bueno, vos sabés como es tu mami, pero ya se le va a pasar.
Nunca se le pasó. Pasaron dieciocho años y nunca más quiso saber de mi.
Qué sentí yo todos estos años, no sé. Un vacío. Supongo que como los perros que no tienen dueño y andan vagabundeando y acercándose a alguien en busca de un poco de calor. Ni siquiera puedo decir que la extrañé. Solo un lugar que debía estar ocupado y estaba desierto.
Hace un mes que murió papá. Yo fui a su velorio y entierro. Mamá no estaba. Y eso que papá siguió viviendo en el apartamento del Cordón hasta el final. Nunca se mudó a la casita de Malvín. Dieciocho años más vieja, la mujer de la calle Orinoco se presentó en el velorio. La reconocí.
Me acaban de llamar del edificio del Cordón donde vive mi madre. Parece que se cayó. Parece que vino el SUAT o cualquiera sea la emergencia que tiene y se la llevó a la mutualista. Parece que está quebrada. Parece que se acordó que tiene una hija.Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-65498320711687921062013-11-25T09:03:00.002-08:002013-11-25T09:03:34.997-08:00Acoso
Acoso
La niña ya había visto a su hermano llegar llorando del colegio, no una vez sino varias veces. Era menor que ella, y no podía aguantarlo. Ella ya había pasado por eso antes, y pudo solucionarlo a su manera. La niña pensaba que ella era distinta, y no le importaba ser distinta, pero a todos aquellos vándalos como los llamaba el abuelo cuando molestaban a su hermano, no les gustaba que hubiese niños distintos. Siempre molestaban a los gordos, o a los que usaban lentes, o a los que no podían hacer deportes, o a los pecosos. El hermano de la niña no usaba lentes, era flaco, era bueno en los deportes y no tenía pecas. Era tímido, y solo cuando lo llamaban al frente o lo hacían parar para leer, tartamudeaba. Ese era el punto de apoyo de todos los matoncitos. Y de los demás, porque los espectadores eran tan culpables como el matón principal. La niña pensaba que su hermano sufría, pero no decía nada, y cuando su madre empezó a quejarse de que su hermano, con nueve años cumplidos, había empezado a orinarse en la cama, supo que ya había llegado al límite. El último día que la niña que se creía distinta vió a salir del colegio a su hermano con lágrimas en los ojos, y a los matones de turno correrlo a las pedradas, supo que tenía que hacer algo.
Ella era distinta porque en lugar de jugar a las barbies, o de hablar de idioteces, le gustaba espiar a la gente. A su madre, a sus abuelos, a su hermano, pero sobre todo a su padre. El padre de la niña que se creía distinta hablaba mucho con los clientes y ella había sentido varias veces usar la palabra bullying, y que su padre decía que tenían que denunciarlo, así que la niña esperó a su padre después que se fue el último cliente y le dijo que tenía que contarle una cosa. El padre de la niña que se creía distinta, la abrazó, la zarandeó un poco y le dijo que estaba muy ocupado. La niña le dijo que él siempre estaba ocupado, y que no podía ver, que su hijo, el hermano de la niña que se consideraba distinta estaba sufriendo de bullying o como quiera que se llamara, que en el colegio le pegaban y que había vuelto a orinarse como decía mamá porque no quería ir al colegio, y que si él, el padre de la niña que se creía distinta no hacía nada, su hermano iba a hacer igual que aquel otro niño, hijo de sus clientes y al que nadie escuchaba y se iba a terminar tirando por el balcón, o haciendo algo peor. La niña no sabía que podía ser peor, pero igual quería que su padre supiese que su hermano estaba pasando por eso tan horrible que sus clientes le iban a consultar. Recién en ese momento el padre de la niña se puso serio. Como pudo ser, como no me di cuenta, cómo nadie se dio cuenta, que barbaridad, dijo el padre de la niña y se agarró la cabeza con las dos manos.
La niña se sentó y le dijo a su padre que se fijara en una página de la porquería de Facebook, donde todos los matones del colegio hablaban de hacerle la vida imposible a su hermano, y que los matones eran dos, peros los demás eran todos tan matones como los matones, porque no decían nada, o apoyaban o se reían. El padre de la niña que se creía distinta le preguntó como ella sabía todo eso, y la niña le respondió que ya tenía diez y a los diez todos los niños tienen Facebook y ahí se ponen fotos, o videos y otros idiotas dicen me gusta y ponen un dedo para arriba, pero ella sabía que los matones le ponían me gusta a las fotos tirándole piedras a su hermano. También sabía que su hermano no quería ir al campamento del colegio porque no la iba a pasar bien, y que además si se hacía pichí en la cama los matones le iban a hacer más burla y lo iban a poner en Facebook para que otros estúpidos pusieran me gusta. Y ellos no tenían balcón, pero su hermano podría encontrar algún otro balcón de donde tirarse si publicaban que se hacía pichí en la cama y los demás ponían me gusta. Y la niña dijo que ella lo había defendido algunas veces, pero no quería seguir haciéndolo porque si no los matones le iban a decir que era un mariquita y que lo tenían que defender las mujeres. La niña se quedó sin aire y el padre la abrazó.
Dos días después el padre convocó a una reunión con la dirección del colegio y con los padres de todos los alumnos. Todos se mostraron escandalizados por las barbaridades que habían publicado en las redes sociales, y la página fue borrada de inmediato.
De los dos autores, uno era el ideólogo, y el otro era un muchacho muy tímido pero que tenía extraordinarias habilidades con las tecnologías nuevas, que fue el autor físico. Pero los padres del autor ideológico no quisieron aceptar la responsabilidad, ya que no era el hijo de ellos el que había creado la página. Los dos padres del autor ideológico eran abogados, y no querían asumir el hecho de que su hijo había sido no solo el ideólogo, sino también el instigador del acoso. Finalmente, el padre de la niña que se creía diferente, les dijo a los padres abogados del niño que había sugerido los acosos al hermano de la niña, que en lugar de pensar como abogados pensaran como padres, y que imaginaran como se hubiese sentido su hijo si el acosado hubiese sido él.
El colegio tomó una resolución salomónica, y suspendió temporariamente a los dos autores por una semana, y después se reintegrarían a prueba durante el resto del año. Si por alguna razón hubiese una sola queja sobre ellos, ya fuera social o académica no podrían matricularse el año próximo.
El padre de la niña que se creía diferente, llegó a la casa contento con el resultado de la reunión, pero en el fondo se sintió absolutamente conmovido por el mundo que les estaba tocando vivir a sus hijos. Llamó a su hijo lo abrazó y le pidió perdón por lo que había pasado. Después fue a su estudio, cerró la puerta con llave, recordó de su propio pasado de acosador y lloró, lloró, lloró.Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-12182791474409281292012-11-15T11:24:00.000-08:002012-11-15T11:24:45.091-08:00BalconesBalcones
Nunca supe por qué los balcones ejercían esa especie de fascinación sobre mi.
Me encantaba caminar por las calles de Montevideo mirando balcones, y buscando alguno que no conociera. Eran balcones de otras épocas, unos redondeados y de piedra, otros de hierro forjado, algunos con aplicaciones de bronce, otros con arabescos. Símbolos de otros días en que había más espacio y el buen gusto le ganaba a economizar metros. Hoy los balcones son cuadrados o rectángulos sin ninguna personalidad.
El balcón que recuerdo más era uno enorme sobre la calle Agraciada, cuando mis padres se mudaron por primera vez. Papá me levantaba, giraba y me hacía un avioncito. A mamá le daba miedo que jugara a eso en un balcón del piso 13.
Fue en uno de esos balcones donde pasó el primer incidente.
Yo era una niña y vivía en un apartamento sobre una avenida importante, donde había mucho tránsito. Pasaban omnibuses, camiones, autos y taxis y siempre había ruido y bocinas.
Había ido hasta el kiosco que había enfrente para comprar una cartulina negra que me habían pedido en el colegio, y cuando volví la vi. Era Adriana. Tenía 15 años y dos hermanas. Sus padres estaban separados y la madre había viajado a Buenos Aires. Ese sábado maldito Adriana se había subido al espléndido balcón de nuestro edificio y había saltado. Yo la vi en el suelo, con un charco oscuro alrededor, y el portero del edificio me hizo entrar por la puerta principal para evitar que siguiera mirando aquella mariposa con las alas quemadas. Adriana se había disfrazado de mariposa para un festival del liceo, y capaz que había intentado volar. Más tarde me asomé y vi al portero persiguiendo la sangre seca del piso con la manguera.
Años más tarde me mudé y por un tiempo me olvidé del tema.
Cuando tenía diecisiete años me mudé a otro barrio tan ruidoso como el anterior. Cuando visité el apartamento por primera vez antes de que mis padres lo compraran, lo primero que hice fue salir al balcón. Era precioso. No muy grande pero el hierro forjado con los detalles en bronce le daban un aire majestuoso, como decían en aquel entonces. Precioso edificio. Precioso balcón.
Nunca conocí a nadie de ese edificio, ya que era un apartamento por piso y mis horarios nunca coincidieron con los de los otros vecinos, salvo la señora de los gatos. Ella vivía en el piso dieciséis, y yo veía sus gatos cada vez que me asomaba. Debía tener más de quince. Un buen día, una de las gatas más viejas tratando de atrapar una paloma que se había apoyado en el marco de la ventana, saltó al vacío. Milagrosamente no se hizo nada importante. Estuvo desaparecida unos días, supongo que del susto que tendría, y la encontraron maltrecha pero viva. El único daño permanente que sufrió fue que quedó medio descalabrada, pero aún así vivió muchos años más y seguía intentando cazar palomas. Toda una sobreviviente.
El tiempo pasó y me casé.
Mientras los niños fueron chicos vivimos en casa. No se si fue un deseo oculto, pero creo que no quise arriesgarme a nada. Cuando entraron a la Universidad, por comodidad volvimos a vivir en apartamento. Esta vez no muy alto, pero era un pent house con terrible terraza de barandas metálicas blancas. Nunca tuve demasiada pasión por las plantas, pero había algunas macetas que el dueño anterior había dejado, y ahí habían quedado. En una de ellas que estaba sobre el pretil con el vecino hizo nido una paloma torcaza. No sé cuantos pichones tenía en total, pero con la última tormenta de agosto, cayó la maceta al piso y yo poco pude hacer. A la mañana encontré dos pajaritos aún emplumando en el piso, oscuros y fríos como la muerte. Me dio lástima la pobre torcaza pero no la pude encontrar.
Quedé viuda justo a tiempo, para no tener la urgencia de tirarme o tirar a alguien del balcón. Las personas nos ponemos grandes y nuestra tolerancia se esfuma, así que a veces le tenía muy escasa paciencia al difunto. Se había vuelto cascarrabias y solo abría la boca para decir que le dolía algo. Solo quejas. Unicamente quejas.
Hoy estoy muy mayor y me cansan las personas tontas. Me cansa casi todo el mundo que abre la boca para decir estupideces. Todos los viejos hablan pavadas. Mi vecina del sexto piso viene a visitarme muy seguido. Le gusta mi balcón y mis plantas, y se apoltrona por horas para hablar de enfermedades, de gente que se murió, de prótesis y de gases y divertículos. Hasta dejé de escuchar la radio, porque los viejos se creen impunes para decir pavadas. Creo que les debe gustar escucharse. Ahora me acuerdo de aquel viejo charlatán que mi abuelo escuchaba todos los mediodías. Mi abuela no lo soportaba, pero mi abuelo decía que era un charlatán pero que lo divertía mucho. Ahora está el tema de la porquería de twitter. Todos escriben estupideces, y se juntan otros estúpidos como seguidores. Todos necesitan su cuota de fama, o de que alguien los conozca o los reconozca o simplemente los escuche. Y yo ya no quiero escuchar a nadie.
Muchas veces no soporto el tono de voz de mi vecina. Otras, cuando la veo apoltronada en mi balcón hablando cosas que no le importan a nadie, me vienen a la mente cosas raras y sacudo la cabeza ahuyentándolas. Pero siempre vuelven, igual que mi vecina.
Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-21038159564661074602012-11-15T11:21:00.006-08:002012-11-15T11:21:59.002-08:00El aljibeEl aljibe
Aún hoy me veo jugando rayuela sobre aquel tablero de ajedrez que era el inmenso patio de la casa de La Aguada. Era lo único que se podía hacer en la casa de abuelita. Cuando observo los cuadros de Medina, con los zaguanes y las puertas con visillos de voile blanco labrado y la luz entrando por las banderolas, me veo con zapatitos de charol y medias blancas con puntillas saltando sobre las baldosas blancas y negras.
La abuelita era una mujer baja y flaca, siempre vestida de negro, con el pelo blanco enrollado en un rodete apretado sobre la nuca, unos ojitos oscuros detrás de lentes diminutos que cabalgaban sobre la filosa nariz, y siempre con un delantal con peto. Las manos muy huesudas bajaban el balde con la roldana en el famoso manantial.
También había un aljibe, y para mi los dos eran exactamente iguales, dos torres redondas de donde se sacaba agua. Para abuelita decir eso era una blasfemia.
El agua del manantial se podía usar para tomar, en cambio la del aljibe solo se usaba para lavar aquellos interminables patios. Además el aljibe tenía ruidos. La única vez que le dije a papá que sentía voces en el aljibe, me miró raro, y por casi un año no volví a la casa de la abuelita. Nunca vi una mascota en aquella casa, aunque a veces casi podría jurar que sentía maullidos lastimeros. No le dije nada a papá.
