jueves, 16 de septiembre de 2010

Secuestros

Secuestros

—No podés estar siempre peleándote con la gente, me dice mamá. A ver si te tranquilizás un poco. Y en el fondo no es un tema tuyo. Dejalo así que no tiene solución.
Mamá me exaspera. Toda la vida quejándose de las cosas, y nunca hizo nada para solucionarlas. Solo quejas y culpando a los demás, a la vida, a las circunstancias. Nunca nada fue su responsabilidad. Ahora ya es tarde.
—Mamá, le digo, yo no ando por la vida peleándome con la gente. Yo soy la persona más pacífica del mundo, adoro la tranquilidad, el silencio y detesto los ruidos, los gritos y le gente maleducada. Pero cambié mamá. Antes yo con tal de no pelear, dejaba las cosas como estaban, transigía, hacía la vista gorda y me envenenaba cada vez más. Ahora es distinto. Sigo adorando la tranquilidad, pero no pongo la otra mejilla. Eso es únicamente para Dios. Si algo me molesta lo digo. Y no puedo ver a esa sucia tirada en el piso apretando al chiquilín, o dejándolo gatear en ese piso mugriento, lleno de puchos y escupidas y cacas de perros. ¿Me querés decir quien cuida los derechos humanos de ese niño?. La semana pasada le llevé una campera y unas botitas para el chiquilín porque me daba lástima que estuviera a esas horas de la noche con ese frío y en la calle. La madre le probó las botitas de cuero y la campera de marca de mis sobrinos y le quedaba como comprado de medida. Solo la vez que se lo probó se los vi puestos. A los dos días el niño estaba nuevamente con un bucito de algodón todo sucio. Yo sé que llevan todo a vender a la feria de Larravide, o de Piedras Blancas, pero es su hijo el que pasa frío. Y cuando el chiquilín esté muy grande, consigue a algún vago para que le haga otro. ¿Me lo quiso regalar sabés?
Mi madre me mira, mira al jardín como para recordar mejor, y dice –tu padre siempre te conoció mejor que yo, decía que no lo ibas a poder remediar, que toda tu vida ibas a ser la abogada de los casos perdidos, y tenía razón, y me pregunta casi con miedo —No le habrás dicho que si?.
—Le dije que si lo hacíamos con papeles y un abogado me quedaba con el niño. Yo se que si le decía que sí de entrada, después me iba a querer sacar plata. En definitiva no me iba a regalar la máquina de hacer chorizos sin sacarle algún beneficio. No le gustó mi contestación. —Bueno me dijo, mañana hablamos. Nunca más mencionó el tema. Y sigue en la puerta del super, hasta las 10 de la noche que cierra, con ese niño temblando de frío y diciéndole a todas las personas que pasan, —No me compra una leche, no me compra algo para comer. Es muy joven. No debe tener ni treinta años. La última vez que le dí un montón de ropa de mi hija, fue porque me dijo que su hija adolescente no tenía que ponerse. Le llevé ropa que Jimena no había estrenado nunca. Sabés como son estas chiquilinas, van a la feria y se llenan de trapos que después usan una vez y se olvidan. Supongo que también la vendió. Problema de ella. Lo que si me preocupa mamá, es ese niño. Es un nene que ya está casi caminando, y lo único que vió en su vida es su madre tirada en el piso mugriento, porque la vaga no se lleva ni siquiera un pedazo de cartón para sentarse encima, pidiendo. Pero el niño es un varón. Nadie se va a compadecer de un pibe de trece o catorce. A esa edad ya se consiguen un revolver y entran a robar. Y de repente te roban a vos mamá, o a mi. Te acordás cuando Seba tenía once años, y el padre no quería que saliera solo, porque tenía miedo de las banditas de ladroncitos, yo tambien tenía miedo, pero quería que el chiquilín no viviera con miedo, y lo dejé salir con sus amigos. —Solo hasta la rambla, le dije. Te acordás mami?. Solo hasta la rambla, y cuando estaba con sus amigos se le acercaron tres parditos con sevillanas, no eran más grandes que ellos tres y les pidieron la plata, los champeones y las camperas. En ese entonces creo que no existían