viernes, 3 de junio de 2011

Mujeres de Negro

Cuando me avisaron, no sentí nada. Ni alegría, ni alivio, ni rabia. Nada. Hacía poco que me había enterado que yo no era la única “otra”. Parecía que el caballero gustaba de los harenes, así que éramos tres, “las otras”. Una especie de menage a trois. Por supuesto que era casado. A mi realmente que fuera casado no me preocupaba para nada. Es más, siempre los buscaba casados. Con los solteros o divorciados de determinada edad no se llega a buen puerto. Con los casados tampoco, pero joden menos porque tienen que marcar tarjeta en otra casa. Los solteros cincuentones son irrecuperables, y yo a esta altura no estoy para hacerle terapia a nadie, y los divorciados siempre tienen problemas de ex mujeres, hijos adolescentes, hijos grandes, nietos y hasta ex perros y ex gatos y ex suegras, y aún así te quieren controlar. No, definitivamente los casados joden pero menos.
Las otras dos no eran amigas mías pero las había visto en algún que otro evento, así que solo por divertirme decidí llamarlas y citarlas en un boliche a tomar una copa.
Eso si, les pedí que vinieran vestidas de negro.
Supongo que aceptaron un poco por curiosidad, y otro poco por morbosidad, porque creo que las dos sabían del terceto.
Nos encontramos en un restaurant coquetón de Punta Gorda, que tenía una barra para tragos.
Yo llegué quince minutos antes de la hora, solo para verlas llegar, pero Ana me ganó de mano, y ya estaba sentada en la barra cuando yo llegué. Ana es alta, morocha con rulos, de tez oscura y si bien no es fisicoculturista, tiene como se dice vulgarmente, un buen lomo, aunque con unos kilos de más a mi parecer. Yo no soy esmirriada, pero soy más bien menuda y de cabello castaño, largo y lacio, cutis muy blanco y piernas largas. Siempre uso tacos lo que hace que parezca mucho más alta de lo que soy.
Nos saludamos con un beso, y decidimos esperar a que llegara Silvia para hacer el pedido.
Cuando vimos que había pasado más de media hora, llamamos al mozo y pedimos dos daiquiris. Cuando los estaba sirviendo llegó Silvia., y pidió al mozo que le sirviera lo mismo que a nosotras. Nos saludó y se sacó la chaqueta de cuero. Silvia es rubia, con el pelo frizado, pantorrillas gruesas y manos grandes. Tiene cara de intelectual, pero queda solo ahí. De intelectual ni la primer letra. Silvia es una mujerona, y con la falda negra muy corta cuando se cruzó de piernas fue casi un atentado violento al pudor. Había una mesa con dos tipos que nos debían de haber fichado desde que llegó Ana, y se empezaron a poner medio pesados.
Las tres configurábamos la trilogía de viudas negras. Ana con una robe manteau negra exquisita y yo con mi vestidito negro, corto, muy corto, las medias negras y los tacos aguja de 10 cm., era como para que a los tipos de la mesa cercana se le salieran los ojos de las órbitas. Pero hoy no era día de levante. Era día de velorio.
Cuando estuvieron servidos los tres daiquiris, las miré a las dos, y les hice la propuesta, aunque supongo que algo se debían haber de imaginado, cuando sugerí que vinieran de negro. Las carcajadas de Silvia retumbaron en el local.
—Vos estás loca Stella. Como se te ocurre que vayamos juntas al velorio de Enrique. Debe de estar toda la familia. Sería un papelón.
—Papelón por qué. Papelonero él en todo caso, y no te hagas la gata Flora. No hubieses venido de negro, porque vos sabías que mi idea era esa. Ir al velorio, y después irnos de copas de verdad, y despedir al difunto como se debe. Creo que Enriquito se merece esta última despedida. Y a vos que te parece Ana?.
—Estoy totalmente de acuerdo de despedirlo en triunvirato y de cuerpo presente, dijo Ana. ¿Alguna sabe de que murió?. No le habrá dado un patatus estando en la cama?
—Creo que de un infarto, dijo Silvia. Yo lo vi el viernes pasado y estaba enterito.
Nos reímos las tres por lo de enterito.
—Uds. se conocían entre Uds. pregunto, y agrego, sabían que también estaba yo?
—A mi no me importaba que tuviera otras mujeres, dice Silvia. De hecho prefería que tuviera otra mujer o mujeres para que me dejara tranquila. Yo ya tuve dos maridos, y ahora solo quiero amantes que no me compliquen la vida. Supe de Ana hace un año, y de ti me enteré hace poco porque los vi juntos entrando tu sabés donde.
—Ah, le digo, y que hacías tu por ahí, estabas trabajando de pistera, o ibas a lo mismo que nosotros?.
—Muñeca, me dice Silvia, yo nunca le prometí fidelidad a Enrique. Nunca salí a publicarlo en el diario, ni se lo dije, pero él era solo un compañero de cama que además se estaba volviendo un adulto mayor. O sea que sexualmente estaba entrando en la tercera edad.
Las carcajadas de las tres resonaron en el salón, y varios ojos se volvieron hacia nosotras.
—Bueno, antes de ir al velorio me gustaría saber algo más de ustedes, como lo conocieron, si tenemos algo en común, en fin saber como este hombre estaba vinculado a tres mujeres tan diferentes, por lo menos físicamente.
