viernes, 3 de junio de 2011

Mujeres de Negro - Parte II

Yo y ellas tres

No se cuando empezó todo esto, o mejor dicho cuando terminó.
Creo que fue ese día en que me desperté, y cuando me quise incorporar para levantarme me sentí mal, me caí, y de ahí solo recuerdo las corridas en mi casa, y los gritos, y llamá al SEM, o al SUAT o a la UCM, alguien sabe de donde es socio papá, nadie sabe nada en esta casa. Y después vinieron los enfermeros y me pusieron una mascarilla, y yo no sentía las manos. Se que me pincharon el brazo y que sentía hormigueos en los pies, pero era como si no tuviera manos. Después todo pasó muy rápido. La ambulancia corría con la sirena prendida y yo veía las luces en el techo y después llegamos, y estaba en una camilla que circulaba por los corredores de mármol blanco muy lustroso y de nuevo las luces del techo de una sala donde hacía mucho frío y toda aquella gente vestida de blanco que hablaba despacito, y solo les veía los ojos atrás de un gorro y un tapabocas verde. Después hay un vacío. No me acuerdo de nada, y ahora que me despierto no reconozco donde estoy, pero tampoco me puedo parar para mirar. Estoy acostado boca arriba, pero no me puedo mover ni abrir los ojos.

Siento voces. Más que voces es un solo murmullo que no puedo distinguir, como si muchas personas hablaran pero desde lejos, y también siento un olor a flores que me está mareando un poco.

De pronto el murmullo se apaga, y siento una exclamación como de sorpresa. Después solo el silencio. Un rato después el olor de flores se desdibuja, queda pálido ante un perfume que reconocería desde el mismísimo infierno. Es el perfume de Silvia. Pero no puede ser que Silvia esté aquí. ¿Cómo podría?. Y entonces siento el perfume más fuerte, y alguien que se inclina sobre mi, me besa en la mejilla y me dice al oído –“Pensar que el viernes pasado estabas enterito y mirate ahora”. No se que está pasando. Silvia no puede estar en el sanatorio. Debo de estar soñando. Conocí a Silvia hace algunos años. Fue en una fiesta, y era una rubia con un físico imponente. Con los lentes podría haber pasado por una intelectual. Pero se sacaba los lentes y su verdadera personalidad le afloraba. ¿Por qué me involucré con Silvia?. Soy completamente consciente que fui yo quien la buscó. Pero tuvo que ver con algo que me había pasado esa tarde. Yo estaba en una cita con mi médico de cabecera, y ahí mismo y sin anestesia me dio la noticia. —Enrique, tenés un cáncer de colon de rápida evolución. No vas a tener dolores, no te voy a hacer pasar por una operación dolorosísima, porque no tiene sentido, pero empezá a disfrutar de la vida, trabajá menos y divertite más. No quise saber más. Salí del consultorio como corrido por el diablo, y esa misma noche conocí a Silvia. Me gustó que me toreara, porque tuvo más encanto. Me desafió a que consiguiera su teléfono y lo conseguí. Después empezamos a vernos. Siempre supe que Silvia no me quería, pero en definitiva yo era feliz las veces que estaba con ella. Una felicidad corta y efímera, pero felicidad al fin. Silvia me hacía sentir vivo cuando estaba con ella, y para mi era suficiente.

Siento que la persona que está sobre mi se levanta y se aleja. No puedo verla, pero el perfume se va alejando, y vuelvo a marearme con las flores. Es ahí que siento otra presencia. Se que es Ana porque solo ella me acariciaba las manos, los dedos y las muñecas de ese modo. Pero no puede ser. Ana no puede estar aquí. Ana no sabe de Silvia. Ana siempre fue tan… Solo me sale la palabra eficiente, pero ella era mucho más que eficiente. Creo que Ana estuvo enamorada de mi por algún tiempo. No mucho. Supongo que solo hasta conocerme. Pero era una morocha tan veladamente sensual, y cuando venía a mi oficina con aquellos trajes sastre que eran lo anti femeninos, a ella le quedaban como a otra mujer un pantalón blanco transparente y ajustado. Usaba camisas blancas abiertas los primeros tres botones, y yo no podía sacarle los ojos a como alargaba su cuello, a su mentón muy firme, y sus piernas siempre enfundadas en finísimas medias transparentes. Era la antítesis de Silvia. Silvia era la voluptuosidad en su máxima expresión. Ana en cambio era algo totalmente velado. Yo la iba a visitar al banco donde ella trabajaba, y a veces venía ella a mi oficina. Era una excelente profesional, y nunca entreveró lo laboral con lo demás. Un día en mi oficina, no pude aguantar más y me le acerqué por detrás y empecé a besarle y a mordisquearle el cuello, y la oreja. Nunca jamás hubiese imaginado que era de una personalidad tan avasalladora. Tan callada como se mostraba, era una mina increíble en la cama. También con ella supe que no duraría demasiado. Aunque creo que durante un tiempo largo me quiso o por lo menos sintió algo más que el sexo. Estoy casi seguro. Aunque con las mujeres nunca se sabe.
Pero no me arrepiento de ninguno de los momentos que pasé con ella.
Las manos que acariciaban las mías se soltaron como palomas. Después nada.