los celulares. Si no se lo hubieran pedido también. Los otros dos echaron a correr, y Seba quedó solo y empezó a correr y gracias a Dios que no pasaba ningún auto. Del susto cruzó la avenida sin mirar, y entró en la Pizzería. Trató de hablar pero no podía. Gracias a Dios, que los de La Pasiva le tuvieron paciencia y me llamaron. El chiquilín había perdido el habla. No podía articular palabra, y yo no le dije nada. Lo fui a buscar y nunca comenté nada con el padre. Terrible susto mami. Uno quiere soltarlos y que vuelen solos y a la primera de cambio, casi me hago encima, del miedo. El chiquilín se recuperó, pero el susto se le instaló en algún lugar, igual que a todos nosotros. Y la otra situación la tuvo con el
sabandija, por decirlo de alguna manera delicada y no decir el malparido hijo de cien mil putas que lo encañonó a la salida del club Banco Hipotecario y disparó. El revolver no tenía balas, y solo fue para asustarlo, pero creo que él pensó, como hubiera pensado cualquiera que lo mataban. Cuando llegó a casa, tampoco podía hablar. Yo lo abracé. Solo eso pude hacer, y el empezó a llorar. Fue terrible. Y si ese niño sigue en esta vida, va a terminar como aquellos otros, asaltando en las esquinas. No sé mamá, la sucia también tiene hijas mujeres. Otro problema. Distinto. A las doce o trece años la agarra algún vivo y le hace el primer hijo. Y ahí quedó, ya no puede estudiar, ni trabajar porque se arruinó la vida. Y de repente, para ellas es válido. Ya son mujeres y tienen algo que es de ellas. Que tienen mamá?. Tienen la misma hambre y uno más para alimentar. Como aquel reclame “Uno más para atender”. Mamá sacude la cabeza, y dice —no te hagas malasangre. La saludo y me voy a casa. Camino despacio con la cabeza llena de pensamientos raros.
Llegué a casa, pensando algo muy descabellado, me serví un whisky, y fui al segundo dormitorio, lo miré con ojo crítico, podría convertirse con pocas cosas en un precioso dormitorio infantil.
Y un día cualquiera de agosto, con el refrán en mente “julio los prepara y agosto se los lleva”, decidí llevarme al chiquilín. No iba a matar a la madre. Si podía no iba a matar a nadie. No está en mi temperamento lo cromático, la sangre y todo eso.. Conseguí que un muchachón cuidacoche que me debía muchos, muchísimos favores, se presentara justo cuando la sucia, juntaba todos los bártulos, y le dijo —dame al nene y nadie se va a enojar. Ella lo miró, y se lo dio, sin gritar, ni pelear, ni nada. A veces me da rabia esta situación, si hubiera sido yo hubiese pedido aunque no me lo dieran, alguna constancia de que el niño iba a tener una vida mejor, y no que me lo sacaban para trasplante de órganos, o alguna otra atrocidad. Pero no. Se quedó en el molde, agarró las cosas que había acumulado en las horas de trabajo y se fue sin mirar atrás.
Ahora, visto desde otra perspectiva es raro. Yo estoy criando a Agustín, que es un muñeco encantador, pasó tanta hambre que come cualquier cosa que le pongas adelante. Es un niño tan bueno que es casi inconcebible que habiendo pasado hambre, frío y vaya a saber que más, cada vez que le hablo se ríe. Cuando estaba con ella, yo siempre le hablaba pero solo me miraba con sus grandes ojos negros. Ahora oye mi voz y sus ojos sonríen antes que su boca se abra en una sonrisa. Yo no sé si ella sabe que fui yo o no, pero la semana pasada estaba tirada en la misma calle, con un bebé de la misma edad de Agustín, yo la miré, le di el litro de leche, y las galletitas dulces. Es una superstición mía, pero creo que con algo dulce, el corazón siempre está más contento. Ella me miró y yo supe que ella sabía. Yo hice como que no me daba cuenta. No quería que dentro de diez años alguien viniera a decirle a Agustín que era adoptado. Pero me quedé mirando fijamente al nuevo bebé. Agustín estaría muy contento de tener un hermano.

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