La casa de la Aguada era una especie de zaguán largo y ancho que llegaba hasta el fondo, donde estaban la cocina, el estar, y dos baños, uno grande con bañera de cuatro patas, el otro casi una letrina. Una escalera daba a un altillo enorme. A ambos costados del zaguán salían varios dormitorios ciegos, y dos patios descubiertos. También había un sótano lleno de cosas viejas. Siempre me aburría y las veces que mi curiosidad había invadido los cajones de las cómodas y mesitas de luz de la casa, la abuelita con cara muy dura decía “niña pícara y bandida”. Papá insistía en llevarnos todos los domingos, y yo insistía en revolver cajones. No había abuelo en aquella casa.
Era una casa con secretos . Cada vez que pasaba cerca del aljibe había ojos que estaban al acecho. Levantaba la vista porque siempre me sentía observada. A veces no veía a nadie, otras veces eran los ojos miopes de mis tías tras los lentes, otras solo la sensación de acecho.
También me veo sobre un carro con caballo, lleno de verduras, el del verdulero que pasaba todos los días, como si fuese la reina del carnaval de las lechugas. En nochebuena, en uno de los cuartos ciegos, siempre el mismo, mis tías armaban un pesebre gigantesco. También el tema de la religión era recurrente, y vivían rezando el rosario. No había primos, y cuando llegaron era demasiado tarde. Un abismo de distancia. Pero el aljibe seguí gritando y yo me hacía la sorda.
Los primos empezaron a crecer. Yo no les tenía mucha paciencia, porque eran chicos, molestos y me hacían cuidarlos. El varón era muy miedoso, así que me vengaba como podía y los tenía asustados de que si se portaban mal, el viejo que vivía en el aljibe y que siempre gritaba se los iba a llevar.
La vida transcurría placentera. Yo iba a la escuela, y ya estaba en sexto y mis primos imberbes tenían cuatro y seis años. A veces con un poco de suerte, papá me llevaba a la Estación Central, viajábamos en tren, y compraba maníes calentitos. Yo adoraba ese olor. Hoy los hago en el microondas, y no queda el mismo aroma, pero ya nada es lo mismo.
Una de las últimas veces que fui a la casa de La Aguada, solo por aburrimiento, ya que los contenidos de los cajones de todas las mesas de luz, y de todas las cómodas habían sido cuidadosamente revisados, les propuse a los niños chicos ir al sótano. Esa tarde no había nadie en la casa, porque la abuelita y las tías habían ido a rezar el Rosario a la parroquia, y papá estaba hablando en el patio del manantial con un tío viejo, hermano de la abuelita que debía de tener como cien años. Yo no me acercaba a ese viejo. La única vez que me acerqué, me había llamado para ofrecerme un caramelo, pero me tocó las piernas y la bombacha. No le dije nada a papá. Se hablaba poco en esa casa.
Uno de mis primos, le había contado a su madre de mis amenazas sobre el viejo que vivía en el aljibe y me habían llamado para preguntarme que cosas les estaba metiendo en la cabeza a los niños, y papá me había suspendido la mesada en castigo, así que cuando entramos al sótano yo estaba muy enojada. No sabía cual de mis dos primos chicos había sido el buchón, pero yo sospechaba que había sido el varón que era una marica miedosa y llorona. La niña era más chica y muy quejosa, pero no era ni miedosa ni llorona.
El sótano estaba en una semi penumbra. Nos pusimos a revisar todo lo que encontramos. Había cajas viejas llenas de polvo con montones de fotos en blanco y negro, muchas de niñitos desnudos con el culito al aire sobre almohadones oscuros. Se hablaba poco en aquella casa.
Las tías cosían y bordaban y la abuelita cocinaba comida gallega que a mi no me gustaba, pero se hablaba poco o nada, y toda aquella gente se miraba de reojo. Cuando estábamos en lo que supongo sería la pared lindera al aljibe, un olor raro invadió la habitación y empezaron las voces, los gritos y los maullidos. Mi primo el marica empezó a gritar que yo estaba haciendo todo aquello para asustarlo, y la nena chica se me pegó a la pierna derecha y me agarró la mano.
Yo no dije nada. Sentía el olor a podrido y los gritos y los maullidos y el llanto de un niño, pero ahí no había nadie. Estaba aterrada tratando de que el mocoso dejara de llorar mientras que la otra me apretaba la pierna y no me dejaba casi caminar.
Les hice señas de que se callaran y empecé a caminar hacia la salida. Cuando estaba casi trepando la escalera se nos cayó encima una caja, y se desparramó todo lo que había. Como pude empecé a colocar todo en su lugar, cuando un recorte de diario con la foto del aljibe de la casa de La Aguada llamó mi atención. Tomé el recorte muy viejo escrito en un color sepia, el aljibe era el mismo. Arriba de todo decía “Tragedia familiar en La Aguada. Niño se ahoga tratando de rescatar un gatito que había encontrado en la calle, al ver a su madre arrojarlo al aljibe”. Dejé el recorte dentro de la caja, y sosteniendo a mis dos primos salimos del sótano.
No le hablé a papá del recorte de diario. Se hablaba poco en esa casa.
Después de eso volví una o dos veces más, pero empecé a mirar a la abuelita con miedo, y tampoco quería que se me acercara el viejo que ofrecía caramelos. Nada era lo que parecía.
Hoy ni papá, ni la Estación Central ni mi primo el llorón están más. Las tías estaban recluídas en una casa de salud, y me enteré que hace poco una de ellas falleció con 95 años. La otra padece un alzheimer galopante, pero las enfermeras cuentan que cada tanto grita desesperada, —Mamá andá a buscar de vuelta a mi hermanito y al gato, que los siento llorar.
Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-18635232518538901512012-04-25T17:35:00.002-07:002012-04-25T17:35:49.372-07:00Crónicas realesCrónicas reales – El Rey, los infantes y el elefante
Como tantas otras coronas europeas, la familia Borbón quedó exiliada en Portugal luego del triunfo de la república en 1931. El golpe de estado del Generalísimo Franco en 1936 fue un antes y un después para España que iniciaría su terrible guerra civil, durante la cual murió el famoso poeta Federico García Lorca, aunque no por sus ideas políticas, sino por razones que a la España pro nazi de Franco le resultaban inaceptables.
El futuro del rey Juan Carlos, fue definido en un yate el 25 de agosto de 1948. El príncipe tenía apenas 10 años. Su padre, Juan de Borbón, el heredero de la corona, en el exilio desde 1931, estaba empecinado en regresar al país y recuperar el trono. En ese momento la familia real vivía en Portugal. Tuvo que negociar con el general Franco, quien no tenía un hijo varón a quien heredarle el poder. Por eso, en aquel encuentro entre los dos hombres, el dictador puso su condición: o Juan de Borbón mandaba al príncipe a estudiar a España, o se tendría que ver en la necesidad de asignar el poder a otra familia real. Juan de Borbón entregó a su hijo.
Así comenzó el estrecho vínculo entre Franco y el príncipe Juan Carlos. El primero veló por su educación militar y tuvo con él una cercanía parecida a la de un padre. El segundo se mantuvo fiel al régimen militar hasta la muerte del dictador.
Juan de Borbón veía diluirse su oportunidad de regresar algún día a ocupar el trono que por sangre le correspondía. Se rumoraba que planeaba desheredar a su hijo mayor, hubo también quien fue más allá y pensó, como Amadeo Martínez Inglés –ex militar español y escritor–, que este hecho influyó en la muerte del príncipe Alfonso, de apenas 14 años, quien recibió un balazo en la cabeza, catalogado como “accidental”, disparado por su hermano, el príncipe Juan Carlos, con una pistola regalo del Gral. Franco. El principe Juan Carlos tenía 18 años y hacía un año que había ingresado a la escuela militar, por lo que el uso de las armas debía de serle familiar. Hasta el día de hoy, el rey nunca se ha pronunciado en público por este hecho. Este fatalidad podría catalogarse de infanticidio. Joder.
Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, príncipe de España y Sofía Margarita Victoria Federica, princesa de Grecia y Dinamarca, se casaron el 14 de mayo de 1962 en Atenas. Hubo tres ceremonias: un casamiento civil, uno por la Iglesia Católica y otro por la Ortodoxa Griega. De esa unión nacieron tres hijos, las infantas Elena y Cristina, y Felipe, príncipe de Asturias.
Los años pasaron, Franco murió, y a su muerte, Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias fue nombrado, Juan Carlos I rey de España.
El rey Juan Carlos I marca un antes y un después en la historia española. Cuando le fue heredado el poder, la expectativa sobre su actuar recaía en que ejercería las políticas franquistas. Pero no. Una vez en el trono dio un golpe de timón hacia la democracia. Redujo sus propios poderes y legalizó a los partidos políticos. Disolvió a las Cortes españolas y llamó a un referendo nacional para integrar la nueva Constitución.
Después del nefasto Generalísimo, y de la llegada de la democracia, se vino lo que en aquella época se llamó el destape español. Dicen las malas lenguas que con ese destape, también se destapó la vida sexual del monarca. Antes los trapitos sucios de las monarquías se lavaban en casa, pero con el devenir de los tiempos, el Internet, facebook y twitter, nadie puede ni siquiera tirarse una cana al aire, sin que se entere el resto del mundo. Joder.
De los tres hijos del rey, la poco agraciada infanta Elena, se casó con el igualmente poco agraciado Duque de Lugo, Don Jaime de Marichalar, de quien se divorció quince años después. De ese matrimonio nacieron dos hijos. El primogénito, Felipe Juan Froilán, se dispararía una escopeta de perdigones en un pie, mientras practicaba tiro al blanco en casa de su padre, justo cuando su real abuelo jugaba a los safari en Botswana y se caía de la cama fracturándose la cadera. Joder.
La infanta Cristina se casaría también con el ex jugador de pelota vasca Iñaki Urdangarín , quien actualmente estaría siendo investigado por posible uso de los dineros públicos y tráfico de influencias. Ella se ha declarado argentina en todo este asunto, pero le están investigando dos de sus cuentas bancarias, las que tendrían ingresados dinerillos non sanctos. Joder.
Nunca le tuve ni afecto ni animosidad al rey Juan Carlos, pero si me complació mucho aquel episodio jocoso, cuando cansado de ver que el obtuso bolivariano interrumpía sistemáticamente a Zapatero en su discurso en uno de esas cumbres iberoamericanas, el rey le espetó muy suelto de cuerpo, por que no te callas. Exquisito. Supongo que su estatura real, lo privó de decirle el mentado gilipollas. Pero lo mandó a callar. Joder.
Ahora su mea culpa a causa del escandalete de su excursión a Botswana, su operación de cadera, la sociedad ambientalista que preside desde 1968 lo sacará del cargo de presidente honorario por razones obvias, se suma la tercera en discordia que lo acompañaba en la cacería, la princesa plebeya Corinna zu Sayn-Wittgenstein, 28 años menor que Juan Tenorio.
Según la periodista catalana Pilar Eyre, autora del libro La soledad de la Reina, doña Sofía no comparte el lecho matrimonial con el rey desde el año 1976, fecha en que lo encontró con las manos en la masa, o mejor dicho en otra damisela. . Doña Sofía tiene su suite privada en el primer piso del palacio real y Don Juan en el segundo.
"Lo siento mucho, me he equivocado. No volverá a ocurrir", dijo Juan Carlos tras ser dado de alta de un hospital de Madrid.
Lo que no tenemos muy en claro si lo que no volverá a ocurrir serán las cacerías o las infidelidades, pero el rey ya tiene 74 años. Y con los tornillos en su cadera no cree esta cronista que el monarca esté en condiciones ni de dar el salto del tigre, ni tampoco del ropero.
Y ahora aquí , con el pasaporte rojo de la Unión Europea en las manos, pienso en las estúpidas corridas de toros, las encerronas de San Fermín, las tomatadas, los naranjazos, y todos esos festejos estúpidos, y en esta triste monarquía española, y me digo joder, tantos años de historia y no han aprendido nada.Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-35456970725759141992011-11-21T16:08:00.000-08:002011-11-21T16:13:12.102-08:00Cosas de niños—Todos los viejos tienen las manos parecidas, dijo Elena.<br /><br />Yo la miré y no entendí a que se refería. <br /><br />Ella agregó, —Si, no te fijaste, todos los viejos tienen las manos huesudas y con manchas marrones. Siempre que veo viejos les miro las manos para poder recordar a mi abuela cuando me acariciaba el pelo. Extraño eso. Algunas veces tengo ganas de pedirle a alguna vieja que me acaricie el pelo, pero va a pensar que estoy loca.<br /><br />Cuando Elena se fue, todo un torbellino de recuerdos me golpeó como si hubiera chocado contra un muro. El abuelo Alejandro tenía las manos huesudas y con dedos largos. En aquella época, cuando me hacía las trenzas, o las colas de caballo prolijísimias, sin ningún pelito fuera de lugar, nunca temblaban. Empezaron a temblar después, cuando aquel maldito Parkinson hacía que cuando sostenía el diario le bailotearan las letras de lo que leía. <br /><br />Tenía una práctica enorme para peinarme aquellos pelos largos hasta la cintura, sin jamás tirarme, y creo que todavía no habían inventado la crema de enjuague. Super prolijo para revisarnos las manos, las orejas y detrás de las orejas. Pasaba revista de si nos habíamos bañado, y cepillado los dientes. También era muy severo con los uniformes, con los zapatos lustrados y con los cuellos y puños de las camisas bien blancos. Las manos del abuelo eran las primeras que veía en la mañana al levantarme, y las últimas al arroparme para dormir.<br /><br />Las manos también pellizcaban bajo la mesa cuando nos reíamos en en el almuerzo o cuando demorábamos horas con la sopa. Ya me parecía a Mafalda en aquella época. Detestaba la sopa y la podía tener servida horas. La miraba como si mirándola se fuera a terminar sin haberla probado. No había caso. La que odiaba más era la de verduras, con todas aquellas cosas flotando. Yo empezaba a poner trozitos de puerro, apio, zapallo y lo que tuviera aquella nefasta sopa en los bordes del plato hondo, y trataba de cargar en la cuchara solamente aquel líquido turbio e intomable. Por suerte, una de mis hermanas era como Pocha Morfoni, y cuando el abuelo estaba distraído se comía todo lo que yo dejaba. Cuando el abuelo estaba atento, volvía al plato todas aquellas verduras que yo muy metódicamente acomodaba en los bordes. Creo que el abuelo se hacía el distraído. El sabía que yo nunca me podría haber comido aquellas verduritas en un abrir y cerrar de ojos, se hacía el distraído y debía reirse por las trampitas de las nietas. La abuela decía, ojalá que cuando tengas hijos te salgan tan macacos como vos, así vas a ver que trabajo que dan los niños cuando no quieren comer. Todo transitaba sobre ruedas hasta el momento en que el abuelo se enfermó.<br /><br />La abuela dejó de venir porque se quedaba en su casa a atender al abuelo, y nosotros íbamos los sábados a almorzar. Nos obligaban a dormir la siesta, y yo siempre me escapaba. Nunca pude dormir la siesta, y menos escuchar los ronquidos del abuelo.<br /><br />Mi pelo empezó a ser el tema recurrente de conversación de mi madre quien no había heredado el don de la paciencia que tenía el abuelo, y día tras día rezongaba con que el pelo se enredaba, que el pelo estaba muy largo, que ella no tenía tiempo de sentarse a hacerme las trenzas, que nunca quedaba prolija, y toda una sarta de idioteces. Tenía una distinta para cada día, aunque a veces repetía la canterola de la semana anterior. Y como tanta letanía tenía algún motivo, un día me llevó a la peluquería para solucionar el problema de raíz. <br /><br />Con el correr de los días mi rabia se fue disipando, y cuando ya estaba casi resignada a mi nueva imagen, apareció en el barrio la gordita antipática que era prima de una de mis amigas, y tenía un pelo largo que le llegaba más allá de la cintura. <br /><br />La gordita siempre había sido muy envidiosa, pero aquel día estaba haciendo el papel del hada malvada solo porque mi pelo rubio era más largo y más lindo que el de ella, así que solo por hacer daño me dijo –Así que te cortaron el pelo. Acusé el golpe pero no dije nada. Más tarde, ya de noche estábamos haciendo una fogata, y empecé a quemar un pedazo de madera. No creo que en ese momento tuviera alguna mala idea en mente, pero la estúpida vaca gorda volvió a hacer otro comentario acerca de mi corte de pelo. Cuando vi que la punta de mi madera estaba al rojo vivo, la saqué y descuidadamente la apoyé en el hombro de la gordita, como quien marca ganado. Los gritos por la brasa que había saltado y le había quemado el hombro fueron terribles. Nunca supo que había sido yo, pero tampoco nunca más volvió a molestarme.<br /><br />Con el tiempo mi pelo fue acariciado por otras manos, por las manos de otros hombres, que se metían en la melena y la tiraban hacia atrás como hacía el abuelo, o simplemente se acurrucaban en la nuca, o acariciaban el cabello detrás de las orejas, y yo me dejaba acariciar como una gata mimosa.<br /><br />Hoy cuando Elena hizo el comentario de las manos de los viejos, creo que por primera vez me di cuenta que la rabia inmensa y la agresión a la gorda no habían sido por el corte de pelo. Era algo mucho más íntimo e intenso. Era saber que las manos huesudas y de dedos largos del abuelo Alejandro ya no volverían a tocarme.Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-37412881794792420972011-08-06T12:40:00.000-07:002013-12-03T13:41:41.898-08:00Gestos corporales
Sin querer me acordé de Sabina, porque el portazo de Adriana sonó como un signo de interrogación. Marta levantó la vista del papel que estaba leyendo y miró la puerta. Después me miró a mi y muy teatralmente como le gusta a ella, arqueó un ceja en señal de pregunta. Solo una. No se si era su don natural poder arquear una sola ceja, o si lo había estado ensayando durante años, cuando le había dado por ingresar al teatro.Yo decidí no responder a las señas corporales, por perfectas que fueran. Si quería preguntar algo que lo hiciera. Ya me tenían medio hartas Adriana con los portazos y Martha con los arqueamientos de cejas. Ni que decir de mamá con sus razonamientos, que se parecían más bien a un tratado sobre la cría y apareamiento del ornitorrinco en cautiverio. Media hora más tarde volvió a entrar Adri como un perro miedoso, con la cola entre las patas. Vino directamente hacia mi, y me dijo:<br />—Vos debés haber disfrutado cuando el estúpido de Rodolfo dijo lo que dijo. Debe de haber sido una perla más para tu corona.<br />Yo me miré las uñas, y no quise contestarle, pero Martha, que siempre está metiendo cizaña, esta vez estaba de mi lado, y le dijo, —¿Y se puede saber que dijo el estúpido de Rodolfo?. Porque los que dicen las estupideces siempre son los demás, pero vos en vez de mandarlos a la mierda, siempre venís aquí a buscar culpables.<br />—No es así, dijo Adri. Rodolfo es un estúpido, pero esta, y me miró de reojo, le debe de haber dado motivos. Y después pone cara de santita.<br />.—¿Y?. El estúpido de Rodolfo hace un comentario desafortunado, y estúpido, porque no puede sustraerse a su esencia, y vos culpás a tu hermana?.<br />Adriana me miró con rabia, miró también a Martha, y le dijo —Vos siempre estás defendiendo lo indefendible. Mamá que estaba leyendo en el living, se acercó a nosotras y dijo, —Bueno Adrianita, no le vas a hacer caso de las gansadas que dice tu novio, si todos sabemos que es de medio pelo para abajo, un terraja total como dice tu hermano Germán. La cara de Adriana era un poema. Yo recién entonces salí de mi letargo, me paré y me dirigí a la cocina. Voy a hacerme un cafecito, dije, alguien quiere que le haga algo?.<br />Mamá dijo —Prepará té para todas.<br />Martha se sentó en el sofá del estar, abrió la cartera y sacó el paquete de cigarrillos. Mamá empezó con sus ufffffffffff, dejá esa porquería, nos vas a envenenar a todos. Martha se levantó, abrió la puerta de la terraza, y volvió a entrar. Prendió su cigarrillo y exhaló el humo muy despacito por la boca.<br />Yo miraba -como hago siempre con mi cara de ambiguedad- mientras ponía el agua a hervir, y abría la lata del café.<br />Preparé las tazas para el té, cargué la cafetera con agua.<br />Adriana se acercó despacio y cuando estaba muy cerca de mí, me dijo en voz baja:<br />—Vos lo debés de estar disfrutando.<br />Yo la miré desde algún lugar que no era aquella cocina, y le dije:<br />—Yo disfruto de otras cosas, no de estos puteríos de familia. Si no te bancás las estupideces que dice tu novio, dale una buena patada en el culo, o hacé como dice Sabina, abandonalo como se abandonan los zapatos viejos.<br />—Pero él dijo que..<br />—Y a quien carajo le importa lo que dice Rodolfo, solo a vos. Así que si no te podés fumar las estupideces que dice, mandalo a la mierda. Haceme caso. No es para vos.<br />—Ah, como si vos supieras que es lo mejor para mi. Siempre quisiste estar por arriba mío. Siempre la señorita era la más linda, la más lista, la más buena, la señorita perfecta.<br />—Mirá Adrianita, la que siempre fue amante de las tablas es Marthita, así que no me vengas a hacer escenas de la pobre cenicienta con sus hermanas malvadas.<br />—Y por qué me meten a mi en este entierro- dice Martha. Adriana no está del todo equivocada, vos qué sabés si ese estúpido no es para ella, justo vos, la preferida…<br /><br />—A ver si se dejan de cotorrear las tres, tercia mamá. Aquí siempre fueron todas iguales…<br /><br />Adriana empieza a aplaudir, —Gracias madre por tu discurso de las democracias, pero vos, y nadie mejor que vos sabe de los privilegios que tenía la señorita, hasta aquel penoso episodio del liceo… hasta eso le pasaron por alto.<br /><br />—A ver si se dejan de decir estupideces, les digo a todas, no se si lo dice Sabina pero yo me hago cargo de todo lo que hice y dije en el pasado. Absolutamente de todo, hasta cuando tuve que acompañar a Adriana a…
—Callate dice Martha, siempre la hiciste sufrir, y no te vengas a embanderar con la única vez que la acompañaste cuando…
—¿Qué está pasando aquí? A donde te acompañó tu hermana Adriana?, pregunta mamá.Yo me doy cuenta que dije una estupidez, y le digo —Son cosas de nosotras mami. Cosas de hermanas. Nos salva el chillido de la caldera indicando que el agua estaba hirviendo.El té fue un intermedio.Pero algo más que la lata de café se había destapado. <br /><br />Cuando estoy llevando las tazas a la pileta, Martha vuelve a encender un cigarrillo, mamá repite su perorata de que te estás matando y nos estás matando a todos, Adriana se me acerca y dice—Espero que no vuelvas a mencionar que me acompañaste a vos sabés donde, porque no lo podría soportar, hace años que quiero olvidarme de eso, y justo hoy lo traés…
—Perdoname, cuando me siento perseguida, siempre tiro mierda. Pero no puedo soportar a esta altura del partido, cuando todas somos unas veteranas, que me vuelvan a decir que hace veintidós años tres minutos y cincuenta y seis segundos, le clavé una aguja a la desgraciada de Martha. Sí carajo, se la clavé, porque la muy atorranta me había leído la carta que le había escrito a Agustín, y después fue y la escribió en el pizarrón, y me hizo ganarme el odio de todos, incluso de Agustín, cuando en realidad, yo le escribí la carta en un momento de rabia, pero nunca se la iba a entregar entendés. Como cuando una habla sola, con el espejo, podés putear a voluntad, pero después la gente civilizada se queda en el molde. Pero ella hizo que me odiara medio colegio.<br /><br />—¡Pero se la clavaste en una vena!!!
—Sí, en aquella época todavía no sabía bien diferenciar venas de arterias. Mi idea original era otra.
—Estás cada vez más loca, me dice.
—Si estar cada vez más loca es haberme aguantado los celos de todas ustedes durante todos estos años, si estoy loca, pero no fui yo quien participó activamente de la caza de brujas que vos sabés como terminó.<br />—No quiero que toques ese tema. Ya sabés como nos afecta a mamá, y a nosotras…<br />—¿De que estás hablando?, dice mamá que su sordera es parecida a las lágrimas del cocodrilo.<br />—No hay peor sordo que el que no quiere oir, yo soy la mala de la película, pero para mí Uds. son las tres brujas de la historia, aunque después vengan y recen el rosario y treinta y cinco padrenuestros y veinte avemarías y sesenta y cuatro gloria a dios y también el kyrie eleison. Todavía me acuerdo de las clases de latín, lengua muerta, como esta maldita familia.<br /><br />—No, nena, vos estás equivocada, o agrandando las cosas. Lo que pasó no fue culpa de nadie. Nosotras no provocamos que Carmen hiciera lo que hizo. Fue un accidente.
—No nos podés culpar a nosotras, dice Martha aplastando el pucho de su cigarro en la planta de potus. Mamá la ve, saca el pucho de la maceta y lo tira en la bolsa de nylon donde guardan toda la basura.
—Cada cual sabe lo que hizo. Yo no soy ninguna santa, pero todas saben que en la caza de brujas de Carmen, solo estuvieron ustedes tres, así que o terminamos esta conversación hoy y para siempre, incluyendo al estúpido de Rodolfo, o empezamos un nuevo juego de ajedrez. Yo elijo las negras.Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-78277031583167435972011-06-03T19:17:00.000-07:002011-06-03T19:18:24.118-07:00Mujeres de Negro - Parte IIIYo, él y las tres de negro<br /><br />Soy Sonia, y desde hoy soy viuda. En realidad mi viudez tiene más de dos años. Creo que empezó el día que a Enrique le diagnosticaron un cáncer. El no me lo dijo, pero me llamó el médico de la familia, y comentó que le había dado la noticia y que había desaparecido. Aunque para mi Enrique estaba desaparecido mucho antes de que le encontraran el cáncer. <br />Para mi, Enrique se terminó cuando él dejó de sentir. No es que no sintiera amor, no sentía nada, Era una planta muerta. Dejaron de importarle su trabajo, sus hobbies, sus amigos, sus gustos. Cuando nos conocimos estudiaba abogacía, y tenía tantos planes, tantas ganas de cambiar el mundo, tantas ganas de hacer cosas. Pero el tiempo, las cosas pre-establecidas, las instituciones, la burocracia, los políticos y en definitiva las personas, lo empezaron a minar. Cada día un poquito más. Todos los días le iban sacando un pedacito de su espíritu de guerrero, hasta que un día no quedó nada. Y con el tiempo dejó de interesarle hasta el automovilismo que era lo único que además de sus ganas de cambiar al mundo, lo apasionaba. La música también lo apasionaba, pero había dejado de tocar el piano hacía años, y solo era un mero oyente de melodías. <br /><br />Y cuando perdió la pasión, también me perdió. Yo lo amaba porque era un hombre apasionado en el sentido más amplio de la palabra. Cuando perdió su pasión yo me fui también. Me empecé a interesar en el arte, que era una pasión mía dejada de lado en la adolescencia, porque del arte no se come, empecé a pintar, y a exponer, y cada vez me fui alejando un poquito más. Vivíamos juntos, pero dejamos de ser pareja. Un día no quise compartir más mi cama con él, y de a poco empecé a amoblar el dormitorio que era de los varones y cuando estuvo todo pronto me mudé. Ninguno de los dos tocó el tema. <br />Habíamos tenido un matrimonio muy, pero muy apasionado, pero cuando él se empezó a secar, a aceptar cosas inaceptables, a defender casos indefendibles, a hacer la vista gorda en cosas importantes, yo dejé de reconocerlo. No era la persona que yo había elegido. Era otro. Traté de plantearlo en varias ocasiones, pero siempre tenía un “solo es hasta que me instale yo solo”, “solo es hasta que los chicos terminen sus estudios”, y una larga serie de etcéteras. Eso sí, teníamos una agitadísima vida social, conciertos, galas en la ópera, ballet, vernissages, avant-prémier, casamientos, cumpleaños de quince, velorios, cenas de camaradería, cenas con amigos, reuniones con los rotarios, presentaciones de libros, bautismos, y hasta primeras comuniones. Todo un combo de salidas para olvidar que erámos como marionetas bailando al son de un titiritero. Creo que no había un solo día en que no tuviésemos al menos un compromiso social. Un sábado llegamos a tener un bautismo en la mañana, y dos casamientos, uno en un haras al medio día, y el otro en una bodega sobre las 8 de la noche. Yo estaba más que repodrida con tanta salida, pero él insistía que eran compromisos importantes. Creo que cuando se enteró que estaba enfermo empezó a beber más de la cuenta. Yo seguía pintando, exponiendo y conociendo gente. Supongo que él también. Creo que mi pintura cambió, para mejor. Y él cada vez se parecía más al retrato de Dorian Gray.<br /><br />Y un buen día de mañana, se sintió mal, llamamos a la emergencia, vino la ambulancia y lo llevó al sanatorio. Y ahí se terminó todo. Vino una túnica blanca totalmente anónima para decir que había sufrido un paro cardio-respiratorio y que a pesar de que intentaron reanimarlo, no había respondido. Creo que ese momento sentí lástima. No se si lástima o dolor, o una mezcla de las dos cosas. Lástima por él, por mi, por lo pudo haber sido mejor. Pero ya no estaba. Y no le había dicho adiós. Ni siquiera nos despedimos.<br />Les avisé a los chicos que estaban estudiando en España y EE.UU. y acordamos de velarlo cuando ellos llegaran.<br />Llegó el día y si bien detesto vestirme de negro, decidí que después de todo el tailleur negro era en verdad muy elegante, aunque la falda era rabona, pero las medias negras podían disimular un poco. <br />Nunca me gustaron los velorios de cuerpo presente, pero mis cuñados insistieron, y yo no quise contrariarlos. Siempre pensé que a las personas hay que recordarlas riendo felices, y no tiesas y con un color grisáceo en un cajón forrado de raso blanco capitoneado.<br /><br />Sobre media tarde, y cuando ya había llegado todo el mundo, sus amigos y empleados del estudio, los vejestorios de los rotarios, sus conocidos del automovilismo, sus amigos políticos, los colegas y toda la familia, incluyendo los chicos que habían llegado a mediodía y estaban molidos del viaje, se hizo un silencio en la sala. Yo miré y vi en la puerta a tres mujeres vestidas de negro. Era casi totalmente previsible quienes eran. Podría haber pensado que papelón, pero no. Dentro de todo fue un toque bizarro y gracioso. Como una especie de mezcla de sainete con tragicomedia. Y yo siempre cultivé el humor negro. Después del shock inicial se sintió como una suerte de expresión de sorpresa, y después un silencio sepulcral. Además estaban las rosas amarillas con la leyenda: “Gracias por los favores recibidos”, firmada por Silvia, Ana y Stella.<br /><br />Después la más carnosa de las tres, rubia piernuda, con los pelos frizados y lentes se acercó al cajón y besó a Enrique, y algo le susurró al oído. Desde donde yo me encontraba pude sentir aquel perfume dulce, muy dulce y amaderado. Yo lo llegué a usar hacía muchos años, pero era demasiado fuerte para usar de día y en media estación. ¿Cuál de las tres sería?. Decidí apostar a que era Silvia. Luego se acercó la segunda. Alta y grande también pero más disimulada. Con una elegancia muy sensual. Vi con curiosidad que le acariciaba las manos, los dedos y las muñecas. Supuse que era una caricia habitual entre ellos. Dudé sobre cual de las dos sería, si Ana o Stella, pero me arriesgué por Ana. La tercera demoró en acercarse. Al final lo hizo, pero antes me miró directamente a los ojos. Era distinta, más delicada, con un vestido negro cortísimo y unos tacos de 12 cms.. Le sonreí, y quedó medio en shock. Después me devolvió una intensa sonrisa, se acercó al cajón y lo miró un rato largo, y luego con su dedo índice recorrió su cara muy despacito, desde la frente hasta el mentón. <br />Las caras de los rotarios eran un poema. En realidad había mucha gente que estaba totalmente descolocada con aquella situación. Se me acercaron mis hijos, y me preguntaron quienes eran. Yo los miré, sonreí y les dije —Muchachos, ya somos todos grandes. Son amigas de papá que lo vinieron a despedir. Los tres se quedaron con la boca medio abierta. Yo realmente estaba disfrutando toda la situación.<br /><br />Después me acerqué al terceto que estaba en un rincón, y les dije —Hola chicas, soy Sonia, y las besé a las tres. Estuve apostando a cual sería cada una, y veamos si no me equivoqué. Cuando se presentaron, Miss Piernas resultó ser Silvia, la del medio Ana, y la flacucha de las piernas largas del final Stella. Hasta en eso había embocado. Era toda una señal.<br />Supongo que ninguno de los presentes entendía nada de nada. Ni los colegas, ni los fanáticos de los fierros, ni los políticos, ni los amigos, ni los chupamedias de siempre.<br />Hasta las tres mujeres quedaron descolocadas.<br /><br />Capaz que habían imaginado a una viuda matrona, vieja, arrugada, y que les iba a hacer el tal escandalete invitándolas a retirarse. Yo me quedé contenta de que por lo menos sus últimos años conviviendo con el cáncer estuvo acompañado. Chapeau Enrique. <br />Te lo merecías. Y entonces me acordé del poema de Amado Nervo: <br />¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!<br /><br />Después que todo volvió a la normalidad, les dije, —Supongo que las flores amarillas las mandaron Uds.. Son mis preferidas. Y el mensaje, realmente inefable. <br /><br />Después, como restándole importancia, comenté —El velorio es hasta las 20 horas, y se reabre mañana a las 9 de la mañana para ir al cementerio. Si no tienen nada mejor que hacer, podemos salir a tomar unas copas y despedir al Enrique como se merece.<br /><br />Las grandota casi se ahoga tratando de tragarse la carcajada. Las otras dos me miraron perplejas, y a las 20 y 15 después de despedir y abrazar a todos y cada uno de los presentes, las cuatro mujeres de negro nos fuimos juntas taconeando fuerte.<br />Sonia y las tres mosqueteras.Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-58263197619519369802011-06-03T19:15:00.000-07:002011-06-03T19:17:01.016-07:00Mujeres de Negro - Parte IIYo y ellas tres<br /><br />No se cuando empezó todo esto, o mejor dicho cuando terminó.<br />Creo que fue ese día en que me desperté, y cuando me quise incorporar para levantarme me sentí mal, me caí, y de ahí solo recuerdo las corridas en mi casa, y los gritos, y llamá al SEM, o al SUAT o a la UCM, alguien sabe de donde es socio papá, nadie sabe nada en esta casa. Y después vinieron los enfermeros y me pusieron una mascarilla, y yo no sentía las manos. Se que me pincharon el brazo y que sentía hormigueos en los pies, pero era como si no tuviera manos. Después todo pasó muy rápido. La ambulancia corría con la sirena prendida y yo veía las luces en el techo y después llegamos, y estaba en una camilla que circulaba por los corredores de mármol blanco muy lustroso y de nuevo las luces del techo de una sala donde hacía mucho frío y toda aquella gente vestida de blanco que hablaba despacito, y solo les veía los ojos atrás de un gorro y un tapabocas verde. Después hay un vacío. No me acuerdo de nada, y ahora que me despierto no reconozco donde estoy, pero tampoco me puedo parar para mirar. Estoy acostado boca arriba, pero no me puedo mover ni abrir los ojos. <br /><br />Siento voces. Más que voces es un solo murmullo que no puedo distinguir, como si muchas personas hablaran pero desde lejos, y también siento un olor a flores que me está mareando un poco. <br /><br />De pronto el murmullo se apaga, y siento una exclamación como de sorpresa. Después solo el silencio. Un rato después el olor de flores se desdibuja, queda pálido ante un perfume que reconocería desde el mismísimo infierno. Es el perfume de Silvia. Pero no puede ser que Silvia esté aquí. ¿Cómo podría?. Y entonces siento el perfume más fuerte, y alguien que se inclina sobre mi, me besa en la mejilla y me dice al oído –“Pensar que el viernes pasado estabas enterito y mirate ahora”. No se que está pasando. Silvia no puede estar en el sanatorio. Debo de estar soñando. Conocí a Silvia hace algunos años. Fue en una fiesta, y era una rubia con un físico imponente. Con los lentes podría haber pasado por una intelectual. Pero se sacaba los lentes y su verdadera personalidad le afloraba. ¿Por qué me involucré con Silvia?. Soy completamente consciente que fui yo quien la buscó. Pero tuvo que ver con algo que me había pasado esa tarde. Yo estaba en una cita con mi médico de cabecera, y ahí mismo y sin anestesia me dio la noticia. —Enrique, tenés un cáncer de colon de rápida evolución. No vas a tener dolores, no te voy a hacer pasar por una operación dolorosísima, porque no tiene sentido, pero empezá a disfrutar de la vida, trabajá menos y divertite más. No quise saber más. Salí del consultorio como corrido por el diablo, y esa misma noche conocí a Silvia. Me gustó que me toreara, porque tuvo más encanto. Me desafió a que consiguiera su teléfono y lo conseguí. Después empezamos a vernos. Siempre supe que Silvia no me quería, pero en definitiva yo era feliz las veces que estaba con ella. Una felicidad corta y efímera, pero felicidad al fin. Silvia me hacía sentir vivo cuando estaba con ella, y para mi era suficiente.<br /><br />Siento que la persona que está sobre mi se levanta y se aleja. No puedo verla, pero el perfume se va alejando, y vuelvo a marearme con las flores. Es ahí que siento otra presencia. Se que es Ana porque solo ella me acariciaba las manos, los dedos y las muñecas de ese modo. Pero no puede ser. Ana no puede estar aquí. Ana no sabe de Silvia. Ana siempre fue tan… Solo me sale la palabra eficiente, pero ella era mucho más que eficiente. Creo que Ana estuvo enamorada de mi por algún tiempo. No mucho. Supongo que solo hasta conocerme. Pero era una morocha tan veladamente sensual, y cuando venía a mi oficina con aquellos trajes sastre que eran lo anti femeninos, a ella le quedaban como a otra mujer un pantalón blanco transparente y ajustado. Usaba camisas blancas abiertas los primeros tres botones, y yo no podía sacarle los ojos a como alargaba su cuello, a su mentón muy firme, y sus piernas siempre enfundadas en finísimas medias transparentes. Era la antítesis de Silvia. Silvia era la voluptuosidad en su máxima expresión. Ana en cambio era algo totalmente velado. Yo la iba a visitar al banco donde ella trabajaba, y a veces venía ella a mi oficina. Era una excelente profesional, y nunca entreveró lo laboral con lo demás. Un día en mi oficina, no pude aguantar más y me le acerqué por detrás y empecé a besarle y a mordisquearle el cuello, y la oreja. Nunca jamás hubiese imaginado que era de una personalidad tan avasalladora. Tan callada como se mostraba, era una mina increíble en la cama. También con ella supe que no duraría demasiado. Aunque creo que durante un tiempo largo me quiso o por lo menos sintió algo más que el sexo. Estoy casi seguro. Aunque con las mujeres nunca se sabe.