Creo que cuando mi médico me dio la noticia, me empecé a replantear todo lo que había sido mi vida. Mi matrimonio era una especie de planta, un árbol que se había secado hacía años, y ninguno de los dos quiso verlo, asumirlo, o solucionarlo.
Ni siquiera tenía las raíces podridas. Solo estaba seco y muerto. Erámos únicamente buenos compañeros de vida. Teníamos una vida social agitada. Los tres hijos estaban desperdigados estudiando, dos en España, y el menor en EE.UU. No sé si extrañaban mucho. No llamaban casi nunca. A veces estaban en el chat, y otras veces contaban algo por mail, pero ya no eran niños. Ya hacían su vidas, y nos necesitan poco y nada. Más bien solo pedían dinero cuando les hacía falta, pero solo eso. Tampoco yo estaba muy seguro de extrañarlos.

Mi trabajo que me había apasionado durante años, había dejado de interesarme hacía mucho. Cuando uno es joven se cree Robin Hood y cree que puede cambiar al mundo. Con los años te das cuenta que a Robin Hood lo bajaron de un hondazo, y que la burocracia, la mediocridad y la corrupción son moneda corriente en esta profesión. Y en las demás no debe de ser muy diferente. Y después, un buen día te das cuenta que todo deja de importarte, y que sos un eslabón más de una cadena que no funciona. Un engranaje que no sirve dentro de un mecanismo enfermo.
Todo pasa tan rápido. Era un niño tímido callado y que no tenía demasiados amigos. Hoy soy casi un viejo, y tampoco tengo demasiados amigos. Muchos conocidos, pero amigos, pocos, poquísimos.
Nunca fui un deportista, no me interesaba el football ni el box, ni el básquet, ni el ciclismo. Si me gustaban los fierros, y el automovilismo. Pero a determinada edad todo eso queda atrás, y con suerte te queda sobre la biblioteca alguna copa ganada en algún rally y nada más. Me insistieron en que me metiera en política, pero ya había visto suficiente, como para querer involucrarme en esa otra clase de mugre.

Quiero acordarme que más me gustaba. ¿Que disfrutaba yo de la vida?. Creo que en una época el buen cine, y los libros me atraparon. Pero también quedó atrás.
Lo que sigue maravillándome en el tiempo es la música, con Mozart, Vivaldi, Bach Tchaikowsky, Bethoven y tantos otros. Es poco si uno considera toda una vida. Demasiado poco. Será por eso que empecé a abusar del alcohol. Para no pensar que poco de todo me queda a esta altura. Estoy totalmente arrepentido de no haber fumado nunca un porro. Ni siquiera uno. Si pudiera volver atrás, creo que averiguaría donde conseguirlos, y por lo menos probaría. Ahora me queda solo un poco de música, el alcohol y los recuerdos.

Y ahí fueron que aparecieron Silvia y Ana. No antes. Aparecieron porque yo necesitaba respuestas y porque quería sentirme vivo hasta final.

Ahora me acuerdo de Stella. Creo que desde el inicio la subestimé. Yo ya venía tan cascoteado, con tanta nada en mi vida, que cuando alguien me recomendó para que le tramitara el divorcio, creo que ni siquiera me interesó el caso y lo fui llevando con desidia, sin responsabilidad, sin defender a mi cliente. Era un caso más entre tantos, para que yo siguiera manteniendo aquel estudio caro con alfombras rojas y cuadros de abogados viejos en las paredes.

Así que cuando la cité en un boliche para hablarle de las pretenciones económicas del atorrante del ex marido, un bueno para nada, que no tenía mejor idea que reclamarle la mitad de la herencia personal, ahí fue cuando realmente la conocí.
Me miró con aquellos ojos que tenían tanta vida, rabia y asco contenidos, que hacía que despidieran llamas. Me tiró los papeles en la cara. Era la verdadera estampa de la fierecilla no domada. Qué vida que tenía aquella mujer. Creo que en ese momento supe que necesitaba tenerla. Necesitaba absorber la vitalidad que ella tenía. Quería contagiarme nuevamente de esa pasión en todo lo que hacía. Le prometí un imposible. Pero logré el imposible previo pago de algunos dinerillos al mafioso ex marido. Tenía todavía alguna carta en la manga sobre lo inescrupuloso de Horacio y las matufias escondidas, así que no me salió tan caro. El tipo no lo valía. Ella sí.
Con el testimonio enrollado en una cinta, le mandé un enorme ramo de flores amarillas. Me llamó para agradecer, y la invité a cenar.
Terminamos enredados en una cama redonda donde casi me infarto. La vitalidad y la pasión de Stella eran obviamente para alguien más joven. Igual la seguí viendo. Necesitaba absorber toda esa pasión. Ver si yo podía ser así de nuevo. Como antes.

No se que pensarán ellas, pero creo que lo único que me hizo durar estos años fue la pasión que puse en cada una. Creo que se complementaban las tres, una tenía la voluptuosidad, la otra el misterio y Stella la pasión en todo lo que hacía. Creo que en el fondo ninguna me va a extrañar, pero yo las voy a extrañar a las tres. Solo haberlas conocido hizo que el tramo final valiera la pena de ser vivido.

Otra vez siento con una suave ráfaga de olor de rosas amarillas. Siempre me gustó regalar rosas amarillas. Siento un dedo que recorre mi rostro como solía hacer Stella. ¿Será ella?. Todo esto es tan increíble.

Un rato más tarde escuché una voz desconocida, y el chirrido de algo que se cerraba.
Después todo fue silencio y oscuridad.

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