—Yo lo conocí en una fiesta, comienza Silvia. Estaba en una barra de amigas, y sentí su mirada varias veces. Me miraba las piernas, el escote, me sonrió desde su lugar, levantó su copa como para brindar, en fin, toda una serie de zalamerías típicas de un jovato putañero. Pero en determinado momento se me acercó, y directamente me dijo —Si no me das tu teléfono, le digo a mi mujer que me estás acosando. Yo lo miré un rato largo, le sonreí y le dije —Mal papel harías diciéndole esa estupidez a tu mujer, y además no todo es tan fácil en la vida. Si querés mi teléfono, lo menos que podés hacer es el esfuerzo de conseguirlo tu solo. Me levanté y me mandé mudar. A los tres días llegó a mi estudio un enorme ramo de rosas amarillas, con una tarjeta. Solo decía: Me tomé el trabajo. A partir de ahí, lo de siempre. Salimos a tomar algo, terminamos en la cama, y ninguno de los dos, pidió o prometió nada. Eso es todo. No lo deseaba la muerte, pero tampoco me afecta demasiado. Ya fue.
Ana me mira, y dice —Conmigo fue totalmente distinto. Creo que en el fondo yo me enamoré de él. Nunca le pregunté que sentía, porque no me importaba. Yo disfrutaba de su compañía y supongo que él de la mía. Hubo una época en que nos veíamos casi todos los días. Yo trabajo de contadora-auditora en un banco privado, y lo conocí ahí. El tenía un importante estudio jurídico que trabajaba con el banco, y cuando se le pidió el balance anual, lo cité para pedirle algunos detalles, porque había cosas medio turbias. Por supuesto que el préstamo que pedía no se le otorgó porque el balance no era sólido, pero nos vimos varias veces, en el banco y en su empresa, y un día estábamos en su oficina, yo sentada revisando unos papeles, y él se me acercó por detrás y me empezó a lamer la oreja derecha. Bueno, ahí me olvidé de mi marido, de mis hijos, hasta del apellido. Creo que fui discreta, nunca dejé que nadie se enterara. Es raro, pero creo que no lo voy a extrañar, ni como amante, ni como cliente, ni siquiera como ser humano.
Me mira a los ojos, y me dice: —Y por casa como andamos. Como lo conociste vos Stella?
Yo demoro en contestar. Después me envuelvo en el tiempo como en una sábana sudorosa, y empiezo mi relato. —Todas las cosas pasan porque tienen que pasar, y esta fue una más. Yo salía de un divorcio terrible, con tremendos puteríos. Ya saben como es esto. Los divorcios son fáciles cuando no hay plata de por medio. Cuando esto sucede se complica todo. Bueno, yo no sabía a que abogado ir, así que cuando una amiga me recomendó el estudio de Enrique, llamé hice una cita y me recibió muy cordialmente.
Nunca jamás se me hubiera pasado por la cabeza llegar a entreverarme con él, no es que no fuera un hombre atractivo, solo que yo lo veía como un señor mayor, un abogado serio. Ni siquiera lo veía medianamente atractivo- Además no estaba entre mis planes mediatos o inmediatos llegar a compartir la cama con alguien, tan rápido. Pero bueno. El divorcio se complicó. Mi ex me empezó a reclamar cada vez más cosas, y yo no estaba de acuerdo. Un día Enrique me citó en un boliche para decirme lo último que había solicitado el hijo de puta de mi ex marido. Me había citado ahí porque pensó que si me enteraba en su estudio hubiese hecho el tal escándalo dado lo absurdo de los reclamaciones de Horacio. Ahora visto desde otra óptica, capaz que el viejo putañero ya me tenía en la mira. Las reclamaciones eran tan absurdas, que le tiré los papeles en la cara, y le dije que si así iban a estar las cosas seguiría casada pero le haría una denuncia por violencia doméstica, para que se fuera a vivir otro lugar. Enrique me dijo si estaba loca. Yo le dije que no, que si yo estaba pagando un estudio tan caro para tener que enterarme de las pretenciones ridículas del estúpido de mi ex marido, entonces hubiera sido mejor envenenarlo lentamente con matahormigas, ahorrarme los honorarios del estudio y la partición de los bienes. Enrique me miró despacio, sonrió apenas, y me dijo, no te preocupes nena, solo te estaba evaluando. Te prometo que esto termina en una semana máximo y que no vas a perder nada de tus bienes personales.
Por supuesto que cumplió con lo prometido. Se repartieron unicamente los bienes gananciales. La tenencia de los chicos se hizo sin mayores dramas. Lo único que quería Horacio era una especie de dote de mi herencia familiar, y yo me había puesto en mis trece que la herencia de mis padres nunca la iba a tocar.
No sé si Enrique me estaba evaluando, o solo si quería ganar más dinero, o si pensó que estaba tratando con alguna tilinga de plata que no tenía una clara idea de las leyes. Porque evidentemente para hacer que Horacio aflojara en una semana le tuvo que costar dinero. En un año no, porque era herencia personal y no bienes gananciales, pero Enrique había prometido en una semana. Hasta ahí todo normal. Ni siquiera lo había mirado como hombre, solo como un abogado un tanto inescrupuloso. Pero cuando me llegó un ramo de rosas amarillas con la sentencia de divorcio anudada, lo llamé para agradecerle. Salimos a cenar, compartimos intimidades y de ahí a la cama fue solo un paso. Era un veterano que estaba bien para su edad, pero yo había conocido hombres más jóvenes, y que duraban más. Nada para comentar, pero a veces la soledad te hace hacer estupideces. Completamente segura de que no lo voy a extrañar.

Un minuto de silencio se hizo entre las tres, y decidimos dedicárselo. Después brindamos por las cosas en común y acordamos terminar nuestras copas y dirigirnos a la sala velatoria. En mi cartera había puesto un rosario negro para la misse en scene, y les sugerí a mis compañeras de velorio de enviar un enorme ramo de rosas amarillas, con la leyenda “Gracias por los favores recibidos”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario