jueves, 2 de septiembre de 2010

Mentiras verdaderas

Todas las cosas suceden por una razón.
Ese sábado nos íbamos de farra con las chiquilinas, como todos los segundos sábados de cada mes. Nos juntábamos en la casa de alguna de nosotras, nos tomábamos unos whiskies, a veces jugábamos al poker, y después nos íbamos a cenar a algún lugar que tuviese show o algún espectáculo divertido.

Ese sábado en particular erámos solo tres, porque Carola e Isabel tenían un casamiento de amigos en común. A eso de las 6 de la tarde me llamó Carmen para decirme que estaba con vómitos, así que desertaba con aviso. Quedé en ir a lo de Agustina y salir juntas desde ahí.

La casa de Agustina quedaba sobre una avenida, por lo que estacionar era todo un problema, así que decidí dejar el auto sobre una transversal. Tampoco había lugar, y empecé a dar vueltas manzanas, a ver si alguno se iba y me dejaba el lugar. Estaba en esas vueltas cuando vi al marido de Agus estacionado en su auto a dos cuadras de su casa hablando, mejor dicho peleando con alguien de cabellos rubios y ondulados. Me pareció una silueta familiar pero no la podía ubicar en algún lugar del espacio o del tiempo.
Me quedé quietita en mi auto, y vi como la rubia bajaba, le gritó si no se lo decís vos, lo hago yo, dio un tremendo portazo, se alejó 30 metros y se metió en otro coche que estaba estacionado en la vereda de enfrente. No sabía que hacer, así que esperé con el señalero puesto que el hombre arrancara, y después salí lentamente de mi ubicación, estacioné en el lugar que dejó la rubia, y llegué a lo de Agustina casi al mismo tiempo que él y lo vi entrar el auto en su cochera. Esperé unos minutos y toqué timbre.
Agustina estaba elegantemente vestida con una falda de cuero de bordes irregulares y una camisa de seda cruda. Estaba un poco pálida. Nos fuimos a una de las salitas íntimas de la casa, donde sobre un carrito bar tenía toda clase de botellas, dos vasos y una hielera de cristal labrado. Me dijo, -servite lo que quieras. La miré y escondió la mirada. Le dije, Agus, estás pálida, pasa algo?. Me miró desde algún lugar o mejor dicho me miró, pero sus ojos no me veían, miraban algo más allá de mi persona, y me dijo servime un whisky doble y sin hielo. Decidí no contradecirla, y le serví lo que me pidió, y me serví mi propio escocés, como me gusta a mi, con muchísimo hielo. -¿Sucede algo?, pregunté. Me volvió a mirar raro, y me dijo –Este mierda de Francisco está en la casa, no estoy de humor para salir y no quiero que presencies como me tomo toda la botella. No es un buen día para mi.
-Qué te hizo Francisco?, le pregunté. Ella sacudió la cabeza, miró en el fondo de su vaso como si la respuesta pudiera estar ahí, y me dijo: -Tengo miedo del futuro. No te ofendas pero no quiero tener que transitar el camino de Carmen. Separarme de Francisco, y entrar en la etapa de los amantes descartables. Yo hice un gesto con la mano y ella continuó. – No, no te pongas a la defensiva, si yo las quiero mucho, y no lo estoy reprochando. Yo ya pasé esa etapa también, antes de Francisco, la etapa de los amantes descartables. Lo que menos quieres es una relación, pero sí quieres saber si todavía funcionas. Después muchas gracias y hasta la vista. Es como lo de la oración que publican en el diario “Gracias al Espiritu Santo por los favores recibidos”. Las dos nos miramos y nos reimos. Levantamos nuestros vasos y brindamos –Por los descartables le digo. Los ojos de Agus vuelven a quedar serios.
Hoy no estoy con ganas de salir, así que o nos quedamos y nos tomamos todo o te dejo libre de tener que aguantar a una cincuentona depresiva. La abracé y le dije que no quería tomar demasiado, y si me quedaba nos iba a dar la milonga triste en duplicado, así que me iba.
Supongo que ese fue el primer escalón de una serie de situaciones.
Como Pablo mi marido, sabía que salía con “las chiquilinas” como les decía, había invitado a sus amigos, y estaban en plena festichola. Entré el auto al garage, y entré por el fondo sin que me sintieran. Subí a mi dormitorio, me desnudé y me metí en la ducha.
Pensaba acostarme a leer un rato. Después de ducharme, me puse una bata y me senté en la bergere que tenía en el dormitorio y tomé el libro que tenía en la mesa ratona.
Me dieron ganas de tomar algo, y en el frigobar del dormitorio ya no quedaba nada, así que entré en el dormitorio de Pablo, a ver si en su barcito había algo. Tampoco había demasiado, pero sobre el frigo estaba una carpeta de una compañía de seguros de vida. La miré sin curiosidad, pero no la abrí.
Volví a mi dormitorio y decidí bajar a la cocina a buscar algo que tomar. Siempre me gustó caminar descalza, sobre todo cuando las moquettes son tupidas y suavecitas. Cuando estaba bajando sentí la voz de Guillermo, el abogado de la familia e intimo amigo de Pablo que decía , -¿y no lo dijiste nada a Vicky? Cuando sentí mi nombre, Vicky era el diminutivo de Victoria, presté atención, y la voz de Pablo dijo, -No, no le dije ni le voy a decir, y no quiero que se entere. –Pero no te parece que estás actuando mal, hace veintidós años que están juntos, no podés hacer un seguro de vida por una suma más que importante, y poner de beneficiarios a tus hijos. Cuando te casaste con ella no quisiste que tuviera hijos porque vos ya tenías. Ella tuvo que renunciar a su maternidad para complacerte, y ahora ponés el seguro a nombre de tus hijos, que ni siquiera te vienen a ver… vos estás loco, y si Vicky se entera y te manda a la mierda lo tenés bien merecido. Podrías haber puesto a los tres de beneficiarios, a tus hijos, y a ella. Bueno Guille, tampoco es para tanto, Victoria tiene su patrimonio, cuando nos casamos hicimos capitulaciones, así que esto no es tan grave, y si no lo se lo decís vos, no tiene como enterarse.. Lo último que sentí que decía Guillermo en voz más baja fue – Si todo fuera tan claro, y estuviera tan bien, podrías decírselo. Vos sabés que estás actuando mal. Me senté en los escalones de la escalera, y agradecí no tener un vaso en la mano, porque lo hubiera estrellado contra la pared. Volví sobre mis pasos y entré en mi dormitorio. Cerré la puerta con fuerza, no demasiada, solo lo suficiente como para que supieran que había llegado. Después tomé mi libro y traté de leer, pero no fue posible. No podía creer que Pablo hubiera hecho una póliza y me hubiera dejado afuera. No era por el dinero. Mi patrimonio era igual o mayor que el suyo. Era por la actitud. Ni siquiera me lo comentó. No me consideró de suficiente confianza como para contármelo, para ver que me parecía. Nada. Me levanté y corrí el cerrojo de la puerta que comunicaba ambas habitaciones. Apagué la luz sobre las dos de la mañana. Más tarde sentí que Pablo trataba de abrir la puerta. Cuando notó que estaba trancada no insistió más.
Pasé una noche de perros. No pude casi dormir, y una sensación de rabia, más bien la ira se estaba apoderando de mi. No entendía por qué. No era el dinero, y no sabía qué era lo que me estaba haciendo germinar esa rabia tan maligna. Entonces me acordé. Veinte años atrás Pablo no había estado a la altura de las circunstancias. Me había ido de la casa en ese entonces, y después había vuelto. Hoy tendría un hijo o hija de 20 años. No fue premeditado. Yo sabía que Pablo no quería chicos, pero había sucedido. Y creo que mientras no se lo dije, estuve suspendida en una nube de alegría. Pero cuando se enteró me consiguió un número en una clínica. Recuerdo que tuve que ir dos veces, porque la primera vez me vino tal ataque de pánico que me puse a temblar en la camilla, y los médicos me dijeron que fuera a mi casa, me lo replanteara, y si estaba decidida que volviera. Por supuesto que en ese momento me dijo, Bueno, si querés lo tenemos. Tuve un fin de semana en que estaba en una especie de limbo, quería tener a la criatura. Pero el lunes de tarde, Pablo me dio una tarjeta con otro día y hora. Recuerdo que eso se hizo un jueves, y el viernes de noche me llamó para que fuéramos a la casa de unos amigos que lo habían invitado. Yo estaba con antibióticos, y con unas pérdidas terribles, así que le dije que no estaba en condiciones físicas de ir. Entonces fastidiado me dijo, Bueno, si vos querés quedarte llorando por los rincones, quedate, yo voy a ir igual. Y al día siguiente se fue una semana con su hijo menor al apartamento de Punta del Este, ya que el muchacho estaba de vacaciones de Julio y su otro hermano se había ido con la madre a Buenos Aires, pero como este tenía una materia pendiente, tuvo que quedarse, dar la materia, y después su padre lo llevó a Punta.. Nunca me preguntó si estaba mejor, si tenía que volver al médico. Nada. Me fui de casa por un tiempo, y me vino a buscar tantas veces, que al final regresé.

