miércoles, 28 de julio de 2010

Todos los hombres de la Presidenta

Cuando me llamó Fernando a la oficina, me pregunté quien le había dado el número. Hacía poco que me había asociado a este estudio, y pocos sabían donde quedaba, y mucho menos el teléfono. Podría haberle preguntado cómo me había encontrado, pero pensé que era darle demasiado trascendencia y solo le pregunté que quería. El dijo que bla bla bla, todo lo que habíamos vivido, que aunque solo fuera por todo eso, que nos debíamos una charla. Yo estaba segura que no le debía nada, absolutamente nada, pero el eterno femenino conciliador salió a flote, y le dijo, bueno, cualquier día de estos nos tomamos un café. El insistió, -ponele fecha, y yo como aquel que dice obligado cualquiera pelea, decidí patear para adelante y le dije te llamo la semana próxima. Por supuesto que no tenía la más pálida idea de llamarlo ni la semana próxima ni nunca. Después que lo dejé ya no quise saber más nada, pero los hombres son malos perdedores. Y yo soy poco asertiva. Cuando me llamó para decirme que nos debíamos una charla, yo debería haberle dicho que tuviera su última curda y que se fuera a llorar su sermón de vino solito.

Tal vez fue porque mis dos hijos mellizos, Juan Carlos y Francisco, o sea Juanca y Panchito me tenían verde con sus vidas mal resueltas. Juanca estaba estudiando veterinaria, y tenía una novia medio bohemia, que hacía ocho años que había venido a Montevideo a estudiar fotografía con una beca, y aún seguía sin terminar de aprobar ni el primer semestre. Y como ella era tan dejada y mediocre, él empezó a emparejar para abajo, y dejar sus parciales y exámenes para el próximo semestre. Un desastre. El otro, Pancho había abandonado diseños de página web, hizo unos pininos en abogacía, después notariado, también se le había ocurrido educación física y últimamente estaba entusiasmado con el periodismo deportivo. Yo me había separado del padre de los chicos hacía pocos años, pero seguíamos hablando cada tanto de las barrabasadas de los dos y de a quien le tocaba cada vez levantar los muertos que dejaban . Garufa, vaya que sos divertido. Garufa, vos sos un caso perdido. Acá no era un garufa, eran dos, y se habían tomado en serio sus calidades de bacanes, cuando en realidad, no generaban ni un peso y solo gastaban Decidí cortarles radicalmente los víveres, y la cosa venía medio torcida.
Por otro lado Nacho, con quien estaba saliendo hacía dos años también me tenía verde, pero con sus celos de Gustavo, mi socio en estudio, un abogado cincuentón, pintón y viudo, y que últimamente me estaba haciendo veladas insinuaciones de lo solo que se sentía. Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando, su boca que era mía ya no me besa más…
Y también estaba papá. Padre también hay uno solo. Uno busca lleno de esperanza el camino que los sueños prometieron a sus ansias. Sabe que la lucha es cruel y es mucha pero lucha y se desangra por la fe que lo empecina.
Ahora me acuerdo de mamá, que siempre quiso hijos varones, nietos varones, bisnietos varones y tataranietos varones. . Varón…pa’ quererte mucho, varón pa’ desearte el bien, Por Dios, y yo no puedo ni soportar sus limitaciones. Los chicos viven hace veintidós años en esta casa, y cada vez que les pido que pongan la mesa, o preguntan donde están los cubiertos, o donde están los platos. Nunca logré ni que Guillermo, mi ex, ni que Nacho mi actual, ni que los mellizos bajaran una solo vez la tapa del inodoro. Un día me fastidié y puse un cartel de 60 x 60 que decía “LA TAPA NO SE BAJA SOLA”. Lo solucioné hasta que tuvimos reunión en casa, sacamos el cartel, y vaya uno a saber donde fue a parar.
Hoy por hoy uso un baño yo sola donde siempre hay papel higiénico, pasta de dientes, el inodoro está limpio, siempre hay toallas y jamás tiene ningún tipo de olor.
Ahora se pelean entre ellos, porque cuando se acaba el papel y nadie lo cambia, o no se llevaron toalla y gritan Mami, o Adriana, o Nena, alcanzame un papel o la toalla, me hago la sorda. No hay peor sordo que el que no quiere oir. Y no entro en ese baño. Le cierro la puerta, y es un lugar que no existe en mi casa. Ni siquiera se los hago limpiar. Que aprendan a ser prolijos, o que vivan en la mugre. Cuando uno de ellos, no me acuerdo cual, me vino a increpar, por qué no hacía limpiar ese baño, yo busqué en mi memoria alguna letra de tango a tono, pero no se me ocurrió ninguna. Entonces le dije, porque la esclavitud fue abolida hace años, y nadie tiene por qué limpiar un baño de tres mugrientos que ni siquiera hacen el mínimo esfuerzo porque esté por lo menos potable.

Bueno todas estas situaciones me tenían poco clara, así que cuando me hablaron de que debía alguna charla, no estuve clara como hubiera debido. Había veces, en que me hubiera gustado estar a 3.000 millas submarinas de todos estos varones. Pero no era tan fácil. A veces me sentía acobardada como pájaro sin luz. Todos estos hombres sacándome la energía. Sentándose a mirar football, durante horas como si fuese lo único que se podía mirar. Yo no existía. A veces los muchachos traían amigos, y no se cómo se atrevían a dejarlos pasar al baño. Yo el mío no lo cedía, ni prestaba, ni siquiera si alguien estaba con enterocolitis. Pero un buen día, el pobre pájaro se quejó de que se estaba quedando sin ninguna luz. Fue así que apareció Juan.

Hoy se positivamente que nunca quise a Juan, pero eso en realidad no importaba. Juan me hacía reir. Juan era casado, compañero de trabajo y doce años menor que yo, por lo cual su desempeño en todos los aspectos de nuestra relación, era indudablemente mejor que los jovatos que conocía y había conocido. Juan no tenía que tomar ninguna pastillita azul. Pero no pasaba por lo sexual. Juan me hacía reir. Si Juan no me hubiese hecho reir, jamás hubiésemos coincidido en una cama.
Con Juan me reía tanto, que a veces se fastidiaba porque yo me reía tanto que no entraba en el climax. Yo le decía, Juancito, decime algunas pavadas más que cuanto más me ría más seco te voy a dejar.

Hasta que un día la mujer de Juan se enteró de las infidelidades de su marido, hizo el tal escándalo, llamó a mi casa y habló con Nacho, quien fastidiado le pasó el tubo a uno de los mellizos.
Los tres machitos se hicieron los ofendidos y se alquilaron un apartamento con servicio de mucamas, así no tenían que usar baños sucios.
Cuando me volvió a llamar Fernando para tener la charla que supuestamente le debía, le hice una cita en un boliche con Nacho y con mi padre.

Hasta el día de hoy no he vuelto a ver a ninguno de los cinco. Aunque me llaman al celular, me mandan mails, flores y hasta desayunos para el cumpleaños.
Pero yo estoy feliz, conocí a Javier que es gay, muy limpito, divertido, cocina como los dioses, le encanta tener la casa limpia y no me jode la vida, y adora a Gustavo, el viudo, que no está tan mal.

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