<br />Pero no me arrepiento de ninguno de los momentos que pasé con ella. <br />Las manos que acariciaban las mías se soltaron como palomas. Después nada.<br /><br /><br />Creo que cuando mi médico me dio la noticia, me empecé a replantear todo lo que había sido mi vida. Mi matrimonio era una especie de planta, un árbol que se había secado hacía años, y ninguno de los dos quiso verlo, asumirlo, o solucionarlo. <br />Ni siquiera tenía las raíces podridas. Solo estaba seco y muerto. Erámos únicamente buenos compañeros de vida. Teníamos una vida social agitada. Los tres hijos estaban desperdigados estudiando, dos en España, y el menor en EE.UU. No sé si extrañaban mucho. No llamaban casi nunca. A veces estaban en el chat, y otras veces contaban algo por mail, pero ya no eran niños. Ya hacían su vidas, y nos necesitan poco y nada. Más bien solo pedían dinero cuando les hacía falta, pero solo eso. Tampoco yo estaba muy seguro de extrañarlos. <br /><br />Mi trabajo que me había apasionado durante años, había dejado de interesarme hacía mucho. Cuando uno es joven se cree Robin Hood y cree que puede cambiar al mundo. Con los años te das cuenta que a Robin Hood lo bajaron de un hondazo, y que la burocracia, la mediocridad y la corrupción son moneda corriente en esta profesión. Y en las demás no debe de ser muy diferente. Y después, un buen día te das cuenta que todo deja de importarte, y que sos un eslabón más de una cadena que no funciona. Un engranaje que no sirve dentro de un mecanismo enfermo. <br />Todo pasa tan rápido. Era un niño tímido callado y que no tenía demasiados amigos. Hoy soy casi un viejo, y tampoco tengo demasiados amigos. Muchos conocidos, pero amigos, pocos, poquísimos. <br />Nunca fui un deportista, no me interesaba el football ni el box, ni el básquet, ni el ciclismo. Si me gustaban los fierros, y el automovilismo. Pero a determinada edad todo eso queda atrás, y con suerte te queda sobre la biblioteca alguna copa ganada en algún rally y nada más. Me insistieron en que me metiera en política, pero ya había visto suficiente, como para querer involucrarme en esa otra clase de mugre.<br /><br />Quiero acordarme que más me gustaba. ¿Que disfrutaba yo de la vida?. Creo que en una época el buen cine, y los libros me atraparon. Pero también quedó atrás. <br />Lo que sigue maravillándome en el tiempo es la música, con Mozart, Vivaldi, Bach Tchaikowsky, Bethoven y tantos otros. Es poco si uno considera toda una vida. Demasiado poco. Será por eso que empecé a abusar del alcohol. Para no pensar que poco de todo me queda a esta altura. Estoy totalmente arrepentido de no haber fumado nunca un porro. Ni siquiera uno. Si pudiera volver atrás, creo que averiguaría donde conseguirlos, y por lo menos probaría. Ahora me queda solo un poco de música, el alcohol y los recuerdos. <br /><br />Y ahí fueron que aparecieron Silvia y Ana. No antes. Aparecieron porque yo necesitaba respuestas y porque quería sentirme vivo hasta final. <br /><br />Ahora me acuerdo de Stella. Creo que desde el inicio la subestimé. Yo ya venía tan cascoteado, con tanta nada en mi vida, que cuando alguien me recomendó para que le tramitara el divorcio, creo que ni siquiera me interesó el caso y lo fui llevando con desidia, sin responsabilidad, sin defender a mi cliente. Era un caso más entre tantos, para que yo siguiera manteniendo aquel estudio caro con alfombras rojas y cuadros de abogados viejos en las paredes.<br /><br />Así que cuando la cité en un boliche para hablarle de las pretenciones económicas del atorrante del ex marido, un bueno para nada, que no tenía mejor idea que reclamarle la mitad de la herencia personal, ahí fue cuando realmente la conocí.<br />Me miró con aquellos ojos que tenían tanta vida, rabia y asco contenidos, que hacía que despidieran llamas. Me tiró los papeles en la cara. Era la verdadera estampa de la fierecilla no domada. Qué vida que tenía aquella mujer. Creo que en ese momento supe que necesitaba tenerla. Necesitaba absorber la vitalidad que ella tenía. Quería contagiarme nuevamente de esa pasión en todo lo que hacía. Le prometí un imposible. Pero logré el imposible previo pago de algunos dinerillos al mafioso ex marido. Tenía todavía alguna carta en la manga sobre lo inescrupuloso de Horacio y las matufias escondidas, así que no me salió tan caro. El tipo no lo valía. Ella sí.<br />Con el testimonio enrollado en una cinta, le mandé un enorme ramo de flores amarillas. Me llamó para agradecer, y la invité a cenar.<br />Terminamos enredados en una cama redonda donde casi me infarto. La vitalidad y la pasión de Stella eran obviamente para alguien más joven. Igual la seguí viendo. Necesitaba absorber toda esa pasión. Ver si yo podía ser así de nuevo. Como antes. <br /><br />No se que pensarán ellas, pero creo que lo único que me hizo durar estos años fue la pasión que puse en cada una. Creo que se complementaban las tres, una tenía la voluptuosidad, la otra el misterio y Stella la pasión en todo lo que hacía. Creo que en el fondo ninguna me va a extrañar, pero yo las voy a extrañar a las tres. Solo haberlas conocido hizo que el tramo final valiera la pena de ser vivido.<br /><br />Otra vez siento con una suave ráfaga de olor de rosas amarillas. Siempre me gustó regalar rosas amarillas. Siento un dedo que recorre mi rostro como solía hacer Stella. ¿Será ella?. Todo esto es tan increíble.<br /><br />Un rato más tarde escuché una voz desconocida, y el chirrido de algo que se cerraba. <br />Después todo fue silencio y oscuridad.Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-40314239285902796502011-06-03T19:13:00.000-07:002011-06-03T19:15:32.190-07:00Mujeres de NegroCuando me avisaron, no sentí nada. Ni alegría, ni alivio, ni rabia. Nada. Hacía poco que me había enterado que yo no era la única “otra”. Parecía que el caballero gustaba de los harenes, así que éramos tres, “las otras”. Una especie de menage a trois. Por supuesto que era casado. A mi realmente que fuera casado no me preocupaba para nada. Es más, siempre los buscaba casados. Con los solteros o divorciados de determinada edad no se llega a buen puerto. Con los casados tampoco, pero joden menos porque tienen que marcar tarjeta en otra casa. Los solteros cincuentones son irrecuperables, y yo a esta altura no estoy para hacerle terapia a nadie, y los divorciados siempre tienen problemas de ex mujeres, hijos adolescentes, hijos grandes, nietos y hasta ex perros y ex gatos y ex suegras, y aún así te quieren controlar. No, definitivamente los casados joden pero menos.<br />Las otras dos no eran amigas mías pero las había visto en algún que otro evento, así que solo por divertirme decidí llamarlas y citarlas en un boliche a tomar una copa.<br />Eso si, les pedí que vinieran vestidas de negro.<br />Supongo que aceptaron un poco por curiosidad, y otro poco por morbosidad, porque creo que las dos sabían del terceto.<br />Nos encontramos en un restaurant coquetón de Punta Gorda, que tenía una barra para tragos. <br />Yo llegué quince minutos antes de la hora, solo para verlas llegar, pero Ana me ganó de mano, y ya estaba sentada en la barra cuando yo llegué. Ana es alta, morocha con rulos, de tez oscura y si bien no es fisicoculturista, tiene como se dice vulgarmente, un buen lomo, aunque con unos kilos de más a mi parecer. Yo no soy esmirriada, pero soy más bien menuda y de cabello castaño, largo y lacio, cutis muy blanco y piernas largas. Siempre uso tacos lo que hace que parezca mucho más alta de lo que soy.<br />Nos saludamos con un beso, y decidimos esperar a que llegara Silvia para hacer el pedido.<br />Cuando vimos que había pasado más de media hora, llamamos al mozo y pedimos dos daiquiris. Cuando los estaba sirviendo llegó Silvia., y pidió al mozo que le sirviera lo mismo que a nosotras. Nos saludó y se sacó la chaqueta de cuero. Silvia es rubia, con el pelo frizado, pantorrillas gruesas y manos grandes. Tiene cara de intelectual, pero queda solo ahí. De intelectual ni la primer letra. Silvia es una mujerona, y con la falda negra muy corta cuando se cruzó de piernas fue casi un atentado violento al pudor. Había una mesa con dos tipos que nos debían de haber fichado desde que llegó Ana, y se empezaron a poner medio pesados. <br />Las tres configurábamos la trilogía de viudas negras. Ana con una robe manteau negra exquisita y yo con mi vestidito negro, corto, muy corto, las medias negras y los tacos aguja de 10 cm., era como para que a los tipos de la mesa cercana se le salieran los ojos de las órbitas. Pero hoy no era día de levante. Era día de velorio.<br />Cuando estuvieron servidos los tres daiquiris, las miré a las dos, y les hice la propuesta, aunque supongo que algo se debían haber de imaginado, cuando sugerí que vinieran de negro. Las carcajadas de Silvia retumbaron en el local. <br />—Vos estás loca Stella. Como se te ocurre que vayamos juntas al velorio de Enrique. Debe de estar toda la familia. Sería un papelón.<br />—Papelón por qué. Papelonero él en todo caso, y no te hagas la gata Flora. No hubieses venido de negro, porque vos sabías que mi idea era esa. Ir al velorio, y después irnos de copas de verdad, y despedir al difunto como se debe. Creo que Enriquito se merece esta última despedida. Y a vos que te parece Ana?.<br />—Estoy totalmente de acuerdo de despedirlo en triunvirato y de cuerpo presente, dijo Ana. ¿Alguna sabe de que murió?. No le habrá dado un patatus estando en la cama?<br />—Creo que de un infarto, dijo Silvia. Yo lo vi el viernes pasado y estaba enterito.<br />Nos reímos las tres por lo de enterito.<br />—Uds. se conocían entre Uds. pregunto, y agrego, sabían que también estaba yo?<br />—A mi no me importaba que tuviera otras mujeres, dice Silvia. De hecho prefería que tuviera otra mujer o mujeres para que me dejara tranquila. Yo ya tuve dos maridos, y ahora solo quiero amantes que no me compliquen la vida. Supe de Ana hace un año, y de ti me enteré hace poco porque los vi juntos entrando tu sabés donde.<br />—Ah, le digo, y que hacías tu por ahí, estabas trabajando de pistera, o ibas a lo mismo que nosotros?.<br />—Muñeca, me dice Silvia, yo nunca le prometí fidelidad a Enrique. Nunca salí a publicarlo en el diario, ni se lo dije, pero él era solo un compañero de cama que además se estaba volviendo un adulto mayor. O sea que sexualmente estaba entrando en la tercera edad. <br />Las carcajadas de las tres resonaron en el salón, y varios ojos se volvieron hacia nosotras.<br />—Bueno, antes de ir al velorio me gustaría saber algo más de ustedes, como lo conocieron, si tenemos algo en común, en fin saber como este hombre estaba vinculado a tres mujeres tan diferentes, por lo menos físicamente.<br />—Yo lo conocí en una fiesta, comienza Silvia. Estaba en una barra de amigas, y sentí su mirada varias veces. Me miraba las piernas, el escote, me sonrió desde su lugar, levantó su copa como para brindar, en fin, toda una serie de zalamerías típicas de un jovato putañero. Pero en determinado momento se me acercó, y directamente me dijo —Si no me das tu teléfono, le digo a mi mujer que me estás acosando. Yo lo miré un rato largo, le sonreí y le dije —Mal papel harías diciéndole esa estupidez a tu mujer, y además no todo es tan fácil en la vida. Si querés mi teléfono, lo menos que podés hacer es el esfuerzo de conseguirlo tu solo. Me levanté y me mandé mudar. A los tres días llegó a mi estudio un enorme ramo de rosas amarillas, con una tarjeta. Solo decía: Me tomé el trabajo. A partir de ahí, lo de siempre. Salimos a tomar algo, terminamos en la cama, y ninguno de los dos, pidió o prometió nada. Eso es todo. No lo deseaba la muerte, pero tampoco me afecta demasiado. Ya fue.<br />Ana me mira, y dice —Conmigo fue totalmente distinto. Creo que en el fondo yo me enamoré de él. Nunca le pregunté que sentía, porque no me importaba. Yo disfrutaba de su compañía y supongo que él de la mía. Hubo una época en que nos veíamos casi todos los días. Yo trabajo de contadora-auditora en un banco privado, y lo conocí ahí. El tenía un importante estudio jurídico que trabajaba con el banco, y cuando se le pidió el balance anual, lo cité para pedirle algunos detalles, porque había cosas medio turbias. Por supuesto que el préstamo que pedía no se le otorgó porque el balance no era sólido, pero nos vimos varias veces, en el banco y en su empresa, y un día estábamos en su oficina, yo sentada revisando unos papeles, y él se me acercó por detrás y me empezó a lamer la oreja derecha. Bueno, ahí me olvidé de mi marido, de mis hijos, hasta del apellido. Creo que fui discreta, nunca dejé que nadie se enterara. Es raro, pero creo que no lo voy a extrañar, ni como amante, ni como cliente, ni siquiera como ser humano. <br />Me mira a los ojos, y me dice: —Y por casa como andamos. Como lo conociste vos Stella?<br />Yo demoro en contestar. Después me envuelvo en el tiempo como en una sábana sudorosa, y empiezo mi relato. —Todas las cosas pasan porque tienen que pasar, y esta fue una más. Yo salía de un divorcio terrible, con tremendos puteríos. Ya saben como es esto. Los divorcios son fáciles cuando no hay plata de por medio. Cuando esto sucede se complica todo. Bueno, yo no sabía a que abogado ir, así que cuando una amiga me recomendó el estudio de Enrique, llamé hice una cita y me recibió muy cordialmente.<br />Nunca jamás se me hubiera pasado por la cabeza llegar a entreverarme con él, no es que no fuera un hombre atractivo, solo que yo lo veía como un señor mayor, un abogado serio. Ni siquiera lo veía medianamente atractivo- Además no estaba entre mis planes mediatos o inmediatos llegar a compartir la cama con alguien, tan rápido. Pero bueno. El divorcio se complicó. Mi ex me empezó a reclamar cada vez más cosas, y yo no estaba de acuerdo. Un día Enrique me citó en un boliche para decirme lo último que había solicitado el hijo de puta de mi ex marido. Me había citado ahí porque pensó que si me enteraba en su estudio hubiese hecho el tal escándalo dado lo absurdo de los reclamaciones de Horacio. Ahora visto desde otra óptica, capaz que el viejo putañero ya me tenía en la mira. Las reclamaciones eran tan absurdas, que le tiré los papeles en la cara, y le dije que si así iban a estar las cosas seguiría casada pero le haría una denuncia por violencia doméstica, para que se fuera a vivir otro lugar. Enrique me dijo si estaba loca. Yo le dije que no, que si yo estaba pagando un estudio tan caro para tener que enterarme de las pretenciones ridículas del estúpido de mi ex marido, entonces hubiera sido mejor envenenarlo lentamente con matahormigas, ahorrarme los honorarios del estudio y la partición de los bienes. Enrique me miró despacio, sonrió apenas, y me dijo, no te preocupes nena, solo te estaba evaluando. Te prometo que esto termina en una semana máximo y que no vas a perder nada de tus bienes personales.<br />Por supuesto que cumplió con lo prometido. Se repartieron unicamente los bienes gananciales. La tenencia de los chicos se hizo sin mayores dramas. Lo único que quería Horacio era una especie de dote de mi herencia familiar, y yo me había puesto en mis trece que la herencia de mis padres nunca la iba a tocar.<br />No sé si Enrique me estaba evaluando, o solo si quería ganar más dinero, o si pensó que estaba tratando con alguna tilinga de plata que no tenía una clara idea de las leyes. Porque evidentemente para hacer que Horacio aflojara en una semana le tuvo que costar dinero. En un año no, porque era herencia personal y no bienes gananciales, pero Enrique había prometido en una semana. Hasta ahí todo normal. Ni siquiera lo había mirado como hombre, solo como un abogado un tanto inescrupuloso. Pero cuando me llegó un ramo de rosas amarillas con la sentencia de divorcio anudada, lo llamé para agradecerle. Salimos a cenar, compartimos intimidades y de ahí a la cama fue solo un paso. Era un veterano que estaba bien para su edad, pero yo había conocido hombres más jóvenes, y que duraban más. Nada para comentar, pero a veces la soledad te hace hacer estupideces. Completamente segura de que no lo voy a extrañar.<br /><br />Un minuto de silencio se hizo entre las tres, y decidimos dedicárselo. Después brindamos por las cosas en común y acordamos terminar nuestras copas y dirigirnos a la sala velatoria. En mi cartera había puesto un rosario negro para la misse en scene, y les sugerí a mis compañeras de velorio de enviar un enorme ramo de rosas amarillas, con la leyenda “Gracias por los favores recibidos”.Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-79970640783549860032011-06-03T18:32:00.000-07:002011-06-03T18:33:22.923-07:00PANCHOMe llamo Pancho, tengo cinco años, el pelo rubio y soy adoptado. <br />Creo que tengo una vida feliz, aunque mis hermanos que son mucho más grandes que yo, a veces me fastidian mucho.<br />Mi hermano que es fanático del football, a veces cuando vienen sus amigos me llama y me disfraza con la camiseta de Nacional. Yo no estoy muy seguro de que me guste ser de Nacional, pero como soy más chico y no puedo decir nada lo dejo. La otra, mi hermana Vivi, me pasa besuqueando, y siempre quiere tenerme a upa, aunque yo a veces me enojo. Cuando yo me enojo, ella me dice: —Pero miren, llegó el hombre de la casa. Yo no entiendo lo que dice, pero me parece que me toma el pelo. En verano, me pone una capa roja, y un gorro de papá Noel, y llama a sus amigas para sacarse fotos conmigo. Esther es la señora que viene dos veces por semana, y a veces le da lástima y me lleva a pasear, porque los demás siempre están ocupados. Mi mamá es buena, pero trabaja todo el día. Ella les dice a mis hermanos, —A ver si sacan a pasear a Pancho, pero siempre tienen que estudiar o hacer pavadas, como estar todo el día tirados en la cama escuchando música. A mi me gusta la música, y cuando mi hermano se pone a escuchar, yo me siento cerquita de él. Entonces el me dice —Vení Panchito, y me sube a la cama y me acaricia. <br />Mi hermana Vivi, me compra siempre capas para la lluvia. Mamá dice que no puedo mojarme porque ya tuve una infección en los oídos, así que tengo que salir con esas capas horrorosas. También está Martín, que es un loro barranquero muy tonto, que aprendió a gritar mi nombre, y se pasa gritando Panchooooo. Un día que gritaba mucho, tiré la jaula al piso, y se le salieron algunas plumas. Ahora se queda en el molde como dice Vivi.<br />La que me quiere más es mi mamá, pero trabaja todo el día. Pero me lleva al doctor, me da los remedios, me da de comer, y los fines de semana cuando está lindo me lleva para afuera. Mis hermanos ni locos van, porque dicen que allá afuera se aburren. Son tan bobos. Como se van a aburrir si el jardín es precioso. Hay pasto por todos lados, y pájaros y árboles. A mi mamá no le gusta que yo corra a los horneros, pero yo no los lastimo, solo los corro para jugar. Yo tengo como cinco amigos y amigas que apenas llego vienen corriendo a saludarme, y además mamá me lleva a la playa y yo corro, y corro y nunca me canso. Mamá siempre me dice, —Pancho no te me salgás de la vista, porque yo corro y corro, y ella tiene miedo de que me pierda. Cuando los niños se pierden en la playa todos aplauden, para ver si lo encuentran. Al que no quiero mucho es a Javier, el amigo de mi mamá. Antes era bueno conmigo, pero parece que empezó a no ver muy bien, y entonces se la agarra conmigo, y cuando mami no está mirando me da la tal patada, yo lloro, y mamá no sabe nunca que me pasa. Yo oí algo como que tiene una ceguera progresiva, y él se enoja por eso y da puñetazos sobre la mesa. De la rabia debe ser, pero yo no quiero que me de patadas. La semana pasada sentí que me iban a llevar a una escuela especial para que lo ayudara. A mi no me importa ayudarlo, pero si me llega a dar otra patada, le voy a gritar que él no es mi padre, y que nadie me puede pegar. Creo que a mi mamá le da lástima que Javier no vea, pero ella no sabe que me pega. Si supiera creo que le pegaría, porque mi mamá nos cuida a todos. <br /><br /><br /><br /><br /><br /><br />Mamá a veces se sienta en el sillón y no dice nada, pero yo sé que está triste. Yo me quedo quietito a su lado, y a veces ella me mira y me dice —Que muñeco precioso que sos Pancho, te voy a dar un premio por portarte tan bien. Y me trae unas galletitas muy ricas.<br /><br />Esta escuela especial no es fea, pero todos los demás vienen hace años, y tienen la misma edad que yo, así que me da vergüenza, porque ellos ya saben cosas que yo recién estoy aprendiendo. <br /><br />Ahora me hacen salir a caminar con Javier por la calle. El no me pasea, yo tengo que caminar con él para que se acostumbre, pero cada día tiene peor humor y yo no tengo la culpa. Y además nunca me habla. La otra vez solo me dijo, —a ver si caminás, estúpido. A mi me da lástima que se le esté apagando toda la luz como oí que le decía a alguien, pero se está volviendo malo. Consiguió algo como lo que usan los que montan a los caballos para que se apuren, y me pega con eso. Yo ya estoy muy cansado.<br /><br />La otra noche se pudrió todo, como dicen mis hermanos. Javier estaba más malhumorado que nunca, y cuando estábamos por cruzar, el me pegó fuerte con ese latiguito que había conseguido. Yo me di vuelta, salté y se lo saqué, él se cayó y se golpeó la nuca contra el cordón de la vereda y no se movía. Yo quise gritarle —Vos no sos mi padre para pegarme, pero solo, me salió un Guau, probé de nuevo y solo salían Guau, y otro Guau, y otro más, y entonces sentí gritar a un vecino, <br />—A ver si hacen callar a ese perro de mierda.Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-89040829489344370822011-06-03T18:28:00.000-07:002011-06-03T18:30:19.099-07:00Los mentirososTODO ESCRITOR que crea es un mentiroso; la literatura es mentira, pero de esa mentira sale una recreación de la realidad; recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación. <br />Juan Rulfo<br /><br /><br />Los mentirosos<br /><br />Estoy en mi casa haciendo garabatos con los números que manejo todos los días. Me tuve que traer trabajo porque la yegua de Alicia pidió dos días justo cuando hay que presentar el informe, las proyecciones de venta para el próximo año y todo el maldito balance, para que el banco le dé el préstamo a uno de los mayores clientes del estudio. Me tengo que clavar dos días con esta porquería de trabajo, justo que mañana es el cumpleaños de mamá. Veo como por el lateral del escritorio sube una hormiga cargando una miguita del merengue que se me cayó ayer. La miguita que carga es casi más grande que ella, pero como no debe de estar afiliada a ningún plenario, no creo que haya reinvindicaciones sindicales para ella. -¿Que será, obrera, soldado, niñera?. No se que le voy a comprar a mamá si tengo que quedarme encerrada con este trabajo. Vuelvo cansada a la casita de mis viejos, cada cosa es un recuerdo que se agita en mi memoria. Antes nos juntábamos todos y le hacíamos un buen regalo, pero ahora con las luchas intestinas, nadie se encargó de nada, así que cada uno regalará de acuerdo a su bolsillo o a lo quieran gastar, ya que hay varios devotos de la virgen del codo. Solo una madre nos perdona en esta vida, es la única verdad, es mentira lo demás.<br />Guillermo, mi media naranja mecánica, es el tercer año que da excusas, y supongo que este año hará lo mismo. La hormiga continúa su ascenso, y ahora se topa con otra que va en sentido contrario. Se reconocen, y cada cual sigue su propio camino. No he logrado avanzar nada con esta proyección y con el cuadro de amortizaciones, así que me voy al living a servirme algo que tomar. Mozo, sirva otra copa. Cuando estoy saliendo con el vaso con el líquido dorado, siento la llave en la cerradura, y entra Guillermo. Siempre tengo la secreta esperanza de que me salude, o que diga algo, cualquier cosa agradable. Si supieras que aún dentro de mi alma, conservo aquel cariño que tuve para ti, quien sabe si supieras... Mira solo al vaso y dice:<br />-Espero que sea el primero. No lo miro ni le contesto, solo le pregunto: -¿Qué excusa le doy a mi madre mañana?. El responde: —La de todos los años, como siempre.<br />Vuelvo a mi escritorio, apoyo el vaso y busco a la hormiga. Allá va afanosa con su carga. ¿Donde estará su hormiguero?. Ojalá se muriera mañana, pienso. Creo que ni me daría cuenta. Para mi es como un muerto que camina. Sus ojos se cerraron, y el mundo sigue andando. Tendría que comprarme algo negro para el velorio. Capaz que en Sara hay alguna liquidación. A veces desearía tener algo de ilusión, pero ya no es posible. Ni siquiera la venden en la feria. Creo que podría ir al shopping antes de ir a lo de mamá y comprarle alguna blusa vistosa, o una chalina. No le puedo comprar todos los años discos de tango para que siga viviendo en el pasado. Ya sé, no me digás, tenés razón, la vida es una herida absurda. Para esta pobre hormiga no se si será una vida absurda o una vida aburrida. Creo que su organigrama es similar al de las abejas. Solo tiene sexo la reina. Así que esta pobre está predestinada a cargar migas de lo que sea de por vida, sin ninguna alegría extra. ¿Habrá hormigas como Guillermo?. ¿Tendrán las hormigas zánganos, o solo serán las abejas?. Creo que el cognac me empezó a hacer efecto. ¿Me estaré volviendo alcohólica?. La curda que al final, termine la función bajándole el telón al corazón. Es difícil soportar esta vida sin alcohol, o sin amigos, o sin otra expectativa. Mario no es una expectativa, es solo una necesidad física, fuera de eso no existe. También podría comprarle un teléfono. No se por qué es tan fanática de los teléfonos, del tipo que sean. ¿Será por el tema de la incomunicación? Ahora suena el mío y al otro lado de la línea está Adriana mi hermana menor. -Hola Nena, como andás?, a que hora vas mañana a lo de mamá?. —No sé, por qué?, le pregunto. No, dice, lo que pasa es que voy a decir que voy contigo porque no quiero que Pablo me lleve. —Bueno. decí que vas conmigo entonces, calculo que voy a ir sobre las 8 y media o nueve. ¿Ya compraste algo?. -No, me dice, pero mañana le compro cualquier pavadita de camino. Aquí está una de las devotas de la virgen. La hormiga se detiene como desorientada. Mira a derecha e izquierda, y como si reconociera nuevamente el camino, retoma la subida. Creo que este balance lo voy a tener que cerrar a dedo porque no me da nada con nada. No sé cuando, en qué maldito momento la relación con Guillermo se fue al carajo. Tal vez fue el síndrome del nido vacío. Pero creo que no. No tuvo que ver con eso. Fuimos separándonos cada día un poquito más, hasta que terminamos siendo dos personas solas y cínicas. Mentira, mentira, yo quise decirle, las horas que pasan ya no vuelven más. La hormiga se detiene otra vez. Capaz que no recuerda donde tiene que ir. Bueno, está como yo. Ya no recuerdo la época en que sentía. No solo amor, sino amor, odio, rabia, alegría, cualquier sentimiento, bueno o malo. Como me gustaba reírme. Podía reírme por horas. También me encantaba mi trabajo, y era realmente buena en lo que hacía. Disfrutaba de que mis informes fueran tan buenos y solicitados. Eterna y vieja juventud que me ha dejado acobardado como pájaro sin luz.