Abrazos
Salió de su trabajo sobre las 190 horas. Tenía que encontrarse con él en el lugar de siempre. Antes de salir del edificio se miró en el espejo del pallier y se acomodó un poco la chalina rosa viejo que contrastaba con el tapado negro y de buen corte. Salió al frío invernal y enfiló hacia la calle 25 de mayo. El salía de su oficina y la recogía en determinada esquina todos los martes y jueves de todas las semanas desde hacía cuatro años. Ninguno de los dos tenía compromiso, pero sí hijos adolescentes que vivían con ellos, por lo cual los encuentros eran solo en hoteles. Ella le había pedido unas cuantas veces que estuviera allí antes que ella llegara porque no le agradaba estar esperando en una esquina y menos en una esquina de la ciudad vieja y a esa hora, pero él casi nunca estaba cuando ella llegaba, y a veces tenía que esperarlo hasta veinte minutos. Cuando llegaba nunca se disculpaba, y siempre decía que a último momento lo había llamado algún cliente, o que había tenido que ir a visitar a alguno. Siempre que lo estaba esperando pensaba, si se demora más de diez minutos, me doy media vuelta y me mando mudar, y que se joda. Pero nunca lo hacía. Sobre las 19 y 25 vio llegar el auto que se arrimó al cordón. Ella abrió la puerta, entró y lo saludó. Era un día que no estaba muy motivada, y el fastidio por la espera con ese frío que taladraba se le notaba en la cara. El preguntó: -que te pasa?. Ella hizo un gesto ambiguo levantando los hombros, -Nada, dijo, cuando en realidad estaba pensando que te creés que me pasa pedazo de imbécil, hacerme esperar 25 minutos en esta esquina de mierda, pero nada de eso dijo, solo un nada anodino y escurridizo. Se cruzó de piernas en el auto y sacó un cigarrillo de su bolso. El la miró e hizo un gesto de fastidio. No le gustaba que fumara dentro del automóvil y se lo había repetido las suficientes veces como para que hasta un débil mental lo registrara. Pero ella estaba lo suficiente fastidiada con la espera en el frío, que se llevó el cigarrillo a la boca, lo prendió y largó el humo suavemente por la boca, al tiempo que abría apenas su ventanilla. El comentó, -la calefacción está prendida, y con la ventanilla abierta nos vamos a congelar. Ella lo miró, sonrió apenas y le dijo –Yo ya estoy congelada. El la miró de costado e hizo un gesto con la cabeza, moviéndola de lado a lado, como quien niega muy despacio. –Bueno, dijo se me complicó en la oficina, llegó gente a último momento y no pude salir antes. Ella sin mirarlo, viendo fijamente hacia delante, respondió –Siempre se te complica, todos los martes y jueves de Dios se te complica, hace años que se te complica llegar en hora. Bueno, esta es la última vez que te espero. El jueves si no estás a las 7 de la tarde estacionado, ni siquiera te molestes en venir.
El se sonrió y le puso la mano sobre la rodilla, y siguió subiéndola bajo la falda. Ella se puso tensa, pero no retiró la mano ni dijo nada. Cuando subieron la escalerita del hotel, el le acarició la espalda sobre el tapado, y de detuvo más debajo de la cintura. Ella abrió la puerta y entró al dormitorio. -No me gusta este lugar, es demasiado vulgar. El se sacó el abrigo, lo colgó en el perchero, fue al baño a lavarse las manos y volvió. Abrió el frigobar y sacó dos miniaturas de Something Special y la cubetera del hielo. Sirvió los dos whiskies, el suyo con un chorro de agua mineral, y se acercó a ella con los dos vasos. Ella continuaba parada sin sacarse el saco. El dejó los vasos apoyados en la mesita ratona, se acercó a ella y empezó a desabrocharle el tapado. Luego lo colgó junto al suyo. Le dio el vaso, tomó el suyo, y con la otra mano empezó a acariciarle el pelo, bajando hacia la mejilla. Le pasó los dedos por la boca tentándola para que la abriera y le mordisqueara los dedos. Ella sacudió apenas la cabeza como quien se desprende de un pensamiento feo, se metió el dedo mayor y el índice en la boca lo miró a los ojos, y empezó a descender su mano libre hasta llegar a la entrepierna del hombre. Solo ese gesto bastó para que se desatara todo, y vino la urgencia de los dos, desvistiéndose, arráncandose la ropa, el intimamente agradecido porque ella le había dado el gusto al ponerse las medias negras con siliconas y el body negro. Después todo acabó y él se tendió de espaldas y la abrazó. Ella no le dijo nada pero agradeció aquel gesto.
Luego se sentó en la cama y prendió un cigarrillo. El le pidió una pitada. Ella se la dio. Cuando él terminó de soltar el humo, se giró en la cama y le dijo: -Es raro, nunca me decís que me querés, ni siquiera cuando hacemos el amor. ¿Vos me querés?. ¿Por qué estás conmigo?
Ella miró el techo, luego lo miró, volvió a mirar el techo y le dijo –Los hombres siempre necesitan que los quieran, aún en el caso de que ellos no quieran, necesitan que se los quiera. Yo te quería. Creo que te quise. Capaz que todavía te quiero. Solo que un día cualquiera me di cuenta que ya no era lo mismo. La única que daba algo en esta relación era yo. Tu solo tomabas lo que se te daba, pero eras incapaz de corresponder. Entonces un día empecé a quererme más yo misma.Y las cosas dejaron de importarme, o de dolerme. ¿Por qué estoy contigo? Te podría decir montones de estupideces solo para lastimarte, como por ejemplo que los dos somos adultos, que necesitamos tener sexo, que necesitamos que la persona sea agradable, se bañe todos los días, tenga buen aliento, no sea promiscuo, no tenga sida, tenga determinada educación, sea delicado, tenga una conversación agradable etcétera, etcétera. Bueno todo eso también, pero realmente yo te veo todos los martes y jueves desde hace años solo para que me abraces. Uno no puede andar por la vida pidiendo que lo quieran, pidiendo que lo abracen. Y nadie te abraza. Y yo necesito que me abracen para continuar viviendo. Yo necesito que me toquen. No me alcanzan los mails, ni los mensajes de celular. Ya casi nadie llama por teléfono, solo mensajes o mails con estúpidas cadenas. Pero yo necesito otro tipo de comunicación. Yo necesito que me sonrían, que me toquen, que me acaricien, que me abracen, y si para eso hace falta tener sexo, bueno, es un precio accesible, y puedo pagarlo.
Cuando ella lo mira a la cara, ve toda su cara bañada en lágrimas, y el abrazo de él es tan enorme que ella lo único que puede hacer es acariciarle la espalda para que sus terribles sollozos se calmen.
lunes, 31 de mayo de 2010
viernes, 28 de mayo de 2010
Ruleta Rusa
Ruleta Rusa
Todo empezó, o tal vez debería decir terminó, de una manera totalmente ridícula. Nunca había pisado la rula, un poco por
falta de interés, un poco por tacañería y otro poco por desidia.
O porque nunca antes le habían hecho una invitación formal.
Pero ese viernes la reunión estaba sosa, y había abusado un poco
del whisky.
Alguien en algún rincón de la sala sugirió la salida hacia el casino.
Como la diversión estaba escasa, varias voluntades aceptaron la invitación. El se plegó mansamente a los demás. Ese fue el primer error.
El segundo ocurrió cuando en plena rambla uno de los autos reventó un neumático y tuvo que desertar de la expedición, previa llamada al Automóvil Club.
Alguien a su lado le dijo –“quedate con nosotros hasta que venga el auxilio”.
De hecho no quería ni quedarse a esperar ni ir al Casino, pero los otros eran más y sus gritos apremiándolo a acompañarlos fueron más convincentes.
Cuando finalmente la mitad del grupo llegó, tuvo lugar el tercer inconveniente. No le permitían el acceso sin corbata.
Estaba a punto de hacerle caso a su yo, cuando alguien dijo que tenía una corbata de más en el baúl del coche.
La suerte estaba echada.
La vio apenas entró y ya no le pudo sacar los ojos de encima. Se le pegó como una gata mimosa y su estúpido ego creyó o quiso creer todas las zalamerías de que hizo gala.
Se despertó con dolor de cabeza. Miró el techo y no reconoció las manchas de humedad de uno de los ángulos. Tampoco reconoció la cama.
De un salto estuvo en el piso y tampoco reconoció la moquette gastada.
Levantó el auricular del teléfono y estaba sin línea.
Empezó a recorrer la habitación y salió al corredor. Obviamente era un hotel. Cerró la puerta. La resaca era terrible y no podía recordar absolutamente nada.
Hasta que buscó su billetera en el pantalón.
Cuando hizo el recuento le faltaban la billetera, todas las tarjetas de crédito, el dinero que llevaba y su reloj pulsera.
Mal pudo explicar a la policía quien había cortado la línea del teléfono, así como no tenía dinero para pagar la noche de hotel.
Tuvo que ir a declarar a la comisaría antes de poder hacer la denuncia del robo de las tarjetas.
Más difícil fue explicarle a Alicia, que estaba en Colonia cuidando a su madre recién operada, en que gastó los casi cinco mil dólares de las tarjetas de crédito, que según el estado de cuenta eran en su mayoría de tiendas de mujer.
Todo empezó, o tal vez debería decir terminó, de una manera totalmente ridícula. Nunca había pisado la rula, un poco por
falta de interés, un poco por tacañería y otro poco por desidia.
O porque nunca antes le habían hecho una invitación formal.
Pero ese viernes la reunión estaba sosa, y había abusado un poco
del whisky.
Alguien en algún rincón de la sala sugirió la salida hacia el casino.
Como la diversión estaba escasa, varias voluntades aceptaron la invitación. El se plegó mansamente a los demás. Ese fue el primer error.