Lo más gracioso es que yo tenía una relación muy buena con los muchachos, que ya eran hombres, pero ellos no lo llamaban, no lo veían. Cada vez que alguno de ellos llamaba, Pablo decía -Vamos a ver cuanto me van a pedir ahora, o qué cuento me van a hacer para sacarme plata.

Miré la puerta que separaba ambos dormitorios, y supe que iba a ser muy difícil que esa cerradura volviera a abrirse algún día.

Al otro día demoré en bajar. Golpeó la puerta del dormitorio y no lo contesté. Me levanté, me duché, y esperé que sacara el auto y se fuera para bajar.
Me acerqué a la mesada y me serví terrible taza de café negro. Tomé el teléfono y llamé a Agustina. –¿Como estás muñeca?, le pregunté. ¿Como te trató el escocés anoche?
-Todavía estoy medio dormida. Pero esta es la crónica de una muerte anunciada.
-Tenés que estar muy segura de estas cosas, antes de tomar alguna decisión, le dije. Aunque mi voz, a mi entender, no tenía ninguna convicción. Yo misma me estaba replanteando toda mi vida, y no sabía si sería capaz de hablar con mis cuatro amigas a la vez. Carolina e Isabel tenían sus parejas. Segundas, terceras, cuartas o quintas. Daba lo mismo. Carmen en cambio era más parecida a mi. Tenía pocas pulgas y un buen patrimonio, así que su aguante con Gastón era lo suficientemente estricto. No lo perdonaba ni una. La jodía y ella respondía por tres. Yo no era tan estricta. Me fallaba una vez, y yo me cobraba sin que supiera. Creo que siempre supe que era un estúpido, así que si salía con alguien, yo siempre me enteraba, y se le cobraba con creces. Ni siquiera precisaba que se enterara. No era una revancha contra él. Era simplemente hacerle una caricia a mi ego, sobretodo cuando empecé a salir con Gustavo, doce años menor que yo y veintidós años menor que Pablo. Realmente lo disfruté porque era colega de Pablo del estudio y había entrado como abogado junior. Pablo estropeó la relación, y yo le seguí la corriente. Una porquería de relación. Pero nos servía a los dos. Agustina en cambio era diferente. Ella amaba a su marido. Nosotras cuatro, Carola. Isabel, Carmen, y yo, teníamos nuestras vidas entreveradas, con hijos propios, hijos ajenos, mediohermanos, ex esposas, ex suegras, todo un verdadero conventillo. Pero Agustina era nuestra mascota. Ella era feliz. Hasta que la rubia ondulada apareció en su vida, y en menor forma en la de nosotras.
Cuando me di cuenta que lo de la póliza en verdad me molestaba porque había puesto en evidencia toda la verdad de nuestra relación, decidí que era hora de hacer algo por el prójimo. Decidí erigirme como una paladina de la justicia. El estúpido del marido de Agustina se merecía un escarmiento, así que decidí sin decirle nada empezar a seguirlo. Sabía donde trabajaba, me conseguí una dirección falsa de correo electrónico, y conseguí un detective por internet. Le hice un giro con un nombre falso y le pedí que investigara a la familia equis. Al marido, y a la mujer. Todo esto último fue para disimular, como si la investigación si algún día se descubría algo apuntara a la rubia ondulada. No solo le pedí fotos en duplicado, sino también un video con copia. Dos semanas después, tuve todo documentado. El cronograma del día a día de Francisco estaba todo detalladito. Sus idas al estudio, sus almuerzos, sus reuniones de trabajo que casi siempre terminaban en un hotel de alta rotatividad muy conocido, hasta los gustos por las habitaciones temáticas que elegían. Había que imaginarse a Francisco en una sala Tudor poniéndose las pelucas blancas de la época. Un horror. Uno de esos días ubiqué a la rubia, una pasante que había visto varias veces en el estudio de Pablo, y que aparentemente también trabajaba para Francisco. Le faltaba clase. Una rubia ondulada, groseramente curva y con boca de depravada. De esas que te las llevás a la cama, y lo lamentás de por vida. Pero así son los tipos. Lo que si me maravillaron fueron las fotos de Agustina. La pobre de Agustina con un marido estúpido y de pésimo gusto. La mascota del grupo. Las fotos de Agustina y Pablo eran más que surrealistas. No eran los dormitorios temáticos de algún mueble más o menos cotizado, eran las casas de Carmen, Carola, Isabel y mi propia casa. La decadencia era total. La traición de su marido hizo que se dedicase a encamarse con todos los maridos de sus amigas. A mi, realmente me hizo gracia. Nunca pasó por mi mente contárselo a las otras tres mosqueteras en desgracia. Unicamente me acordé de lo minucioso y sistemático que era Pablo. Todos los días de cada semana, de cada año, de cada quinquenio, de cada década tomaba aquellos antioxidantes. Cada mañana tomaba con el desayuno una cápsula de antioxidante. Una capsulita mitad gris mitad dorada. Ese día cuando yo me volvía a ver acostada en aquella camilla, con aquellos tipos metiéndome una sonda o una aspiradora para aspirar a quien podría haber sido mi única hija o mi hijo varón, tomé un papel de seda, empecé a separar cada parte de los antioxidantes, sacar lo que tenían dentro, y volver a llenarlos con un veneno para ratas que tenía en el garage. Después que hice esto me deshice del veneno, y empecé a cambiar las grageas que tomaba Pablo. Un día una normal, un día una de mi confección privada. A la semana, cuando su gastritis se volvió casi crónica, empecé a espaciar las cápsulas. Dos o tres buenas, una falsificada. Nunca volví a abrir mi puerta contigua. Los problemas gástricos de Pablo se agudizaron y tuve que llamar a sus hijos, que en definitiva eran los herederos de su seguro de vida.
La última vez que vi a Agustina fue en el entierro de Pablo. Ella me vino a saludar, yo la alejé y la miré a los ojos. Y supe, recién en ese momento supe que ella se había enamorado realmente de Pablo. Lástima que demasiado tarde.

1 comentario:

  1. Hola que tal? Estuve viendo tu blog y la verdad me parece buenísimo,te felicito.El motivo de mi comentario no es solo para felicitarte por tu blog,que está realmente bueno,sino que te invito a mi nuevo blog que se llama Martu te habla de todo.En mi blog no solo voy a comentar sobre algunos temas de actualidad sino que voy a subir videos o publicar algunos textos sobre algunos temas que son de esos temas donde charlamos de la vida.Obviamente el motivo de las charlas de la vida no es averiguarle la vida privada a todo el mundo porque no es el propósito y no está bueno,simplemente es reflexionar sobre esos temas.Además el conversar sobre esos temas es un punto de encuentro entre los lectores y yo.Bueno te espero por mi blog que es www.martutehabladetodo.blogspot.com y te agrego a mis webs favoritas,te mando un saludos y felicitaciones nuevamente por tu blog,saludos cordiales.

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