<br />Se me instaló el cinismo en la cara como máscara de carnaval y ya no sé como sacarlo. Vuelve a sonar el teléfono, y esta vez antes de atender, vuelvo a cargar mi vaso. Es mamá. Eran cinco hermanos, ella era una santa, eran cinco besos que cada mañana. -Nena, como estás, a que hora vas a venir mañana?. No sé mamá, por qué? -Bueno, yo pensaba si podrías traer una botella de whisky, porque como van a venir algunos hombres... Ok, mamá, te llevo una botella, pero conseguí hielo, porque no voy a salir como el año pasado a buscar hielo a las 11 de la noche. Bueno, no te preocupes, consigo hielo, decime Guillermo va a venir mañana?. No, mamá le digo Guillermo está en Buenos Aires, y vuelve el domingo. -Ah, que lástima, el año pasado tampoco pudo venir, mandale saludos. -Si mami. Pobre mamá, piensa que el whisky es solo para hombres, capaz que le vuelvo a comprar un disco de tango para que siga viviendo en alguna época en que fue feliz. Si yo tuviera el corazón, el corazón que dí, si yo pudiera como ayer, amar sin presentir.<br />La hormiga está ahora en el tramo final. No veo ningún hormiguero, pero a algún lado va. Por el otro extremo veo venir otra, así que deben de estar cerca de su casa, no como yo que cada vez estoy más lejos. Voy a terminar este informe a como dé lugar y si alguien lo objeta que se remangue y lo haga. Llegó, ya la veo entrar en la esquina superior de la pared. Que vida aburrida, dejará la miga y volverá a salir a buscar otra. Podría aliviarla de su vida miserable y aplastarla con el dedo, pero hoy me siento magnánima y le perdono la vida.<br />Miro el cognac, y le digo, no al cognac, sino al retrato de nosotros dos que está sobre el escritorio, muy sonrientes en Paris, foto de una vida anterior, muy anterior, hoy vas a entrar en mi pasado, en el pasado de mi vida, tan grande ha sido nuestro amor y sin embargo hoy, mirá lo que quedó.<br />Mañana será otro día, pienso, otro día de mierda y voy a servirme mi tercer copa.Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-26544728083925571262011-05-15T13:00:00.000-07:002011-05-15T13:01:49.631-07:00VisionesCuando Claudia compró la casa nunca pensó que terminaría haciendo lo que siempre reprochaba de los demás. Tampoco pensó que después de tantos años se volvería a encontrar con Mariana.<br />Su infancia en Durazno había sido terrible. En pueblo chico todos sabían de todos y no podía salir porque todos los vecinos estaban siempre detrás de las ventanas. Hasta su propia madre estaba en forma permanente en la ventana. Si cocinaba, veía un ángulo de la calle principal con la esquina. Si se sentaba a tomar mate en la puerta, la visibilidad era más amplia. Si estaba en el dormitorio tenía la visión de la calle de atrás. Hasta en el baño había una ventanita que daba al callejón. Claudia odiaba todo esto, porque cuando entraba ya su madre la recriminaba porque la vecina que vivía enfrente al colegio le había dicho que había estado conversando con un muchacho en la esquina del colegio. Si salía con amigas, siempre había alguna chismosa por la calle, o en la confitería, o atrás de alguna ventana dispuesta a llamar a su madre y ponerla al tanto. Tremendo lío se le armó cuando alguna de las corujas la vió fumando y fue con el chisme. Gracias a Dios a los 13 la mandaron a Montevideo. El lugar era horrible, pero por lo menos no había ventanas. Solo monjas que parecían de clausura y otras veinte chiquilinas todas del interior, y todas pupilas. La única distinta era Mariana. Ella no era del interior, era solamente medio pupila, no le gustaba ir con el uniforme aquel con las polleronas, y siempre iba con una pollera azul más corta de lo que las monjas permitían. Siempre tenía líos porque era muy contestadora. Claudia se sentía hipnotizada por Mariana, y a su vez Mariana empezó a confiar en Claudia, que era su única casi amiga. También había una monjita muy joven, que hablaba mucho con Mariana. Le decía “la rebelde sin causa”, y Mariana la llamaba “la novicia rebelde”. Las demás no le dirigían la palabra salvo para hacerle alguna recriminación. <br />—En este colegio de porquería me siento como en otra banda de sonido. Yo estoy en FM y todos los demás están sintonizados en AM. No puedo entender a toda esa sarta de comesantas, que se levantan rezan, se bañan, van a clases y rezan entre clase y clase, rezan antes de almorzar, rezan antes de acostarte, y me miran como si yo fuese de otro planeta. Se horrorizan porque me gustan las uñas pintadas, porque me gusta usar rimel y labiales y porque fumo a escondidas. No puedo hablar de nada con ellas. Por suerte yo me voy todas las tardes, pero estas ratas de biblioteca se quedan todo el día, tienen que dormir aquí y además tienen misa todas las tardes. Capaz que hasta les hacen dar gracias por no tener que convivir conmigo por las noches, y terminó la frase con una gran carcajada.<br />—Bueno, Mariana no es para tanto. A mi también me paspan. Pero yo estoy más acostumbrada. Me hacen acordar a Durazno y las mujeres en las ventanas. Aunque estas no están atrás de las ventanas, son las mismas caras, pero no tienen marcos de madera alrededor. Pero están siempre observando y cuchicheando unas con otras, y secreteando.<br /><br />Así pasaron dos años. Mariana era rebelde pero casi siempre con causa y las monjas no podían reprocharle nada pues su escolaridad era impecable. No le gustaban las imposiciones, así que si bien sabía que tenía que ir con el uniforme completo, no transaba en el largo de las polleras. Las usaba del largo que ella considerada “potable”. Siempre usaba aquella palabra. También cuando alguna de las “comesantas” como las llamaba se ponían bravas usaba la palabra “infumable”. De a poco Mariana logró que a Claudia la dejaran salir algún fin de semana juntas. Solo de tarde y había que volver antes de las diez de la noche, pero Claudia descubrió otro mundo. El cine, los muchachos, ir a peinarse a una peluquería, maquillarse, usar medias de seda, usar zapatos de taco, fumar, y tomarse de vez en cuando algún cocktail. Nunca más tomó mate, pero le empezaron a gustar las polleras cortas como las de Mariana y pintarse las uñas, hasta las de los pies. También Mariana la llevó a una depiladora, y a un salón de belleza donde entró como una niña de quince y salió como una princesita de quince. Claudia estaba fascinada. No así las monjas. Llamaron a sus padres quienes cuando la vieron con aquel corte de pelo rebajado, las polleras cortas y las uñas pintadas pusieron el grito en el cielo. Las cosas se resolvieron de una manera absolutamente predecible. Suspendieron las salidas semanales de Claudia, separaron a las muchachas cada una en un grupo diferente, y a fin de año le pidieron a los padres de Mariana que la sacaran del colegio. Si bien sus calificaciones eran excelentes, ella no era para ese colegio. Los padres de Mariana que eran amplios como su hija, no tuvieron ningún inconveniente en cambiarla de colegio, no sin antes recordarles a las monjas que si la Iglesia Católica no se acompasaba al tiempo, con el tiempo la gente se iba a ir alejando.<br />Mariana ni siquiera pudo despedirse de Claudia. Solo la monjita joven la fue a despedir, Mariana la abrazó y le dijo al oído: —Cuando quieras pasar de monjita encerrada a mujer liberada, llamame. La monjita sonrió con tristeza, y la abrazó fuerte. <br /><br /><br />Después de la ida de Mariana, Claudia se encerró en si misma. Ya no formaba parte del grupo de las del interior, y se empezó a sentir como se había sentido Mariana. Sintonizando otra estación. Cuando salió del colegio no tenía ni una sola amiga, nadie a quien abrazar y decir hasta pronto. La universidad no fue mejor. Sus estudios iban bien, pero se sentía sola. No quería volver a Durazno porque allí ya no había nadie. Y las pocas relaciones con hombres no prosperaron. Ella estaba muy encerrada en si misma.<br /><br />Los años fueron pasando. Para unos muy rápido, para otros más lentos, pero veinte años después Claudia se encontró abriendo cajas y cajones en la casa que había comprado.<br />Había sido una mudanza terrible, ya que tuvo que desprenderse de muchísimas cosas de la casa de Durazno. Muchas las regaló, otras las mandó a remate y algunas otras se las trajo con ella para su casa nueva en Montevideo. Los padres de Claudia dejaron la casa de Durazno armada para Claudia y su hermano, y se fueron a vivir a Salto con otro matrimonio de amigos. El hermano de Claudia se casó y se fue a vivir con su mujer a Paysandú, y no quiso nada de la casa de Durazno. Así que Claudia desarmó la casa, la vendió sin ningún remordimiento, y se compró en Montevideo, cerca del Parque Rodó con tantas ventanas como las que tenía en la otra.<br /><br />Claudia nunca se había casado, y su vida, casi sin proponérselo empezó a parecerse a la de su madre. Se sentaba a tomar café en el porche y miraba la gente pasar. Sabía quien era quien en su cuadra y en la de enfrente, y ya casi distinguía las figuras de las otras dos cuadras. Le gustaba sobretodo ver aquellos dos niños gemelos que salían de una casa que estaba en diagonal con su casa. Nunca veía quien los despedía, porque la camioneta que los venía a buscar siempre interrumpía la visión. No sabía si era un hombre o una mujer quien los despedía a las 8 de la mañana y los recibía a las 5 de la tarde. Tampoco sabía quien vivía, porque sobre las 9 de la mañana salía un auto y lo volvía ver entrar sobre las 7 de la tarde. Posiblemente a los niños los recibiera alguna niñera, y después sus padres llegaran sobre las 7. También los mandados los hacían en auto así que tampoco podía ver quien entraba o salía de esa casa. Claudia conocía la vida de todos y cada uno de sus vecinos, aunque los gemelos eran sus favoritos. Se había convertido en una mujer solitaria y avinagrada. No le gustaba salir de su casa, así que ponía inyectables, tomaba la presión y hacía algún que otro quehacer en el ramo médico ya que se había recibido de instrumentista. Ejerció poco. No pudo resistir la presión y los llamados de madrugada ni las guardias de 48 horas. Tambien daba clases para preparación de exámenes de enfermería, pero su vida no existía. Ella vivía a través de la vida de los demás. Una tarde se animó y antes de que llegara la camioneta, salió de su casa y se encaminó hasta la casa de la esquina. Cuando llegó la camioneta los gemelos corrieron a subirse. Al arrancar logró ver a una mujer rubia que saludaba con un brazo en alto. Claudia se sobresaltó. Los años pasan para todos, pero esa era Mariana, estaba segura. La mujer miró en su dirección y la vio, y dijo en una especie de pregunta —¿Claudia?. Claudia se acercó despacio, y cuando estaba a diez metros dijo —¿Sos vos Mariana?. Ambas corrieron y se abrazaron durante largo rato. Claudia empezó a llorar. —Nunca pude decirte adiós. El día que te vinieron a buscar nos dejaron encerradas en un salón. Nunca me recuperé de eso. ¿Cómo estás tu?.<br />Mariana la separó, le sonrió y le dijo, —que casualidad verte. Pensé en nosotras mucho tiempo. ¿Vivís cerca?<br />Claudia se rió y le mostró su casa. La expresión de Mariana cambió. —¿Qué pasa, preguntó Claudia?. <br />—Nada especial, respondió Mariana. Solo que cada vez que paso por esa casa con tantas ventanas, y veo siempre una silueta tras las ventanas, me acuerdo de lo que decías de las mujeres atrás de las ventanas, “mujeres con marcos de madera alrededor”. —¿Vivís sola?, —¿Sos vos la silueta que veo detrás de la ventana?.<br />Claudia le sonrió y le dijo.—Si, soy yo. Vení una de estas tardes por casa y hablamos. Me muero por hablar contigo.<br />Al día siguiente se reunieron en la casa de Claudia.<br />Claudia resumió su vida en seis frases. —Muchas veces te eché la culpa. Me mostraste una visión distinta del mundo y después me dejaste sola. Más tarde me di cuenta que yo no había tenido el suficiente valor para seguir adelante. Cuando a vos te echaron o te invitaron a irte, yo me quedé tan sola como los hongos que crecen en alguna planta, y después mueren. Nunca pude recuperarme. Ni siquiera después que mis padres se fueron. Mi suerte ya estaba echada.<br />Mariana la abrazó. —Capaz que no pusiste mucho empeño. A mi tampoco me fue demasiado bien, y lo único que tengo son mis muñequitos. Pero me alcanza y sobra.<br />Claudia la miró y sin poder comprenderlo le preguntó: ¿Te quedaste viuda?.