miércoles, 22 de septiembre de 2010

Burocracia

El cuerpo del enfermero fue hallado casi seis días después de su muerte. Estaba en la parte vieja del hospital, donde ya casi nadie iba y lo encontró un obrero que estaba buscando una fuga en las viejas cañerías.
Cuando llegó el Inspector Castellanos junto a su colega el Teniente Olivencia, todos los demás le abrieron camino. Castellanos era alto, de complexión normal, ni flaco ni gordo, con el cuerpo de un hombre que estaba cerca de los cincuenta. Ojos grandes y saltones, siempre tratando de ver más allá de la cara de las personas. Olivencia en cambio no llegaba a los cuarenta, y su aspecto era más bien desagradable. Los desgreñados mechones de pelo le caían a los lados de la cara y su gabardina negra tenía manchas de todos los colores. —Que tenemos aquí, preguntó Castellanos?. —Buen día Inspector, dijo Mendoza, un miliquito al que nunca iban a ascender si no cambiaba de comisaría. Javier Mendoza era muy joven, un poco bruto pero era muy observador, y Castellanos ya lo había pedido para su equipo, pero el comisario donde revistaba Mendoza, un necio de primera, se había empeñado en que el muchacho nunca saliera de agente de 2a. solo porque era más inteligente que él, y lo había dejado en ridículo en varias ocasiones, aunque sin la mínima intención. El solo dijo lo que pensaba que había pasado en un caso de desaparición de drogas y dinero del depósito de la Policía, y resultó que cuando Interpol empezó a investigar, le dieron la razón.
Mendoza, le abrió el camino al inspector hasta que llegaron al lugar donde estaba caído el enfermero. —Es un empleado del sanatorio, dijo Mendoza. Gerardo Sepúlveda, 35 años, soltero, vivía solo. Trabajaba en el sector de abastecimientos médicos. Castellanos, miró a Mendoza, y le dijo:
—Entonces tenía acceso a toda la medicamentación del sanatorio, hipnóticos incluídos.
—Ud. lo dijo Inspector, estuve averiguando y se habían reportado algunas faltantes de medicamentos, y estaban investigando a los funcionarios.
—Quien más trabaja en esa sección, Mendoza?.
—La Dra. Altamirano, el Dr. Castillo y la nurse Cristina Rodríguez. Estoy buscando sus antecedentes y ver como se relacionaban con el occiso.
—Buen trabajo Mendoza, digame ahora sus sus primeras observaciones. Mendoza era un policía chiquito, casi un alfeñique de 50 kilos y 1.60 de altura, rubio ensortijado y siempre muy prolijo, uñas limpias, zapatos lustrados y peinado a la gomina. Castellanos tenía la vaga sospecha que el peinado a la gomina era para hacer desaparecer las motas, ya que la madre de Mendoza era negra. Tenía físico de jockey más que de policía, y había entrado a la policía porque el límite de altura era 1,60 y sus notas excelentes.
—Bueno inspector, al enfermero no se le conocen romances, pero eso no indica que no los tuviera, sino que posiblemente era muy discreto. Adulto de 35 años difícilmente no tenga alguna relación, ya sea sana o malsana. Eso nos lleva a dos opciones, o su relación era con alguna colega casada, o con algún colega casado o soltero, pero colega varón, o alguna otra opción no tan normal. Creo, por donde lo encontraron, que el asesino es del hospital. Nadie que fuera ajeno a este lugar, sabría que la parte vieja del hospital estaba siempre desierta, y de no haber una fuga en las cañerías, lo podrían haber encontrado dentro de seis meses.