El segundo ocurrió cuando en plena rambla uno de los autos reventó un neumático y tuvo que desertar de la expedición, previa llamada al Automóvil Club.
Alguien a su lado le dijo –“quedate con nosotros hasta que venga el auxilio”.
De hecho no quería ni quedarse a esperar ni ir al Casino, pero los otros eran más y sus gritos apremiándolo a acompañarlos fueron más convincentes.
Cuando finalmente la mitad del grupo llegó, tuvo lugar el tercer inconveniente. No le permitían el acceso sin corbata.
Estaba a punto de hacerle caso a su yo, cuando alguien dijo que tenía una corbata de más en el baúl del coche.
La suerte estaba echada.
La vio apenas entró y ya no le pudo sacar los ojos de encima. Se le pegó como una gata mimosa y su estúpido ego creyó o quiso creer todas las zalamerías de que hizo gala.
Se despertó con dolor de cabeza. Miró el techo y no reconoció las manchas de humedad de uno de los ángulos. Tampoco reconoció la cama.
De un salto estuvo en el piso y tampoco reconoció la moquette gastada.
Levantó el auricular del teléfono y estaba sin línea.
Empezó a recorrer la habitación y salió al corredor. Obviamente era un hotel. Cerró la puerta. La resaca era terrible y no podía recordar absolutamente nada.
Hasta que buscó su billetera en el pantalón.
Cuando hizo el recuento le faltaban la billetera, todas las tarjetas de crédito, el dinero que llevaba y su reloj pulsera.
Mal pudo explicar a la policía quien había cortado la línea del teléfono, así como no tenía dinero para pagar la noche de hotel.
Tuvo que ir a declarar a la comisaría antes de poder hacer la denuncia del robo de las tarjetas.
Más difícil fue explicarle a Alicia, que estaba en Colonia cuidando a su madre recién operada, en que gastó los casi cinco mil dólares de las tarjetas de crédito, que según el estado de cuenta eran en su mayoría de tiendas de mujer.
Escollera con nueces y zapatos rotos

Escollera con nueces y zapatos rotos
Los días grises tienen esa suerte de tristeza parecida a la de los atardeceres.
Por eso no me gusta recordar a mi padre esos días.
Sin embargo ayer era un día gris, oscuro y triste, y su recuerdo se me apareció delante de esos papeles que garabateo diariamente.
Justo enfrente de los saldos bancarios estaban sus ojos grises.
Con uno de esos ademanes que tendríamos que saber que son inútiles, traté de tocar su rostro. Por supuesto que no toqué nada y mi mano quedó como suspendida en el aire. Mi cerebro no le debe de haber enviado ninguna contraorden, porque quedó ahí quieta.
Esperando.
Entonces recordé.
Tantas, tantísimas otras veces mi mano había quedado ahí, deseando tocarlo, y se había quedado quieta, Inmóvil.
Al llegar al corte habitual del mediodía, decidí ir hasta la escollera. A él siempre le había gustado pescar en ese lugar, y mi trabajo no quedaba tan lejos. Si bien no estaba vestida para la ocasión, con el tailleur color manteca y esos zapatos muchísimo más elegantes que cómodos, fue un impulso fuerte ir hasta allí.
Tal vez la cercanía de las fiestas, o sus ojos sobre mis papeles, o vaya a saber lo que. El hecho es que llegué a la escollera despertando más de una mirada curiosa y alguna que otra grosería, pero ni me importaron las miradas, ni las groserías, ni mucho menos lo que estaban sufriendo los benditos zapatos altos en aquel lugar tan poco apropiado. Había unos cuantos pescadores para ser mediodía, pensé. Aunque en verdad tampoco tenía ningún parámetro de comparación. Nunca había ido a la escollera un día de semana, y menos a mediodía.
El hombre me llamó la atención. No sé si fueron sus manos, diestras para abrir aquella caja de madera manchada por los años, o la forma y paciencia con que manejaba la tanza y los anzuelos que tenía prolijamente ordenados por tamaños. Tal vez fue lo corpulento que era, o aquel camperón de cuero que había conocido varios inviernos, o sus zapatos, gastados pero de buena calidad.
Como pude me senté a su lado. La pollera corta no me impidió acomodarme con las piernas colgando hacía el oleaje. Casi me río pensando en las consecuencias que podría tener que se me cayera un zapato al agua. Me imaginé el camino de retorno a la oficina, oliendo a pescado y con un zapato solo en las manos.
El hombre volvió su cara hacia mi y me miró.
Estuvo largo rato contemplando mi cara, luego sus ojos bajaron a mis manos y se detuvieron un rato. Por último miró de reojo mi pollera y mis zapatos “al tono”, y volvió a mi rostro.
Fue entonces que dijo: “-Ya veo que recibiste mi mensaje. Solo a vos se te ocurriría venir este lugar vestida como estás. Tu despiste sigue siendo el mismo”.
Lo miré incrédula. Este diálogo no es real, pensé. Esto no está pasando.
Sin embargo, y para mi asombro le contesté: “-Y que querías, que fuera hasta casa a cambiarme. Vos estás jubilado, pero yo no”.
El sonrió y dijo “Nunca te quedaste callada”.
Luego preguntó: “Estás bien?”. Le contesté: “Hago lo que puedo”. Fue lo último que dijo. Miró su caña que estaba haciendo señas inequívocas de que algo había “picado”.
Se concentró en lo que estaba haciendo como si yo no existiera, pero de pronto su mano agarró la mía y la apretó fuerte. Luego la soltó.
Entonces fue mi mano la que tomó la suya. No hubo ni siquiera un minuto de duda. Tomé aquella mano y la acaricié.
Y no se por qué vino a mi memoria una mesa con mantel blanco, con nueces almendras y avellanas. Pensé, se me pasó el 8 y todavía no hice el árbol. Hoy sin falta lo hago.
Cuando miré a mi lado no había nadie. Busqué con la vista pero no encontré ni rastros del camperón, ni de la cajita. Nada.
Como pude me levanté y empecé el camino de retorno.
Creo que sentí una voz cascada que decía: “La gente se chifla desde joven. Mirá sino, venir así vestida y ponerse a hablar sola”.
Me vino un acceso de risa, pisé mal y vi que uno de los tacos se había separado lastimosamente del zapato. Ya no pude controlar las carcajadas. Me lo saqué y con pinta de ejecutiva en desgracia comencé a caminar con un pie calzado y el otro descalzo hacia la ciudad de cemento.
Seguía riéndome
Los días grises tienen esa suerte de tristeza parecida a la de los atardeceres.
Por eso no me gusta recordar a mi padre esos días.
Sin embargo ayer era un día gris, oscuro y triste, y su recuerdo se me apareció delante de esos papeles que garabateo diariamente.
Justo enfrente de los saldos bancarios estaban sus ojos grises.
Con uno de esos ademanes que tendríamos que saber que son inútiles, traté de tocar su rostro. Por supuesto que no toqué nada y mi mano quedó como suspendida en el aire. Mi cerebro no le debe de haber enviado ninguna contraorden, porque quedó ahí quieta.
Esperando.
Entonces recordé.
Tantas, tantísimas otras veces mi mano había quedado ahí, deseando tocarlo, y se había quedado quieta, Inmóvil.
Al llegar al corte habitual del mediodía, decidí ir hasta la escollera. A él siempre le había gustado pescar en ese lugar, y mi trabajo no quedaba tan lejos. Si bien no estaba vestida para la ocasión, con el tailleur color manteca y esos zapatos muchísimo más elegantes que cómodos, fue un impulso fuerte ir hasta allí.
Tal vez la cercanía de las fiestas, o sus ojos sobre mis papeles, o vaya a saber lo que. El hecho es que llegué a la escollera despertando más de una mirada curiosa y alguna que otra grosería, pero ni me importaron las miradas, ni las groserías, ni mucho menos lo que estaban sufriendo los benditos zapatos altos en aquel lugar tan poco apropiado. Había unos cuantos pescadores para ser mediodía, pensé. Aunque en verdad tampoco tenía ningún parámetro de comparación. Nunca había ido a la escollera un día de semana, y menos a mediodía.
El hombre me llamó la atención. No sé si fueron sus manos, diestras para abrir aquella caja de madera manchada por los años, o la forma y paciencia con que manejaba la tanza y los anzuelos que tenía prolijamente ordenados por tamaños. Tal vez fue lo corpulento que era, o aquel camperón de cuero que había conocido varios inviernos, o sus zapatos, gastados pero de buena calidad.
Como pude me senté a su lado. La pollera corta no me impidió acomodarme con las piernas colgando hacía el oleaje. Casi me río pensando en las consecuencias que podría tener que se me cayera un zapato al agua. Me imaginé el camino de retorno a la oficina, oliendo a pescado y con un zapato solo en las manos.
El hombre volvió su cara hacia mi y me miró.
Estuvo largo rato contemplando mi cara, luego sus ojos bajaron a mis manos y se detuvieron un rato. Por último miró de reojo mi pollera y mis zapatos “al tono”, y volvió a mi rostro.
Fue entonces que dijo: “-Ya veo que recibiste mi mensaje. Solo a vos se te ocurriría venir este lugar vestida como estás. Tu despiste sigue siendo el mismo”.
Lo miré incrédula. Este diálogo no es real, pensé. Esto no está pasando.
Sin embargo, y para mi asombro le contesté: “-Y que querías, que fuera hasta casa a cambiarme. Vos estás jubilado, pero yo no”.
El sonrió y dijo “Nunca te quedaste callada”.
Luego preguntó: “Estás bien?”. Le contesté: “Hago lo que puedo”. Fue lo último que dijo. Miró su caña que estaba haciendo señas inequívocas de que algo había “picado”.