<br />Mariana, le sonrió desde algún lugar de la estratófera, y le dijo, –-—No, me topé con un violento, y casi no salgo viva. <br />Claudia, la miró como la miraba cuando tenía trece años, y Mariana sonrió. Sabía que quería saber, quería aprender.<br />Mariana, le tomó la mano, y le dijo: —Yo siempre fui muy gallita, y supongo que eso me trajo muchos, muchísimos problemas, pero al final, me salvó la vida, y le salvó la vida a Nicolás y Matías, mis muñecos. <br />Cuando conocí a Joaquín era un muchacho muy agradable, tus padres lo hubieran aprobado. Era de buena familia, buen mozo, trabajador y muy amable. Eso era solo la fachada. Era un celoso patológico. Me empezó a celar a partir de la luna de miel, de otra forma nunca me hubiera casado con él. Si tenía las faldas cortas, si las tenía largas, si me maquillaba, si no me maquillaba, si salía con el pelo suelto, si salía con el pelo atado, todo era motivo de problemas. Me arruinó cuanta fiesta tuve, si estaba escotada era lo mismo que si estaba vestida de monja. Si me miraba un tipo ya era un conflicto, así que te imaginarás que vivía de conflicto en conflicto. Hasta que quedé embarazada. Nunca supe como estos chiquilines nacieron bien. Me mortificó durante todo el embarazo. Por supuesto que eran suyos, pero era un enfermo.<br />Claudia la mira, y no puede creer lo que escucha. —Contame como eso de que ser gallita te salvó la vida. <br />—Bueno no fue eso exactamente, sino donde me hallaba en ese momento. También tuvo que ver eso. Los mellizos estaban ese día en el corralito jugando y tenían diez meses, y yo estaba en la cocina haciéndoles el puré de zapallo, papa y zanahoria, cuando entró Joaquín. No se que raye tenía en su cabeza, pero empezó con que aquellos bastardos le estaban arruinando la vida, y que yo no me iba a salvar. Que él no quería ser el hazmereir del barrio, y que el ser madre no me iba a salvar. Gracias a Dios que estaba en la cocina, y no en el living. Si hubiera estado en el living me hubiera dado la tal paliza, y yo posiblemente después lo hubiese matado, de una forma o de otra, pero lo hubiera matado, con un cuchillo, mientras dormía, con veneno o con un martillazo en la cabeza. Pero estaba segura que lo hubiera matado antes de que él tocara a mis hijos. Tenía esa obsesión con los gemelos. Pero Dios aprieta pero no ahorca, así que me encontró en la cocina. Cuando me tiró el primer golpe, miré alrededor y vi solita, ahí mirándome la cuchilla de cocina. La agarré y le tiré un cuchillazo en el antebrazo. Cuando se vió el tajo y empezó a sangrar, se puso como loco. Los gemelos empezaron a llorar. Me dijo —No vas a ser capaz. Yo le contesté —Solo probame. Me llegás a tirar otro golpe, y te mato. Como había estudiado medicina, sabía exactamente que cuchillada podía matarlo. Hice varias denuncias, pero sobre todo por mis hijos. Llamé a sus padres y les dije que ellos serían responsables si a mis hijos les pasaba algo. Supongo que eso surtió efecto. Lo internaron en una clínica y ahora está en pareja con alguna pobre mujer. Nunca le reclamé pensión alguna, para no darle ningún motivo adicional, pero eso sí tiene la visita prohibida. Los gemelos creen que su padre está muerto. Yo por las dudas siempre estoy en guardia. Con los locos nunca se sabe. Y tu vida como fue?<br />Claudia, la mira y vuelve a aparecer su mirada incrédula y de admiración.<br />Bueno después que te fuiste, ya nada volvió a ser igual. Salí de aquel maldito colegio sin ninguna amiga, terminé la universidad y mis relaciones con los hombres nunca llegaron a buen puerto. Una vez me embaracé y el muy estúpido me insultó y me dijo que no le importaba ni aunque fuese él el padre. Así que yo muy en contra de mis principios decidí interrumpir aquella gestación. Nadie debía de transmitir los genes de aquel mal bicho. Cuando al tiempo volvió con el caballo cansado a conocer a su hijo, le dije que lo había soñado. Que yo jamás me hubiese embarazado de un tipo enfermo como él. Se derrumbó, pero se lo merecía. Creo que eso te lo debo. Yo jamás hubiese dicho eso, pero el tipo se había hecho acreedor. Supongo que estoy reviviendo mi infancia, pero por lo menos no atormento a ningún adolescente. Aunque a veces pienso que estoy reviviendo mi pasado. A veces detrás de la ventana, estoy segura que veo a mi hermano volver del colegio en bicicleta y a mi madre mirándolo detrás de las cortinas de voile del living. Otras veces me veo a mi misma volver a Durazno a vaciar la casa de mis padres.<br />Pero la mayoría de las veces cuando miro el vidrio de mi ventana, me veo con quince años, un corte de pelo modernísimo, las uñas y los labios pintados y los ojos soñadores, soñando un futuro feliz que nunca llegó.Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9024572883235599038.post-37425554361320622532011-04-14T11:40:00.001-07:002011-04-14T11:40:42.640-07:00VocesNunca supe que te pasó. Te fuiste en algún momento, y yo no me di cuenta. Capaz que estaba muy ocupado con el trabajo, o mis hijos, pero ese día, el del final supe que ya te habías ido hacía muchísimo tiempo. Bueno, ahora de viejo me entero que las mujeres son así. El día que te dejan, o te lo dicen, es porque hace años que para ellas está terminado.. Perdoname, no me di cuenta. Tantas veces repasé el final y hasta el día de hoy que han pasado varios años, te sigo extrañando. Extraño el como me peleabas, como me rebatías todo lo que decía, como me mirabas y yo sabía aunque no me lo dijeras me estabas mandando a la mierda. Pucha, que mujer guerrera resultaste. Supongo que fue eso mismo lo que me atrajo. <br /> <br />A veces desearía no haberte conocido. Lo único que me atrajo de ti fue que me hiciste reir. Era lo único que me hacía falta. Siempre que hablaba con mis compañeros de trabajo, les decía que unicamente volvería a salir con un hombre que me hiciera reir y que supiera cocinar. Vos no sabías cocinar, pero me hacías reir. Las dos virtudes juntas eran imposibles. Así que al fin pensé, algo es algo. Con tantos tarados que hay por ahí. Con simplezas solamente, pero me hacías reir, y no eras feo. Debo admitir que en eso soy absolutamente inflexible. Si el hombre no me gusta fisicamente, no marcha. No hay tu tía ni mi tía, ni la tía de nadie. Si no me atrae fisicamente, está arruinado antes de empezar. Soy totalitaria y no me arrepiento.<br /> <br />Ahora mismo me acuerdo como nos conocimos. Fue en aquella fiesta que hicieron en tu trabajo. Yo era el asesor jurídico de la empresa, y cuando hicieron la fiesta de inauguración del nuevo local, te conocí. Eras la contadora de la firma y estabas como Peñarol en la decada del 60 o como Nacional en la del 70. El día que nos presentaron no me diste ni la hora, pero te hice reir un rato con mis vivencias en el exterior. Eras además el tipo de mujer que me gusta. Alta, delgada pero no tísica, y con una personalidad fuerte, fortísima. Capaz que me equivoqué en eso. Demasiado fuerte para mi, porque nunca pude soportar que una mujer fuera más fuerte que yo.<br /> <br />Supongo que el día que te conocí no me impresionaste abiertamente. Soy bichera consumada, así que me pareciste un pavo real tratando de conquistarme con su cola. Pero yo ya había conocido tantos pavos reales que francamente no me dio para darte ni la hora. Al final me hiciste reir con estupideces, pero lo lograste. Me hiciste reir. Un punto a tu favor. Evidentemente después te esforzaste un poco más. Pero había algo, no se si tu machismo o algo que estaba en algún lugar, que me crispaba. Te gustaba jugar al maestro de ceremonias, y coquetear socialmente con todas las veteranas que conocías. Siempre pensé que lo hacías para pincharme, o fastidiarme, pero nunca me molestó. Al contrario, me divertían aquellas actitudes tuyas de pavo real pavoneándose. Nunca conocí los celos.<br /> <br /> <br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /> Ahora que lo pienso, yo tenía mis propios traumas. Mi madre se había muerto cuando yo tenía 9 y siempre la culpé. Por irse antes de tiempo y por otras cosas, así que con las mujeres yo era muy hijo de puta. Mi primera mujer, y la madre de mis hijos era una loca de atar, celosa, muy competitiva y revanchista. Cuando me fui a la mierda con Madelón, se puso como loca. Un día me rayó todo el auto con un llavero. Cuando te lo conté, me dijiste jodete. Ella sabía que a vos solo te importaban dos cosas en la vida, la plata y el auto –como si fuera una prolongación de tu pene. Así que ya que no pudo cortártelo, te lo rayó todo. Chapeau por tu ex. Por lo menos no se reprimió y te castigó donde más te dolía. Cuando me dijiste eso, creo que comprendí que la había lastimado mucho. Me lo hiciste ver. Nunca le pedí perdón, pero está entre mis próximas acciones.<br /> <br />Así y todo, creo que te quise, por lo menos un poco. Cuando no estaba contigo y veía algo lindo, un paisaje, una pintura o una escultura, una puesta de sol o una película, te la contaba en mi mente para que no te la perdieras. Cuando vi “Perfume de Mujer” con Vittorio Gassman, y la remake americana con Al Pacino, pensé, cuando te vea te la voy a contar. Un deleite de placer. Cualquiera de las dos, la actuación de Gassman, extraordinaria, y la escena de Paccino bailando “Por una cabeza” y manejando ciego un Porsche o un Lamborghini, es de antología. Creo firmemente que uno tiene que disfrutar de los placeres de la vida, y para mi eso fue un plus. Un orgasmo de placer, sin sexo. Maravilloso.<br /> <br />Capaz que lo nuestro estaba destinado al fracaso, pero como nos divertíamos juntos. Esperaba ansioso todas las tardes cuando ambos salíamos del trabajo y volvíamos a casa, nos sentábamos a hablar, te sentabas en mis rodillas, me acariciabas el pelo, y te reías. Ahora aprendí que en realidad te estaba asfixiando con mis celos. No podía soportar que te mirara otro hombre. Me pesaban los años que teníamos de diferencia, me gustaba que fueras una mujer sexy y que usaras medias negras con esos bordes de encaje que se te pegaban a las piernas, pero odiaba que los hombres te miraran las piernas. Me encantaba tu risa pero odiaba que los hombres te miraran cuando te reías. Me gustaba que en las fiestas usaras vestidos escotados y pegados al cuerpo, y al mismo tiempo me moría de celos cuando te miraban. Si, ya se que te arruiné montones de fiestas, porque al llegar te hacía mil reproches. Fui siempre un estúpido. Me gustaba que los demás me envidiaran la mujer que tenía, pero creo que el temor a perderte hizo que me comportara con un imbécil. Que lástima.<br /> <br />Y un día cualquiera, supe bien que se había terminado. Tal vez fueron tus historias que siempre eran las mismas y ya no me hacían reir. Tal vez fueron tus mentiritas también estúpidas, y que yo hacía que me creía simplemente porque siempre fui muy cómoda y no quería invertir energía en una discusión. Tal vez fue tu ego fatalmente machista, donde además solo importaba la marca del auto y el saldo de la cuenta bancaria de las personas para considerarlas amigas. Tal vez fue que te perdí el respeto y alguien 12 años más joven, no que tu sino que yo, me devolvió la risa. Nunca te lo dije. Empezó y terminó porque yo le puse fin. No fue por herirte. Simplemente pasó y no me arrepiento. <br /> <br /> <br /> Hoy se bien que fui yo quien lo arruinó. Mis hijos siempre me decían —Papá no la pierdas, porque solo ella puede aguantarte. Pero yo siempre fui un suicida. No se si fue por la culpa que yo le adjudiqué a mi madre, pero las mujeres siempre se iban y nos dejaban solos, entonces yo tenía que vengarme y tratarlas mal, o hacerlas sufrir, o mentirles, o lastimarlas. Pero contigo era distinto. Yo no podía ejercer presión económica, porque tu tenías tus ingresos, No podía celarte, porque tu eras lo suficientemente peleadora para mandarme a la mierda, yo no podía tener la situación bajo control, porque tu eras impredecible. Entré en un caos. No quería perderte, pero había comprado una rifa para perderte, y tenía todos los boletos.<br /> <br />Yo estoy bien. No te extraño, pero cada tanto reviso el obituario para ver si aparece tu nombre. Recuerdo que un día estábamos durmiendo, y yo me desperté a las tres de la mañana. No se si fue porque estabas roncando, o porque me había cansado que quisieras enseñarme a regar, a cocinar, o a darme clases de como manguerear el auto cuando lo estabas lavando. O todas las estupideces que decías. Así, que te dí el tal golpe en la espalda. Te pegué el tal golpe y me hice la dormida. Tampoco me arrepiento. No te deseo la muerte, solo el sufrimiento por arruinar lo único rescatable que tuviste en tu vida.Te vas a convertir en un viejo amargado, lleno de culpas y rencores, insufrible e inaguantable, y no quiero estar ahí para verlo.Como los versos de Idea Vilariño, “ya no será, no volveré a tocarte. No te veré morir”.<br /> <br />Hoy se que te perdí. Me dijiste que no podías resistir ni el sonido de mi voz.<br />Perdoname. Yo se que si estuviéramos frente a frente me mirarías con asco. <br />Y tendrías razón. Nunca conocí una mujer tan fuerte. Perdoname. No pude perdonar a mi madre, pero te pido que me perdones.<br /> <br />Nunca te voy a perdonar. Pudimos haber tenido una vida como la de pocos. Pero lo arruinaste. Y ni el mejor pegamento podría recomponer los pedazos rotos.<br />No, no te perdono.Pandorahttp://www.blogger.com/profile/01957504703531065908noreply@blogger.com1