Y creo que o bien o vio algo que no debía ver, o iba a denunciar algo, o estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado, o quería chantajear a alguien. Y lo último, el asesino también especulaba con que al demorar en hallarlo, se dificultaría ver como lo mataron. No tiene una sola herida, ni de revolver ni de arma blanca. A simple vista tampoco fue golpeado, y murió en este lugar. No fue que lo asesinaron y lo trasladaron, murió aquí. Tal vez quedó en encontrarse aquí con alguien. Muy posiblemente con el asesino.
—Bravo Mendoza, te voy a sacar de esa comisaría de mierda a como de lugar.
—Contame de los otros tres, Altamirano, Castillo y la nurse Rodríguez.
—No hablé con ellos todavía, pero hablé con el resto del personal para ver como los veían los demás y si hay trapitos sucios en el sanatorio, y parece que si, que hay bastante trasfondo en todo esto. A Altamirano no la quiere ninguna de las mujeres de todo el pabellón, pero es solo puterío y celos femeninos. La mujer es una profesional reconocida, bonita y con muy buenos ingresos. Todo eso genera rabia en determinadas personas. No tenía ninguna relación laboral con Sepúlveda, aunque ella fue la que firmó la denuncia de faltantes, pero no involucró a nadie, solo hizo la denuncia. Los otros dos están más complicados y los dos tenían acceso a los hipnóticos. Mendoza se hizo a un lado, cuando pasó Olivencia con el forense para llevarse el cadáver. Se saludaron amistosamente, y Olivencia le dijo —Mendozita, ya tenés resuelto el caso?. — Estoy en eso. Olivencia contestó Mendoza, y vos, aún no tuviste tiempo de llevar la gabardina a la tintorería?
Ambos se rieron, y Castellanos le dijo a Olivencia, —Tan pronto tengan el detalle de la autopsia, me avisan. Necesito también la dirección del muerto, y una órden de allanamiento de su apartamento, así como la llave de su locker en el hospital. —Yo me encargo dijo Olivencia, y se despidieron.
Mendoza, suspiró y continuó con el relato: —Castillo es un médico mediocre, pero con ínfulas de profesor académico. Las malas lenguas dicen que tenía un affaire con Laura Rodríguez, la nurse de la sección, pero no está confirmado. Castillo es casado, y su mujer tiene más dinero de lo que él pudiera ganar en cien años de trabajo en hospitales, así que no lo convenía ningún escándalo. Podría haber algún motivo por ese lado. Por otro lado, la nurse Rodríguez es muy buena en lo suyo, y había solicitado traslado a la unidad de oncología pediátrica. Altamirano le firmó la recomendación, pero el traslado aún no había salido. No estamos seguros de si lo del chisme de corredores es cierto, ya que si la nurse era muy buena en lo suyo dudo que se hubiera entreverado con un médico del montón y sin dote. En cuanto a la denuncia de faltante era importante. Todos sin excepción eran medicamentos supresores del dolor a base de morfina, que no se consiguen en farmacias.
Castellanos, mira a Mendoza, hace un gesto de aprobación con la mano, y le dice, —Lo veo dentro de tres horas en mi oficina. Mendoza lo mira extrañado, y le dice, —Pero Inspector, tengo que volver a la comisaría. —¿A que vas a volver, a escribir denuncias de que el vecino A envenenó al gato del vecino B, porque todos los días le meaba el diario?. No Mendoza, desde ahora yo me responsabilizo de tu trabajo, y por lo menos hasta que se acabe el caso, estás a mis órdenes.





Mendoza, lo miró muy despacio, y le dijo—Mire Inspector, yo quiero ayudarlo, pero si Ud. me ayuda a mi. No es que no quiera trabajar con Ud., pero quiero trabajar permanentemente en Homicidios, y no solo para sacarle las papas del fuego en cada caso, los créditos los lleva Ud., y yo vuelvo a escribir denuncias de robos de bicicletas y cédulas de identidad.

—Tenés razón, Mendoza, revisá el locker y el apartamento del occiso , y vení a mi oficina dentro de tres horas.

Tres horas más tarde, Castellanos, Mendoza y Olivencia se reunían, con los informes del forense. —Resumí todo en voz alta, Olivencia, dice Castellanos. Olivencia, se pasa la mano sobre los desgreñados pelos, y lee: —Occiso masculino, 35 años, sin ninguna marca identificatoria, muerte data de seis días, con el cuerpo entrando en etapa de descomposición, sin orificio de entrada de bala, ni de arma blanca. Causa probable de la muerte colapso a nivel vascular, sin configurar en ningún caso infarto de miocardio. No tiene marcas de drogadiccón en brazos ni piernas, y el test de drogas en fosas nasales y fluídos corporales dio negativo.

—Mendoza, vos que podés agregar? pregunta Castellanos.

—El locker no tenía gran cosas, zapatos tennis y conjunto deportivo de marca. Neceser de cuero de cocodrilo con cepillo y pasta de dientes, elementos de afeitarse, colonia también de marca. Nada inusual, salvo que todo era muy costoso para un sueldo de enfermero. El apartamento era otra cosa. Alguien estuvo revisando antes que nosotros, y si fue el asesino, tuvo varios días para encontrar cualquiera fuese la cosa que estaba buscando. Algo interesante es que el fulano tenía por hobbie la fotografía y la pornografía, sobretodo la infantil. Muchísimas fotos de todos los temas posibles, instantáneas y material más elaborado. Y sus enlaces en Internet eran en un 90% de videos porno con niños de no más de 8 años. Si bien hay que atrapar al que lo hizo boleta, en el fondo no lo culpo. Un tipo que gusta de este material se merecía el destino que tuvo.

