viernes, 14 de mayo de 2010

Grandulón

Fue en una de mis tantas visitas al campo, donde lo conocí.

Había tenido que viajar a la estancia de los Elizalde por la firma de unos papeles.
Los hijos nunca habían sido una maravilla, mas bien todo lo contrario. Mientras vivió el matrimonio la cosa se aguantó, pero el mismo día que metieron el cajón del viejo en el panteón, empezaron las peleas.
El peor fue siempre Fernando, que hasta quiso pedirle la parte a la pobre vieja viuda, el mismo día del velorio.

Saltó sobre el auto con una furia total, mostrando los dientes.
A pesar de que siempre me gustaron los animales, este realmente logró conmocionarme.

Era un tremendo perro negro, enorme, y sus ojos eran casi rojos.

-¿Rogelio, le dije al capataz, de donde salió este animal?.

-Bueno, me dijo- este bicho es malo de alma.
-Era del patroncito Fernando, que lo crió malo como él.
-“Diablo”, le puso de nombre, porque es cruza con lobo.
-Como el patroncito se fue para Montevideo, y el animal es intratable, le preguntamos que hacíamos con el.
-Ud. sabe como es Fernando. Si no quería a sus padres, menos iba a querer a un perro mestizo, a pesar de haberlo criado. Maténlo, mandó decir.
-Pobre animal, si hubiera tenido otro dueño, otro hubiera sido su destino.
Pero ya ve. Hoy va a venir el veterinario a ponerle la inyección.

Me quedé pensando en las palabras del capataz, y le dije –avíseme cuando llegue el veterinario.

Todo el protocolo que iba a hacer, me llevó como dos horas, y después me quedé a almorzar.

Sobre las tres de la tarde, salí a la galería a tomarme el café que no había tomado dentro.

Me senté, prendí un cigarrillo, y ahí nomás apareció el perro con cara de pocos amigos.

Ahora no ladraba. Se sentó a cinco metros y me miró. Nos miramos.
Y de repente me acorde del zorro de “El Principito”.
“Si quieres ser mi amigo tienes que domesticarme. Tienes que venir todos los días a la misma hora. Uno es responsable de lo que domestica”.

Entonces empecé a hablarle. No me sabía “El principito” de memoria ni mucho menos, pero le dije en voz bien fuerte:
-¡Perro! Te voy a contar una historia, pero estate bien atento porque te va la vida en ello.

Y le hablé, le hablé y le hablé por más de dos horas. De hecho nunca supe que le dije. Solo hablé con él o conmigo mismo, pero hablé.
El perro empezó a acercarse reptando. No se había parado. Solo avanzaba de a poco sobre su barriga.
Cuando estaba a un metro de distancia, empezó a mover la cola.
Se sobresaltó con la bocina del veterinario.
-¡Perro!, le grité, no te muevas.

Quedó petrificado donde estaba.

Conocía al veterinario hacia muchos años, y cuando me vino a saludar me dijo:
-¿Seguís rescatando animales?.

-Hago lo que puedo, le dije.

Mirando al pobre perro negro, me dijo:
-Lástima de animal, pero con este no vas a tener suerte. No quiere a nadie.

-Quien sabe, le dije. Capaz que es al revés.
-Déjelo, yo me voy a hacer cargo de él.

-¿Estás seguro?

-Si llego a tener algún problema, se lo llevo para que termine lo que venía a hacer.

-Suerte muchacho, dijo cuando volvió a subirse a la camioneta.

-Miré al perro, y le dije en voz más baja pero enérgica:

-¿Oíste Perro?. Vas a aprender a ser buena gente, o vas a dejar de ser buena gente.
-Otra cosa, no me gusta ese nombre que te pusieron, y no te voy a llamar toda la vida Perro, así que ahora cuando yo diga Grandulón, venís enseguida.

Me paré y empecé a caminar.
El perro estaba quieto donde lo había dejado.
Cuando había avanzado diez metros, y estaba de espaldas le grité:
-¡Vení, Grandulón!.

Eso fue hace diez años. Grandulón todavía está conmigo.
Cada vez que voy al campo lo llevo. El veterinario no puede ni creer que sea el mismo perro.
Hasta el cura del pueblo me dijo:
-Muchacho, que hiciste, ¿lo exorcizaste?.
- No, Padre, este muchachón tenía un problema de personalidad. No le gustaba el nombre que le habían puesto.

1 comentario:

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