Se concentró en lo que estaba haciendo como si yo no existiera, pero de pronto su mano agarró la mía y la apretó fuerte. Luego la soltó.
Entonces fue mi mano la que tomó la suya. No hubo ni siquiera un minuto de duda. Tomé aquella mano y la acaricié.
Y no se por qué vino a mi memoria una mesa con mantel blanco, con nueces almendras y avellanas. Pensé, se me pasó el 8 y todavía no hice el árbol. Hoy sin falta lo hago.
Cuando miré a mi lado no había nadie. Busqué con la vista pero no encontré ni rastros del camperón, ni de la cajita. Nada.
Como pude me levanté y empecé el camino de retorno.
Creo que sentí una voz cascada que decía: “La gente se chifla desde joven. Mirá sino, venir así vestida y ponerse a hablar sola”.
Me vino un acceso de risa, pisé mal y vi que uno de los tacos se había separado lastimosamente del zapato. Ya no pude controlar las carcajadas. Me lo saqué y con pinta de ejecutiva en desgracia comencé a caminar con un pie calzado y el otro descalzo hacia la ciudad de cemento.
Seguía riéndome
viernes, 14 de mayo de 2010
Grandulón
Fue en una de mis tantas visitas al campo, donde lo conocí.
Había tenido que viajar a la estancia de los Elizalde por la firma de unos papeles.
Los hijos nunca habían sido una maravilla, mas bien todo lo contrario. Mientras vivió el matrimonio la cosa se aguantó, pero el mismo día que metieron el cajón del viejo en el panteón, empezaron las peleas.
El peor fue siempre Fernando, que hasta quiso pedirle la parte a la pobre vieja viuda, el mismo día del velorio.
Saltó sobre el auto con una furia total, mostrando los dientes.
A pesar de que siempre me gustaron los animales, este realmente logró conmocionarme.
Era un tremendo perro negro, enorme, y sus ojos eran casi rojos.
-¿Rogelio, le dije al capataz, de donde salió este animal?.
-Bueno, me dijo- este bicho es malo de alma.
-Era del patroncito Fernando, que lo crió malo como él.
-“Diablo”, le puso de nombre, porque es cruza con lobo.
-Como el patroncito se fue para Montevideo, y el animal es intratable, le preguntamos que hacíamos con el.
-Ud. sabe como es Fernando. Si no quería a sus padres, menos iba a querer a un perro mestizo, a pesar de haberlo criado. Maténlo, mandó decir.
-Pobre animal, si hubiera tenido otro dueño, otro hubiera sido su destino.
Pero ya ve. Hoy va a venir el veterinario a ponerle la inyección.
Me quedé pensando en las palabras del capataz, y le dije –avíseme cuando llegue el veterinario.
Todo el protocolo que iba a hacer, me llevó como dos horas, y después me quedé a almorzar.
Sobre las tres de la tarde, salí a la galería a tomarme el café que no había tomado dentro.
Me senté, prendí un cigarrillo, y ahí nomás apareció el perro con cara de pocos amigos.
Ahora no ladraba. Se sentó a cinco metros y me miró. Nos miramos.
Y de repente me acorde del zorro de “El Principito”.
“Si quieres ser mi amigo tienes que domesticarme. Tienes que venir todos los días a la misma hora. Uno es responsable de lo que domestica”.
Entonces empecé a hablarle. No me sabía “El principito” de memoria ni mucho menos, pero le dije en voz bien fuerte:
-¡Perro! Te voy a contar una historia, pero estate bien atento porque te va la vida en ello.
Y le hablé, le hablé y le hablé por más de dos horas. De hecho nunca supe que le dije. Solo hablé con él o conmigo mismo, pero hablé.
El perro empezó a acercarse reptando. No se había parado. Solo avanzaba de a poco sobre su barriga.
Cuando estaba a un metro de distancia, empezó a mover la cola.
Se sobresaltó con la bocina del veterinario.
-¡Perro!, le grité, no te muevas.
Quedó petrificado donde estaba.
Conocía al veterinario hacia muchos años, y cuando me vino a saludar me dijo:
-¿Seguís rescatando animales?.
-Hago lo que puedo, le dije.
Mirando al pobre perro negro, me dijo:
-Lástima de animal, pero con este no vas a tener suerte. No quiere a nadie.
-Quien sabe, le dije. Capaz que es al revés.
-Déjelo, yo me voy a hacer cargo de él.
-¿Estás seguro?
-Si llego a tener algún problema, se lo llevo para que termine lo que venía a hacer.
-Suerte muchacho, dijo cuando volvió a subirse a la camioneta.
-Miré al perro, y le dije en voz más baja pero enérgica:
-¿Oíste Perro?. Vas a aprender a ser buena gente, o vas a dejar de ser buena gente.
-Otra cosa, no me gusta ese nombre que te pusieron, y no te voy a llamar toda la vida Perro, así que ahora cuando yo diga Grandulón, venís enseguida.
Me paré y empecé a caminar.
El perro estaba quieto donde lo había dejado.
Cuando había avanzado diez metros, y estaba de espaldas le grité:
-¡Vení, Grandulón!.
Eso fue hace diez años. Grandulón todavía está conmigo.
Cada vez que voy al campo lo llevo. El veterinario no puede ni creer que sea el mismo perro.
Hasta el cura del pueblo me dijo:
-Muchacho, que hiciste, ¿lo exorcizaste?.
- No, Padre, este muchachón tenía un problema de personalidad. No le gustaba el nombre que le habían puesto.
Había tenido que viajar a la estancia de los Elizalde por la firma de unos papeles.
Los hijos nunca habían sido una maravilla, mas bien todo lo contrario. Mientras vivió el matrimonio la cosa se aguantó, pero el mismo día que metieron el cajón del viejo en el panteón, empezaron las peleas.
El peor fue siempre Fernando, que hasta quiso pedirle la parte a la pobre vieja viuda, el mismo día del velorio.
Saltó sobre el auto con una furia total, mostrando los dientes.
A pesar de que siempre me gustaron los animales, este realmente logró conmocionarme.
Era un tremendo perro negro, enorme, y sus ojos eran casi rojos.
-¿Rogelio, le dije al capataz, de donde salió este animal?.
-Bueno, me dijo- este bicho es malo de alma.
-Era del patroncito Fernando, que lo crió malo como él.
-“Diablo”, le puso de nombre, porque es cruza con lobo.
-Como el patroncito se fue para Montevideo, y el animal es intratable, le preguntamos que hacíamos con el.
-Ud. sabe como es Fernando. Si no quería a sus padres, menos iba a querer a un perro mestizo, a pesar de haberlo criado. Maténlo, mandó decir.
-Pobre animal, si hubiera tenido otro dueño, otro hubiera sido su destino.
Pero ya ve. Hoy va a venir el veterinario a ponerle la inyección.
Me quedé pensando en las palabras del capataz, y le dije –avíseme cuando llegue el veterinario.
Todo el protocolo que iba a hacer, me llevó como dos horas, y después me quedé a almorzar.
Sobre las tres de la tarde, salí a la galería a tomarme el café que no había tomado dentro.
Me senté, prendí un cigarrillo, y ahí nomás apareció el perro con cara de pocos amigos.
Ahora no ladraba. Se sentó a cinco metros y me miró. Nos miramos.
Y de repente me acorde del zorro de “El Principito”.
“Si quieres ser mi amigo tienes que domesticarme. Tienes que venir todos los días a la misma hora. Uno es responsable de lo que domestica”.
Entonces empecé a hablarle. No me sabía “El principito” de memoria ni mucho menos, pero le dije en voz bien fuerte:
-¡Perro! Te voy a contar una historia, pero estate bien atento porque te va la vida en ello.
Y le hablé, le hablé y le hablé por más de dos horas. De hecho nunca supe que le dije. Solo hablé con él o conmigo mismo, pero hablé.
El perro empezó a acercarse reptando. No se había parado. Solo avanzaba de a poco sobre su barriga.
Cuando estaba a un metro de distancia, empezó a mover la cola.
Se sobresaltó con la bocina del veterinario.
-¡Perro!, le grité, no te muevas.
Quedó petrificado donde estaba.
Conocía al veterinario hacia muchos años, y cuando me vino a saludar me dijo:
-¿Seguís rescatando animales?.
-Hago lo que puedo, le dije.
Mirando al pobre perro negro, me dijo:
-Lástima de animal, pero con este no vas a tener suerte. No quiere a nadie.
-Quien sabe, le dije. Capaz que es al revés.
-Déjelo, yo me voy a hacer cargo de él.
-¿Estás seguro?
-Si llego a tener algún problema, se lo llevo para que termine lo que venía a hacer.
-Suerte muchacho, dijo cuando volvió a subirse a la camioneta.
-Miré al perro, y le dije en voz más baja pero enérgica:
-¿Oíste Perro?. Vas a aprender a ser buena gente, o vas a dejar de ser buena gente.
-Otra cosa, no me gusta ese nombre que te pusieron, y no te voy a llamar toda la vida Perro, así que ahora cuando yo diga Grandulón, venís enseguida.
Me paré y empecé a caminar.
El perro estaba quieto donde lo había dejado.
Cuando había avanzado diez metros, y estaba de espaldas le grité:
-¡Vení, Grandulón!.
Eso fue hace diez años. Grandulón todavía está conmigo.
Cada vez que voy al campo lo llevo. El veterinario no puede ni creer que sea el mismo perro.
Hasta el cura del pueblo me dijo:
-Muchacho, que hiciste, ¿lo exorcizaste?.
- No, Padre, este muchachón tenía un problema de personalidad. No le gustaba el nombre que le habían puesto.
Justino
Justino
La alegría del pobre viejo era contagiosa.
Yo me pregunte varias veces de donde saldría ese espíritu casi infantil.
