viernes, 7 de mayo de 2010

Crónica de un desastre

Crónica de un desastre

Teníamos que cubrir una muestra de pintura en el interior del país.
Como estoy 363 días del año con pantalones, decidí vestirme de mujer y llevar pollerita, tacos y medias can can, así que puse en mi valijita todas esas cosas más una muda de ropa interior y los cosméticos.
Podía haber mentalizado como se desarrollaría el evento. Podría haber inventado todo como hacían otros colegas, después añadir alguna foto que le diera un toque de veracidad al artículo, y evitarme el viaje de arena gruesa de viajar 300 kilómetros. Podría, podría, podría, pero supongo que no hice nada de eso. Solo me quedé esperando y deseando que saliera todo bien.

El primer percance llegó cuando la valija del auto no cerró por más esfuerzos que se hicieron, y hubo que cargar todo y ponerle un alambre. Viajar con dos hombres tan distintos ya era problemático. Uno prolijo al extremo, el otro solo prolijo con sus cosas, por lo cual el auto de la agencia estaba con la cerradura de la valija rota hacía una semana. Sebastián dijo que se encargaría de arreglarla antes del viaje, pero llegó ese día y estábamos a fojas cero. Después que se cargó todo, y que había quedado todo bien encajado aprovechando hasta el mínimo espacio, se dieron cuenta que la auxiliar estaba sin aire.
De más está decir lo que fue volver a sacar todo nuevamente, ponerlo en el techo del auto y en el suelo, darle aire al neumático, volver a cargar todo, y después agacharse con la cola para arriba para volver a cerrar la valija con el cable que se pudo conseguir.
Cuando estábamos por arrancar Sebastián se dió cuenta que del lado del acompañante le habían hecho terribles estragos a la puerta posiblemente con una piedra. Se puso como loco, puteando, queriendo ir a hacer la denuncia. Habló una hora ininterrumpida de lo mierda que eran los pichis de la cuadra, que uno quería sacarlos de pobres, pero nunca iban a ser más que eso, pobres diablos y todos esos disparates que uno dice cuando te estropean o rompen tus cosas con total alevosía e impunidad. En realidad si bien el auto era de la Agencia, Sebastián era el responsable, y ya le habían dicho en varias ocasiones que no lo dejara en la calle sino que lo entrara al garage. Pero Sebastián era Sebastián.

El viaje más vale no mencionarlo. Fernando dijo que manejaría él y Sebastián se agarró la tal calentura. Parecían esas cabras de las montañas que se dan topetazos en los cuernos una y otra vez. Una y otra vez. Demasiada testosterona. Yo decidí decir OHM
A esta altura mi cabeza quería un poco de paz, pero el tránsito estaba terrible.
El panorama era aburridísimo, y la carretera de dos manos con camiones viniendo de frente no era para dormirse.

.Llegamos cerca de las 7 de la tarde. Después de destrancar la valija, fuimos a registrarnos en el hotel que nos habían reservado, y noto con tristeza que el baño no tenía espejo. Cómo iba a maquillarme, ni idea. Abro el placard y salen 3 cucarachas grandes, de las marrones. No es que me asusten las cucarachas, solo me dan asco y un poco de incertidumbre sobre el estado sanitario del lugar. Me tiré en la cama para pensar mejor, y noté el techo negro de hongos y el profundo olor a humedad.



Decidí cambiarme de lugar. La gente del hotel debía de estar acostumbrada
porque no me hicieron el mínimo problema. Pero hubo que volver a cargar la valija y otra vez a atarla con el cable.

El otro hotel salía lo mismo pero era correcto. Nada de locas pasiones. Solo correcto. Vacié la valija en el estante de madera, llevé el termo a recepción por agua para el mate y me metí en la ducha. Terminé de bañarme y aún no me habían traído el agua caliente, así que la reclamé y empecé a vestirme. Con la poca práctica que tenía debido al uso continuo de pantalones, cuando me estaba poniendo la media, se enganchó con el engarce del anillo, y le hice terrible vainilla.

Llamé a Fernando que estaba en su habitación, le di el sobre de las medias y le pedí que preguntara en recepción donde podía conseguirme unas similares de talle y color. Sale con el encargo y llaman a la puerta. Era para traerme el agua caliente.

Tenía el mate casi pronto. Cuando me voy a servir, la tapa estaba floja y me tiro medio termo en la muñeca. Voló mate y termo, enchastre de yerba por todo el piso, me pongo unas chinelas y salgo a recepción para ver donde había una farmacia de turno. Había una sola porque ya eran cerca de las 9, y quedaba en el otro extremo del pueblo y el auto se lo había llegado Fernando buscando las medias.

En definitiva cuando llegó con medias, me llevó a farmacia, me compré ungüento, volví al hotel a terminar de maquillarme y salimos hacia la galería.

Sebastián se quedó a estacionar, y nosotros nos dirigimos a la exposición.
Cuando llegamos nos extrañó el poco movimiento, y finalmente en el local vemos un gran cartel que decía: VERNISSAGE SUSPENDIDO HASTA PROXIMO SABADO POR ENFERMEDAD DEL ARTISTA EXPOSITOR.

Cuando pensamos que ya nada podía salir peor, salimos hacia donde Sebastián había estacionado y notamos que nos habían pinchado un neumático. La rabia de Fernando fue tal que le dio tremenda patada a la puerta de un local de Red Pagos.
Yo casi me descostillo de la risa. Me reí tanto que me hice encima.
El vidrio ni se inmutó, pero volvimos a la capital con mano quemada y terrible hinchazón en pie de Fernando que tiene como para diez días de quietud.
Lo único positivo fue que no hubo peleas sobre quien manejaría de regreso. Estaba clarísimo que el pie de Fernando no lo habilitaba.
Llegamos sin crónica de exposición pero con crónica de desastre verídico.
Como no hay nada mejor que reirse de uno mismo, decido llevarla al diario en lugar de la crónica original para ver si por lo menos cobro unos pesos por la misma. No me la aceptaron. Dijeron que eran muchas desgracias juntas, que no había sexo, y que el lector se daría cuenta que la historia no era creíble.

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