—Bueno, antes de hablar con la nurse, y los dos doctores, quiero saber que opinás Mendoza.
Mendoza, que en ningún momento se había sentado, continuó de pie, y dándole la espalda a los otros dos, se puso a mirar por la ventana. —Podrían ser varias cosas, que en el hospital hubiera un ángel vengador, que el buen enfermero tomara alguna foto comprometedora con su celular, y estuviera chantajeando a alguien. Lo que sí estoy seguro es que el enfermero conocía muy bien a su verdugo, y se citaron para encontrarse a alguna hora en la parte vieja del hospital. Creo casi firmemente que el enfermero y el asesino tomaron un café media hora antes del asesinato. Muy posiblemente el asesino en un descuido del otro le puso algún somnífero suave, de esos que tienen efecto entre 30 y 40 minutos después, y lo citó en la parte vieja para darle el dinero o lo que fuera que le había prometido. Al llegar el asesino, el enfermero, estaba medio dormido. Esperó a que el hipnótico hiciera efecto, y luego le puso una inyección intravenosa de aire, solo 10 mm. de aire. Y esta es la explicación del colapso vascular. No deja huellas, salvo un pinchazito, que en seis días y con el rigor mortis se hace invisible.
—Bravo dijo Olivencia, muy buena teoría, pero tenés evidencia de cualquier tipo de que fue así?.

—Lo único significativo que encontré en el locker de Castillo fue una banda elástica de esas que usan en los hospitales para ligarte la vena y que la extracción de sangre sea más fácil. Me gustaría estar presente cuando interroguen a los dos médicos y a la nurse.
A las seis de la tarde se presentaron los tres compañeros de departamento del infortunado enfermero.
Descartaron de entrada a la Dra. Altamirano, ya que ni siquiera registraba al enfermero. Era una túnica más de las que estaban en el piso cuando ella hacía su guardia. No sabía si había sido él, o cualquier otra persona, no solo de su departamento sino de todo el piso. Si bien ella tenía la llave del depósito de medicamentos, la cerradura no era nada compleja, y cualquiera podía haber tomado una impresión y haber hecho una copia.

La nurse era tan prolija como antipática, pero según todos los informes de su foja de trabajo, era no solo muy eficiente con su trabajo sino que siempre ponía más esmero que el acostumbrado en su trabajo, y por eso mismo no era precisamente un personaje popular, y se tejían todo tipo de enredos de salón a su alrededor.
En el interrogatorio se mostró absolutamente verosimil, conocía a Gerardo, eran colegas, pero ella de algún modo sútil dejó en claro que el enfermero era totalmente corrupto, pero que si hacía bien su trabajo, ella no era quien para juzgar su conducta. Cuando se le preguntó por qué lo llamaba corrupto, ella dudó un momento y luego dijo, —Capaz que corrupto no es la palabra exacta, él tenía gustos caros, y le gustaban los niños. Un día entré en la sala donde estaba un menor de seis años, portador de HIV con un coma inducido. Y ahí estaba Gerardo tocándole les genitales. Le dije que si volvía a verlo en algo parecido lo denunciaba.

Y finalmente le llegó el turno a Castillo, un ser absolutamente pagado de si mismo, un bueno para nada según Mendoza.
Mendoza y Olivencia estaban presentes en el interrogatorio de Castillo.

Este se mostraba absolutamente a la defensiva. No me importa , lo que Uds. piensen, dijo Castillo. Mendoza, tomó el potro por las riendas, y le preguntó sobre la esclerosis múltiple de su mujer, y ahí Castillo se desmoronó como un castillo de arena. Sí, él había retirado los calmantes para su mujer. La porquería humana del enfermero lo había visto y lo quería chantajear. Castillo sabía que darle dinero al enfermero era condenar a otro niño a la prostitución, así que le puso algún narcótico en su café y lo citó en algún lugar del lugar del hospital, y le inyectó aire.

Cuando todas las aguas se calmaron, Castellanos pidió para Castillo el mínimo de la pena por homicidio. El enfermero era un ser humano lamentable, y Castillo había actuado para que su mujer no sufriera dolores, y para evitar la red de corrupción de la pornografía infantil. Con la anuencia de Olivencia, Castellanos pidió que el Agente de 2ª. Mendoza, fuera ascendido a Detective de 2ª- del Departamento de Homicidios.
Hace dos años que están esperando una respuesta.

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