Cuando se reía su boca desdentada temblaba y todo su cuerpo se sacudía.
Era peón de la estancia de los Arregui.
Supo tener mujer, pero hacia años que la había enterrado junto a los deseos de tener dos o tres negritos juguetones.
Tampoco eso se le dio.
Dedico toda su vida al patroncito Andrés, que –entre nosotros era un mal bicho-, y aunque lo había visto nacer, le había enseñado a caminar y a montar a caballo, nunca logro que le dijera Justino. O tío Justino, o negro Justino.
Siempre lo llamo Negro.
Vení, Negro, ensillame el tordillo, Negro. Cebame unos mates, Negro.
Cuando se puso más viejo, la diabetes le trajo de regalo una ceguera.
Todos pensamos que Justino no duraría.
Pero no, nos equivocamos.
El negro sobrevivió a su mujer, a sus hermanos y a sus patrones.
El patroncito Andrés ya no le pedía nada, porque como decía: - “Este negro de mierda ya no sirve ni pa’ cebar un mate”.
Pero Justino pasaba sus días en la estancia y todo el que lo conocía no podía entender que lo mantenía vivo.
No tenia familia, no tenia sueldo porque ya no podía trabajar, no tenia ojos que le recordaran el cielo azul, el amarillo de los maizales, o la sonrisa de su mujer, pero el negro siempre estaba riendo.
Cuentan que un día Facundo, el yerno de Arregui, que le tenia aprecio al viejo, quiso sonsacarle algo.
-Justino, le dijo. ¡Que maravilla de hombre!. ¿Cómo hace para estar siempre tan contento?.
- Fácil m’hijo. Tengo mis memorias.
Facundo miro un largo rato a Justino, antes de preguntar:
-¿Que memorias son esas Justino?
El viejo, que hacia años que tenía ganas de hablar, de que alguien le preguntara algo, de recordar en voz alta, respondió:
-M’hijo, vos te acordas de tu niñez, de tus abuelos, de la primera vez que fuiste a la escuela, de tu primera novia. De todas tus primeras veces.
Yo me acuerdo de mucho más.
Me acuerdo de la vez que estaba esperando a la finadita –mi mujer- sabes.
Estaba solo, sentado en unos troncos en el monte.
Pero en realidad no estaba solo.
Estaba el silencio, la luna redonda, las ramas que se movían con el viento, y todos mis sueños de futuro.
¡Vaya si era un negro soñador!.
Dispués el destino se encarga de bajártelos de un hondazo, pero en aquel momento, uno era joven, era fuerte y se creía que esa primavera del alma iba a durar para siempre.
Con la finadita –que en paz descanse y Dios la tenga en la Gloria- nos gustaba salir a caminar a la hora de la siesta.
Caminábamos y caminábamos, y nos entreteníamos mirando colibríes, churrinches, benteveos y mariposas.
A la finadita le encantaban las mariposas.
Las negras y amarillas, las blancas, pero las que mas le gustaba eran las azules.
Esas grandes –viste- con los bordes de las alas plateadas.
Ahora no preciso cerrar los ojos para verla correr.
Todavía la veo corriendo, con las trenzas negras flotando, riéndose, persiguiendo siempre mariposas azules.
Aun siento el perfume de aquellas tardes de siesta.
Aun escucho el aleteo de las mariposas.
Y sueño todas las noches con ella.
Llamándome. Riéndose y llamándome entre risas.
-Vení Justino. Vamos a correr mariposas.
Facundo quedo tan maravillado con las palabras de Justino, que decidió que tenía que hacer algo, cualquier cosa, para ayudar al viejo.
Se acordó entonces que en el Hospital de Tacuarembó tenia aquel amigo oftalmólogo que tantos éxitos había tenido devolviéndole la luz a los que estaban a oscuras, y que además le debía muchos favores.
Ni siquiera le consulto a Justino sobre si a el le gustaría intentar recobrar la vista.
Dio por hecho que su deseo de hacer la buena obra del día alcanzaba y justificaba su intención.
Solo le dijo al viejo:
-Justino, la semana próxima prepárate que nos vamos pa’Tacuarembó.
Justino hacia años que no salía de la estancia –parte por su ceguera, parte por su vejez, pero sobretodo por no tener adonde ir ni que hacer en otro lugar, pero no deseando contradecir al Facundo, solo dijo:
-Lo que vos digas, muchacho.
Lo que paso después fue muy lento, pero rápido de explicar.
El Dr. Barrios era tan bueno como la fama que tenia, y la ceguera de Justino causada por una diabetes no de nacimiento, sino ya cuando rondaba los cincuenta, no fue ni siquiera un desafío parta el medico.
Como el Dr. Barrios solo le debía favores a Don Facundo, ni se molesto en hablar con Justino para explicarle la operación y mucho menos para decirle que había ido todo bien.
Solamente le dijo a Facundo: -El viejo quedara de maravillas en unos días.-
Ya de vuelta en el pago, Facundo informo a Justino que las vendas que tenia en la cara debían permanecer dos semanas, que pasaron volando.
El día esperado, Facundo llevó al viejo al casco de la estancia, y lo hizo sentar en el salón grande, donde todos, incluido el mal bicho del patroncito Andrés, esperaban la sorpresa que les había adelantado Facundo.
¿-Que es tanto alboroto?, dijo Justino al sentir las voces y los cuchicheos de la gente que lo rodeaba.
-Nada Justino. Es que vamos a sacarte esas vendas.
Cuando Facundo se puso a cortar las gasas, el viejo empezó a temblar.
-Tranquilo, negro, que te tenemos una sorpresa.
Cuando finalmente le sacaron la ultima gasa, el salón estaba apenas iluminado, recomendación del medico.
Justino abrió los ojos, recorrió la habitación y los volvió a cerrar instintivamente al tiempo que lloriqueaba, - no entendiste nada m’hijo-.
Lo único que me quedaban eran mis recuerdos. Y mis recuerdos no son estos.
Mi recuerdo de este salón era el olor de los jazmines y la patrona llamándome para que alimentara a las gallinas, o a los chanchos.
Mi recuerdo era el patroncito Andrés buen mozazo y con 20 años, mi recuerdo era de otra vida en que fui feliz.
-Para que quiero yo esta luz en los ojos, cuando ya no se que hacer con ella.-
La alegría del pobre viejo era contagiosa.
Yo me pregunte varias veces de donde saldría ese espíritu casi infantil.
Cuando se reía su boca desdentada temblaba y todo su cuerpo se sacudía.
Era peón de la estancia de los Arregui.
Supo tener mujer, pero hacia años que la había enterrado junto a los deseos de tener dos o tres negritos juguetones.
Tampoco eso se le dio.
Dedico toda su vida al patroncito Andrés, que –entre nosotros era un mal bicho-, y aunque lo había visto nacer, le había enseñado a caminar y a montar a caballo, nunca logro que le dijera Justino. O tío Justino, o negro Justino.
Siempre lo llamo Negro.
Vení, Negro, ensillame el tordillo, Negro. Cebame unos mates, Negro.
Cuando se puso más viejo, la diabetes le trajo de regalo una ceguera.
Todos pensamos que Justino no duraría.
Pero no, nos equivocamos.
El negro sobrevivió a su mujer, a sus hermanos y a sus patrones.
El patroncito Andrés ya no le pedía nada, porque como decía: - “Este negro de mierda ya no sirve ni pa’ cebar un mate”.
Pero Justino pasaba sus días en la estancia y todo el que lo conocía no podía entender que lo mantenía vivo.
No tenia familia, no tenia sueldo porque ya no podía trabajar, no tenia ojos que le recordaran el cielo azul, el amarillo de los maizales, o la sonrisa de su mujer, pero el negro siempre estaba riendo.
Cuentan que un día Facundo, el yerno de Arregui, que le tenia aprecio al viejo, quiso sonsacarle algo.
-Justino, le dijo. ¡Que maravilla de hombre!. ¿Cómo hace para estar siempre tan contento?.
- Fácil m’hijo. Tengo mis memorias.
Facundo miro un largo rato a Justino, antes de preguntar:
-¿Que memorias son esas Justino?
El viejo, que hacia años que tenía ganas de hablar, de que alguien le preguntara algo, de recordar en voz alta, respondió:
-M’hijo, vos te acordas de tu niñez, de tus abuelos, de la primera vez que fuiste a la escuela, de tu primera novia. De todas tus primeras veces.
Yo me acuerdo de mucho más.
Me acuerdo de la vez que estaba esperando a la finadita –mi mujer- sabes.
Estaba solo, sentado en unos troncos en el monte.
Pero en realidad no estaba solo.
Estaba el silencio, la luna redonda, las ramas que se movían con el viento, y todos mis sueños de futuro.
¡Vaya si era un negro soñador!.
Dispués el destino se encarga de bajártelos de un hondazo, pero en aquel momento, uno era joven, era fuerte y se creía que esa primavera del alma iba a durar para siempre.
Con la finadita –que en paz descanse y Dios la tenga en la Gloria- nos gustaba salir a caminar a la hora de la siesta.
Caminábamos y caminábamos, y nos entreteníamos mirando colibríes, churrinches, benteveos y mariposas.
A la finadita le encantaban las mariposas.
Las negras y amarillas, las blancas, pero las que mas le gustaba eran las azules.
Esas grandes –viste- con los bordes de las alas plateadas.
Ahora no preciso cerrar los ojos para verla correr.
Todavía la veo corriendo, con las trenzas negras flotando, riéndose, persiguiendo siempre mariposas azules.
Aun siento el perfume de aquellas tardes de siesta.
Aun escucho el aleteo de las mariposas.
Y sueño todas las noches con ella.
Llamándome. Riéndose y llamándome entre risas.
-Vení Justino. Vamos a correr mariposas.
Facundo quedo tan maravillado con las palabras de Justino, que decidió que tenía que hacer algo, cualquier cosa, para ayudar al viejo.
Se acordó entonces que en el Hospital de Tacuarembó tenia aquel amigo oftalmólogo que tantos éxitos había tenido devolviéndole la luz a los que estaban a oscuras, y que además le debía muchos favores.
Ni siquiera le consulto a Justino sobre si a el le gustaría intentar recobrar la vista.
Dio por hecho que su deseo de hacer la buena obra del día alcanzaba y justificaba su intención.
Solo le dijo al viejo:
-Justino, la semana próxima prepárate que nos vamos pa’Tacuarembó.
Justino hacia años que no salía de la estancia –parte por su ceguera, parte por su vejez, pero sobretodo por no tener adonde ir ni que hacer en otro lugar, pero no deseando contradecir al Facundo, solo dijo:
-Lo que vos digas, muchacho.
Lo que paso después fue muy lento, pero rápido de explicar.
El Dr. Barrios era tan bueno como la fama que tenia, y la ceguera de Justino causada por una diabetes no de nacimiento, sino ya cuando rondaba los cincuenta, no fue ni siquiera un desafío parta el medico.
Como el Dr. Barrios solo le debía favores a Don Facundo, ni se molesto en hablar con Justino para explicarle la operación y mucho menos para decirle que había ido todo bien.
Solamente le dijo a Facundo: -El viejo quedara de maravillas en unos días.-
Ya de vuelta en el pago, Facundo informo a Justino que las vendas que tenia en la cara debían permanecer dos semanas, que pasaron volando.
El día esperado, Facundo llevó al viejo al casco de la estancia, y lo hizo sentar en el salón grande, donde todos, incluido el mal bicho del patroncito Andrés, esperaban la sorpresa que les había adelantado Facundo.
¿-Que es tanto alboroto?, dijo Justino al sentir las voces y los cuchicheos de la gente que lo rodeaba.
-Nada Justino. Es que vamos a sacarte esas vendas.
Cuando Facundo se puso a cortar las gasas, el viejo empezó a temblar.
-Tranquilo, negro, que te tenemos una sorpresa.
Cuando finalmente le sacaron la ultima gasa, el salón estaba apenas iluminado, recomendación del medico.
Justino abrió los ojos, recorrió la habitación y los volvió a cerrar instintivamente al tiempo que lloriqueaba, - no entendiste nada m’hijo-.
Lo único que me quedaban eran mis recuerdos. Y mis recuerdos no son estos.
Mi recuerdo de este salón era el olor de los jazmines y la patrona llamándome para que alimentara a las gallinas, o a los chanchos.
Mi recuerdo era el patroncito Andrés buen mozazo y con 20 años, mi recuerdo era de otra vida en que fui feliz.
-Para que quiero yo esta luz en los ojos, cuando ya no se que hacer con ella.-
jueves, 13 de mayo de 2010
Amistades Peligrosas (Crónica inventada del Caso Feldman
Amistades peligrosas
La Dra. Benítez venía caminando por el pasillo del juzgado, haciendo caso omiso de las preguntas impertinentes de los periodistas. Eran como un enjambre furioso, ahogándola con los micrófonos.
Los apartó como quien espanta mosquitos, con un gesto de su brazo derecho, y entró en el despacho que tenía asignado para su vista preliminar.
Maruja, su asistente de tantos años, la estaba esperando con el café recién hecho. Cuando estaba en camino le había avisado por el celular que lo tuviera pronto. Maruja le ayudó a quitarse el tapado corto y demasiado chillón, y le corrió la silla del escritorio, como un marido atento.
—No lo puedo creer. ¿Quien llamó a declarar a este estúpido de Parrado?
Yo creo que se presentó el solo, porque necesitaba algo de cámara. Y como nadie lo llama para pedirle su opinión de psicólogo, llamó el mismo a la prensa.
-¿Vos leíste las estupideces que dijo?. Mirá, léelas en voz alta.
“En base a estos aspectos, Parrado explicó que “visto desde afuera, Saúl Feldman era una persona socialmente aislada. Tenía escasos o muy restringidos vínculos. Una persona introvertida. Emocionalmente con pocos vínculos conocidos: amigos, pareja, vecinos, etc. Esos rasgos se ajustan y son funcionales a una persona que tiene una actividad ilícita. Habitualmente se tiende a aislar para que la gente no sepa lo que está haciendo”.
—Esta descripción para mi es la de cualquier adolescente tímido de 13 años que se encierra a masturbarse. Pero hay que joderse con este Parrado, se cree que descubrió la pólvora cuando en realidad está haciendo el papel del que estudió psicología por correspondencia, justo en la época de la huelga de correos.
Así que entonces como tipificaría a los Peirano Brothers. No se escondían, vivían bien visibles, y estafaron a un pueblo.
—¿Me llamó la Dra. PocaMontas?
—Ay Doctora, no la llame así, porque cuando llame me voy a tentar.
Si, la llamó por el tema de la comisaría 12 y del grupo GEO, y sonaba bastante disgustada.
—La recontraputa madre, ya se enteró de que Feldman preguntó si eran de la seccional 12ª. A propósito, averiguame quien es el comisario de la 12.
-¿Y a quien mierda se le ocurre decir que el tipo se suicidó con 18 balazos? Hubiera sido menos sangriento que se suicidara con un tenedor de plástico.
Y sale Jorge que más bien parece un pato, a cada paso una cagada, a patear el tablero con especulaciones y acusaciones que solo salen de su mente febril.
—Y el otro, –el que dice estupideces- sale a hacerle bromas a sobre el Viagra. Todos sabemos que Batlle es una máquina de decir pavadas, pero tiene diez mil cosas para caerle, y no justamente con la edad. Se ríe el muerto del degollado
Si yo fuera Jorgito, le agradecería el consejo y le diría ¿y por casa, cómo andamos?
Ambas mujeres se ríen.
—Gracias a Dios Maruja, que si hay dos cosas que nosotras no vamos a tener nunca, es problema de próstata y usar viagra.
-Doctora, si me permite, la pregunta, Ud. que cree, que pasó?
—Mirá Maruja, yo no se bien lo que pasó, pero tengo estas dudas:
¿Fue un accidente fortuito, que requirió la llamada a los bomberos?
¿O fue provocado?.
En una casa vacía justo hay una factura de una veterinaria con el nombre Feldman. ¿De donde sacaron la dirección de Shangrila tan rápido? ¿Vos fuiste alguna vez a un balneario y encontraste la dirección así como así?. Nooooooo, tenés que dar mil vueltas porque es la manzana B, solar H, y cuando preguntás nadie sabe donde queda nada.
¿Por qué fue la policía de Montevideo, y no la de Canelones al operativo?
¿Cómo carajo el grupo GEO dejó todo para el otro día dándole tiempo de hacer desaparecer la documentación?.¿A quien comprometían los papeles?
Como todo eso fue el fin de semana largo, con un clima de porquería, yo estaba afuera, y nadie, nadie, me llamó, cuando me llaman hasta cuando meten adentro a cuatro o cinco de las barras bravas.
Como decía mi abuelita: Mala tos le siento al gato. Es más, no se si le siento mala tos, o hay gato encerrado, y me parece que más de uno.
Además se apresuraron a decir que no hay móviles políticos. Yo no creo que los tenga, pero espere un poquito antes de decir nada.
Y lo que si espero a que nadie se le ocurra embarrar más la cancha diciendo que esto tiene alguna connotación antisemita.
Y por último, la frutilla de la torta, me acaba de llamar el Juez Jorge Díaz y el Fiscal Perciballe, para invitarme a almorzar. Claro que no pagan ellos. Lo meterán en la bolsa de los gastos de viáticos, pero de cajón que me van a pedir que les esconda algún esqueleto en el armario. Saben que yo tengo contactos, investigadores, y que no me voy a tragar el cuento que me quieran hacer creer. Creo que me llaman para negociar. Para tapar a algún jerarca del Ministerio del Interior o del de Defensa.
Alguien autorizó las cuatro cédulas falsas. Alguien no revisó los permisos de armas a un no coleccionista. No se si está metido alguien del Servicio de Armamento del Ejército, o capaz que viene por el lado del gobierno.
—Dra., que está insinuando, Ud. piensa que el hermano de Rodolfo puede tener algo que ver?
—Maruja, no se cuántos años hace que trabajás conmigo, pero cada vez te parecés más a Monsieur Hercules Poirot. Estás razonando casi como lo haría yo. Pero no eran armas nuevas. Creo que eran armas uruguayas, o que compró el estado uruguayo en algún momento. O que confiscó el gobierno uruguayo en algún momento, o que alguien le robó al ejército uruguayo.
—¿Me seguís?
—Si, doctora, pero como la conozco hace años, se cuando está lúcida y puede descifrar algo en veinte segundos, y cuando está con miedo. ¿Que le pasa?
—Ya sabía yo que eras mejor que Poirot. No me reconozco, estoy lenta, miedosa, preocupada. Te diría que estoy aterrorizada.
—¿Qué le sucede, doctora, es esto de Feldman, o es otra vez su hija?
—Acertaste de nuevo. Esto de Feldman es algo que tarde o temprano se va a solucionar, y en cuanto a las cédulas falsas, ya deben tener al chivo expiatorio a quien cargarle el fardo, y lo mismo ocurre con el tema del arsenal. Los milicos nuevos ya deben tener a algún cabeza de turco a quien enchufarle el fato. Y si no, dejaran pasar el tiempo y con la Navidad y el Fin de Año, nadie más va a querer acordarse de lo de Feldman
La doctora se sienta, se pasa la mano derecha por el pelo, se mira las uñas muy prolijamente manicureadas, mira a Maruja y le dice:
—Hoy hice algo horrible, pero no pude evitarlo. Sandra hace tiempo que me tiene preocupada, y vos lo sabés. Entre la banda de estúpidos que faltan al liceo con ella, yo no se si son “dark” o “floggert”, todos con el mismo corte de pelo, todos vestidos de negro, y con la cara llena de aros, aritos, piercings, yo que no estoy en todo el día, estos tarados que me roban las botellas de whisky como quien le saca caramelos a un ciego. No sé, se juntó todo y algo más, algo que no te puedo explicar.
Intenté hablar con ella varias veces, pero no me habla, me mira con una cara como del más allá, y noté que me empezó a faltar dinero. Como la señora que tengo es de toda confianza, le pregunté a Sandra, y por supuesto negó todo. Pero me empezaron a faltar sumas grandes, así que dejé de dejar dinero en casa. Y ayer me di cuenta por casualidad, que no estaba mi pulsera de malla de oro, que hace quinientos años que no la uso, pero ayer, abrí el cofre para sacar otra cosa, y faltaba la pulsera.
Maruja, la mira, le sirve otro café, y le pregunta:
—¿Qué es lo que hizo hoy que está tan aterrorizada?
—Metí a alguien en este baile que puede estar implicado en el caso Feldman, y me aterra lo que pueda descubrir de Sandra. Y me aterra más que me pida reciprocidad si tiene que sacar a Sandra de algún lío.
Vos sabés que tengo una casi amistad con Guarteche.
Hoy seguí a Sandra al liceo desde lejos, y ví que no entraba. Se juntó con varios de estos engendros en la esquina del colegio. Esperé un rato y vi como una camioneta grande llegaba y se subían todos. Tomé la matrícula y llamé a Guarteche.
Tengo terror en lo que va a pasar en la próxima media hora.
Si me llama Jorge Díaz y me dice que Guarteche está involucrado, y si me llama Guarteche y me dice que mi hija –que ya cumplió los 18- está involucrada en consumo y comercio de droga.
Tengo terror pánico de que suene el teléfono.
Maruja se pone a recoger las tazas de café usadas, cuando suena el teléfono privado de la doctora.
Las dos mujeres se miran.
Maruja se acerca lentamente al teléfono que sigue sonando.
La Dra. Benítez venía caminando por el pasillo del juzgado, haciendo caso omiso de las preguntas impertinentes de los periodistas. Eran como un enjambre furioso, ahogándola con los micrófonos.
Los apartó como quien espanta mosquitos, con un gesto de su brazo derecho, y entró en el despacho que tenía asignado para su vista preliminar.
Maruja, su asistente de tantos años, la estaba esperando con el café recién hecho. Cuando estaba en camino le había avisado por el celular que lo tuviera pronto. Maruja le ayudó a quitarse el tapado corto y demasiado chillón, y le corrió la silla del escritorio, como un marido atento.
—No lo puedo creer. ¿Quien llamó a declarar a este estúpido de Parrado?
Yo creo que se presentó el solo, porque necesitaba algo de cámara. Y como nadie lo llama para pedirle su opinión de psicólogo, llamó el mismo a la prensa.
-¿Vos leíste las estupideces que dijo?. Mirá, léelas en voz alta.
“En base a estos aspectos, Parrado explicó que “visto desde afuera, Saúl Feldman era una persona socialmente aislada. Tenía escasos o muy restringidos vínculos. Una persona introvertida. Emocionalmente con pocos vínculos conocidos: amigos, pareja, vecinos, etc. Esos rasgos se ajustan y son funcionales a una persona que tiene una actividad ilícita. Habitualmente se tiende a aislar para que la gente no sepa lo que está haciendo”.
—Esta descripción para mi es la de cualquier adolescente tímido de 13 años que se encierra a masturbarse. Pero hay que joderse con este Parrado, se cree que descubrió la pólvora cuando en realidad está haciendo el papel del que estudió psicología por correspondencia, justo en la época de la huelga de correos.
Así que entonces como tipificaría a los Peirano Brothers. No se escondían, vivían bien visibles, y estafaron a un pueblo.
—¿Me llamó la Dra. PocaMontas?
—Ay Doctora, no la llame así, porque cuando llame me voy a tentar.
Si, la llamó por el tema de la comisaría 12 y del grupo GEO, y sonaba bastante disgustada.
—La recontraputa madre, ya se enteró de que Feldman preguntó si eran de la seccional 12ª. A propósito, averiguame quien es el comisario de la 12.
-¿Y a quien mierda se le ocurre decir que el tipo se suicidó con 18 balazos? Hubiera sido menos sangriento que se suicidara con un tenedor de plástico.
Y sale Jorge que más bien parece un pato, a cada paso una cagada, a patear el tablero con especulaciones y acusaciones que solo salen de su mente febril.
—Y el otro, –el que dice estupideces- sale a hacerle bromas a sobre el Viagra. Todos sabemos que Batlle es una máquina de decir pavadas, pero tiene diez mil cosas para caerle, y no justamente con la edad. Se ríe el muerto del degollado
Si yo fuera Jorgito, le agradecería el consejo y le diría ¿y por casa, cómo andamos?
Ambas mujeres se ríen.
—Gracias a Dios Maruja, que si hay dos cosas que nosotras no vamos a tener nunca, es problema de próstata y usar viagra.
-Doctora, si me permite, la pregunta, Ud. que cree, que pasó?
—Mirá Maruja, yo no se bien lo que pasó, pero tengo estas dudas:
¿Fue un accidente fortuito, que requirió la llamada a los bomberos?
¿O fue provocado?.
En una casa vacía justo hay una factura de una veterinaria con el nombre Feldman. ¿De donde sacaron la dirección de Shangrila tan rápido? ¿Vos fuiste alguna vez a un balneario y encontraste la dirección así como así?. Nooooooo, tenés que dar mil vueltas porque es la manzana B, solar H, y cuando preguntás nadie sabe donde queda nada.
¿Por qué fue la policía de Montevideo, y no la de Canelones al operativo?
¿Cómo carajo el grupo GEO dejó todo para el otro día dándole tiempo de hacer desaparecer la documentación?.¿A quien comprometían los papeles?
Como todo eso fue el fin de semana largo, con un clima de porquería, yo estaba afuera, y nadie, nadie, me llamó, cuando me llaman hasta cuando meten adentro a cuatro o cinco de las barras bravas.
Como decía mi abuelita: Mala tos le siento al gato. Es más, no se si le siento mala tos, o hay gato encerrado, y me parece que más de uno.
Además se apresuraron a decir que no hay móviles políticos. Yo no creo que los tenga, pero espere un poquito antes de decir nada.
Y lo que si espero a que nadie se le ocurra embarrar más la cancha diciendo que esto tiene alguna connotación antisemita.
Y por último, la frutilla de la torta, me acaba de llamar el Juez Jorge Díaz y el Fiscal Perciballe, para invitarme a almorzar. Claro que no pagan ellos. Lo meterán en la bolsa de los gastos de viáticos, pero de cajón que me van a pedir que les esconda algún esqueleto en el armario. Saben que yo tengo contactos, investigadores, y que no me voy a tragar el cuento que me quieran hacer creer. Creo que me llaman para negociar. Para tapar a algún jerarca del Ministerio del Interior o del de Defensa.
Alguien autorizó las cuatro cédulas falsas. Alguien no revisó los permisos de armas a un no coleccionista. No se si está metido alguien del Servicio de Armamento del Ejército, o capaz que viene por el lado del gobierno.
—Dra., que está insinuando, Ud. piensa que el hermano de Rodolfo puede tener algo que ver?
—Maruja, no se cuántos años hace que trabajás conmigo, pero cada vez te parecés más a Monsieur Hercules Poirot. Estás razonando casi como lo haría yo. Pero no eran armas nuevas. Creo que eran armas uruguayas, o que compró el estado uruguayo en algún momento. O que confiscó el gobierno uruguayo en algún momento, o que alguien le robó al ejército uruguayo.
—¿Me seguís?
—Si, doctora, pero como la conozco hace años, se cuando está lúcida y puede descifrar algo en veinte segundos, y cuando está con miedo. ¿Que le pasa?
—Ya sabía yo que eras mejor que Poirot. No me reconozco, estoy lenta, miedosa, preocupada. Te diría que estoy aterrorizada.
—¿Qué le sucede, doctora, es esto de Feldman, o es otra vez su hija?
—Acertaste de nuevo. Esto de Feldman es algo que tarde o temprano se va a solucionar, y en cuanto a las cédulas falsas, ya deben tener al chivo expiatorio a quien cargarle el fardo, y lo mismo ocurre con el tema del arsenal. Los milicos nuevos ya deben tener a algún cabeza de turco a quien enchufarle el fato. Y si no, dejaran pasar el tiempo y con la Navidad y el Fin de Año, nadie más va a querer acordarse de lo de Feldman
La doctora se sienta, se pasa la mano derecha por el pelo, se mira las uñas muy prolijamente manicureadas, mira a Maruja y le dice:
—Hoy hice algo horrible, pero no pude evitarlo. Sandra hace tiempo que me tiene preocupada, y vos lo sabés. Entre la banda de estúpidos que faltan al liceo con ella, yo no se si son “dark” o “floggert”, todos con el mismo corte de pelo, todos vestidos de negro, y con la cara llena de aros, aritos, piercings, yo que no estoy en todo el día, estos tarados que me roban las botellas de whisky como quien le saca caramelos a un ciego. No sé, se juntó todo y algo más, algo que no te puedo explicar.
Intenté hablar con ella varias veces, pero no me habla, me mira con una cara como del más allá, y noté que me empezó a faltar dinero. Como la señora que tengo es de toda confianza, le pregunté a Sandra, y por supuesto negó todo. Pero me empezaron a faltar sumas grandes, así que dejé de dejar dinero en casa. Y ayer me di cuenta por casualidad, que no estaba mi pulsera de malla de oro, que hace quinientos años que no la uso, pero ayer, abrí el cofre para sacar otra cosa, y faltaba la pulsera.
Maruja, la mira, le sirve otro café, y le pregunta:
—¿Qué es lo que hizo hoy que está tan aterrorizada?
—Metí a alguien en este baile que puede estar implicado en el caso Feldman, y me aterra lo que pueda descubrir de Sandra. Y me aterra más que me pida reciprocidad si tiene que sacar a Sandra de algún lío.
Vos sabés que tengo una casi amistad con Guarteche.
Hoy seguí a Sandra al liceo desde lejos, y ví que no entraba. Se juntó con varios de estos engendros en la esquina del colegio. Esperé un rato y vi como una camioneta grande llegaba y se subían todos. Tomé la matrícula y llamé a Guarteche.
Tengo terror en lo que va a pasar en la próxima media hora.
Si me llama Jorge Díaz y me dice que Guarteche está involucrado, y si me llama Guarteche y me dice que mi hija –que ya cumplió los 18- está involucrada en consumo y comercio de droga.
Tengo terror pánico de que suene el teléfono.
Maruja se pone a recoger las tazas de café usadas, cuando suena el teléfono privado de la doctora.
Las dos mujeres se miran.
Maruja se acerca lentamente al teléfono que sigue sonando.
El día menos pensado
EL DIA MENOS PENSADO
Cuando Ana me llamo, parecía preocupada. No le di mucha
importancia por teléfono por dos razones, la primera, que ella es de las
que se ahogan en un vaso de agua, y la segunda, había moros en la
costa en las dos casas, por lo cual ella solo podía hablar en clave, y yo
debía hablar con mis propias claves, lo que tornaba la conversación en
un galimatías espantoso.
Quedamos en vernos ese mismo día a las cinco de la tarde.
A la hora indicada, me paso a buscar, y nos fuimos a uno de esos
boliches del Parque Rodó, donde se puede hablar tranquila, y nos
sentamos afuera, por lo del “millón de gracias por no fumar”.
Ana no tenía una cara muy alegre, pero como todas las gorditas, tenía
un cutis precioso y además su humor –salvo ese día- era exquisito.
Nunca le oí decir una mala palabra, un insulto, o cualquier otra
grosería, de las que estamos acostumbrados a oír.
Lo máximo que dijo jamás, fue “allez caguer a les malvons”, por lo
Cual cuando se sentó, y dijo “larecontraputisimamadrequelocienmilpario”, todo junto, con
gran énfasis, y sin silabear, casi me desplomo.
¡La puta! – dije, debe de ser bravo para que vos utilices este
vocabulario.
Si, nena, hoy estoy como loca. Ayer estuve como loca, y hasta que esto
no se solucione de una buena vez voy a seguir loca, nerviosa, e
intratable.
Bueno- dije- conta de una vez que me tenes en ascuas.
-Resulta –empezó a contar-, que se pudrió todo con Fernando. A decir
verdad, hace años que esta todo podrido, pero vos sabes como son esas
cosas, “nunca falta un roto para un descosido”, así que estaba todo
roto, pero cada cual en lo suyo, lo íbamos llevando como podíamos.
Pero como el diablo nunca tapa la olla, la semana pasada le dije que
me iba con Graciela a la estancia. Claro que no iba un cuerno a la
estancia, sino que me fui con Gonzalo a Florianópolis. La coartada era
perfecta, porque Fernando odia el campo, el teléfono funciona cuando
quiere, y Graciela estaba avisada, por si las moscas.
En esto llego la moza, y me dio un respiro para poder entender todo el
meollo. Pedimos unos cortados, y esperamos hasta que volvió con ellos.
-En Florianópolis pasamos de película con Gonzalo, el tiempo estaba
soñado, así que hicimos playa, y todo lo demás que fuimos a hacer.
Se ríe, y dice – Mira si lo habré pasado bien, que no fui de compras, ni
una sola vez, te lo juro.
-¿Y entonces que paso?, le pregunto.
Ana suspira, me mira a los ojos, y dice en vos baja:
-El ultimo día, cuando nos estábamos volviendo, y meta reírnos en el
lobby del hotel, por una portuguesada que se mando Gonzalo con el
gerente, siento una mirada.
–¿Viste cuando notas que te están mirando??. Bueno, yo sentí esa
mirada, y me di vuelta, y a quien me encuentro……….
-¡Dale conta que me estoy haciendo la película!
Ana me mira, y me dice, -no se si reírme o llorar. Ahora contarlo es
fácil, pero en el momento, no sabes, quede como estatua de cera. Ahí
mismo, parado detrás mío, estaba Juan Carlos, el hermano de
Fernando con la mujer y los hijos.
-No sabes que papelón. Papelón no, PAPELONAZO con mayúsculas.
Demás esta decir que ni me saludo, el muy estupido. Y además no lo
dieron las piernas para llamar a Fernando y contarle todo. Que
piernas, ni que ocho cuernos, lo llamo del hotel el gran jodido. Mala
persona.
Me entere de esto por Gabriela, la mujer de Juan Carlos, que me llamo
al celular, y me dijo – Ana, el tarado de mi marido llamo al hermano
para pasarle el chivo. Que te sea leve. No puedo hablar más- y me
corto.
-Así que te imaginaras que la vuelta no fue de maravillas. Gonzalo
estaba preocupado, pero en realidad, el problema era mío, no suyo, así
que empecé a hacerme películas, de lo que le habría dicho Juan Carlos,
como estaría Fernando, etc., etc..
-Nosotros teníamos un pacto de “Vive la vida loca”, pero este
encuentro en público fue nefasto.
Justo a este tarado de Juan Carlos, que nunca salio más allá de la
playa Pocitos, por si le robaban el auto o la casa, se le ocurre ir al
mismo lugar que yo.
-Y además seguro, que Fernando le contó a tu marido, así que si te
pregunta algo hace como los tres monitos – ciegos, sordos, y mudos.
-Difícil para Sagitario, le digo. Cuando llamaste, y quedamos en
vernos, tenia parada la oreja, y me pregunto quien era. Como yo
argentina en el asunto, le dije que iba a tomar algo contigo. Me miro
con una cara rara, y movió la cabeza, pero como yo ya no le doy mas
bola a las caras raras ni a los movimientos de cabeza –si quiere hablar
que hable, y si no que calle y no joda, pensé que era porque le había
cambiado el canal, porque ya me tenia repodrida de ver football.
A veces, me gustaría que se callara para siempre, como dicen en las
iglesias, “el que sepa un impedimento que lo diga o que calle para
siempre”, pero.... en fin en todas las casas se cuecen habas.
Fernando ya debe haberle contado con, pero a mi ni mus.
-Sabe que somos muy amigas, así que no te dijo nada. Pero el tema
mayor no es ese. Cuando llegue Fernando estaba sentado en el living.
Los muchachos no estaban.
Me miro y me dijo –Esto ya ha ido demasiado lejos. Ya no podemos
seguir juntos, ni vivir en la misma casa, por lo cual he decidido que
seas vos la te vayas. No quiero ni pensar en que Juan Carlos le haya
contado a toda la familia.
-Eso es lo único que te importa, le dije, el que dirán. Que dirá la
estúpida de tu vieja y los estúpidos de tus hermanos. No me pienso ir a
ningún lado. Además, no creo que vos hayas hecho vida de monje en
esta semana, ni en la anterior, ni hace dos años. Así que como están las
cosas, yo no me voy nada!.
-Después de ese día, no volvimos a dirigirnos la palabra. Antes nos
hablábamos poco pero en forma cordial, después del lío, el dialogo se
corto como con Argentina y las papeleras.
-Pero el muy ruin me jugo una mala pasada. O dos. Hablo con los
muchachos, que son tan hijos de el como míos, y les lleno la cabeza de
basura, de rencor. Ahora son ellos los que no quieren hablar conmigo.
-Y ayer cuando llegue tenia un cedulon. Parece que hablo con alguno
de estos abogados caros y tramposos, y me pide el divorcio por notoria
mala conducta, con posibilidad de perder todos los gananciales, la tenencia de los hijos, y todavía tener que pasarle una pensión alimenticia.
-Te lo podes creer??????
A esta altura del partido yo ya había entendido toda la situación. Y no era fácil.
-Marta – me dijo, necesito tu ayuda. Necesito conseguir una muy buena abogada, y que me salgas de testigo.
-Testigo de que – le pregunté ?.
-Bueno, no se de que, pero ya la abogada me dirá.
-Que te va a decir la abogada, las mentiras que me tengo que aprender de memoria??
- Vos sabes que podes contar conmigo para casi todo, pero no me hagas decir mentiras.
- Habla con tus hijos, no de a uno, sino con los tres juntos. Tus hijos no son tontos y deben saber que Uds. dos, los dos, habían dejado de ser un matrimonio hace mucho tiempo. Que los dos tenían otras vidas. O no es así?.
- Estoy dando por sentado que todo lo que me contaste es cierto, por lo cual la única diferencia fue que te vieron en público, que si bien es importante, no altera demasiado la situación anterior. Si todo esto es así, creo que los chicos te van a apoyar, y pueden hablar con el padre para que todo el tema de la separación sea lo más llevadero y justo posible. Por otro lado nunca me comentaste, que tu relación con Fernando estaba terminada hacia tiempo. Por lo mismo, de que te voy a salir de testigo?.
- De hecho, nunca me comentaste nada personal. Yo era la amiga a la que le pedías prestada ropa, dinero, joyas cuando querías aparentar en los casamientos. Nunca compartimos nada. Solo una amistad social.
Así y todo, podes seguir contando conmigo, pero no voy a enchastrar a tu marido solo porque te amenace con sacarte los gananciales.
Ella me mira. Tiene la mirada cansada.
Tiene la mirada cansada, y los ojos tristísimos, cuando me dice:
-Siempre supe que eras vos la que se acostaba con mi marido. Pero así y todo nunca lo quise admitir en mi cabeza, porque de verdad te apreciaba, y Fernando había dejado de importarme hacia mucho tiempo. Dejo de importarme el mismo día que supe que estaba saliendo contigo. Ese mismo día. Y aun así, no te culpe a vos.
Sonríe tristemente, dice –Gracias por tu tiempo-, se levanta y se aleja por Gonzalo Ramírez hacia el mar.
Cuando Ana me llamo, parecía preocupada. No le di mucha
importancia por teléfono por dos razones, la primera, que ella es de las
que se ahogan en un vaso de agua, y la segunda, había moros en la
costa en las dos casas, por lo cual ella solo podía hablar en clave, y yo
debía hablar con mis propias claves, lo que tornaba la conversación en
un galimatías espantoso.
Quedamos en vernos ese mismo día a las cinco de la tarde.
A la hora indicada, me paso a buscar, y nos fuimos a uno de esos
boliches del Parque Rodó, donde se puede hablar tranquila, y nos
sentamos afuera, por lo del “millón de gracias por no fumar”.
Ana no tenía una cara muy alegre, pero como todas las gorditas, tenía
un cutis precioso y además su humor –salvo ese día- era exquisito.
Nunca le oí decir una mala palabra, un insulto, o cualquier otra
grosería, de las que estamos acostumbrados a oír.
Lo máximo que dijo jamás, fue “allez caguer a les malvons”, por lo
Cual cuando se sentó, y dijo “larecontraputisimamadrequelocienmilpario”, todo junto, con
gran énfasis, y sin silabear, casi me desplomo.
¡La puta! – dije, debe de ser bravo para que vos utilices este
vocabulario.
Si, nena, hoy estoy como loca. Ayer estuve como loca, y hasta que esto
no se solucione de una buena vez voy a seguir loca, nerviosa, e
intratable.
Bueno- dije- conta de una vez que me tenes en ascuas.
-Resulta –empezó a contar-, que se pudrió todo con Fernando. A decir
verdad, hace años que esta todo podrido, pero vos sabes como son esas
cosas, “nunca falta un roto para un descosido”, así que estaba todo
roto, pero cada cual en lo suyo, lo íbamos llevando como podíamos.
Pero como el diablo nunca tapa la olla, la semana pasada le dije que
me iba con Graciela a la estancia. Claro que no iba un cuerno a la
estancia, sino que me fui con Gonzalo a Florianópolis. La coartada era
perfecta, porque Fernando odia el campo, el teléfono funciona cuando
quiere, y Graciela estaba avisada, por si las moscas.
En esto llego la moza, y me dio un respiro para poder entender todo el
meollo. Pedimos unos cortados, y esperamos hasta que volvió con ellos.
-En Florianópolis pasamos de película con Gonzalo, el tiempo estaba
soñado, así que hicimos playa, y todo lo demás que fuimos a hacer.
Se ríe, y dice – Mira si lo habré pasado bien, que no fui de compras, ni
una sola vez, te lo juro.
-¿Y entonces que paso?, le pregunto.
Ana suspira, me mira a los ojos, y dice en vos baja:
-El ultimo día, cuando nos estábamos volviendo, y meta reírnos en el
lobby del hotel, por una portuguesada que se mando Gonzalo con el
gerente, siento una mirada.
–¿Viste cuando notas que te están mirando??. Bueno, yo sentí esa
mirada, y me di vuelta, y a quien me encuentro……….
-¡Dale conta que me estoy haciendo la película!
Ana me mira, y me dice, -no se si reírme o llorar. Ahora contarlo es
fácil, pero en el momento, no sabes, quede como estatua de cera. Ahí
mismo, parado detrás mío, estaba Juan Carlos, el hermano de
Fernando con la mujer y los hijos.
-No sabes que papelón. Papelón no, PAPELONAZO con mayúsculas.
Demás esta decir que ni me saludo, el muy estupido. Y además no lo
dieron las piernas para llamar a Fernando y contarle todo. Que
piernas, ni que ocho cuernos, lo llamo del hotel el gran jodido. Mala
persona.
Me entere de esto por Gabriela, la mujer de Juan Carlos, que me llamo
al celular, y me dijo – Ana, el tarado de mi marido llamo al hermano
para pasarle el chivo. Que te sea leve. No puedo hablar más- y me
corto.
-Así que te imaginaras que la vuelta no fue de maravillas. Gonzalo
estaba preocupado, pero en realidad, el problema era mío, no suyo, así
que empecé a hacerme películas, de lo que le habría dicho Juan Carlos,
como estaría Fernando, etc., etc..
-Nosotros teníamos un pacto de “Vive la vida loca”, pero este
encuentro en público fue nefasto.
Justo a este tarado de Juan Carlos, que nunca salio más allá de la
playa Pocitos, por si le robaban el auto o la casa, se le ocurre ir al
mismo lugar que yo.
-Y además seguro, que Fernando le contó a tu marido, así que si te
pregunta algo hace como los tres monitos – ciegos, sordos, y mudos.
-Difícil para Sagitario, le digo. Cuando llamaste, y quedamos en
vernos, tenia parada la oreja, y me pregunto quien era. Como yo
argentina en el asunto, le dije que iba a tomar algo contigo. Me miro
con una cara rara, y movió la cabeza, pero como yo ya no le doy mas
bola a las caras raras ni a los movimientos de cabeza –si quiere hablar
que hable, y si no que calle y no joda, pensé que era porque le había
cambiado el canal, porque ya me tenia repodrida de ver football.
A veces, me gustaría que se callara para siempre, como dicen en las
iglesias, “el que sepa un impedimento que lo diga o que calle para
siempre”, pero.... en fin en todas las casas se cuecen habas.
Fernando ya debe haberle contado con, pero a mi ni mus.
-Sabe que somos muy amigas, así que no te dijo nada. Pero el tema
mayor no es ese. Cuando llegue Fernando estaba sentado en el living.
Los muchachos no estaban.
Me miro y me dijo –Esto ya ha ido demasiado lejos. Ya no podemos
seguir juntos, ni vivir en la misma casa, por lo cual he decidido que
seas vos la te vayas. No quiero ni pensar en que Juan Carlos le haya
contado a toda la familia.
-Eso es lo único que te importa, le dije, el que dirán. Que dirá la
estúpida de tu vieja y los estúpidos de tus hermanos. No me pienso ir a
ningún lado. Además, no creo que vos hayas hecho vida de monje en
esta semana, ni en la anterior, ni hace dos años. Así que como están las
cosas, yo no me voy nada!.
-Después de ese día, no volvimos a dirigirnos la palabra. Antes nos
hablábamos poco pero en forma cordial, después del lío, el dialogo se
corto como con Argentina y las papeleras.
-Pero el muy ruin me jugo una mala pasada. O dos. Hablo con los
muchachos, que son tan hijos de el como míos, y les lleno la cabeza de
basura, de rencor. Ahora son ellos los que no quieren hablar conmigo.
-Y ayer cuando llegue tenia un cedulon. Parece que hablo con alguno
de estos abogados caros y tramposos, y me pide el divorcio por notoria
mala conducta, con posibilidad de perder todos los gananciales, la tenencia de los hijos, y todavía tener que pasarle una pensión alimenticia.
-Te lo podes creer??????
A esta altura del partido yo ya había entendido toda la situación. Y no era fácil.
-Marta – me dijo, necesito tu ayuda. Necesito conseguir una muy buena abogada, y que me salgas de testigo.
-Testigo de que – le pregunté ?.
-Bueno, no se de que, pero ya la abogada me dirá.
-Que te va a decir la abogada, las mentiras que me tengo que aprender de memoria??
- Vos sabes que podes contar conmigo para casi todo, pero no me hagas decir mentiras.
- Habla con tus hijos, no de a uno, sino con los tres juntos. Tus hijos no son tontos y deben saber que Uds. dos, los dos, habían dejado de ser un matrimonio hace mucho tiempo. Que los dos tenían otras vidas. O no es así?.
- Estoy dando por sentado que todo lo que me contaste es cierto, por lo cual la única diferencia fue que te vieron en público, que si bien es importante, no altera demasiado la situación anterior. Si todo esto es así, creo que los chicos te van a apoyar, y pueden hablar con el padre para que todo el tema de la separación sea lo más llevadero y justo posible. Por otro lado nunca me comentaste, que tu relación con Fernando estaba terminada hacia tiempo. Por lo mismo, de que te voy a salir de testigo?.
- De hecho, nunca me comentaste nada personal. Yo era la amiga a la que le pedías prestada ropa, dinero, joyas cuando querías aparentar en los casamientos. Nunca compartimos nada. Solo una amistad social.
Así y todo, podes seguir contando conmigo, pero no voy a enchastrar a tu marido solo porque te amenace con sacarte los gananciales.
Ella me mira. Tiene la mirada cansada.
Tiene la mirada cansada, y los ojos tristísimos, cuando me dice:
-Siempre supe que eras vos la que se acostaba con mi marido. Pero así y todo nunca lo quise admitir en mi cabeza, porque de verdad te apreciaba, y Fernando había dejado de importarme hacia mucho tiempo. Dejo de importarme el mismo día que supe que estaba saliendo contigo. Ese mismo día. Y aun así, no te culpe a vos.
Sonríe tristemente, dice –Gracias por tu tiempo-, se levanta y se aleja por Gonzalo Ramírez hacia el mar.
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